martes, 27 de febrero de 2024

Jesús y el templo

Sería injusto no citar hoy la fuente de esta reflexión. Es una síntesis un pelín remozada y con algún añadido de  Busto Sáinz, J.R.,  Cristología para empezar, ed Sal Terrae (Santander, 1991), 69 ss. Es interesante leer todo el capítulo para comprender en profundidad el pasaje evangélico del templo y evitar quedarnos en apreciaciones anecdóticas que no tienen alcance suficiente para un cambio espiritual en profundidad.



EVANGELIO 
Jn 2,13-25

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?»

Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»

Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

Palabra del Señor

*


Los cuatro evangelistas narran el episodio de la expulsión de los mercaderes del templo. San Juan al inicio de su vida pública (Jn 2,13-25), los otros evangelios en los días previos a la pasión (Mc 11,15,18; Mt 21,12-17; Lc 19,45-48). Y no hay duda de que este hecho fue el detonante de su muerte: “Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley se enteraron y buscaban el modo de acabar con Jesús” (Mc 11,18).

¡El templo del Señor!
 
Pero ¿qué hizo Jesús en el templo? Nosotros tenemos la imagen tradicional, enriquecida por las prédicas oídas a lo largo de nuestra vida, de que en el templo están vendiendo y comprando ilegalmente, incluso extorsionando y robando. Entonces Jesús, airado por ello, purifica el templo para que allí se rece: “Mi casa será llamada casa de oración”. Al templo hay que ir a rezar, en lugar de ir a comprar, vender o robar”.

Esta es la lectura habitual del texto, pero no es la más apropiada. Lo que se vende en el atrio del templo no son mercancías comunes, artículos para el consumo, sino todo lo necesario para la realización del culto. Lo que hace Jesús es un signo profético en línea con los profetas del Antiguo Testamento. San Marcos, al describir la escena, cita casi directamente a Jeremías:

 “Así dice el Señor todopoderoso, Dios de Israel: Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, y os permitiré habitar en este lugar. No os fieis de palabras engañosas repitiendo: ´El templo del Señor!´, ´El templo del Señor!´, ´ El templo del Señor!¨. 
Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones, si practicáis la justicia unos con otros, si no oprimís al emigrante, al huérfano y a la viuda; si no derramáis en este lugar sangre inocente, si no seguís a otros dioses para vuestra desgracia, entonces os dejaré vivir en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres desde antiguo y para siempre. 
Pero vosotros os fiais de palabras engañosas que no sirven para nada. No podéis robar, matar, cometer adulterio, jurar en falso, incensar a Baal, correr tras otros dioses que no conocéis, y luego venir a presentaros ante mí, en este templo consagrado a mi nombre, diciendo: ´Estamos seguros´, y seguir cometiendo las mismas abominaciones. ¿Acaso tomáis este templo consagrado a mi nombre por una cueva de ladrones?” (Jr 7,1-11).
 
El texto citado es largo, pero da la clave y  ayuda a entender el sentido profundo de la santa ira de Jesús cuando observa el comercio cultual del templo: ¡Ladrones! ¡Bandidos! ¿Quiénes son los bandidos? ¿Los que estaban en el patio vendiendo palomas y cambiando dinero? No, los bandidos son los que van a rezar al templo. Pero no por ir a rezar, sino porque el ir a rezar es la forma de tranquilizarse ante Dios después de haber matado, adulterado y oprimido al pobre antes de entrar allí. 

¿Comprendemos porqué Caifás -sumo sacerdote del templo- no era tan mala persona? Era como tú y como yo. Solamente entenderemos la verdad de la muerte de Jesús cuando detrás de la imagen de Caifás podamos reconocernos, al menos en parte.

Caifás cree que el funcionamiento del templo es la forma correcta de dar culto a Dios. Y ahora viene un idealista a quien no se le ocurre otra cosa que proclamar que a Dios hay que adorarle en espíritu y verdad (Jn 4,24), que no tiene que haber distinciones entre judíos y gentiles, hombres y mujeres, gente rica y pobre, sanos y enfermos, porque Dios quiere a todos con amor infinito. Esto es subvertir el orden establecido de toda la vida. Y así lo único que puede llegar es el caos. La única solución posible es quitar de en medio a ese tal Jesús si persiste en sus enseñanzas.


Este evangelio desenmascara la falsedad de las prácticas religiosas que no responden a la voluntad de Dios. 
¿Qué prácticas son esas? Pues todas y ninguna en concreto. Todo depende del espíritu, de la actitud con que se realizan dichas prácticas. Son inmorales los actos de culto que sólo consiguen afianzar en la injusticia; no puedes ´estar seguro´ en tus rezos si la misericordia está lejos de tu corazón. Puedes rezar con satisfacción y gozo si tu vida es conforme a los mandatos del Señor.

La expulsión de los mercaderes del templo es una advertencia ante la tergiversación diabólica de la religión. Con su gesto profético Jesús pone en evidencia que es falsa toda espiritualidad que se reduce al intimismo devoto de unas prácticas de piedad que sólo satisfacen el cinismo del ego; es despreciable la fe que conduce al rechazo de aquellos que no creen ni rezan con y como nosotros; falsa la oración que sólo se limita al intercambio de favores haciendo de la relación con Dios un comercio
; es indigno y condenable usar de la religión para hacer negocio; tampoco es loable la fe que desprecia el compromiso social o político, la religiosidad que considera que mezclarse institucionalmente en la lucha por la justicia no es bueno.

Jesús, tomando el látigo y arrojando al suelo las mesas de los cambistas critica duramente el pietismo conformista que calla ante la injusticia. Al obrar así se situó en el punto de mira de los jefes religiosos de su tiempo. El atrevimiento le costará la vida. Le acusaron de ir contra el templo (Mt 26,59-66), pero no era cierto; Él solo pretendía colocar cada cosa en su sitio: primero la misericordia (caritas), luego los ritos (liturgia); “si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt 5,23-24).
 

El templo de su cuerpo

El verdadero encuentro con Dios, en adelante, se dará en el templo que es Jesucristo, sacramento del Padre: “hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,21). Y yendo a más en nuestra reflexión podemos decir que el verdadero culto se da en el  interior de la persona"¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo”, (1 Cor 6,9); Santa Teresa de Jesús y muchos otros místicos  y místicas dirán que somos morada de Dios, que para avanzar en la vida hemos de entrar en nosotros mismos; y  la puerta para entrar es la oración. Eso sí, Dios quiere orantes auténticos, “adoradores en espíritu y en verdad” (Jn 4,23), con las puertas de su templo-espíritu abiertas al mundo.

