jueves, 28 de diciembre de 2023

Sagrada familia (31 de diciembre)


LECTURA
DE LA CARTA DEL A PÓSTOL SAN PABLO 
A LOS COLOSENSES 3, 12-21

Hermanos:

Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia.

Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro.

El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.

Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta.

Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo.

Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.

Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.

Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.

Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso agrada al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan el ánimo.

Palabra de Dios


En la fiesta de la sagrada familia hay una pregunta que deberíamos hacernos: ¿Qué está pasando con la familia cristiana? Porque es evidente que el modelo de familia que ha imperado en nuestra sociedad hasta no hace mucho ha sido el de una pareja heterosexual, casada por la Iglesia y regida según los criterios de unidad, fidelidad, indisolubilidad y fecundidad; y da la sensación de que estas propiedades esenciales del matrimonio y familia cristianos no atraviesan momentos de simpatía.

La transición democrática y la ley de divorcio aprobada en España en junio de 1981 dio paso a un nuevo estado de cosas en lo que se refiere al modelo de familia imperante hasta entonces. Hasta ese momento la realidad de la familia tenía como único punto de referencia el matrimonio eclesiástico. Casarse por la Iglesia no era una elección sino, en cierto modo, una obligación. Y un matrimonio sutilmente condicionado por presiones políticas o sociales no es ciertamente lo más adecuado para ser llamado cristiano, porque sin libertad no puede haber tal matrimonio. Ya apuntábamos en este blog que una cosa es “casarse por la Iglesia” y otra muy distinta “casarse en el Señor” (cf La identidad de la familia cristiana).  Son muchas las parejas que hasta hace poco se casaban por la Iglesia, pero cada vez más escasas dentro de estas las que lo hacían con un sentido de fe y comprensión cristiana del amor y la familia. 

La opción por el contrato matrimonial como forma de vivir en pareja parece estar en franca decadencia en los últimos tiempos; basta comprobar la disminución de bodas celebradas tanto en las Iglesias como en los juzgados. ¿Qué está pasando? Me atrevo a decir que vivimos un cambio cultural que afecta de lleno a la institución familiar. 

Reseñaría Como causa primera de la crisis familiar que padecemos podríamos señalar al individualismo y el poco interés por la dimensión espiritual de la vida. La vida matrimonial y familiar, se sea religioso o no, requiere una espiritualidad, un modo de entender las relaciones de pareja, en la que el amor de donación gratuita ocupe el centro. Y no está muy d moda entre nosotros este amor en gratuidad. En una sociedad narcisista e interesada el amor tiende a ser comprendido como un elemento más del juego del “te doy para que me des” (do ut des), es decir, el valor de la gratuidad (donación sin interés, sin esperar nada cambio), tan necesario para una sana y adecuada convivencia familiar, no goza hoy de mucho prestigio.


Amor cristiano

¿En qué consiste ese amor tan esencial a la vida en pareja y único garante para una vida  familiar sólida? El texto que se proclama hoy de la carta de san Pablo a los Colosenses (3,12-21) ofrece unas claves esenciales para una intelección y renovación del matrimonio y familia cristianos. 

Primeramente, da a entender el apóstol,  se ha de tener conciencia de ser “elegidos, santos y amados”, es decir, consciencia de ser sujetos de un amor inmerecido. Hay una felicidad y alegría interior en quien se sabe “santo y amado” que le dispone de modo natural a vivirse en donación. La conciencia del amor recibido dispone al alma a dar ese amor. Bonum est diffusibum sui, el bien, por sí mismo, por su propia naturaleza, tiende a difundirse. 

Desde ese reconocimiento del valor de uno mismo al contemplarse desde la mirada amorosa de Dios, se pueden seguir las recomendaciones que a continuación se dan en la carta“revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia”. El hombre viejo es movido por el interés, el egoísmo, las pasiones carnales,… El hombre nuevo se reviste de Cristo y nutre su vida espiritual con los dones de su amor, un amor vivido en la “dimensión de la cruz”, es decir, amor que se sobrepone a las dificultades de la convivencia. 

“Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga queja contra el otro”. Esto es llevar la cruz. ¡Cómo recuerda esta frase las palabras con las que Jesús en la cruz pide al Padre perdón para los mismos que le han crucificado! (cf Lc 23,34). Este ejercicio de ascesis es básico para madurez de la vida matrimonial y familiar. Se da a entender aquí que el amor conyugal y de familia es una decisión, una “determinada determinación”, un entusiasmo por afrontar cuantos obstáculos se opongan a su realización. Sin esta decisión es imposible el éxito en la vida familiar. Dios llama y ayuda, pero no hará lo que tú puedes hacer. “El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo”; Dios no pide nada que Él mismo no haya hecho antes. 

Y la pieza clave: “Por encima de todo eso, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta”. A la ascética le sigue la mística. Si el esfuerzo por trabajar la comunicación y el entendimiento entre los miembros de la familia es importante, más lo es la meta a la que esos trabajos conducen: el amor, definido aquí como “vínculo de la unión perfecta”. Esto es precioso de saber y de vivir. Este amor es la piedra angular de todo el edificio comunitario y familiar. El vínculo capaz de hacer de dos una sola cosa no es otro que el Espíritu Santo, Dios-Amor obrando, vinculando, uniendo. 

