martes, 20 de febrero de 2024

Sacrificio de Isaac y Transfiguración (25 de Febrero)

Hoy, doble ración: comentario enfocado desde lo que se ha dado en llamar "El sacrificio de Isaac" (más largo) y otro desde "La Transfiguración". La conclusión es común; no hay Pascua (resurrección, luz) sin Cuaresma (muerte, oscuridad). Puedes quedarte con uno de los comentarios o apostar por hacer meditación de cada uno en distintos momentos. También puedes acceder al enlace final que te dirige a un comentario distinto en otro blog: "Convertir nuestra imagen de Dios". 


1
LECTURA DEL GÉNESIS
22,1-2.9-13.15-18

En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán, llamándole: «¡Abrahán!»

Él respondió: «Aquí me tienes.»

Dios le dijo: «Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, en uno de los montes que yo te indicaré.»

Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña.

Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo «¡Abrahán, Abrahán!»

Él contestó: «Aquí me tienes.»

El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo.»

Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.

El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo: «Juro por mí mismo –oráculo del Señor–: Por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.»

Palabra de Dios

*

 

Abrahán

La primera lectura de la  liturgia del segundo domingo de Cuaresma pone los ojos en Abrahán, el padre de la fe. Buen referente para el tiempo de Cuaresma. Su historia es bien conocida para quién se adentra en la lectura de la Biblia.

Resulta sorprendente que en ella no se diga nada del Abrahán anterior  al encuentro con Dios. Sólo se apunta que era hijo de un arameo errante, procedente de Ur de los caldeos ( cf Gn 15,7), es decir, que vivió en el entorno del centro cultural, económico y político más importante de su época: Babilonia. Pero, a pesar de tener muchos bienes y vivir en una buena tierra, su vida no debía de ser muy gratificante.

La insatisfacción vital y la sed de felicidad fue el punto de partida que le pone en una actitud de escucha y espera que le lleva a ponerse en marcha: "Abrahán, deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te mostraré" (Gn 12,1). Y desde el país de los Zigurats, las torres de Babel, el lugar de los intereses, la confusión y el orgullo (cf Gn 11,1-9), donde en teoría tendría asegurado un próspero porvenir mundano, Abrahán emprende el incierto camino de la fe con la esperanza de saciar su inquietud. 

Esta es la primera lección del padre de la fe: reconoció su insatisfacción y estuvo dispuesto a seguir la llamada de Dios dejando las seguridades en las que vivió hasta entonces. "Abrahán salió de Harán, tal como el Señor le había ordenado" (Gn 12,4), con la esperanza puesta en una promesa: “de tu descendencia nacerá una gran nación; te bendeciré y te haré famoso, y serás una bendición para otros” (Gn 12,2).

Un segundo momento importante para entender la fe de Abrahán es el nacimiento de Isaac. ¿Cómo ser padre de multitudes si Sara, su mujer, “era muy anciana y había dejado de tener sus periodos de menstruación” (18,11)?. Dios le pide nuevamente una prueba de su fe: creer que no todo está acabado, que la promesa de ser padre de multitudes la verá cumplida. A pesar de su vejez, "tu esposa Sara tendrá un hijo". (cf Gn 15,1-6; 17,18-19; 18,9-10) Así ocurre, y la tristeza y frustración de Abrahán  se vuelven alegría y esperanza. Dios no deja de mostrar su amor a quien confía en Él.


La noche más oscura

Con el nacimiento de Isaac aún no ha alcanzado Abrahán méritos suficientes para ser considerado con propiedad “padre de la fe”. Será puesto de nuevo a prueba; Dios le va a dar la oportunidad de dar un nuevo salto en su crecimiento espiritual. Para ello le pondrá en una situación límite que le obligará a pasar por la noche más oscura: “Toma a tu hijo único, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto”. (Gn 22,1). 

¿Qué sentiría Abraham ante ese imperativo divino? Debió vivir en lo hondo de su ser la paradoja a la que con frecuencia es sometida la vida del creyente. Isaac es la alegría de la casa del patriarca, su esperanza, su futuro; un don especial de Dios para él. Y ahora se le pide renunciar. Tiene sentido renunciar a todo lo opuesto a Dios, pero renunciar a lo que Dios te ha dado en compensación por tu fidelidad es incomprensible. 

La petición de Dios resulta tan escandalosa que el mismo redactor del texto comienza previniendo al lector: “Después de algún tiempo Dios puso a prueba a Abrahán” (22,1). Una prueba de fe; la petición de sacrificar al hijo va a poner en crisis la personalidad creyente del padre, le va a introducir en la noche, donde se verá obligado a preguntar: “¿está o no está el Señor conmigo? (cf Ex 17,7).