Así pues, el culto que Dios quiere es que vivamos en Él y que Él viva en nosotros. Dar culto a Dios es dejar que su misericordia fluya por las venas de tu ser facilitando tu conversión a Dios  y a los hermanos. “Misericordia quiero, que no sacrificio” (Mt 9,13;12,7). 

El gesto de Jesús fustigando a fariseos y saduceos puso y pone en evidencia la falsedad de los que hacen de la liturgia un cómodo colchón donde adormecer la conciencia. No señala con el dedo Jesús con el látigo a ningún mercader de abastos materiales sino a quienes negocian su  vida espiritual con el diablo y se convencen y quieren convencer a los demás de que son amigos de Dios. 

*

Santa Teresa de Jesús, al comentar la petición del padrenuestro donde se pide "no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal", hace ver que cuando la táctica del tentador  es pública y se ve venir es relativamente fácil salir victorioso del envite. A quien más hay que temer "y es razón teman y siempre pidan los libre el Señor de ellos, son unos enemigos que hay traidores, unos demonios que se transfiguran en ángel de luz; vienen disfrazados. Hasta que han hecho mucho daño en el alma, no se dejan conocer, sino que nos andan bebiendo la sangre y acabando las virtudes, y andamos en la misma tentación y no lo entendemos" (Camino de Perfección, 38,2). 

Tal vez andemos cumpliendo fielmente con rezos y ritos; e incluso puede que estemos muy  felices por ello. Pero no hay que bajar la guardia del discernimiento. "Adonde el demonio puede hacer gran daño sin entenderle es haciéndonos creer que tenemos virtudes no las teniendo, que esto es pestilencia" (Ibid 5). ¿Acaso tendrían conciencia de la gravedad de sus actos los mercaderes expulsados por Jesús? ¿O los propios fariseos entronizados en su perfeccionismo? Seguramente estaban orgullosos de prestar grandes servicios al templo. Atentos, pues a una vida de oraciones y prácticas de meditación o ritos que reporten gustos y satisfacciones sin tener en cuenta las deficiencias morales de la vida personal o social. 

La tentación no sólo viste de luto, también se viste de fiesta y es entonces más difícil de determinar. Si emerge en ti el orgullo de la virtud o la frustración de la poca rentabilidad  espiritual de tus prácticas, entonces es que el mercader que hay en ti sigue activo en el templo de tu alma negociando qué dar o qué no dar al Señor. Deja que Jesús eche afuera a los ladrones que hay en tu corazón. Es más, deja que Jesús sea tu templo. Vive en él y desde él una vida de perdón y de misericordia. Entrar en el templo que es Jesús es entrar en ti mismo, encontrarte con Él en tu corazón. "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (1 Cor, 3,16). Entrar en el Templo que es Jesús es purificar el corazón y culminar el camino de la Cuaresma entrando en Pascua.

Marzo 2024
Casto Acedo.

martes, 20 de febrero de 2024

Sacrificio de Isaac y Transfiguración (25 de Febrero)

Hoy, doble ración: comentario enfocado desde lo que se ha dado en llamar "El sacrificio de Isaac" (más largo) y otro desde "La Transfiguración". La conclusión es común; no hay Pascua (resurrección, luz) sin Cuaresma (muerte, oscuridad). Puedes quedarte con uno de los comentarios o apostar por hacer meditación de cada uno en distintos momentos. También puedes acceder al enlace final que te dirige a un comentario distinto en otro blog: "Convertir nuestra imagen de Dios". 


1
LECTURA DEL GÉNESIS
22,1-2.9-13.15-18

En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán, llamándole: «¡Abrahán!»

Él respondió: «Aquí me tienes.»

Dios le dijo: «Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, en uno de los montes que yo te indicaré.»

Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña.

Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo «¡Abrahán, Abrahán!»

Él contestó: «Aquí me tienes.»

El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo.»

Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.

El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo: «Juro por mí mismo –oráculo del Señor–: Por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.»

Palabra de Dios

*

 

Abrahán

La primera lectura de la  liturgia del segundo domingo de Cuaresma pone los ojos en Abrahán, el padre de la fe. Buen referente para el tiempo de Cuaresma. Su historia es bien conocida para quién se adentra en la lectura de la Biblia.

Resulta sorprendente que en ella no se diga nada del Abrahán anterior  al encuentro con Dios. Sólo se apunta que era hijo de un arameo errante, procedente de Ur de los caldeos ( cf Gn 15,7), es decir, que vivió en el entorno del centro cultural, económico y político más importante de su época: Babilonia. Pero, a pesar de tener muchos bienes y vivir en una buena tierra, su vida no debía de ser muy gratificante.

La insatisfacción vital y la sed de felicidad fue el punto de partida que le pone en una actitud de escucha y espera que le lleva a ponerse en marcha: "Abrahán, deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te mostraré" (Gn 12,1). Y desde el país de los Zigurats, las torres de Babel, el lugar de los intereses, la confusión y el orgullo (cf Gn 11,1-9), donde en teoría tendría asegurado un próspero porvenir mundano, Abrahán emprende el incierto camino de la fe con la esperanza de saciar su inquietud. 

Esta es la primera lección del padre de la fe: reconoció su insatisfacción y estuvo dispuesto a seguir la llamada de Dios dejando las seguridades en las que vivió hasta entonces. "Abrahán salió de Harán, tal como el Señor le había ordenado" (Gn 12,4), con la esperanza puesta en una promesa: “de tu descendencia nacerá una gran nación; te bendeciré y te haré famoso, y serás una bendición para otros” (Gn 12,2).

Un segundo momento importante para entender la fe de Abrahán es el nacimiento de Isaac. ¿Cómo ser padre de multitudes si Sara, su mujer, “era muy anciana y había dejado de tener sus periodos de menstruación” (18,11)?. Dios le pide nuevamente una prueba de su fe: creer que no todo está acabado, que la promesa de ser padre de multitudes la verá cumplida. A pesar de su vejez, "tu esposa Sara tendrá un hijo". (cf Gn 15,1-6; 17,18-19; 18,9-10) Así ocurre, y la tristeza y frustración de Abrahán  se vuelven alegría y esperanza. Dios no deja de mostrar su amor a quien confía en Él.


