«¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”» (Lc 17,7-10)
viernes, 30 de septiembre de 2022
Al hilo de la Palabra (Domingo 2 de Octubre)
viernes, 23 de septiembre de 2022
Al hilo de la Palabra (25 de Septiembre)
EVANGELIO.
Lc 16,19-31
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
-“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
¡Palabra de Dios!
* * *
En línea con el evangelio de la semana pasada, este relato de Jesús sigue mostrando el poder e influencia que ejerce la riqueza sobre quienes la poseen, y las consecuencias que se derivan de una mala relación con ella.
Ya en la antigua Grecia un sabio advirtió de que “el amor al dinero es la metrópolis de todos los males” (Demócrito), la ciudad donde habita la corrupción y la injusticia. Tal vez sea una apreciación en exceso negativa; en realidad todo lo creado es bueno en sí mismo, la maldad o bondad de las cosas es una cualidad que no se deriva del ser sino del uso que se hace de ellas. Vivir del dinero, hacer un uso prudente y justo del mismo es de sabios, vivir en el dinero, poner en él el valor y la esperanza última, es caer en la dependencia de un virus que corrompe alma y cuerpo.
Sin que apenas te des cuenta, la acumulación de bienes y su disfrute egoísta va cegando los ojos de tu espíritu. Donde antes veías hermanos ahora ves competencia, donde antes te sabías seguro por tu pobreza y sencillez, ahora te sientes agobiado por la ansiedad de tener más y más y en el temor de perderlo todo, donde antes tenías espacios para un encuentro sin barreras, ahora tienes alambradas disuasivas.
La riqueza y la vida de opulencia es un veneno mortal; mata la ilusión y la esperanza; el oro es un dios glotón e insaciable; crees tener algo y no tienes nada; llenando tu estómago con caprichos lo único que consigues es vaciar tu corazón de esperanzas y sumergirte en la desesperación.
El rico del evangelio tenía en la puerta a Lázaro, un mendigo al quien ni siquiera le daban “lo que cae de la mesa del rico”. Era tan mísero y enfermo que “hasta los perros venían y le lamían las llagas”. Pero el rico no lo veía, su riqueza le había cegado; su vida opulenta impide a este jactancioso ver la necesidad y practicar la misericordia. El gusto por la vida golosa y cómoda afofa las carnes y endurece el corazón. Quien se entrega egoístamente a los placeres del cuerpo fácilmente olvida el tiempo en que no disfrutó y las amistades que le acompañaron en tiempos peores. Literalmente: ha entrado en oscuridad y no ve más allá de sus narices. Todo lo aprendido en la adversidad, que le permitió ver la necesidad del indigente, deja de estar ahí; ahora no lo ve, todo a su alrededor se ha oscurecido.
* * *
¿Cuál es el pecado del rico epulón? No es la posesión y el disfrute de sus bienes sino la falta de compasión derivada del apego ellos. Quien cierra su corazón al hermano necesitado ha olvidado quién es su Padre, se ha alejado de Él; y también se ha olvidado de sí mismo, de su ser creado para amar; ir al infierno no es sólo alejarte de Dios, también de ti, dejar de ser tú, experimentarte como extraño y hostil a ti mismo. Dios es misericordia, y la vida sólo merece la pena si se es “misericordioso como Dios es misericordioso” (cf Lc 3,36), el epulón ha olvidado su ser divino afanándose por la vida temporalmente placentera que le facilita el dinero, “que es una idolatría” (Ef 5,5).
Lázaro es prójimo (próximo) del rico, pero éste lo mantuvo en la periferia, fuera de su casa, olvidado efectiva y afectivamente, abandonado a la intemperie. ¿Cómo no ver cada día al mendigo recostado en tu misma puerta?
* * *
Me pregunto: ¿sería muy religioso este rico? Y ateniéndome a la parábola me atrevo a decir que sí lo era. Lo evidencia su diálogo con Abrahán en el infierno. Hay un “epulón falso espiritual” que podemos contemplar en él. Conocía las escrituras, al menos había oído hablar de ellas, pero no las escuchaba; puede que dedicase tanto tiempo a sus rezos como a sus comilonas y orgías. Suele ocurrir en personas amantes del derroche, justificar sus excesos buscando el equilibrio en la máxima de que “quien peca y reza, empata”.
