viernes, 30 de septiembre de 2022

Al hilo de la Palabra (Domingo 2 de Octubre)


EVANGELIO (Lc 17,5-6)

En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos la fe».
El Señor dijo:
«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera:
“Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería.

¡Palabra del Señor!

* * *

El tema central de la liturgia de la Palabra de este domingo es sin duda el de la fe. El cierre de la primera lectura suele descolocar a muchos: “El justo vivirá por su fe" (Hab, 1,4b). El texto es retomado por san Pablo en su Carta a los Romanos (1,17; 3,22), y ocupó un lugar central  en las polémicas entre Lutero y la Iglesia del siglo XVI  que dieron lugar a la separación entre la Iglesia Católica y la Reformada (protestante).

A nosotros, como buenos católicos, se nos enseñó que, entre las tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, la más importante es la tercera: el amor. Tras el cisma protestante a los católicos se nos adoctrinó sobre el peligro que supone centrar la vida en la virtud de la fe. Esto explica que el acceso a la lectura de la Biblia estuviera vetado a los fieles laicos; sólo se permitían traducciones en latín, de modo que sólo era accesible al clero erudito, que la explicaba e interpretaba. Se consideraba que el acceso del pueblo fiel a la literatura espiritual, Biblia incluida, podría generar grupos de iluministas fanáticos. Ya se habían dado algunos casos. 

¿Qué consecuencias tuvo toda esa reacción? El desconocimiento de la Escritura por parte de los católicos, la casi obligación de relacionarse con Dios sólo desde la plataforma de la institución eclesial, hizo sospechosa cualquier relación-oración personal con Dios.  Los místicos, muchos de ellos hoy canonizados como santos, fueran vigilados y controlados por la inquisición en sus modos de orar y sus enseñanzas. 

Por su parte, las iglesias protestantes, extremaron la postura contraria. Sólo la fe salva (sola fides); por tanto, cualquier obra buena realizada carece de valor, sólo salva la gracia de Dios (sola gratia); el hombre no puede hacer nada para salvarse. Así las cosas, ambos grupos perdieron mucho. El mundo protestante, por ejemplo, demonizó la vida monástica, considerándola como una manera de querer imponer a Dios su voluntad de revelarse y dejarse ver a quienes realizan determinados ejercicios ascéticos. Cualquier camino de contemplación está en juicio en las iglesias protestantes; algo curioso, porque también entre ellos hay místicos.


* * *

Pero ¿qué es lo que hay que aprender de todo esto? Lo primero que el olvido de la fe como virtud importante ha sido desastroso para la Iglesia. La expresión tan católica “lo importante es ser bueno y hacer el bien”, es decir, "lo importante son las obras", es una afirmación excelente si de veras respondiera a la realidad de un corazón sometido a Dios con una fe incondicional, pero suele ser dicha casi siempre por quienes minimizan la importancia de la Palabra y la doctrina de la Iglesia; suele ser una forma de escabullirse del deber de formarse por el estudio de la biblia, la catequesis y el aprendizaje de la oración. Esconder la propia ignorancia religiosa tras la máxima de que "doctores tiene la santa Madre Iglesia que le sabrán responder", no es sino una huida hacia atrás, aunque muy propio de católicos.

Dice el evangelio que “el que escucha la Palabra y la pone en práctica”, edifica su vida sobre algo sólido (cf Mt 7,24), que no es otra cosa que la roca de la fe, “y la roca es Cristo” (1 Cor 10,4). Date cuenta de la invitación: escuchar la Palabra para alimentar la vida de fe, y obrar para exteriorizar lo aprendido en la escucha. Aquí está el equilibrio. Lo que salva es la fe, pero una fe que se despliega en buenas obras.

Reducir el ser cristiano a creer -“yo tengo mucha fe” dicen algunos- es cosa de beatos iluminados; y por el otro extremo: hacer de las obras la clave de todo suele conducir a la soberbia de quien cree que tras sus obras solo está su decisión personal y su valía.