La noche más oscura

Con el nacimiento de Isaac aún no ha alcanzado Abrahán méritos suficientes para ser considerado con propiedad “padre de la fe”. Será puesto de nuevo a prueba; Dios le va a dar la oportunidad de dar un nuevo salto en su crecimiento espiritual. Para ello le pondrá en una situación límite que le obligará a pasar por la noche más oscura: “Toma a tu hijo único, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto”. (Gn 22,1). 

¿Qué sentiría Abraham ante ese imperativo divino? Debió vivir en lo hondo de su ser la paradoja a la que con frecuencia es sometida la vida del creyente. Isaac es la alegría de la casa del patriarca, su esperanza, su futuro; un don especial de Dios para él. Y ahora se le pide renunciar. Tiene sentido renunciar a todo lo opuesto a Dios, pero renunciar a lo que Dios te ha dado en compensación por tu fidelidad es incomprensible. 

La petición de Dios resulta tan escandalosa que el mismo redactor del texto comienza previniendo al lector: “Después de algún tiempo Dios puso a prueba a Abrahán” (22,1). Una prueba de fe; la petición de sacrificar al hijo va a poner en crisis la personalidad creyente del padre, le va a introducir en la noche, donde se verá obligado a preguntar: “¿está o no está el Señor conmigo? (cf Ex 17,7).

La disposición favorable a cumplir lo mandado y la pronta disponibilidad a cumplir algo tan doloroso  es una prueba evidente de que Abrahán había alcanzado un elevado grado en su vida de fe. ¿Dónde se apoyaría para no dudar a la hora de seguir el "insensato" (por carente de sentido) mandato de Dios? Posiblemente pesaron mucho en la memoria de Abrahán sus experiencias previas. El Señor ya le había mostrado antes su amor dándole una tierra inalcanzable y un hijo nacido del vientre seco de Sara, su mujer; y la promesa de ser padre de una multitud. Ahora le pide un nuevo imposible. ¿Cómo cumplirá el Señor su promesa de ser padre de naciones si le quita a su único hijo? El patriarca crucifica sus pensamientos y se deja llevar por la decisión de Dios. Se pone en marcha hacia el monte Moria apoyado en el amor y la fidelidad que Dios le había mostrado en situaciones anteriores .

El monte Moria es para Abrahán el lugar de la prueba, el paso por la experiencia de la más oscura y tenebrosa noche. Tal vez el Señor pudo haberle ahorrado ese trago, como pudo habérselo ahorrado a su Hijo en el Calvario, pero no lo hizo (cf Rm 8,32). ¿Qué sentimientos embargarían al padre subiendo al monte en compañía de su hijo? ¿Qué sentiría cuando le dijo: "padre, tenemos la leña y el fuego, pero ¿dónde está el cordero para el sacrifico?. Dios proveerá", respondió el padre" (Gn 22.7-8). Sin duda Abrahán subió al monte envuelto en las sombras de la noche. Llegó al límite de la fe apostando todo por  Dios: "llegado al sitio que le había dicho, levantó el altar, apiló la leña, alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo" (Gn 22,9-10). 

El final no es tan oscuro como esperaba el oferente, sino luminoso. A la más oscura noche le sucede el alba y la luz. El Señor detiene la mano del padre y le ofrece un carnero como sustituto de su sacrificio. Queda patente para él que Dios no quiere sacrificios humanos, algo propio de los falsos dioses que sólo pueden afirmarse en la negación de sus fieles. El ser de Dios es amor y vida; el cordero que sustituye a Isaac será una profecía del misterio de la Cruz, donde Dios  encarnado sustituye a los que deberían morir por su pecado, los hijos de Abrahán (cf Rm 5,6-9). 


Entrar en cuaresma es abrazar la noche

La Cuaresma es tiempo oportuno para adentrarnos con Abrahán en  la noche; para contemplarnos en esos momentos en que el Señor nos pone en situaciones de oscuridad. La renuncia a todo por Dios, propio de la vida espiritual,  trae necesariamente consigo la noche.  Al dejar atrás nuestras seguridades materiales o espirituales, al desaparecer de nuestros pies el suelo del dinero, el prestigio o la honra, un suelo sobre el que parecíamos caminar seguros, sucede el vacío, el miedo, la oscuridad. Al despojarnos de lo caduco en  que teníamos puesta la vida  entramos en la noche; y esto es bueno, porque el vacío de todo es el prefacio de la plenitud y la luz, la puerta  abierta a lo imperecedero, el acceso al espacio de Dios.

Son muchas las enseñanzas que podemos extraer de Gn 22. señalemos algunas: 

* La primera lección es que a Dios no se le conoce en el catecismo sino en la vida. La auténtica catequesis no es la de los conceptos sino la de la experiencia. Quienes piensan que son creyentes porque conocen literalmente el evangelio y la doctrina cristiana están equivocados. A Dios sólo se le conoce en la práctica del amor; y la fe sólo se verifica y madura en la vida, y más en concreto en las adversidades. Hubo de pasar Abrahán por la noche de la fe para entender que el dios que le llamó no es un dios de venganza y violencia sino de amor y vida.  Somos duros de mollera, y Dios lo sabe; por eso nos pone a menudo en noche, para que en las oscuridades volvamos la vista a Él, prestemos atención a  su presencia y le conozcamos de veras. 

* Otra enseñanza de Gn 22 es que el sacrifico que Dios quiere de nosotros no es material sino espiritual. Al final, aunque al texto proclamado hoy se le conoce como el del Sacrificio de Isaac, no hubo ningún sacrificio de sangre. Aunque sí hubo sacrificio espiritual. Se cumple en Abraham lo que predicaban los profetas y ratificó la carta a los Hebreos: 

Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo -pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mi— para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad. Primero dice: Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos, ni víctimas expiatorias, que se ofrecen según la ley. Después añade: He aquí que vengo para hacer tu voluntad. Niega lo primero, para afirmar lo segundo.” (Hb 10,6-9).

