martes, 27 de febrero de 2024

Jesús y el templo

Sería injusto no citar hoy la fuente de esta reflexión. Es una síntesis un pelín remozada y con algún añadido de  Busto Sáinz, J.R.,  Cristología para empezar, ed Sal Terrae (Santander, 1991), 69 ss. Es interesante leer todo el capítulo para comprender en profundidad el pasaje evangélico del templo y evitar quedarnos en apreciaciones anecdóticas que no tienen alcance suficiente para un cambio espiritual en profundidad.



EVANGELIO 
Jn 2,13-25

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?»

Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»

Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

Palabra del Señor

*


Los cuatro evangelistas narran el episodio de la expulsión de los mercaderes del templo. San Juan al inicio de su vida pública (Jn 2,13-25), los otros evangelios en los días previos a la pasión (Mc 11,15,18; Mt 21,12-17; Lc 19,45-48). Y no hay duda de que este hecho fue el detonante de su muerte: “Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley se enteraron y buscaban el modo de acabar con Jesús” (Mc 11,18).

¡El templo del Señor!
 
Pero ¿qué hizo Jesús en el templo? Nosotros tenemos la imagen tradicional, enriquecida por las prédicas oídas a lo largo de nuestra vida, de que en el templo están vendiendo y comprando ilegalmente, incluso extorsionando y robando. Entonces Jesús, airado por ello, purifica el templo para que allí se rece: “Mi casa será llamada casa de oración”. Al templo hay que ir a rezar, en lugar de ir a comprar, vender o robar”.

Esta es la lectura habitual del texto, pero no es la más apropiada. Lo que se vende en el atrio del templo no son mercancías comunes, artículos para el consumo, sino todo lo necesario para la realización del culto. Lo que hace Jesús es un signo profético en línea con los profetas del Antiguo Testamento. San Marcos, al describir la escena, cita casi directamente a Jeremías:

 “Así dice el Señor todopoderoso, Dios de Israel: Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, y os permitiré habitar en este lugar. No os fieis de palabras engañosas repitiendo: ´El templo del Señor!´, ´El templo del Señor!´, ´ El templo del Señor!¨. 
Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones, si practicáis la justicia unos con otros, si no oprimís al emigrante, al huérfano y a la viuda; si no derramáis en este lugar sangre inocente, si no seguís a otros dioses para vuestra desgracia, entonces os dejaré vivir en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres desde antiguo y para siempre. 
Pero vosotros os fiais de palabras engañosas que no sirven para nada. No podéis robar, matar, cometer adulterio, jurar en falso, incensar a Baal, correr tras otros dioses que no conocéis, y luego venir a presentaros ante mí, en este templo consagrado a mi nombre, diciendo: ´Estamos seguros´, y seguir cometiendo las mismas abominaciones. ¿Acaso tomáis este templo consagrado a mi nombre por una cueva de ladrones?” (Jr 7,1-11).
 
El texto citado es largo, pero da la clave y  ayuda a entender el sentido profundo de la santa ira de Jesús cuando observa el comercio cultual del templo: ¡Ladrones! ¡Bandidos! ¿Quiénes son los bandidos? ¿Los que estaban en el patio vendiendo palomas y cambiando dinero? No, los bandidos son los que van a rezar al templo. Pero no por ir a rezar, sino porque el ir a rezar es la forma de tranquilizarse ante Dios después de haber matado, adulterado y oprimido al pobre antes de entrar allí. 

¿Comprendemos porqué Caifás -sumo sacerdote del templo- no era tan mala persona? Era como tú y como yo. Solamente entenderemos la verdad de la muerte de Jesús cuando detrás de la imagen de Caifás podamos reconocernos, al menos en parte.

Caifás cree que el funcionamiento del templo es la forma correcta de dar culto a Dios. Y ahora viene un idealista a quien no se le ocurre otra cosa que proclamar que a Dios hay que adorarle en espíritu y verdad (Jn 4,24), que no tiene que haber distinciones entre judíos y gentiles, hombres y mujeres, gente rica y pobre, sanos y enfermos, porque Dios quiere a todos con amor infinito. Esto es subvertir el orden establecido de toda la vida. Y así lo único que puede llegar es el caos. La única solución posible es quitar de en medio a ese tal Jesús si persiste en sus enseñanzas.


Este evangelio desenmascara la falsedad de las prácticas religiosas que no responden a la voluntad de Dios. 
¿Qué prácticas son esas? Pues todas y ninguna en concreto. Todo depende del espíritu, de la actitud con que se realizan dichas prácticas. Son inmorales los actos de culto que sólo consiguen afianzar en la injusticia; no puedes ´estar seguro´ en tus rezos si la misericordia está lejos de tu corazón. Puedes rezar con satisfacción y gozo si tu vida es conforme a los mandatos del Señor.