Verdad es que “la fe sin obras está muerta” (Sant 2.26), pero también lo es que las obras sin fe no justifican a nadie por sí mismas. Me explico: se pueden hacer grandes obras, realizar grandes proyectos que beneficien a la humanidad, pero hay que mirar el por qué se  hacen. Puede que el motor de las grandes obras sea el interés personal, económico o político. En este caso las obras pueden ser buenas, pero no hacen justo o santo a quien las realiza, porque "el altanero no triunfará" (Hab, 1,4a). Y además, si valoramos a las personas por la grandeza material de lo que hacen, ¿no estaríamos minusvalorando a quienes por minusvalía física o psíquica u otras razones económico-sociales no pueden hacer obras magníficas?; los que tuvieran el poder de hacer obras cualitativa y cuantitativamente grandes serían más santos que quienes no pueden acceder a su nivel. Pero la esencia no está en la materialidad de las obras sino en las actitudes de fe con que se realizan.

En el medio está la virtud. Son importante las obras, pero Dios mira también la fe desde la que se actúa. Puede ser una fe egoísta, que sólo confía en sí mismo, pero también puede ser la fe generosa de quien obra dejándose llevar por criterios evangélicos buscando ante todo el bien del prójimo y el de toda la creación. Aquí está la clave. El creyente sabe de su deber de amar, pero también sabe que el amor mismo es un don de Dios, y amando es consciente de que no hace nada extraordinario sino lo que debe hacer.
«¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”» (Lc 17,7-10)
La fe da la humildad necesaria para obrar justamente procurando la gloria de Dios y el bien de los hermanos, y al mismo tiempo justifica, es decir, hace santo, porque el corazón crece en compasión y amor con la adhesión de fe a Jesucristo. Hay, además, obras que sin fe son difíciles de realizar. Es muy conocida la anécdota de santa Teresa de Calcuta, cuando una periodista, viendo la ternura con la que cuidaba a un enfermo cuyo olor y aspecto eran desagradables, comentó: “Yo no sería capaz de hacerlo ni por todo el oro del mundo", a lo que ella respondió: “Yo tampoco”. ¿Qué quiso decir con esto? Que sólo una vida de fe profunda y coherente capacita para realizar obras que parecen imposibles.

Eso es lo que quiere decir el evangelio con eso de “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: ´Arráncate de raíz y plántate en el mar´, y os obedecería”. Arquímedes descubrió el principio de la palanca, y dijo “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Pues bien, para la vida espiritual ese punto de apoyo es la fe.

* * *


"Del viejo viene el consejo". Como ya voy entrando en una etapa madura de la vida, permíteme unas orientaciones desde las lecturas de hoy. Y como creo que consideras que lo esencial para el cristiano son las obras, a fin de que equilibres con el "ora et labora" benedictino, te recomiendo especialmente que, junto a las buenas obras  cultives también la fe. Para ello:

1. No reduzcas tu vida cristiana a “hacer obras buenas” sin profundizar en si realmente lo son para tu espíritu. ¿Desde dónde las haces? ¿Desde la humildad de tu ser o desde tu ego? ¿Qué sientes después de realizarlas: sencilla satisfacción o soberbio orgullo?

2. Toma conciencia de que como católico tienes poca formación bíblica. Crees conocer bien a Jesús, pero no es cierto. Por tanto, déjate evangelizar. Dice san Juan de la Cruz que Jesús “es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que, por más que ahonden, nunca les hallan fin ni término" (Cant 35,3); cuanto más profundices en la lectura del Evangelio más puertas se te abrirán al conocimiento de Jesucristo y a la acción en favor del mundo.

3. Aprende a orar, a ponerte a la escucha de la Palabra, a dejar que cale en tu interioridad. Pide: "¡Señor, auméntame la fe!". La fe es un don de Dios. Apoyarte en ella es un acierto para llevar adelante tu vida cristiana. Sin narcisismos ni tonterías intimistas confía en Dios y aprende a estar personalmente con Él en la oración; con el tiempo verás cómo  tu inserción en Cristo por la fe suaviza las asperezas de tus quehaceres.

