Dios es compasión. Jesús, enviado del Padre muestra la compasión de Dios. Quien practica la compasión o amor misericordioso cumple la ley entera. Urge recuperar la mirada compasiva sobre la realidad que vivimos: auto-compasión y compasión fraterna son claves para la vida cristiana.
CARTA DE SAN PABLO A LOS ROMANOS, 5,6-11.
Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ... Si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Y no sólo eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.
EVANGELIO. Mt 9,36
Al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor.
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Si hay una palabra que define al Dios de judíos, musulmanes y cristianos, esa es “compasión”. Cuando Moisés preguntó a Dios por su nombre “el Señor pasó ante él proclamando: el Señor, el Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad” (Ex 34,6). El Corán abre su mensaje con alabanzas a la compasión de Dios: "Alabado sea Dios, Señor del universo, el compasivo, el misericordioso” (1 S 1-2), y Jesús invita a ser como Él, igual al Padre en compasión y misericordia: "Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis" (Jn 13,14-15). “Sed compasivos como vuestro padre del cielo es compasivo” (Lc 6,36).
Hoy el Evangelio abre haciéndonos saber la compasión de Dios en Jesucristo: “Al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor”.
El evangelio de san Juan nos dice que “Dios es amor”, y desde ahí podemos afirmar sin temor a equivocarnos que “Dios es compasión”. ¿No es la compasión una consecuencia necesaria del amor? ¿Acaso se puede amar sin condolerse de los sufrimientos de la persona amada? Pues bien, el amor de Dios es universal, y también su compasión alcanza a todos los seres.
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Jesús hizo de su vida un acto de compasión. Desde la encarnación hasta la cruz va dejando ver el alcance de la misericordia del Padre. Desborda compasión cuando le sale al paso la enfermedad y la muerte (Mt 20,34; Mc 1,41; Lc 7,13); se compadece de quienes padecen hambre (Mt 14,14; 15,32 / Mc 6,34; 8,2) o, como deja ver el evangelio de este domingo, hace suyos los sentimientos de quienes viven extenuados y abandonados (Mt 9,36). En cada uno de estos textos el evangelista echa mano de un término griego: splagchnizomai, que significa sentirse conmovido en las entrañas y en los intestinos, misericordia entrañable.
En los relatos de los milagros encontramos esta palabra una y otra vez: “Se le acerca un leproso, suplicándole ... Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio»” (Mc 1,40-41). “Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer” (Mt 15,32), dijo antes de la multiplicación de los panes. Antes de resucitar a un joven hijo único de una viuda “se compadeció de ella y le dijo: «No llores»” (Lc 7,13).
La cima de la compasión divina que trae Jesús tiene lugar en la cruz; ahí confluye el amor del Padre que se da en la adversidad suprema del rechazo por parte de los mismos a los que perdona: “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Segunda lectura de hoy). ¿Puede existir un amor-compasión mayor?
El amor compasivo es la clave del Evangelio; y podemos decir sin temor a equivocarnos que es a su vez la clave de la vida. Si Dios es compasión y el hombre es imagen de Dios es claro que la compasión es parte esencial del ser humano, que sin ella nadie puede vivir dignamente y queda incompleto; por eso Jesús invita directamente a practicar la compasión, no sólo para hacer méritos sino para conocernos y aceptarnos en lo que somos. Quien no desarrolla en su ser el amor compasivo desperdicia su vida. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7) “Andad, aprended lo que significa "Misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a justos sino a pecadores” (Mt 9,13). “Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia” (Col 3,12)
La variedad de la compasión
1) Autocompasión. Para acceder a las riquezas de la compasión has de cambiar primero tu mirada sobre ti mismo. Acostumbrado a verte como el eje sobre el que gira todo lo que ocurre a tu alrededor, necesitas aprender a mirarte desde fuera, con los ojos del mismo Dios. El primer paso para alcanzar compasión es comprender que eres una de esas ovejas a las que Jesús mira y compadece “porque anda extenuada y perdida”. Cansancio y pérdida de sentido. ¿No has sentido nunca esas sensaciones? Jesús se compadece de ti.