Meditar este párrafo de la carta a los Hebreos es un buen apoyo para vivir una auténtica cuaresma cristiana, evitando reducirla a unos ejercicios de ascética consistentes en la elección particular de unos sacrificios. Hay que sospechar de las cruces (propósitos) que selecciona uno mismo; cuando soy yo mismo quien escojo qué hacer me lo pongo fácil; el mérito está en tomar la cruz que se te da, no la que tú propones. Las cruces redentoras son las que Dios pone ante ti, las que vienen con la vida misma, incluida la obligación moral de ayudar a otros a llevar la suya; estas son las cruces que hay que abrazar. Y deberíamos acostumbrarnos a entender que cada obstáculo que hallamos en nuestro camino no es una piedra para el tropiezo sino una  oportunidad para superarse y crecer en el espíritu. ¿Dónde y cómo, sino en la adversidad, podemos practicar la compasión y la misericordia? 

* * *




2
EVANGELIO
Marcos 9,2-10

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.

Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

Estaban asustados, y no sabía lo que decía.

Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo.»
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».


Palabra del Señor

*
Cruz y Tabor

El Evangelio de la Transfiguración ilumina lo que sucedió a Abrahán. Conviene mirar la experiencia del monte Tabor (Mc 9,2.10) desde el contraste que le proporciona el monte Moria, o el monte Calvario. De hecho, siempre hay un antes y un después de cada experiencia de Tabor. Oscuridad y luz, dolor y placer, sufrimiento y gozo se aúnan en la experiencia de Dios (experiencia mística).

El Evangelio de Marcos narra antes de subir Jesús al monte lo que se ha dado en llamar “la crisis de Galilea”, un momento en el que el éxito fulgurante de la predicación y los milagros obliga a Jesús a ser realista, a hacerle ver a los suyos que tanto éxito es sólo una de las caras de la vida. En Cesarea de Filipo les dijo a los suyos que la moneda del Reino también tiene una cruz, que Él sería perseguido, torturado y llevado a la muerte. Pedro le recrimina esas palabras y Jesús le reprende dejando claro que ser discípulo lleva consigo sacrificios y la misma muerte (cf Mc 8,31-38). 

A continuación, y tal vez debido al desánimo que generaron esas palabras en los discípulos, Jesús sube con Pedro, Santiago y Juan al monte Tabor donde pueden gozar la experiencia de la transfiguración. Es una experiencia mística, un éxtasis de luz que les impresiona hasta el punto de quedarse mudos; es algo inefable, se quedan sin saber qué decir (Mc 9,6), pero con un deseo grande de que ese momento se prolongue eternamente. El Tabor es el contrapunto al Calvario; aunque de hecho ambos forman parte de la misma realidad que es la Pascua.

Al después gozoso del Tabor le sigue el descenso de la montaña con ánimo renovado, la vuelta a la realidad de cada día que ilumina lo que pudiera tener  de oscuridad y sufrimiento. El gozo de la oración fortalece para  el camino de la cruz, camino de Jerusalén, donde el Hijo del Hombre va a ser crucificado y resucitará (Mc 8,31).

Si Abrahán aprendió en Moria que Dios no quiere la muerte, los discípulos aprendieron en el Tabor que, paradójicamente, por el sacrificio de la propia vida, por  donación voluntaria,  se entra en comunión con la vida de Dios. Lo vivido en el Tabor es un adelanto de lo que está por venir si cada cual da muerte en sí mismo a todo lo que no es Dios.

También aquí, en la consideración del gozo del Tabor, viene bien una advertencia para quienes hacen de la vida cristiana una Pascua sin Cuaresma. Tal Pascua no existe. Como deja claro san Juan de la Cruz en su dibujo de la subida del monte, no hay día sin noche; sólo purgando nuestras mentiras en la noche tenemos acceso a la luz; sólo negándonos, siendo nada, llegamos a la cima donde sólo mora honra y gloria de Dios. Cuaresma es tiempo de poner en ese monte la mirada y dejarse atraer por su mirada de amor.

* * *


Un canto de Taizé puede iluminar este domingo: “En nuestra oscuridad, enciende la llama de tu amor, Señor”. Es una buena oración para la Cuaresma.

¿Qué es lo que iluminó a Abrahán en la noche de Moria? Sin duda alguna el amor de Dios, su fidelidad ya experimentada al darle una tierra y un hijo. Pero fue más allá. El corazón de Abrahán no se estancó en los dones de amor recibidos sino que, inflamado en ese  amor que expresaban los dones recibidos, se despegó de ellos y siguió profundizando en su relación con Dios.

La fe va siempre más allá, te da y sigue dándote cruces donde puedes ver la insignificancia de las cosas que te atan: ideas o ídolos que ocupan tu corazón y que cuando llegan los momentos críticos dejan ver su falsedad. Es la llama del amor de Dios la que da luz para conocer lo que realmente vale, lo que Dios quiere.

En Cuaresma mira tus noches con la memoria puesta en el amor que el Señor te ha mostrado hasta ahora. Su amor, no el tuyo. Puedes orar escuchando y haciendo tuyo el canto de Taizé citado antes: "En nuestra oscuridad enciende la llama de tu amor, Señor". En mi oscuridad, Señor, enciende tu luz; no permitas que olvide tanto amor como me has dado.

La paciencia de Dios para contigo, su amor, es la luz que te sostiene en la noche.

* * *
Otro comentario a la liturgia de hoy en;

Febrero 2024
Casto Acedo. 

viernes, 16 de febrero de 2024

Cuaresma y desierto (18 de Febrero)



EVANGELIO

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.

Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»

Palabra del Señor

*



El silencio del desierto

El primer domingo de Cuaresma nos invita a contemplar, el desierto como realidad espiritual. “El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles le servían" (Mc 1,12-13). Es difícil resumir en menos palabras el sentido de la vida cristiana. Un tiempo de desierto a donde el alma es introducida por el Espíritu recibido en el Bautismo. 

El desierto es la vida, donde se dan situaciones de oasis y de sequedad, de gracia y de adversidad; nos acompañan fieras peligrosas que amenazan  devorarnos (ira, soberbia, gula, avaricia, etc), y también la presencia de Dios que viene en nuestro socorro por medio de sus ángeles (personas y dones santos) que fortalecen nuestra vida espiritual.