4. No olvides que la misa del domingo es un acto de fe, no una penosa obligación. Participa con alegría en la oración comunitaria suprema que es la Eucaristía. Sólo si te acercas a la mesa del Señor como un pobre siervo que hace sencillamente lo que tiene que hacer, y lo haces con corazón agradecido hacia quien -oh maravilla- te sienta a su mesa y te sirve (cf Lc 12,37), podrás disfrutar de la misa, te será provechosa,  y ganarás en fortaleza para llevar adelante las obras de la semana.

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¡Feliz domingo!

Octubre 2022

Casto Acedo

viernes, 23 de septiembre de 2022

Al hilo de la Palabra (25 de Septiembre)


EVANGELIO. 

 Lc 16,19-31

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:

«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.

Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:

-“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.

Pero Abrahán le dijo: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.

Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.

Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. 

Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.

Abrahán le dijo: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”.

¡Palabra de Dios!

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En línea con el evangelio de la semana pasada, este relato de Jesús sigue mostrando el poder e influencia que ejerce la riqueza sobre quienes la poseen, y las consecuencias que se derivan de una mala relación con ella.

Ya en la antigua Grecia un sabio advirtió de que  “el amor al dinero es la metrópolis de todos los males” (Demócrito), la ciudad donde habita la corrupción y la injusticia. Tal vez sea una apreciación en exceso negativa; en realidad todo lo creado es bueno en sí mismo, la maldad o bondad de las cosas es una cualidad que no se deriva del ser sino del uso que se hace de ellas. Vivir del dinero, hacer un uso prudente y justo del mismo es de sabios, vivir en el dinero, poner en él el valor y la esperanza última, es caer en la dependencia de un virus que corrompe alma y cuerpo.

Sin que apenas te des cuenta, la acumulación de bienes y su disfrute egoísta va cegando  los ojos de tu espíritu. Donde antes veías hermanos ahora ves competencia, donde antes te sabías seguro por tu pobreza y sencillez, ahora te sientes agobiado por la ansiedad de tener más y más y en el temor de perderlo todo, donde antes tenías espacios para un encuentro sin barreras, ahora tienes alambradas disuasivas. 

La riqueza y la vida de opulencia es un veneno mortal; mata la ilusión y la esperanza; el oro es un dios glotón e insaciable; crees tener algo y no tienes nada; llenando tu estómago con caprichos lo único que consigues es vaciar tu corazón de esperanzas y sumergirte en la desesperación.

El rico del evangelio tenía en la puerta a Lázaro, un mendigo al quien ni siquiera le daban “lo que cae de la mesa del rico”. Era tan mísero y enfermo que “hasta los perros venían y le lamían las llagas”. Pero el rico no lo veía, su riqueza le había cegado; su vida opulenta  impide a este jactancioso ver la necesidad y practicar la misericordia. El gusto por la vida golosa y cómoda afofa las carnes y endurece el corazón. Quien se entrega egoístamente a los placeres del cuerpo fácilmente olvida el tiempo en que no disfrutó y las amistades que le acompañaron en tiempos peores. Literalmente: ha entrado en oscuridad y no ve más allá de sus narices.  Todo lo aprendido en la adversidad, que le permitió ver la necesidad del indigente, deja de estar ahí; ahora no lo ve, todo a su alrededor se ha oscurecido.

* * *

¿Cuál es el pecado del rico epulón? No es la posesión y el disfrute de sus bienes sino la falta de compasión derivada del apego ellos. Quien cierra su corazón al hermano necesitado ha olvidado quién es su Padre, se ha alejado de Él; y también se ha olvidado de sí mismo, de su ser creado para amar; ir al infierno no es sólo alejarte de Dios, también de ti, dejar de ser tú, experimentarte como extraño y hostil a ti mismo.  Dios es misericordia, y la vida sólo merece la pena si se es “misericordioso como Dios es misericordioso” (cf Lc 3,36), el epulón ha olvidado su ser divino afanándose por la vida temporalmente placentera que le facilita el dinero, “que es una idolatría” (Ef 5,5).

Lázaro es prójimo (próximo) del rico, pero éste lo mantuvo en la periferia, fuera de su casa, olvidado efectiva y afectivamente, abandonado a la intemperie. ¿Cómo no ver cada día al mendigo recostado en tu misma puerta?