Decía san Agustín que en la Santísima Trinidad conviven en unidad el amante (Padre), el amado (Hijo) y el amor (Espíritu Santo). Jesucristo desea esa misma unidad para todos los hombres: “que todos sean uno como tú y yo somos uno” (Jn 17, 21).  El matrimonio y la familia como comunidad (iglesia doméstica) se fundamentan en la fe de que es el Espíritu Santo el que une en el amor a sus miembros. No es mi amor el que perfecciona a mi vida conyugal y familiar, sino el amor de Dios que está en medio de ella. 

Paz y  gratitud.

Tras esta lección acerca de las relaciones personales, san Pablo se prodiga en bendiciones y deseos. Como si la comprensión de ese inmenso amor de Dios llevara sin esfuerzo alguno a otros bienes inefables. “Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón; a ellas habéis sido convocados en un solo cuerpo”. La vida en común es una llamada a la paz, a la seguridad de unas relaciones fundadas en el protagonismo de Cristo. 

Y con la paz la gratitud: “Sed también agradecidos”; un corazón agradecido se fija más en lo que recibe que en lo que da, y no es exigente sino generoso Y así es quien no mira sus relaciones desde la filosofía del mundo, sino desde la sabiduría de Dios, por eso dice “La Palabra de Cristo habite en vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente”. Hermoso este último consejo que invita al diálogo, a darse mutuamente ánimos, a compartir entre esposos y familia la esperanzas y experiencias de vida aprendidas en del evangelio. 

Sigue el texto de Colosenses invitando a la alabanza: "Cantad a Dios dando gracias de corazón”, y a ser ejemplares en el hablar y el hacer: ”Que todo lo que de palabra o de obra realicéis sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios por medio de él”.


¿Autoridad del marido sobre la mujer?

Finalmente san Pablo da un giro remitiéndose a lo concreto de las relaciones familiares; y lo hace con unas palabras que han de ser leídas en el contexto cultural de una sociedad patriarcal: “Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos”. 

No pasa desapercibida para la sensibilidad feminista la afirmación “mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos”. ¿Consagra esto algún tipo de superioridad del varón sobre la mujer? ¿No hay igualdad de dignidad entre esposo y esposa? Creo que no podemos extraer de aquí conclusiones descontextualizadas. Basta prestar atención a todo lo dicho con anterioridad para no caer en una lectura fundamentalista de esta frase. 

También se dice a continuación: “maridos, amad a vuestras mujeres y nos seáis ásperos con ellas”, y si este consejo no vemos inconveniente en aplicarlo también a la mujer, ¿porqué no referir  el primero también al marido? Un cristianismo del siglo XXI no puede caer en el error de justificar supuestas superioridades por razón de sexo o género. El sensus fidei -sentido global de un texto a la luz de toda la escritura- nos remite a considerar el trato y consideración dados por Jesús a la mujer, revolucionario en su tiempo. Y desde esa visión evangélica debemos leer estos últimos párrafos, que no apunta sino a que se lleve a la práctica en la convivencia familiar todo lo que se ha expuesto antes: amor, compasión, perdón.

* * *

En esta fiesta de la Sagrada familia, demos gracias por el  inmenso don de poder disfrutar de unos padres, unos hijos y unos hermanos. Y cuando no se tienen, o hay problemas de por medio, no dejemos de predicar y aspirar al “amor como vínculo de perfección”. 

Jesús nació, creció y vivió en una familia. Se nos está diciendo con ello que la realidad familiar es algo querido por Dios y por lo que merece la pena trabajar. ¿Cómo? Esforzándonos por escuchar, acoger, animar a todas las personas que viven situaciones familiares difíciles; y siendo conscientes de que para una renovación de la vida familiar según Cristo no basta nuestra ascesis; hay que dar paso al “amor de Dios”, al Espíritu Santo como vínculo de unión, tal como hemos anotado. 

Comenzábamos diciendo que la familia cristiana, o mejor la institución familiar, está en crisis. Muchos son los que se sienten desorientados espiritualmente ante los "nuevos modelos de familia". En la consideración de esta realidad no olvidemos el “principio misericordia” evitando condenar a las personas sólo por el hecho de que su relación de pareja o modelo de familia nos descoloque.

Cualquier crisis en la vida familiar, lo hemos dicho antes, suele ser consecuencia de una crisis más amplia: la crisis de espiritualidad y de religiosidad derivada de ella. ¿Qué hacer para poner en valor la familia cristiana? Algo tan simple como poner a Cristo en el centro de mi vida personal y familiar. La renovación de la espiritualidad familiar no vendrá por leyes y condenas sino por el testimonio de amor que demos en nuestros hogares. Los consejos que da san Pablo en la carta a los tesalonicenses bastan para nutrir una espiritualidad familiar digna del nombre de Jesucristo. 

Felicidades a todas las familias. Y gracias, Señor, por este don que a veces no sabemos valorar hasta que nos falta.
*
Diciembre 2023. 
Casto Acedo

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