Para lo que nos ocupa el desierto no es un lugar geográfico sino espiritual, una travesía ineludible para cualquiera. Dios nos lleva al desierto, como llevó a su pueblo Israel y a su Hijo,  para encontrarnos con Él y crecer en libertad. Porque el desierto es un ámbito de libertad, ahí se ejerce y ahí se madura, en la disciplina y la decisión; “libertad de” y libertad para”. El desierto y sus decisiones son el paradigma de la vida como experiencia cuaresmal y pascual. Necesitamos del desierto para hacer silencio en el alma y escuchar la Palabra, para morir al ego rompiendo las cuerdas que nos atan a él  y para caminar con decisión hacia la tierra prometida

“Libertad de” (AYUNO)

La Cuaresma es, pues, un tiempo de libertad que comienza con el retiro, con la huida hacia un páramo inhóspito donde ponerse a salvo de las asechanzas del “mundo civilizado”, de la sociedad de las prisas, la competitividad y las ambiciones desmesuradas. Quien quiera seguir a Jesús ha de comenzar por seguirle al desierto dejando atrás sus pertenencias: la soberbia de su poder, sus títulos y sus cargos, el prestigio de sus logros mundanos y los bienes materiales que endurecen su corazón por el miedo a perderlos.

El páramo o desierto es un “contramundo”, un lugar distanciado del ruido de la ciudad donde el anacoreta se refugia. No lo hace forzado por nada ni por nadie sino por propia voluntad; es un “automarginado” que se pone a distancia de todo aquello que el mundo pone ante él para seguir sometiéndole. “Porque lo que hay en el mundo —la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la arrogancia del dinero—, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo” (1 Jn 2,16).

En una de sus cartas dirigidas a un monje llamado Heliodoro, san Jerónimo, que llevó vida de eremita, muestra cómo en el desierto, abrazando la pobreza, la cruz y la soledad ha llegado a entender el evangelio:

¿Temes la pobreza? Pues Cristo llama bienaventurados a los pobres. ¿Te asusta el esfuerzo? Pues ningún atleta recibe la corona sin sudor. ¿Piensas en el sustento? La fe, sin embargo, no teme el hambre. ¿Recelas que puedas hacerte daño al dar en el duro suelo con tus miembros debilitados por el ayuno? Pero el Señor está contigo. ¿Se queda tiesa la enmarañada cabellera de tu cabeza sin lavar? Tu cabeza, sin embargo, es Cristo. ¿Te asusta la vastedad infinita del desierto? Camina en el espíritu por el paraíso. Siempre que subas a él con el pensamiento no estarás en el desierto.

En el desierto no hay apoyos exteriores que inclinen a las comodidades, ni personas encantadoras o mágicos artilugios que te faciliten distracciones agradables. El desierto inclina a estar de acuerdo con Él, a soltar cualquier cosa que no sea “el silencio de mi yo profundo”; cualquier otro elemento interpuesto está bloqueando la relación con Dios. El desierto ofrece esa "libertad de" que no se da en el mundo, donde el estrés y las sugestiones del ambiente abortan todo intento de pararse en Dios y crecer en el espíritu.


“Libertad para” (LIMOSNA)

Quienes se sienten amenazados por la civilización han huido siempre al desierto. Han encontrado refugio en él los proscritos y desterrados,  los perseguidos por la ley, los esclavos que pudieron escapar de sus cadenas,  los criminales a los que persigue la justicia o los que  buscan escapar de la venganza jurada por el enemigo. Al desierto se retiró Moisés temiendo la muerte por haber matado a un egipcio, Elías perseguido por la Reina Jezabel tras ejecutar a los profetas de Baal, David huyendo de Saúl, Juan Bautista, el propio Cristo, san Pablo, etc. Para muchos, desde Abrahán a Carlos de Foucauld, el desierto ha sido huida hacia adelante, recurso para preservar la vida; y al mismo tiempo  noviciado, espacio para el encuentro con uno mismo y  con Dios en la soledad.

¿Qué tiene el desierto? ¿Qué ofrece? Primeramente silencio. En la quietud el desierto es más fácil escuchar la voz de Dios.

“¿Qué salisteis a contemplar en el desierto? -dice Jesús- ¿Una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta “ (Mt 11,7-9).

No se busca ni se pude encontrar en el desierto el vaivén de modas, valores y costumbres  que tanto caracteriza  nuestra cultura; tampoco va al desierto quien busca oro o prestigio social. Quien allí acude lo hace porque está harto de vagar con su espíritu de aquí para allá, harto de buscar paz en esto y en lo otro, se ha esforzado y no ha encontrado satisfacción. Quienes van al desierto, desde la experiencia del desvalimiento físico y moral, descubren que lo que buscaban fuera lo tienen dentro; y lo hacen contemplando su debilidad y rindiéndose a la evidencia de que sin Dios no son nada. 

La libertad que da el desierto a quienes la buscan de verdad es consecuencia del encuentro con Dios en humildad.  Dejar la ciudad, la vida cómoda, el placer de los sentidos, el dinero, etc. por simple voluntarismo suele conducir al fracaso. El desapego y desprendimiento de las cosas del mundo, cuando se hace con fe y bajo la mirada del amor de Dios, libera al alma para amar, para dar lo mejor que lleva dentro, o, en palabras de san Pablo, libera para ser libres. “Para la libertad nos ha liberado Cristo” (Gal 5,1), que es lo mismo que decir que el despojo del desierto, la pobreza y humildad, son experiencias de una “libertad” que no puede ser  total sin unirle a una “libertad para”, libres para amar.  

La realidad social que vivimos está marcada por la "rapidación" y el estrés, lo cual está dando lugar a un crecimiento notorio en la demanda de  retiros de silencio y experiencias de soledad. No quiero terminar sin hacer una llamada importante para discernir qué se busca en  retiros o experiencias de desierto. Porque podemos caer en el bucle de hacer silencio para que mi vida no sea alterada por nada; me sereno para seguir dormido. Quién sólo procura  vivir en una “libertad de”, del cansancio, del agotamiento, del aburrimiento, etc., apatía egoísta, se llama esto, se está equivocando. 

Ir al desierto no significa cultivar un egoísmo espiritual, sino "libertad para" estar de un modo nuevo al servicio de los hermanos y del mundo. Aunque me retire al desierto y con la práctica del silencio conociera todos los secretos y todo el saber, si no tengo amor, de nada me sirve (cf 1 Cor 13,1-3). Hay quienes buscan en el silencio una huida de sus responsabilidades; Hay quien no deja el  ruido de la ciudad porque les agobie sino porque le cansa; pero no están dispuestos a renunciar a los placeres que le proporcionan los sentidos. Para éstos el desierto es sólo un alto que les lave el estómago y les permita seguir disfrutando de los placeres efímeros,  un espacio para vomitar el exceso de sensualidad que llega a saturar los sentidos.