* * *

Me pregunto: ¿sería muy religioso este rico? Y ateniéndome a la parábola me atrevo a decir que sí lo era. Lo evidencia su diálogo con Abrahán en el infierno. Hay un “epulón falso espiritual” que podemos contemplar en él. Conocía las escrituras, al menos había oído hablar de ellas, pero no las escuchaba; puede que dedicase tanto tiempo a sus rezos como a sus comilonas y orgías. Suele ocurrir en personas amantes del derroche, justificar sus excesos buscando el equilibrio en la máxima de que “quien peca y reza, empata”. 

Esta ilusión del "empate" es muy propio de quien vive instalado en la religiosidad del rito y el espectáculo, cuya única obsesión es la de no ser sorprendido en pecado mortal en el instante fatal de la muerte. ¿No se ha usado este evangelio para alimentar la religiosidad del miedo y de cumplimiento de mínimos? No nos paramos en esto, pero no puedo evitar mencionarlo.

El rico se da cuenta de su error al verse en el infierno, y se le despierta la vena compasiva, aunque sólo sea para los suyos: “Te ruego, padre Abrahán, que mandes a Lázaro  a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. La respuesta es lacónica: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Es decir, tienen la Palabra de Dios, que mediten y la hagan suya; que se dejen transformar por ella.

El epulón no ve claro que el camino de la auténtica evangelización sea la escucha de la Palabra. ¿No sería mejor meter un poco de miedo al infierno? ¿No es más fácil y efecgtivo pastoralmente mostrar el poder de Dios portentosos y amenazadores? ¿Quién no ha pensado nunca que la mejor evangelización sería un milagro de aparición o de curación? No nos engañemos, el milagro no conduce necesariamente a la fe, e incluso a veces la entorpece. Si la fe, como solemos decir, es creer sin ver, ¿es grande la fe de quien cree después de haber visto? "Dichosos los que crean sin haber visto" (Jn 20,29).

La fe auténtica es más espontánea, más libre, más natural que la que quiere nacer del miedo; la fe madura nace de la escucha de la Palabra, que no se impone sino que entra por el oído calentando y enamorando dulcemente el corazón. "La fe nace del mensaje que se escucha, y la escucha viene a través de la Palabra de Cristo" (Rm 10,17) ¡Qué importante es esto! Y el evangelio de hoy lo resume así: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto». A la fe y la salvación se llega subidos al carro de la escucha y el entusiasmo por la Sabiduría  escondida en la Palabra, y no por el temor al castigo. Dios ¿es amor, o es un castigador vengativo?

Dijo Theilard de Chardin que “no somos seres humanos viviendo una experiencia espiritual; somos seres espirituales viviendo una experiencia humana”. "La Palabra se hizo carne" (Jn 1,14). Ser divinos y alcanzar el cielo sólo es posible siendo humanos, en ese sentido tan profundo del término “humano” como idéntico a “compasivo”, ser divinos es vivir un "amor encarnado". La fe nos iguala a Cristo, nos diviniza y humaniza, restaurando en nosotros el ser original. Hemos sido creados para comapadecer y servir.

Amar es propio de lo humano; odiar es inhumano. Piensa esta semana en lo “humano” (compasivo) que eres. Deja ir, suelta, todo lo que te corta las alas, todo lo que en ti hay de rico epulón. Desciende a la tierra, sé humilde, muéstrate humano con los pobres lázaros que habitan las periferias de tu corazón y te nacerán alas para volar al cielo. 

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¡BUEN DOMINGO!

Septiembre 2022

Casto Acedo

sábado, 17 de septiembre de 2022

Al hilo de la Palabra (18 de Septiembre)


EVANGELIO

"Dijo Jesús a sus discípulos:
«Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo:
“¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando».
El administrador se puso a decir para sí:
“¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”.
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
“¿Cuánto debes a mi amo?”.
Este respondió:
“Cien barriles de aceite”.
Él le dijo:
“Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”.
Luego dijo a otro:
“Y tú, ¿cuánto debes?”.
Él contestó:
“Cien fanegas de trigo”.
Le dice:
“Toma tu recibo y escribe ochenta”.
Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.