Sentir la compasión de Dios sobre ti es un buen ejercicio de oración; además, este primer paso es necesario; para amar, perdonar y aceptar a otros has de empezar por amarte, perdonarte y aceptarte a ti mismo. Contemplarte desde Dios te lleva a quererte desde Él, a reconciliarte contigo mismo, a pedir perdón a Dios. "Por Jesucristo hemos obtenido la reconciliación".
2) Compadecer con todos. En segundo lugar has de abrir tus puertas de par en para hacer tuyo el sufrimiento del mundo. Esto sólo es posible desde un maduro amor fraterno. La compasión no es un simple gesto externo de solidaridad, algo tan simple como poner tu tiempo, tu dinero o tus conocimientos al servicio de quien sufre en el cuerpo o en el espíritu; ser compasivo es algo más profundo que nace de dentro, es estar dispuesto a carga y sufrir los dolores del mundo.
Quién es compasivo no hace suyo el padecimiento de los hombres por simple empatía o capacidad para ponerse en lugar de otros; su motivación es más honda: ha llegado a asimilar que el prójimo no le es ajeno, que él es en ellos y ellos son en él, que ellos son su carne y en ellos es él mismo quien sufre. El compasivo hace suyos los gozos y los sufrimientos del mundo, como Jesús (cf GS 1).
3) El milagro de la compasión. Contempla el milagro salvador de la compasión. Mirando a Jesús en la pasión y la cruz puedes ver el efecto devastador de tus pecados y los de tus hermanos; sus llagas llevan el sello de la traición, el abandono, la violencia, el rechazo, la marginación. En Jesús confluyen todos los males del mundo, "cargó con nuestros pecados". Contémplale en la cruz asumiendo toda la miseria, toda la negrura, recogiendo toda la basura humana. “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).
Veo en la cruz el corazón de Jesús convertido en un horno encendido de amor que absorbe todo el sufrimiento del mundo, todo pecado. Mientras más miserias absorbe y quema, más potente es la llama del amor y más calor desprende. “Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”, dice San Pablo (Rm 5,20). Este el milagro de la compasión.
Dice san Juan de la Cruz hablando del fuego del Espíritu en Jesús: ¡Oh cauterio suave! ... matando muerte, en vida eterna la has trocado! Ser compasivo es "matar muerte", responder con amor, perdón y aceptación al odio, la venganza y el rechazo. Porque al mal sólo le vence la abundancia de bien. El amor compasivo de Cristo es el más grande e inimaginable porque absorbió y purificó en su fuego los pecados del mundo entero. "Cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado" (1 Pe, 2,24).
Pues bien, cada vez que reconoces tus errores, te auto-compadeces y te acercas al amor sanador de Jesús, cada vez que acoges los sufrimientos del mundo como tuyos y los quemas en tu corazón con el combustible del amor y el perdón, cada vez que tus entrañas se conmueven ante el sufrimiento y suavizas el dolor de tus hermanos haciendo tuya su cruz, estás manteniendo encendida la llama del amor divino en tu corazón. Ahí estás haciéndote uno con Cristo, reconciliando a la humanidad consigo misma y con Dios.
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Contemplación y acción. Lo que has leído te puede servirte para contemplar la compasión de Dios y darte alguna pista para encontrarte con ella. Pero no olvides que esto que miras sólo son letras en una pantalla e ideas en tu mente. Son sólo una chispa de luz. De ti depende que en tu corazón prenda el fuego abrasador que arrastró a Jesús a una compasión sin límites. Sin compromiso de vida por tu parte todo lo dicho aquí es sólo un juego de palabras que se lleva el viento. El amor compasivo sólo se palpa en la vida. ¿Recuerdas lo que le dijo Jesús a quien le preguntó quién era el prójimo al que debe amar? Le contó la palabra de El buen samaritano, y luego le preguntó: "¿Cuál de los tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». El
dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo»" (Lc 10, 36-37). Pues eso, ¡anda y haz tú lo mismo!
¡Feliz domingo!
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Junio 2023
Casto Acedo
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