La disposición favorable a cumplir lo mandado y la pronta disponibilidad a cumplir algo tan doloroso  es una prueba evidente de que Abrahán había alcanzado un elevado grado en su vida de fe. ¿Dónde se apoyaría para no dudar a la hora de seguir el "insensato" (por carente de sentido) mandato de Dios? Posiblemente pesaron mucho en la memoria de Abrahán sus experiencias previas. El Señor ya le había mostrado antes su amor dándole una tierra inalcanzable y un hijo nacido del vientre seco de Sara, su mujer; y la promesa de ser padre de una multitud. Ahora le pide un nuevo imposible. ¿Cómo cumplirá el Señor su promesa de ser padre de naciones si le quita a su único hijo? El patriarca crucifica sus pensamientos y se deja llevar por la decisión de Dios. Se pone en marcha hacia el monte Moria apoyado en el amor y la fidelidad que Dios le había mostrado en situaciones anteriores .

El monte Moria es para Abrahán el lugar de la prueba, el paso por la experiencia de la más oscura y tenebrosa noche. Tal vez el Señor pudo haberle ahorrado ese trago, como pudo habérselo ahorrado a su Hijo en el Calvario, pero no lo hizo (cf Rm 8,32). ¿Qué sentimientos embargarían al padre subiendo al monte en compañía de su hijo? ¿Qué sentiría cuando le dijo: "padre, tenemos la leña y el fuego, pero ¿dónde está el cordero para el sacrifico?. Dios proveerá", respondió el padre" (Gn 22.7-8). Sin duda Abrahán subió al monte envuelto en las sombras de la noche. Llegó al límite de la fe apostando todo por  Dios: "llegado al sitio que le había dicho, levantó el altar, apiló la leña, alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo" (Gn 22,9-10). 

El final no es tan oscuro como esperaba el oferente, sino luminoso. A la más oscura noche le sucede el alba y la luz. El Señor detiene la mano del padre y le ofrece un carnero como sustituto de su sacrificio. Queda patente para él que Dios no quiere sacrificios humanos, algo propio de los falsos dioses que sólo pueden afirmarse en la negación de sus fieles. El ser de Dios es amor y vida; el cordero que sustituye a Isaac será una profecía del misterio de la Cruz, donde Dios  encarnado sustituye a los que deberían morir por su pecado, los hijos de Abrahán (cf Rm 5,6-9). 


Entrar en cuaresma es abrazar la noche

La Cuaresma es tiempo oportuno para adentrarnos con Abrahán en  la noche; para contemplarnos en esos momentos en que el Señor nos pone en situaciones de oscuridad. La renuncia a todo por Dios, propio de la vida espiritual,  trae necesariamente consigo la noche.  Al dejar atrás nuestras seguridades materiales o espirituales, al desaparecer de nuestros pies el suelo del dinero, el prestigio o la honra, un suelo sobre el que parecíamos caminar seguros, sucede el vacío, el miedo, la oscuridad. Al despojarnos de lo caduco en  que teníamos puesta la vida  entramos en la noche; y esto es bueno, porque el vacío de todo es el prefacio de la plenitud y la luz, la puerta  abierta a lo imperecedero, el acceso al espacio de Dios.

Son muchas las enseñanzas que podemos extraer de Gn 22. señalemos algunas: 

* La primera lección es que a Dios no se le conoce en el catecismo sino en la vida. La auténtica catequesis no es la de los conceptos sino la de la experiencia. Quienes piensan que son creyentes porque conocen literalmente el evangelio y la doctrina cristiana están equivocados. A Dios sólo se le conoce en la práctica del amor; y la fe sólo se verifica y madura en la vida, y más en concreto en las adversidades. Hubo de pasar Abrahán por la noche de la fe para entender que el dios que le llamó no es un dios de venganza y violencia sino de amor y vida.  Somos duros de mollera, y Dios lo sabe; por eso nos pone a menudo en noche, para que en las oscuridades volvamos la vista a Él, prestemos atención a  su presencia y le conozcamos de veras. 

* Otra enseñanza de Gn 22 es que el sacrifico que Dios quiere de nosotros no es material sino espiritual. Al final, aunque al texto proclamado hoy se le conoce como el del Sacrificio de Isaac, no hubo ningún sacrificio de sangre. Aunque sí hubo sacrificio espiritual. Se cumple en Abraham lo que predicaban los profetas y ratificó la carta a los Hebreos: 

Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo -pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mi— para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad. Primero dice: Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos, ni víctimas expiatorias, que se ofrecen según la ley. Después añade: He aquí que vengo para hacer tu voluntad. Niega lo primero, para afirmar lo segundo.” (Hb 10,6-9).

Meditar este párrafo de la carta a los Hebreos es un buen apoyo para vivir una auténtica cuaresma cristiana, evitando reducirla a unos ejercicios de ascética consistentes en la elección particular de unos sacrificios. Hay que sospechar de las cruces (propósitos) que selecciona uno mismo; cuando soy yo mismo quien escojo qué hacer me lo pongo fácil; el mérito está en tomar la cruz que se te da, no la que tú propones. Las cruces redentoras son las que Dios pone ante ti, las que vienen con la vida misma, incluida la obligación moral de ayudar a otros a llevar la suya; estas son las cruces que hay que abrazar. Y deberíamos acostumbrarnos a entender que cada obstáculo que hallamos en nuestro camino no es una piedra para el tropiezo sino una  oportunidad para superarse y crecer en el espíritu. ¿Dónde y cómo, sino en la adversidad, podemos practicar la compasión y la misericordia? 