* * *

Extraña parábola la de este domingo, que podemos malinterpretar si no le añadimos la explicación que da el mismo Señor a continuación: “Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas" (Lc 16,9).

El texto no pretende alabar la mala actuación del administrador sino su astucia e inteligencia al invertir en beneficio propio. Y lo que el Señor quiere despertar en ti con la parábola es el interés por invertir tu vida en lo que más te conviene.

Yendo a lo concreto, Jesús te está diciendo que seas inteligente a la hora de organizar tus días procurando vivir feliz en esta vida como prefacio de la futura. Para ello debes usar adecuadamente tus bienes, ¿y qué mayor bien que la vida misma? ¿Cómo aprovecharla del mejor modo? Poniéndola al servicio de lo que verdaderamente te va a dar la felicidad, que no es otra cosa que el amor. Porque mis bienes los puedo invertir en proyectos egoístas que me conducirán a la tristeza, pero también los puedo usar para practicar la generosidad que me abrirá al gozo de vivir.

La pregunta para tu conciencia es hoy: ¿Dónde invierto mis bienes? ¿Dónde mi tiempo? ¿Dónde mi saber? Porque de manera más o menos consciente solemos invertir en proyectos ególatras, mirando siempre salvar la propia imagen e intereses. Me explico: nos consideramos personas muy religiosas y buenas, cumplidoras, pasablemente justas, pero si miramos bien no lo somos tanto. Decimos creer en la igualdad de todos, en la sinceridad, en la bondad de ser honrados, pero lo cierto es que defendemos nuestros privilegios, mentimos o callamos la verdad si es preciso para ello y justificamos según qué maldad en nombre de nuestros derechos. Y así no hay modo de crecer ni como personas y ni como discípulos.


Una actuación así, de doble vida, no puede dar como resultado un vivir satisfecho, porque lleva consigo tensiones, incertidumbres o miedo a ser descubierto en la falsedad. Es lo que pasa cuando queremos nadar y guardar la ropa, servir a dos señores, encender una vela a Dios y otra al diablo. ¿Se puede ganar la vida, ser feliz, así? Imposible vivir dos vidas. Hay que elegir lo mejor siguiendo la sabiduría divina, que es vivir en verdad, unificados, como Jesucristo. En Jesús podemos encontrar el modelo de sabiduría que nos conviene: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6).

Jesús invita a mirarle a Él y ser inteligente desmantelando lo que de duplicidad de vida haya en nosotros. Lo primero es cambiar cosas que no cuadran para la necesaria honestidad cristiana. ¿Cómo exigir a Dios misericordia si yo no perdono a mi hermano? ¿Cómo buscar felicidad si hago infeliz a la persona con la que vivo? ¿Cómo exigir de Dios bondad si yo no soy bueno? ¿Cómo pedir justicia para mi si no soy justo en mis negocios? Imposible. “El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?” (Lc 16,8). La buena inversión no es otra que la coherencia de fuerzas, invertir tus energías en potenciar aquello que te garantiza de veras la felicidad.

Un ejercicio para este domingo al hilo de la palabra evangélica puede ir en esta línea. Me pregunto: ¿En qué medida soy coherente en mi vida? ¿Cuántas veces pretendo en mi ignorancia servir a dos señores y ser feliz? Algo imposible, “ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo” (Lc 16,13). Servir a un solo Señor es llevar una vida unificada, servir a dos o más supone dispersión y división interna.

Párate, pues, y revisa cuán torpe o inteligente estás siendo, cuán ignorante o sabio. Y si detectas algo que ha de ser cambiado, haz como el administrador de la parábola, ponte en marcha y pon los medios necesario para convertir tu vida. Siempre estás a tiempo; ya sabes que si no eres coherente -"¿Qué es eso que me dicen de ti?"- serás despedido del grupo de los justos y felices. ¿No harás lo posible para evitarlo renegociando tu vida? Jesús te da la oportunidad. Sé fiel en lo poco y lo serás en lo mucho.