Cuando el retiro no conduce a una “libertad para”, la libertad misma queda vacía. Si la música callada del desierto no despierta a la caridad no es silencio sino sordera, no es inmersión en la vida de Dios sino escape del mundo. Quien de veras acalla sus ruidos no puede evitar el grito del pobre y la llamada de Dios para ponerse al cuidado de la creación. La genuina libertad del desierto no puede renunciar a ser “libertad para”; san Ignacio de Loyola diría “para amar y servir”. ¡Cuidado con hacer de la cuaresma una huida!

* * *

(ORACION) 

Aprovecha el tiempo de Cuaresma para hacer silencio. Identifica cuáles son los ruidos que no te dejan oír la voz de Dios, las excusas que pones para no entrar en tu desierto. No tengas miedo al páramo y la sequedad en la oración. Tampoco temas a los tiempos de desolación que puedan venirle a tu vida. Mantente despierto, contempla. La vida es desierto. Transcribo para tu meditación dos textos que ayudan a amar y desear el desierto. El primero es de un Padre del desierto del siglo IV; el segundo, más conocido, es de El Principito, una obra contemporánea  admirada por muchos. 

1. 
“Quien está sentado en el desierto y cultiva el sosiego del corazón ha escapado a tres combates: oir, hablar, ver. Sólo le queda uno por librar: el combate con su propio corazón” (Evagrio Pontico)

2. 
—El desierto es bello — dijo el principito.
Era verdad; siempre me ha gustado el desierto. Puede uno sentarse en una duna, nada se ve, nada se oye y sin embargo, algo resplandece en el silencio...
—Lo que más embellece al desierto —añadió el principito— es que en cualquier parte esconde un pozo...
Me quedé sorprendido al comprender súbitamente ese misterioso resplandor de la arena. Cuando yo era niño vivía en una casa antigua en la que, según la leyenda, había un tesoro escondido. Sin duda que nadie supo jamás descubrirlo y quizás nadie lo buscó, pero parecía toda encantada por ese tesoro. Mi casa ocultaba un secreto en el fondo de su corazón...
—Sí —le dije al principito— ya se trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo que les embellece es invisible.” (Antoine de Saint Exùpery).

Aprovecha la Cuaresma para contemplar y hallar en el desierto ese pozo o tesoro invisible que esconde.

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martes, 13 de febrero de 2024

Eres polvo y al polvo volverás (Mcoles de Ceniza).

Esta reflexión se basa en Gn 3,1-9. El texto bíblico está al final.


Comenzamos la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza. “Acuérdate de que eres `polvo y al polvo volverás”.  

Adán y Eva, padres de la humanidad, o si lo prefieres, la humidad toda en ellos, es seducida por el mal, que se les presenta como “atrayente a los ojos y deseable para lograr inteligencia” (Gn 3,6). En sus cavilaciones mentales llegaron a la conclusión de que Dios, al poner freno a sus deseos desordenados, no pretendía su bien sino que les da unos mandatos para impedir que descubran que ellos mismos son  dioses. Así lo sugiere la serpiente a Eva: “No, no moriréis;  es que Dios sabe que el día en que comáis el fruto del árbol prohibido se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal” (Gn 3,4).

Creyéndose más  listos que Dios comen del fruto olvidando su palabra, volviéndose contra Él,  sin percatarse de que al mismo tiempo están volviéndose contra ellos mismos. El mal daña a quién lo recibe, pero daña aún más a quien lo practica y promueve. La consecuencia del mal es la ruptura con Dios (se esconden de Él), con los demás (Adán echa la culpa a Eva y ésta también la echa fuera, a la serpiente) y finalmente ruptura con la naturaleza (la creación antes amiga se muestra ahora  hostil).

¿Queda abandonada la humanidad  a su suerte? De ningún modo. Dios promete que vendrá quien pise la cabeza a la serpiente (Gn 1,15). Pero antes se ha de dar un cambio de actitud en quien quiera ser redimido de su culpa. Ese cambio o  conversión  requiere “abrir los ojos” para poder ver su propia realidad de criatura y así despreciar con convicción la soberbia tentación de creerse dios. 

“Comerás el pan con sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste sacado; pues eres polvo y al polvo volverás” (Gn 3,19).  ¿Son estas palabras una maldición? Hay quien las ve así, pero ¿es propio de Dios maldecir? No. La expresión “eres polvo (tierra) y al polvo volverás” es ante todo una llamada a despertar. Si la serpiente había dicho a Eva que al comer del árbol prohibido se les abrirían los ojos y verían que son dioses, Dios, al anunciar que habrán de  pasar por el sufrimiento para poder subsistir, está poniendo ante ellos un medio o camino para que despierten (abran los ojos) a la verdadera realidad: que son tierra, ladrillos de adobe, vasijas de barro, debilidad, ... dependientes de Dios.

La ceniza que se impone el Miércoles  que  abre la Cuaresma es un signo que recuerda la realidad siempre actual del pecado, que no es en esencia sino rebelión contra Dios, pero que además lleva al enfrentamiento con los hermanos y a la hostilidad con la creación. ¿Qué son las ambiciones, las envidias, las guerras, etc.  sino la no-aceptación de la pequeñez del ser  humano que quiere ser dios, dominador del mismo Dios y de los hermanos y con derecho a la explotación de la tierra en su particular beneficio?  El error del hombre es el de recurrir a estructuras de humo (violencia, miedos,  manipulación, ambiciones, engaños...) para mantener en pie el edificio de la humanidad. La conversión, por el contario, es poner el amor de Dios y el seguimiento de su Palabra como fundamento del edificio humano (cf Mt 7,24-25).

La ceniza invita al recuerdo, “acuérdate”, invita a mirar en el “polvo, barro, arcilla, tierra” el origen del ser del hombre. Adán significa “sacado de la tierra”. Eres polvo, y deberías saber que si puedes levantarte del suelo es porque Dios te insufla su Espíritu. Para seguir gozando del favor de Dios has de dejar tu pedestal soberbio y reconocerte de nuevo en lo que eres: tierra, polvo. "Volverás a ser polvo", recobrarás tu humildad primera, dice el texto; no es maldición, es una promesa cuyo cumplimiento puedes trabajar en Cuaresma contemplando a Dios en su grandeza y poniéndolo de nuevo en el centro de todo. 