* * *




2
EVANGELIO
Marcos 9,2-10

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.

Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

Estaban asustados, y no sabía lo que decía.

Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo.»
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».


Palabra del Señor

*
Cruz y Tabor

El Evangelio de la Transfiguración ilumina lo que sucedió a Abrahán. Conviene mirar la experiencia del monte Tabor (Mc 9,2.10) desde el contraste que le proporciona el monte Moria, o el monte Calvario. De hecho, siempre hay un antes y un después de cada experiencia de Tabor. Oscuridad y luz, dolor y placer, sufrimiento y gozo se aúnan en la experiencia de Dios (experiencia mística).

El Evangelio de Marcos narra antes de subir Jesús al monte lo que se ha dado en llamar “la crisis de Galilea”, un momento en el que el éxito fulgurante de la predicación y los milagros obliga a Jesús a ser realista, a hacerle ver a los suyos que tanto éxito es sólo una de las caras de la vida. En Cesarea de Filipo les dijo a los suyos que la moneda del Reino también tiene una cruz, que Él sería perseguido, torturado y llevado a la muerte. Pedro le recrimina esas palabras y Jesús le reprende dejando claro que ser discípulo lleva consigo sacrificios y la misma muerte (cf Mc 8,31-38). 

A continuación, y tal vez debido al desánimo que generaron esas palabras en los discípulos, Jesús sube con Pedro, Santiago y Juan al monte Tabor donde pueden gozar la experiencia de la transfiguración. Es una experiencia mística, un éxtasis de luz que les impresiona hasta el punto de quedarse mudos; es algo inefable, se quedan sin saber qué decir (Mc 9,6), pero con un deseo grande de que ese momento se prolongue eternamente. El Tabor es el contrapunto al Calvario; aunque de hecho ambos forman parte de la misma realidad que es la Pascua.

Al después gozoso del Tabor le sigue el descenso de la montaña con ánimo renovado, la vuelta a la realidad de cada día que ilumina lo que pudiera tener  de oscuridad y sufrimiento. El gozo de la oración fortalece para  el camino de la cruz, camino de Jerusalén, donde el Hijo del Hombre va a ser crucificado y resucitará (Mc 8,31).

Si Abrahán aprendió en Moria que Dios no quiere la muerte, los discípulos aprendieron en el Tabor que, paradójicamente, por el sacrificio de la propia vida, por  donación voluntaria,  se entra en comunión con la vida de Dios. Lo vivido en el Tabor es un adelanto de lo que está por venir si cada cual da muerte en sí mismo a todo lo que no es Dios.

También aquí, en la consideración del gozo del Tabor, viene bien una advertencia para quienes hacen de la vida cristiana una Pascua sin Cuaresma. Tal Pascua no existe. Como deja claro san Juan de la Cruz en su dibujo de la subida del monte, no hay día sin noche; sólo purgando nuestras mentiras en la noche tenemos acceso a la luz; sólo negándonos, siendo nada, llegamos a la cima donde sólo mora honra y gloria de Dios. Cuaresma es tiempo de poner en ese monte la mirada y dejarse atraer por su mirada de amor.

* * *


Un canto de Taizé puede iluminar este domingo: “En nuestra oscuridad, enciende la llama de tu amor, Señor”. Es una buena oración para la Cuaresma.

¿Qué es lo que iluminó a Abrahán en la noche de Moria? Sin duda alguna el amor de Dios, su fidelidad ya experimentada al darle una tierra y un hijo. Pero fue más allá. El corazón de Abrahán no se estancó en los dones de amor recibidos sino que, inflamado en ese  amor que expresaban los dones recibidos, se despegó de ellos y siguió profundizando en su relación con Dios.

La fe va siempre más allá, te da y sigue dándote cruces donde puedes ver la insignificancia de las cosas que te atan: ideas o ídolos que ocupan tu corazón y que cuando llegan los momentos críticos dejan ver su falsedad. Es la llama del amor de Dios la que da luz para conocer lo que realmente vale, lo que Dios quiere.

En Cuaresma mira tus noches con la memoria puesta en el amor que el Señor te ha mostrado hasta ahora. Su amor, no el tuyo. Puedes orar escuchando y haciendo tuyo el canto de Taizé citado antes: "En nuestra oscuridad enciende la llama de tu amor, Señor". En mi oscuridad, Señor, enciende tu luz; no permitas que olvide tanto amor como me has dado.

La paciencia de Dios para contigo, su amor, es la luz que te sostiene en la noche.

* * *
Otro comentario a la liturgia de hoy en;

Febrero 2024
Casto Acedo. 

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