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FELIZ DOMINGO
Septiembre 2022
Casto Acedo 

sábado, 10 de septiembre de 2022

Al hilo de la Palabra (11 de Septiembre)


 EVANGELIO (Lc 15)

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:

«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».

Jesús les dijo esta parábola:

«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

 ¡Palabra de Dios!

 


Este domingo la Iglesia invita a leer y meditar el magnífico capítulo 15 del evangelio de san Lucas, donde se narran tres palabras precedidas de una introducción brevísima pero muy sugerente: “Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos”.

Puede resultar extraño que a Jesús se acercaran con frecuencia los pecadores, los impuros que no cumplían los mandamientos. Y se acercaban “para escucharlo”, lo cual indica que Jesús tenía una palabra paras ellos; palabra que no era de reproche, porque en ese caso dudo que se acercaran; nadie se acerca esperando recibir una bronca. Si acudían a Jesús es porque en Él encontraban acogida y comprensión, un bálsamo para sus sufrimientos.  

Solemos tener un concepto perverso sobre el pecado y los pecadores. Nuestra formación cristiana legalista y cumplidora nos hace creer que los pecadores son personas que se lo pasan guay en la vida, que son felices con su avaricia, su ira, su lujuria, su soberbia, etc. Y el único inconveniente que presenta para estos el pecado es que “mancha el alma”, lo cual, al morir, les impedirá pasar a la felicidad eterna del cielo. ¿No es este el concepto de pecado y pecador que tienen algunos? Ser virtuoso causa de tristeza, el vicioso es feliz; de momento. Es una pena que haya aún quien  piense así. 

Si los pecadores eran felices, ¿por qué acuden a Jesús? No tiene sentido. Nadie que ha encontrado la felicidad sigue buscándola; y si gente pecadora buscaba a Jesús es porque no eran felices. No nos engañemos, el avaricioso no es feliz por muchos bienes que tenga, nunca estará contento; ni tampoco el violento lo es, su violencia es el fruto evidente de su frustración, ¿conoces alguien que sea feliz y vaya por ahí insultando y avasallando?; tampoco quien pone su felicidad en la sensualidad lujuriosa que no va más allá del disfrute efímero de un momento, ni el soberbio  es feliz viviendo en el temor de que alguien le haga sombra, ni, evidentemente, el envidioso, etc.

El pecador es una persona incompleta, que busca y no encuentra lo esencial: el amor. Y no  me refiero tanto al amor de Dios y del prójimo hacia ellos, sino del necesario amor de ellos hacia sí mismos, hacia los hermanos y hacia Dios.  Porque quien pone su felicidad en poseer bienes o recibir placeres nunca encuentra lo que busca; sin embargo, el que descubre que el amor como un camino no de recibir sino de dar y darse, y se dedica a ello, llena su vida de felicidad.

Jesús, compartiendo palabra y mesa con los pecadores, les muestra que Dios puro amor y misericordia. Dios no es dureza sino ternura; es pastor que si se le pierde una oveja no descansa hasta encontrarla; padre que, a pesar del desprecio de sus hijos mantiene los brazos abiertos para acogerlos una y otra vez. Es lo que hace Jesús, sentarse junto a los pecadores mostrándoles así su amor“.

Los fariseos y los escribas murmuraban” sorprendidos por el amor que mostraba Jesús. ¿Cómo un maestro espiritual puede rodearse de gente tan mala? Para el fariseo el amor de Dios no es un don, es una conquista, algo que se ha de merecer por las buenas obras. Jesús desmonta ese concepto interesado del amor de Dios; a Dios no se le compra, sólo se accede a Él por el camino de la humildad que supone saberse pecador. Dios sólo pide una cosa: ser aceptado, ser reconocido como padre amoroso, fuente de seguridad y felicidad.

Dios es feliz amando. “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. (Lc 15,9)“Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido. “Comamos y celebremos un banquete -dice al regresar el hijo pródigo-  porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado” (Lc 15,23-24). Si contemplas la felicidad de Dios puedes comprender una verdad inmensa y que suele pasar desapercibida: se es más feliz perdonando que condenando, dando que recibiendo, amando que odiando. La alegría del corazón o felicidad profunda no viene de fuera, nace de dentro, de la conversión al amor.

