viernes, 23 de septiembre de 2022

Al hilo de la Palabra (25 de Septiembre)


EVANGELIO. 

 Lc 16,19-31

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:

«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.

Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:

-“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.

Pero Abrahán le dijo: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.

Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.

Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. 

Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.

Abrahán le dijo: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”.

¡Palabra de Dios!

* * *

En línea con el evangelio de la semana pasada, este relato de Jesús sigue mostrando el poder e influencia que ejerce la riqueza sobre quienes la poseen, y las consecuencias que se derivan de una mala relación con ella.

Ya en la antigua Grecia un sabio advirtió de que  “el amor al dinero es la metrópolis de todos los males” (Demócrito), la ciudad donde habita la corrupción y la injusticia. Tal vez sea una apreciación en exceso negativa; en realidad todo lo creado es bueno en sí mismo, la maldad o bondad de las cosas es una cualidad que no se deriva del ser sino del uso que se hace de ellas. Vivir del dinero, hacer un uso prudente y justo del mismo es de sabios, vivir en el dinero, poner en él el valor y la esperanza última, es caer en la dependencia de un virus que corrompe alma y cuerpo.

Sin que apenas te des cuenta, la acumulación de bienes y su disfrute egoísta va cegando  los ojos de tu espíritu. Donde antes veías hermanos ahora ves competencia, donde antes te sabías seguro por tu pobreza y sencillez, ahora te sientes agobiado por la ansiedad de tener más y más y en el temor de perderlo todo, donde antes tenías espacios para un encuentro sin barreras, ahora tienes alambradas disuasivas. 

La riqueza y la vida de opulencia es un veneno mortal; mata la ilusión y la esperanza; el oro es un dios glotón e insaciable; crees tener algo y no tienes nada; llenando tu estómago con caprichos lo único que consigues es vaciar tu corazón de esperanzas y sumergirte en la desesperación.

El rico del evangelio tenía en la puerta a Lázaro, un mendigo al quien ni siquiera le daban “lo que cae de la mesa del rico”. Era tan mísero y enfermo que “hasta los perros venían y le lamían las llagas”. Pero el rico no lo veía, su riqueza le había cegado; su vida opulenta  impide a este jactancioso ver la necesidad y practicar la misericordia. El gusto por la vida golosa y cómoda afofa las carnes y endurece el corazón. Quien se entrega egoístamente a los placeres del cuerpo fácilmente olvida el tiempo en que no disfrutó y las amistades que le acompañaron en tiempos peores. Literalmente: ha entrado en oscuridad y no ve más allá de sus narices.  Todo lo aprendido en la adversidad, que le permitió ver la necesidad del indigente, deja de estar ahí; ahora no lo ve, todo a su alrededor se ha oscurecido.

* * *

¿Cuál es el pecado del rico epulón? No es la posesión y el disfrute de sus bienes sino la falta de compasión derivada del apego ellos. Quien cierra su corazón al hermano necesitado ha olvidado quién es su Padre, se ha alejado de Él; y también se ha olvidado de sí mismo, de su ser creado para amar; ir al infierno no es sólo alejarte de Dios, también de ti, dejar de ser tú, experimentarte como extraño y hostil a ti mismo.  Dios es misericordia, y la vida sólo merece la pena si se es “misericordioso como Dios es misericordioso” (cf Lc 3,36), el epulón ha olvidado su ser divino afanándose por la vida temporalmente placentera que le facilita el dinero, “que es una idolatría” (Ef 5,5).

Lázaro es prójimo (próximo) del rico, pero éste lo mantuvo en la periferia, fuera de su casa, olvidado efectiva y afectivamente, abandonado a la intemperie. ¿Cómo no ver cada día al mendigo recostado en tu misma puerta?

* * *

Me pregunto: ¿sería muy religioso este rico? Y ateniéndome a la parábola me atrevo a decir que sí lo era. Lo evidencia su diálogo con Abrahán en el infierno. Hay un “epulón falso espiritual” que podemos contemplar en él. Conocía las escrituras, al menos había oído hablar de ellas, pero no las escuchaba; puede que dedicase tanto tiempo a sus rezos como a sus comilonas y orgías. Suele ocurrir en personas amantes del derroche, justificar sus excesos buscando el equilibrio en la máxima de que “quien peca y reza, empata”. 

Esta ilusión del "empate" es muy propio de quien vive instalado en la religiosidad del rito y el espectáculo, cuya única obsesión es la de no ser sorprendido en pecado mortal en el instante fatal de la muerte. ¿No se ha usado este evangelio para alimentar la religiosidad del miedo y de cumplimiento de mínimos? No nos paramos en esto, pero no puedo evitar mencionarlo.

El rico se da cuenta de su error al verse en el infierno, y se le despierta la vena compasiva, aunque sólo sea para los suyos: “Te ruego, padre Abrahán, que mandes a Lázaro  a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. La respuesta es lacónica: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Es decir, tienen la Palabra de Dios, que mediten y la hagan suya; que se dejen transformar por ella.

El epulón no ve claro que el camino de la auténtica evangelización sea la escucha de la Palabra. ¿No sería mejor meter un poco de miedo al infierno? ¿No es más fácil y efecgtivo pastoralmente mostrar el poder de Dios portentosos y amenazadores? ¿Quién no ha pensado nunca que la mejor evangelización sería un milagro de aparición o de curación? No nos engañemos, el milagro no conduce necesariamente a la fe, e incluso a veces la entorpece. Si la fe, como solemos decir, es creer sin ver, ¿es grande la fe de quien cree después de haber visto? "Dichosos los que crean sin haber visto" (Jn 20,29).

La fe auténtica es más espontánea, más libre, más natural que la que quiere nacer del miedo; la fe madura nace de la escucha de la Palabra, que no se impone sino que entra por el oído calentando y enamorando dulcemente el corazón. "La fe nace del mensaje que se escucha, y la escucha viene a través de la Palabra de Cristo" (Rm 10,17) ¡Qué importante es esto! Y el evangelio de hoy lo resume así: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto». A la fe y la salvación se llega subidos al carro de la escucha y el entusiasmo por la Sabiduría  escondida en la Palabra, y no por el temor al castigo. Dios ¿es amor, o es un castigador vengativo?

Dijo Theilard de Chardin que “no somos seres humanos viviendo una experiencia espiritual; somos seres espirituales viviendo una experiencia humana”. "La Palabra se hizo carne" (Jn 1,14). Ser divinos y alcanzar el cielo sólo es posible siendo humanos, en ese sentido tan profundo del término “humano” como idéntico a “compasivo”, ser divinos es vivir un "amor encarnado". La fe nos iguala a Cristo, nos diviniza y humaniza, restaurando en nosotros el ser original. Hemos sido creados para comapadecer y servir.

Amar es propio de lo humano; odiar es inhumano. Piensa esta semana en lo “humano” (compasivo) que eres. Deja ir, suelta, todo lo que te corta las alas, todo lo que en ti hay de rico epulón. Desciende a la tierra, sé humilde, muéstrate humano con los pobres lázaros que habitan las periferias de tu corazón y te nacerán alas para volar al cielo. 

 * * *

Otro comentario más amplio en: 

https://blogdecastoacedo.blogspot.com/2022/09/la-avaricia-empana-los-ojos-25-de.html

¡BUEN DOMINGO!

Septiembre 2022

Casto Acedo

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