* * *

 La cuaresma es tiempo de meditar, de recordar que no es el hombre quien crea a Dios, como dicen los ateos, sino que es Dios quien crea al hombre. Es bueno recordar que le debemos la vida misma, y también el alimento que recibimos, la salud que nos mantiene en pie, el amor que nos envuelve, etc. Acuérdate de que eres nada, vacío, ceniza; y que si algún valor tienes es porque te lo ha dado Dios soplando en ti el aliento de su Espíritu.

Cuaresma es oportunidad para despertar a la realidad de criaturas amadas de Dios, oportunidad de abrir los ojos para verme a mí mismo y ver la realidad toda con los ojos de Dios; oportunidad de contemplar el milagro divino que se esconde detrás de lo que vemos. ¡Contempla a Dios en este tiempo y se te abrirán los ojos para ver que eres polvo bendecido, eres verdad, bondad y belleza de Dios! Déjate seducir e iluminar por su Palabra que es Jesucristo,  y  hallarás la vida que tanto deseas.

Para alcanzar la meta del retorno a Dios la Iglesia pone a tu disposición unos medios útiles:

*La escucha atenta a la Palabra de Dios; cada día y especialmente en algunos días de retiro espiritual entra en silencio y ponte a la escucha.

*El sacramento de la Penitencia y el de la Eucaristía, para ratificarte en el amor de Dios que "reconcilió consigo al mundo por la muerte y resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados" y te da a beber "su sangre derramada por muchos para el perdón de los pecados".

*A la invitación a intensificar en este tiempo la practica de la oración: "velad y orad para no caer en la tentación" (Mt 26,41) y la participación en la vida litúrgica sacramental, la Iglesia te invita  también a la limosna, la práctica de las obras de misericordia: "muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho" (Lc 7,47)

Escucha de la Palabra, oración y limosna (misericordia) son medios para "recordar lo que eres" y así alcanzar humildad, que es la mayor de la virtudes; en este tiempo no te van a faltar invitaciones a la conversión por parte de tu parroquia. Pero no olvides que el medio más importante, tanto es así que se equipara al fin que se persigue, es el mismo Dios, que en en un exceso de amor, te muestra cómo en Jesucristo, su Hijo, experimenta  en su propia carne la debilidad de la condición humana. Nos enseña de este modo tan admirable que el abajamiento a la propia realidad de nuestra carne es el primer paso para ser elevado por Él al estado original de Adán; mejor aún a la sublime belleza de la "vida en Cristo"; ya no mirarás con nostalgia el tiempo en que fuiste  sino el presente que eres y serás, más grandioso que el primero, "pues si en Adán morimos  todos, así en Cristo todos seremos vivificados" (1 Cor 15,22).

"Recuerda que eres polvo", y recuerda todo lo que Dios ha hecho por ti. Recuerda su amor. ¿Merece la pena volverse contra Él? Conócele esta Cuaresma y conócete a ti mismo en Él.

¡Feliz Cuaresma!

*

Apéndice



LECTURA DEL LIBRO DEL GÉNESIS 3,1-19

La serpiente era más astuta que las demás bestias del campo que el Señor había hecho. Y dijo a la mujer: «¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín?». La mujer contestó a la serpiente: «Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; pero del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: “No comáis de él ni lo toquéis, de lo contrario moriréis”». La serpiente replicó a la mujer: «No, no moriréis; es que Dios sabe que el día en que comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal».

Entonces la mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos y deseable para lograr inteligencia; así que tomó de su fruto y comió. Luego se lo dio a su marido, que también comió. Se les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban desnudos; y entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.

Cuando oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, Adán y su mujer se escondieron de la vista del Señor Dios entre los árboles del jardín. El Señor Dios llamó a Adán y le dijo: «¿Dónde estás?». Él contestó: «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí». El Señor Dios le replicó: «¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?». 1Adán respondió: «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí». El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Qué has hecho?». La mujer respondió: «La serpiente me sedujo y comí».

El Señor Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho eso, maldita tú | entre todo el ganado y todas las fieras del campo; | te arrastrarás sobre el vientre | y comerás polvo toda tu vida; | pongo hostilidad entre ti y la mujer, | entre tu descendencia y su descendencia; | esta te aplastará la cabeza | cuando tú la hieras en el talón».

A la mujer le dijo: «Mucho te haré sufrir en tu preñez, | parirás hijos con dolor, | tendrás ansia de tu marido, | y él te dominará».

A  Adán le dijo: «Por haber hecho caso a tu mujer | y haber comido del árbol del que te prohibí, | maldito el suelo por tu culpa: | comerás de él con fatiga mientras vivas; | brotará para ti cardos y espinas, | y comerás hierba del campo. Comerás el pan con sudor de tu frente, | hasta que vuelvas a la tierra, | porque de ella fuiste sacado; | pues eres polvo y al polvo volverás»

¡Palabra de Dios!. 

Febrero 2024
Casto Acedo 

jueves, 8 de febrero de 2024

Si quieres, puedes limpiarme (Domingo 11 de Febrero)

EVANGELIO 
Mc 1,40-45

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.»

Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.»

La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.

Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»

Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

Palabra del Señor
*
Conjugamos el comentario del evangelio de hoy con  la celebración de la Jornada de Manos Unidas. 


San Marcos es reiterativo al narrar los milagros de Jesús. El evangelista debió ser muy sensible al sufrimiento y le debió llamar poderosamente la atención la exquisita sensibilidad de Jesús para con las personas que sufren.

Tal vez por eso coloca en su primer capítulo la narración de varios milagros, con lo que muestra que Jesús no se limita a decir "ha llegado el Reino de Dios", sino que lo actúa. Se cumple así lo que ya anunciara el profeta Isaías para los tiempos mesiánicos: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres reciben la Buena Noticia” (Mt 11,5; Is 35).

Jesús y los marginados

En el evangelio de este domingo Jesús sana a un leproso, alguien condenado de por vida a la marginación (Mc 1,21-28). Tal como dictaba la ley de Moisés a los leprosos había que echarlos fuera de los límites de la aldea. Pero Jesús parece no compartir el legalismo y da un paso hacia adelante no ciñéndose a los preceptos. Más allá de la lepra ve a una persona marginada, rechazada, condenada a ser un cadáver viviente; y apuesta por ella: extiende la mano y le toca. ¡Qué ejemplo el de Jesús!