Creo que a las parábolas de la misericordia podemos llamarlas con razón  parábolas de la alegría de Dios. Dios es feliz, es la felicidad misma. Si en Dios no hay asomo de tristeza, a pesar del desplante de sus hijos, es porque ama sin medida; no hacerlo sería negarse a sí mismo (2 Tm 2,13). Y aquí puedes extraer una gran enseñanza: si quieres una vida de alegría y felicidad sostenible, ¡créeme!, deja de juzgar y condenar, arroja lejos de ti al fariseo, y empieza a llenarte del amor de Dios, a mirar con ternura a todos y a todo lo que te sale al paso, ya sean cosas y personas agradables o desagradables. 

Contempla a Dios. ¿Qué ves? Amor. Y si no es amor lo que ves es porque no adoras al Dios verdadero. Dios te perdona; su misericordia es la esencia de su ser. Perdónate a ti mismo tus errores y recomienza con amor renovado aquello en lo que erraste. Estarás imitando a Dios. Perdona las molestias que puedan causarte las personas con las que vives; aquella a la que te cuesta amar más es un regalo para crecer en amor. Cuando veas a alguien que, como Jesús, se muestra amable con quienes tú consideras dignos de reprimenda, no le critiques, como los fariseos; alégrate porque está contemplando la gratuidad del amor de Dios.

Quien busca la felicidad tiene en Dios la respuesta a su búsqueda, y en Jesús el mapa para llegar a ella. Donde abunda el pecado -reconocido y arrepentido- sobreabunda la gracia. Donde florece el perdón, fructifica la alegría. Hay "más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse". 

¡Feliz Domingo!

Septiembre 2022

Casto Acedo

sábado, 3 de septiembre de 2022

Al hilo de la Palabra (4 de Septiembre)

 

EVANGELIO  LC  14,25-30.33

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:

«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.

Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”....

... Todo aquel que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

¡Palabra de Dios!

* * *

En este texto de san Lucas habla Jesús de posponer “padre, madre, mujer e hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo”. San Mateo añade “tierras” (Mt 19,29) a la lista de necesarios desapegos, san Lucas pide "renuncia a todo sus bienes";  y no sólo dice san Mateo que hay que posponer, sino dejar.

¿Qué significa eso de dejarlo todo? ¿Si deseo ser un auténtico cristiano debería abandonar a mis padres y al resto de mi familia a su suerte, y ser célibe, además de quedarme sin blanca en el bolsillo? En una lectura fundamentalista literal sería así; pero entonces sólo serían discípulos genuinos los eremitas que se retiran al desierto apartándose de todos y de todo; quedarían excluidos del grupo los monjes que viven en comunidad ¿o no son hermanos también los que comparten vida en común entre los muros de un monasterio?

Lejos de mí una lectura tan radical de este texto. Sí así fuera no me atrevería a llamarme cristiano, discípulo de Cristo; no reuniría los requisitos. Me inclino más por leer este evangelio viendo  en él más un posponer o relativizar que un renunciar totalmente. Porque tener familia o bienes con los que sustentarme y sustentarla no va contra los planes  que Dios tiene parea mi.

Ser discípulo de Cristo, decidir seguirle, es optar por un buen proyecto de vida que no se base en los parámetros que hasta entonces hemos considerado mejores. Desde niños se nos han ido inculcando una serie de principios y valores a poner en juego que no siempre coinciden plenamente con aspectos del espíritu cristiano. Si observamos con detenimiento y objetividad descubrimos que nos educaron con un cierto espíritu de clase, de pertenencia a un colectivo limitado, con mentalidad estrecha a la hora de plantearnos grandes retos. Nos miramos desde el apellido, la pertenencia a un pueblo o ciudad,  una región o nación, etc. En teoría “todos somos iguales”, pero en la práctica consideramos como más dignos de nuestro amor y cuidados a nuestros familiares y compatriotas, y  por supuesto a nosotros mismos.

