EVANGELIO (Lc 17,5-6)
En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos la fe».
El Señor dijo:
«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera:
“Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería.
¡Palabra del Señor!
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El tema central de la liturgia de la Palabra de este domingo es sin duda el de la fe. El cierre de la primera lectura suele descolocar a muchos: “El justo vivirá por su fe" (Hab, 1,4b). El texto es retomado por san Pablo en su Carta a los Romanos (1,17; 3,22), y ocupó un lugar central en las polémicas entre Lutero y la Iglesia del siglo XVI que dieron lugar a la separación entre la Iglesia Católica y la Reformada (protestante).
A nosotros, como buenos católicos, se nos enseñó que, entre las tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, la más importante es la tercera: el amor. Tras el cisma protestante a los católicos se nos adoctrinó sobre el peligro que supone centrar la vida en la virtud de la fe. Esto explica que el acceso a la lectura de la Biblia estuviera vetado a los fieles laicos; sólo se permitían traducciones en latín, de modo que sólo era accesible al clero erudito, que la explicaba e interpretaba. Se consideraba que el acceso del pueblo fiel a la literatura espiritual, Biblia incluida, podría generar grupos de iluministas fanáticos. Ya se habían dado algunos casos.
¿Qué consecuencias tuvo toda esa reacción? El desconocimiento de la Escritura por parte de los católicos, la casi obligación de relacionarse con Dios sólo desde la plataforma de la institución eclesial, hizo sospechosa cualquier relación-oración personal con Dios. Los místicos, muchos de ellos hoy canonizados como santos, fueran vigilados y controlados por la inquisición en sus modos de orar y sus enseñanzas.
Por su parte, las iglesias protestantes, extremaron la postura contraria. Sólo la fe salva (sola fides); por tanto, cualquier obra buena realizada carece de valor, sólo salva la gracia de Dios (sola gratia); el hombre no puede hacer nada para salvarse. Así las cosas, ambos grupos perdieron mucho. El mundo protestante, por ejemplo, demonizó la vida monástica, considerándola como una manera de querer imponer a Dios su voluntad de revelarse y dejarse ver a quienes realizan determinados ejercicios ascéticos. Cualquier camino de contemplación está en juicio en las iglesias protestantes; algo curioso, porque también entre ellos hay místicos.
* * *
Pero ¿qué es lo que hay que aprender de todo esto? Lo primero que el olvido de la fe como virtud importante ha sido desastroso para la Iglesia. La expresión tan católica “lo importante es ser bueno y hacer el bien”, es decir, "lo importante son las obras", es una afirmación excelente si de veras respondiera a la realidad de un corazón sometido a Dios con una fe incondicional, pero suele ser dicha casi siempre por quienes minimizan la importancia de la Palabra y la doctrina de la Iglesia; suele ser una forma de escabullirse del deber de formarse por el estudio de la biblia, la catequesis y el aprendizaje de la oración. Esconder la propia ignorancia religiosa tras la máxima de que "doctores tiene la santa Madre Iglesia que le sabrán responder", no es sino una huida hacia atrás, aunque muy propio de católicos.
Dice el evangelio que “el que escucha la Palabra y la pone en práctica”, edifica su vida sobre algo sólido (cf Mt 7,24), que no es otra cosa que la roca de la fe, “y la roca es Cristo” (1 Cor 10,4). Date cuenta de la invitación: escuchar la Palabra para alimentar la vida de fe, y obrar para exteriorizar lo aprendido en la escucha. Aquí está el equilibrio. Lo que salva es la fe, pero una fe que se despliega en buenas obras.
Reducir el ser cristiano a creer -“yo tengo mucha fe” dicen algunos- es cosa de beatos iluminados; y por el otro extremo: hacer de las obras la clave de todo suele conducir a la soberbia de quien cree que tras sus obras solo está su decisión personal y su valía.