La lepra en la Palestina del siglo I era una pesadilla social y un estigma religioso según la ley judía. El leproso era considerado enfermo a causa de sus pecados y además, al ser portador de una enfermedad contagiosa, era un proscrito por el peligro que suponía para la salud de la comunidad. Por eso se le condenaba al distanciamiento social. Tocarle no sólo era un acto de irresponsabilidad porque te podrías contagiar, también incurrías en impureza (pecado) si lo hacías. Al leproso se le obligaba a vivir más allá de las fronteras de la población, a andar “harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: ¡Impuro, Impuro!” (Lv 13,44-45).

Jesús percibe el sufrimiento y la dolorosa exclusión del leproso; lo mira no desde el prejuicio de la ley sino desde su ser persona, hijo de Dios, y digno de consideración. Se acerca y toca la enfermedad, contraviniendo así las más elementales normas de higiene y pureza legal. Con su actitud está afirmando que el leproso sigue siendo una persona digna, y muestra a todos que por encima de las leyes hay que poner la practica la misericordia como eje fundamental para conducirse en una vida según Dios.

La Iglesia, comunidad de discípulos de Jesús, no sin deficiencias, ha seguido y sigue los pasos compasivos de Jesús con la atención a viudas y huérfanos, la erección de hospitales, la habilitación de centros de acogida a peregrinos, la construcción de hogares para mayores; estableciendo escuelas y universidades, fundando cofradías y hermandades, etc. 

Prueba de ese interés de la Iglesia por mostrar el rostro misericordioso de Dios es la organización católica Manos Unidas, Campaña contra el hambre, que celebra este día su jornada de concienciación y su colecta. 

Manos Unidas 

Siguiendo los pasos de Jesús, como respuesta a su llamada a paliar la injusticia y el sufrimiento del mundo, nació en España, en al año 1958, Manos Unidas, organización no gubernamental de la Iglesia Católica para la promoción y desarrollo de los países del tercer mundo. Su finalidad es la lucha contra el hambre, la ruina, el desalojo, la pobreza, el subdesarrollo y las causas que lo provocan. Y un detalle que pasa desapercibido: nació de manos de mujeres de Acción Católica. 

Alguien me hizo notar no hace mucho que, si me fijo en las instituciones caritativas de la Iglesia que funcionan bien, tome nota de que suelen estar en manos de mujeres. Mujeres luchadoras, perseverantes, valientes. Un detalle a tener en cuenta. No le falta razón a quienes destacan el papel de las mujeres como referentes actuales de la promoción de la justicia social. 

El primer impulso de aquellas mujeres salidas de una posguerra de hambre y miseria permanece vivo. Manos Unidas sigue siendo un signo de la presencia siempre actual de Jesucristo en el mundo, una prueba evidente de que el Reino de Dios ha llegado.

Los campos de la marginación siguen siendo amplios hoy: tenemos refugiados de varias guerras que buscan cariño y asilo, hay minorías religiosas, culturales o raciales que sufren la afrenta de la persecución; rechazo y hostilidad hacia el inmigrante, negación de la vida del no nacido, olvido del anciano y del enfermo terminal; también existe la marginación económica de millones de personas que a causa del mal reparto de los bienes de la tierra se ven obligados a vivir bajo mínimos; niños sin hogar en las grandes ciudades, indígenas recluidos en reservas condenados a la extinción; exclusión del diferente, ya sea por minusvalía física o por incapacidad psíquica, por razón de la raza, la religión o el género... etc.



El efecto ser humano

Este año Manos Unidas invita a tener en cuenta que, sin negar la atención inmediata a quien sufre las consecuencias de la injusticia y el mal, es urgente actuar también sobre las causas que conducen al sufrimiento de los más pobres. Y, en línea con la carta del Papa  Laudato Si´, sobre el cuidado de la casa común,  pone su acento en la "enfermedad de la tierra".

"La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado -dice la carta- también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura" (n. 2).

Tan faltos estamos de conciencia cósmica y social en la Iglesia que puede que a muchos les resulte extraño el eslogan escogido para este año: El efecto ser humano, la única especie capaz de cambiar  la tierra. Cada cual con su acción personal, y cada comunidad con las políticas ecológicas que aplique, puede cambiar la tierra; eso sí: para bien o para mal. Se impone por ello tomar conciencia y formarse adecuadamente para conocer cómo la contaminación ambiental influye en la vida diaria de la gente. No se puede desligar el cuidado de las personas del cuidado del medio ambiente, porque, como quedó dicho antes, "nosotros mismos somos tierra", no sólo estamos en el mundo sino que somos mundo y todo lo que afecta a la naturaleza afecta de una u otra forma a toda creatura, ser humano incluido.

"El calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres" (n 51). Un ejemplo: "Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable. Esa deuda se salda en parte con más aportes económicos para proveer de agua limpia y saneamiento a los pueblos más pobres. Pero se advierte un derroche de agua no sólo en países desarrollados, sino también en aquellos menos desarrollados que poseen grandes reservas" (n.39). Es cierto que "la tierra de los pobres del Sur es rica y poco contaminada, pero el acceso a la propiedad de los bienes y recursos para satisfacer sus necesidades vitales les está vedado por un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso". (n 52)

No es este el lugar para extendernos en la importancia del cuidado de la tierra como tarea ineludible para un mundo más justo. Remito a una lectura pausada de la carta encíclica del Papa Francisco  Laudato Si´; también podéis acceder al breve video que  Manos Unidas divulga en esta campaña; lo podéis ver clicando este enlace:


* * *


“Si quieres puedes limpiarme”, un grito que dirige el leproso del evangelio de hoy a Jesús, y que te dirige a ti. La misma petición angustiosa nos viene de la tierra enferma de contaminación:  si quieres puedes limpiarme. Está en tu mano. Es cuestión de voluntad personal, política y económica.

En este domingo de la Campaña contra el hambre en el mundo, haz tuyo el evangelio de Jesús que te pide actuar contra la lepra que pudre la carne del planeta; aprende que el cuidado de los hermanos pasa por el cuidado de la casa común. Conciénciate y sé generoso con tu aportación a paliar el sufrimiento de los pueblos más pobres y a mejorar las condiciones de vida de personas y comunidades desfavorecidas. No es compasión paternalista, es justicia lo que reclaman.
 
Febrero 2024
Casto Acedo