A causa de la educación tan, digamos, "patriarcal", nuestro amor queda estrecho de miras, sin proyección universal. Y esto es, tal vez, algo que quiere corregir el evangelio de hoy. El discípulo ha de procurar amar a todos por igual, más allá de sus preferencias familiares y sociales. Jesús llama a seguirle en el amor que Él es y manifestó. ¿A quién amó Jesús? A su padre José y su madre María, a sus parientes, a sus vecinos; pero no se quedó ahí. Superó su judaísmo amando y acercándose con la misma ternura a los que no eran judíos y además eran pecadores públicos; y en el colmo del amor, llegó a amar a sus enemigos con la misma intensidad que a su familia más cercana.

Hay un texto de san Pablo a los Romanos que merece la pena meditar, porque nos pone ante la evidencia de que si Jesús nos ama no es porque merezcamos ser amados por nuestros méritos sino por pura gratuidad. “Cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,6-8).  

Tú y yo no somos de su familia de sangre; de hecho le traicionamos muy a menudo; sin embargo, él nos ama y nos hace hijos de Dios, familia suya, por pura gratuidad; Jesús relativiza su familia humana y su pertenencia social o religiosa para abrir el abanico de su amor a todo ser humano y a toda la creación.

La compasión universal de Jesús es la que justifica que posponga a su familia, sus amigos y a sí mismo cuando se trata de amar. Él predicaba amor de total entrega hacia todos. Esta virtud es parte esencial de su proyecto de vida y su misión. Muchos consideraron imposible vivir semejante propuesta. 

Dicen los evangelios que cuando la pasión los fariseos y uno de los crucificados con él se burlaban porque no se salvaba a sí mismo. Pero Jesús se mantuvo fiel a su palabra que predicaba amor misericordioso: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Estas palabras de perdón pronunciadas en la cruz son una señal de coherencia, honestidad y victoria del amor total sobre quienes lo consideran utópico o ridículo. Jesús "amó hasta el extremo" (Jn 13,1).

Nosotros sabemos ahora que el amor hasta el extremo de dar la vida por los enemigos le estaba honrando, y desde ahí nos estaba salvando. El amor sin fisuras es sanador para quien lo practica y para quien lo recibe. 

Es difícil entender esto del amor in límites. Como se afirma en la primera lectura de hoy (Sab 9,13-18) "los pensamientos de los mortales son frágiles e inseguros nuestros razonamientos, porque el cuerpo mortal oprime el alma y esta tienda terrena abruma la mente pensativa". Necesitamos la luz de la sabiduría divina, el conocimiento íntimo de Jesucristo, porque "si apenas vislumbramos lo que hay sobre la tierra,...¿quién rastreará lo que está en el cielo?". Me gusta decir que lo natural es amar a los amigos; para amar a los enemigos necesitamos un plus de gracia de Dios, porque amar así es sobrenatural.

Concluyendo: El evangelio de este domingo no está invitando a adherirnos con decisión a la sabiduría de Cristo. Para hacerlo no se necesita despreciar a la familia de sangre sino a amar a  toda persona con el mismo amor con que Jesús me ama, o al menos con la misma premura con que estoy dispuesto a amar a los míos. Ser discípulo no es posible desde el corralito de la familia o del grupo afín. Está bien ser un buen padre-madre, esposo-esposa hijo-hija o hermano-hermano; tampoco desmerece ser un patriota o amante de la nación a la que pertenezco; el pecado es permitir que ese amor sea putrefacto, y lo es cuando se limita a las realidades de corto alcance y no se abre a la universalidad.

Medita: como discípulo de Jesús deberías cultivarte y prepararte, entrenarte en la práctica del amor sin fronteras, al modo de Jesús. Si no lo haces así no te extrañe que quienes no ven en ti el amor que predicas sonrían maliciosamente y te consideren un beato o beata en el peor sentido de la palabra. Ocurre eso cuando por tus rezos y tus devociones presumes de ser un cristiano o cristiana integral cuando en realidad eres sólo un constructor fracasado que proyectó una torre muy alta, comenzó a construirla, pero fue incapaz de terminarla.  

¡Feliz Domingo!

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Septiembre 2022


Casto Acedo