Verdad es que “la fe sin obras está muerta” (Sant 2.26), pero también lo es que las obras sin fe no justifican a nadie por sí mismas. Me explico: se pueden hacer grandes obras, realizar grandes proyectos que beneficien a la humanidad, pero hay que mirar el por qué se hacen. Puede que el motor de las grandes obras sea el interés personal, económico o político. En este caso las obras pueden ser buenas, pero no hacen justo o santo a quien las realiza, porque "el altanero no triunfará" (Hab, 1,4a). Y además, si valoramos a las personas por la grandeza material de lo que hacen, ¿no estaríamos minusvalorando a quienes por minusvalía física o psíquica u otras razones económico-sociales no pueden hacer obras magníficas?; los que tuvieran el poder de hacer obras cualitativa y cuantitativamente grandes serían más santos que quienes no pueden acceder a su nivel. Pero la esencia no está en la materialidad de las obras sino en las actitudes de fe con que se realizan.
En el medio está la virtud. Son importante las obras, pero Dios mira también la fe desde la que se actúa. Puede ser una fe egoísta, que sólo confía en sí mismo, pero también puede ser la fe generosa de quien obra dejándose llevar por criterios evangélicos buscando ante todo el bien del prójimo y el de toda la creación. Aquí está la clave. El creyente sabe de su deber de amar, pero también sabe que el amor mismo es un don de Dios, y amando es consciente de que no hace nada extraordinario sino lo que debe hacer.
«¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”» (Lc 17,7-10)
La fe da la humildad necesaria para obrar justamente procurando la gloria de Dios y el bien de los hermanos, y al mismo tiempo justifica, es decir, hace santo, porque el corazón crece en compasión y amor con la adhesión de fe a Jesucristo. Hay, además, obras que sin fe son difíciles de realizar. Es muy conocida la anécdota de santa Teresa de Calcuta, cuando una periodista, viendo la ternura con la que cuidaba a un enfermo cuyo olor y aspecto eran desagradables, comentó: “Yo no sería capaz de hacerlo ni por todo el oro del mundo", a lo que ella respondió: “Yo tampoco”. ¿Qué quiso decir con esto? Que sólo una vida de fe profunda y coherente capacita para realizar obras que parecen imposibles.
Eso es lo que quiere decir el evangelio con eso de “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: ´Arráncate de raíz y plántate en el mar´, y os obedecería”. Arquímedes descubrió el principio de la palanca, y dijo “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Pues bien, para la vida espiritual ese punto de apoyo es la fe.
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"Del viejo viene el consejo". Como ya voy entrando en una etapa madura de la vida, permíteme unas orientaciones desde las lecturas de hoy. Y como creo que consideras que lo esencial para el cristiano son las obras, a fin de que equilibres con el "ora et labora" benedictino, te recomiendo especialmente que, junto a las buenas obras cultives también la fe. Para ello:
1. No reduzcas tu vida cristiana a “hacer obras buenas” sin profundizar en si realmente lo son para tu espíritu. ¿Desde dónde las haces? ¿Desde la humildad de tu ser o desde tu ego? ¿Qué sientes después de realizarlas: sencilla satisfacción o soberbio orgullo?
2. Toma conciencia de que como católico tienes poca formación bíblica. Crees conocer bien a Jesús, pero no es cierto. Por tanto, déjate evangelizar. Dice san Juan de la Cruz que Jesús “es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que, por más que ahonden, nunca les hallan fin ni término" (Cant 35,3); cuanto más profundices en la lectura del Evangelio más puertas se te abrirán al conocimiento de Jesucristo y a la acción en favor del mundo.
3. Aprende a orar, a ponerte a la escucha de la Palabra, a dejar que cale en tu interioridad. Pide: "¡Señor, auméntame la fe!". La fe es un don de Dios. Apoyarte en ella es un acierto para llevar adelante tu vida cristiana. Sin narcisismos ni tonterías intimistas confía en Dios y aprende a estar personalmente con Él en la oración; con el tiempo verás cómo tu inserción en Cristo por la fe suaviza las asperezas de tus quehaceres.
4. No olvides que la misa del domingo es un acto de fe, no una penosa obligación. Participa con alegría en la oración comunitaria suprema que es la Eucaristía. Sólo si te acercas a la mesa del Señor como un pobre siervo que hace sencillamente lo que tiene que hacer, y lo haces con corazón agradecido hacia quien -oh maravilla- te sienta a su mesa y te sirve (cf Lc 12,37), podrás disfrutar de la misa, te será provechosa, y ganarás en fortaleza para llevar adelante las obras de la semana.
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Otro comentario más amplio en:
¡Feliz domingo!
Octubre 2022
Casto Acedo
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