viernes, 28 de octubre de 2022

Al hilo de la Palabra (30 de Octubre)


EVANGELIO  (Lc 19,1-10):

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.

En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. 

Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.

Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

¡Palabra del Señor1

* * *

Primera escena: 
Zaqueo busca Jesús .

Contemplamos hoy la conversión de Zaqueo. Toda conversión parte de una búsqueda, de una necesidad previa que necesita ser satisfecha. Y el evangelio nos deja ver que Zaqueo no llevaba una vida satisfactoria, y él mismo lo deja ver. El hecho de que tratara de ver y saber quién era Jesús, el profeta del que todos se hacían lenguas, indica ya algo. Estaba en búsqueda; ha descubierto que el dinero no lo es todo y necesitaba llenar su vida con algo más sólido. Nadie se acerca a Dios si antes no ha sufrido un vacío.

En su búsqueda Zaqueo hubo de superar un primer problema, era demasiado bajo para ver a Jesús, y “no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura”. Lo de ser pequeño de estatura no suele ser algo que la persona acepte con facilidad, y mucho menos cuando te obliga a hacer algo ridículo para alguien que debería considerarse a sí mismo un personaje importante. Pero Zaqueo supera el miedo al ridículo: “Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí”.

Imaginad la escena: la gente que llega acompañando a Jesús y Zaqueo, todo un hombre de respeto, subido a un árbol como un niño travieso para poder ver al profeta.

Dice el evangelio que, al llegar allí Jesús "levantó los ojos y se dirigió a él". ¿Qué le dirá?  Los vecinos estarían mofándose de él, y por eso debió fijarse Jesús en él; al mirarle Jesús sus paisanos debieron aumentar las burlas a Zaqueo,  frotándose las manos y soltando la lengua. ¿Querías ver al profeta? ¡Pues escucha lo que te va a decir, estúpido! Seguro que esperaban que Jesús le echase la bronca.

Hubo silencio. Un silencio espeso, atento a la voz de Dios que dicen que habla por boca del profeta de Nazaret. Jesús se acerca y se pone bajo la mirada de Zaqueo. Imagina el cruce de sus miradas: dulce la de Jesús, temerosa la de Zaqueo. «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». Imagino ahora el estupor de los oyentes. Esperaban de Jesús una descalificación,  una denuncia de las injusticias, una condena de aquel pecador público. Pero nada de eso ocurre. Quedan boquiabiertos, estupefactos, mientras Zaqueo “se dio prisa en bajar y lo recibió en su casa muy contento”.

* * *



Segunda escena: 
Jesús encuentra a Zaqueo

Zaqueo ha sido tocado por la gracia de Dios, por el beso de su amor. Él no se lo esperaba. Como a buen judío le habían enseñado que a los impuros no se les premia sino que se les castiga. Y él era un pecador reconocido por todos, como aquella mujer adúltera que un día pusieron ante Jesús.  Con la visita de Jesús la mente y el corazón de Zaqueo debieron dar un vuelco, un giro total. ¿Cómo es posible que este santo se haya fijado en mí, que soy malo y no lo merezco?

No se puede explicar los movimientos internos que se producen en la alcoba interior de una persona que conoce el amor por primera vez, pero debe ser algo tan incomprensible e inefable como excelso.

Desde lo más hondo de Zaqueo, de su inconsciente más olvidado, emerge el sufrimiento vivido en los años de pecado. ¿Quién sabe cómo fue su infancia? ¿Sufrió por verse despreciado, relegado, marginado, abusado? Una vida de soberbia, egoísmo o avaricia no sale de la nada, sino de un corazón que sufre y se revuelve buscando una salida que no encuentra. Y se vuelve rencoroso, agresivo, malvado.  Y el único antídoto, la única medicina capaz de sanar esas heridas es la medicina del amor que echa en falta. Es lo que hizo Jesús.

Zaqueo, no tengas miedo, baja de tu árbol de tristeza, Dios Padre ama a todos los seres y no aborrece nada de lo que ha creado. Tú eres amado del Padre. Si Dios te odiara no te habría creado, porque no aborrece nada de lo que ha hecho”

Contempla las lágrimas de Zaqueo. Lágrimas de compunción donde se mezcla el dolor del propio pecado y la alegría por la misericordia divina. El llanto muestra una conversión afectiva (del corazón) que se prolongará en conversión efectiva: “Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más". Cuando el corazón suelta amarras, se despega de él todo aquello en lo que tenía puesta su seguridad (dinero, posición, fama) y se libera para navegar libremente por los mares del mundo. Con Zaqueo se ha producido el milagro. Por eso Jesús dice: “Hoy ha sido la salvación de esta casa”. El demonio sometía el corazón de Zaqueo ha sido vencido.

Epílogo: 
La medicina de la compasión

Muchos salieron al encuentro de Jesús en Jericó. Sólo uno lo recibió con provecho en su casa. ¿Por qué Jesús se aposentó precisamente en la casa de Zaqueo? Él mismo lo dice: “Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.

Y yo, ¿cómo ando de perdido? ¿Qué Dios espero? ¿Un Dios que bendiga mis caprichos? ¿Un Dios a mi servicio? A los paisanos de Zaqueo les sorprendió el Dios de Jesús: “Todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”. El Dios en que creían era un Dios vengativo, revanchista, inmisericorde; como ellos. ¿Quién se convierte  a un Dios así es el que cree en la discordia, el chinchorreo la y revancha?


Siempre que me cruzo con este evangelio recuerdo un canto infantil  que enseñaba a los niños hace años en la catequesis de infancia y 
que resume muy bien su contenido.  Puedes escucharla clicando la foto.

Zaqueo era un hombre bajito, 
tenía mucho dinero,
Zaqueo tenía dinero, 
pero no era feliz
Zaqueo no era feliz 
porque era despreciado,
Zaqueo era despreciado 
porque era un hombre ladrón.
Pero un día, Zaqueo 
subió hasta un árbol
para poder ver mejor a Jesús,
y en su vida todo cambió, 
porque Jesús no lo despreció.

Es una letra muy simple que enseña transmite un mensaje muy profundo y sencillo: si quieres ayudar a alguien a salir de sus oscuridades no le señales con el dedo, ni le margines de ningún modo, ámalo como se ama a quien sufre una desgracia; no mires su violencia, o su soberbia, su avaricia o su ira como parte de su ser sino como su enfermedad; un mal que se cura con la medicina de la compasión.

He llevado siempre en mi corazón la frase de este canto: “En su vida todo cambió, porque Jesús no lo despreció”. He aprendido con esto que si quiero ayudar a alguien, si quiero darle a conocer a Dios, que es la mejor ayuda que puedo ofrecerle, el camino es la compasión, comenzar por aceptarle tal como es, amarle como Dios le ama, incondicionalmente. Puedo iniciar un buen cambio de vida mirándome a mí mismo en Zaqueo, descubriendo con él el amor de Dios que Dios me tiene, y soltando con él todo lo que hasta entonces me alejaba de Dios y de mí mismo.

¡FELIZ DOMINGO!

Otro comentario en:
 
Casto Acedo. Octubre 2022

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