La expulsión de los mercaderes del templo es una advertencia ante la tergiversación diabólica de la religión. Con su gesto profético Jesús pone en evidencia que es falsa toda espiritualidad que se reduce al intimismo devoto de unas prácticas de piedad que sólo satisfacen el cinismo del ego; es despreciable la fe que conduce al rechazo de aquellos que no creen ni rezan con y como nosotros; falsa la oración que sólo se limita al intercambio de favores haciendo de la relación con Dios un comercio
; es indigno y condenable usar de la religión para hacer negocio; tampoco es loable la fe que desprecia el compromiso social o político, la religiosidad que considera que mezclarse institucionalmente en la lucha por la justicia no es bueno.

Jesús, tomando el látigo y arrojando al suelo las mesas de los cambistas critica duramente el pietismo conformista que calla ante la injusticia. Al obrar así se situó en el punto de mira de los jefes religiosos de su tiempo. El atrevimiento le costará la vida. Le acusaron de ir contra el templo (Mt 26,59-66), pero no era cierto; Él solo pretendía colocar cada cosa en su sitio: primero la misericordia (caritas), luego los ritos (liturgia); “si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt 5,23-24).
 

El templo de su cuerpo

El verdadero encuentro con Dios, en adelante, se dará en el templo que es Jesucristo, sacramento del Padre: “hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,21). Y yendo a más en nuestra reflexión podemos decir que el verdadero culto se da en el  interior de la persona"¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo”, (1 Cor 6,9); Santa Teresa de Jesús y muchos otros místicos  y místicas dirán que somos morada de Dios, que para avanzar en la vida hemos de entrar en nosotros mismos; y  la puerta para entrar es la oración. Eso sí, Dios quiere orantes auténticos, “adoradores en espíritu y en verdad” (Jn 4,23), con las puertas de su templo-espíritu abiertas al mundo.

Así pues, el culto que Dios quiere es que vivamos en Él y que Él viva en nosotros. Dar culto a Dios es dejar que su misericordia fluya por las venas de tu ser facilitando tu conversión a Dios  y a los hermanos. “Misericordia quiero, que no sacrificio” (Mt 9,13;12,7). 

El gesto de Jesús fustigando a fariseos y saduceos puso y pone en evidencia la falsedad de los que hacen de la liturgia un cómodo colchón donde adormecer la conciencia. No señala con el dedo Jesús con el látigo a ningún mercader de abastos materiales sino a quienes negocian su  vida espiritual con el diablo y se convencen y quieren convencer a los demás de que son amigos de Dios. 

*

Santa Teresa de Jesús, al comentar la petición del padrenuestro donde se pide "no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal", hace ver que cuando la táctica del tentador  es pública y se ve venir es relativamente fácil salir victorioso del envite. A quien más hay que temer "y es razón teman y siempre pidan los libre el Señor de ellos, son unos enemigos que hay traidores, unos demonios que se transfiguran en ángel de luz; vienen disfrazados. Hasta que han hecho mucho daño en el alma, no se dejan conocer, sino que nos andan bebiendo la sangre y acabando las virtudes, y andamos en la misma tentación y no lo entendemos" (Camino de Perfección, 38,2). 

Tal vez andemos cumpliendo fielmente con rezos y ritos; e incluso puede que estemos muy  felices por ello. Pero no hay que bajar la guardia del discernimiento. "Adonde el demonio puede hacer gran daño sin entenderle es haciéndonos creer que tenemos virtudes no las teniendo, que esto es pestilencia" (Ibid 5). ¿Acaso tendrían conciencia de la gravedad de sus actos los mercaderes expulsados por Jesús? ¿O los propios fariseos entronizados en su perfeccionismo? Seguramente estaban orgullosos de prestar grandes servicios al templo. Atentos, pues a una vida de oraciones y prácticas de meditación o ritos que reporten gustos y satisfacciones sin tener en cuenta las deficiencias morales de la vida personal o social. 

La tentación no sólo viste de luto, también se viste de fiesta y es entonces más difícil de determinar. Si emerge en ti el orgullo de la virtud o la frustración de la poca rentabilidad  espiritual de tus prácticas, entonces es que el mercader que hay en ti sigue activo en el templo de tu alma negociando qué dar o qué no dar al Señor. Deja que Jesús eche afuera a los ladrones que hay en tu corazón. Es más, deja que Jesús sea tu templo. Vive en él y desde él una vida de perdón y de misericordia. Entrar en el templo que es Jesús es entrar en ti mismo, encontrarte con Él en tu corazón. "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (1 Cor, 3,16). Entrar en el Templo que es Jesús es purificar el corazón y culminar el camino de la Cuaresma entrando en Pascua.

Marzo 2024
Casto Acedo.

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