Esta ilusión del "empate" es muy propio de quien vive instalado en la religiosidad del rito y el espectáculo, cuya única obsesión es la de no ser sorprendido en pecado mortal en el instante fatal de la muerte. ¿No se ha usado este evangelio para alimentar la religiosidad del miedo y de cumplimiento de mínimos? No nos paramos en esto, pero no puedo evitar mencionarlo.
El rico se da cuenta de su error al verse en el infierno, y se le despierta la vena compasiva, aunque sólo sea para los suyos: “Te ruego, padre Abrahán, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. La respuesta es lacónica: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Es decir, tienen la Palabra de Dios, que mediten y la hagan suya; que se dejen transformar por ella.
El epulón no ve claro que el camino de la auténtica evangelización sea la escucha de la Palabra. ¿No sería mejor meter un poco de miedo al infierno? ¿No es más fácil y efecgtivo pastoralmente mostrar el poder de Dios portentosos y amenazadores? ¿Quién no ha pensado nunca que la mejor evangelización sería un milagro de aparición o de curación? No nos engañemos, el milagro no conduce necesariamente a la fe, e incluso a veces la entorpece. Si la fe, como solemos decir, es creer sin ver, ¿es grande la fe de quien cree después de haber visto? "Dichosos los que crean sin haber visto" (Jn 20,29).
La fe auténtica es más espontánea, más libre, más natural que la que quiere nacer del miedo; la fe madura nace de la escucha de la Palabra, que no se impone sino que entra por el oído calentando y enamorando dulcemente el corazón. "La fe nace del mensaje que se escucha, y la escucha viene a través de la Palabra de Cristo" (Rm 10,17) ¡Qué importante es esto! Y el evangelio de hoy lo resume así: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto». A la fe y la salvación se llega subidos al carro de la escucha y el entusiasmo por la Sabiduría escondida en la Palabra, y no por el temor al castigo. Dios ¿es amor, o es un castigador vengativo?
Dijo Theilard de Chardin que “no somos seres humanos viviendo una experiencia espiritual; somos seres espirituales viviendo una experiencia humana”. "La Palabra se hizo carne" (Jn 1,14). Ser divinos y alcanzar el cielo sólo es posible siendo humanos, en ese sentido tan profundo del término “humano” como idéntico a “compasivo”, ser divinos es vivir un "amor encarnado". La fe nos iguala a Cristo, nos diviniza y humaniza, restaurando en nosotros el ser original. Hemos sido creados para comapadecer y servir.
Amar es propio de lo humano; odiar es inhumano. Piensa esta semana en lo “humano” (compasivo) que eres. Deja ir, suelta, todo lo que te corta las alas, todo lo que en ti hay de rico epulón. Desciende a la tierra, sé humilde, muéstrate humano con los pobres lázaros que habitan las periferias de tu corazón y te nacerán alas para volar al cielo.
¡BUEN DOMINGO!
Septiembre 2022
Casto Acedo
sábado, 17 de septiembre de 2022
Al hilo de la Palabra (18 de Septiembre)
sábado, 10 de septiembre de 2022
Al hilo de la Palabra (11 de Septiembre)
EVANGELIO (Lc 15)
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Este domingo la Iglesia invita a leer y meditar el magnífico capítulo 15 del evangelio de san Lucas, donde se narran tres palabras precedidas de una introducción brevísima pero muy sugerente: “Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos”.
Puede resultar extraño que a Jesús se acercaran con frecuencia los pecadores, los impuros que no cumplían los mandamientos. Y se acercaban “para escucharlo”, lo cual indica que Jesús tenía una palabra paras ellos; palabra que no era de reproche, porque en ese caso dudo que se acercaran; nadie se acerca esperando recibir una bronca. Si acudían a Jesús es porque en Él encontraban acogida y comprensión, un bálsamo para sus sufrimientos.
Solemos tener un concepto perverso sobre el pecado y los pecadores. Nuestra formación cristiana legalista y cumplidora nos hace creer que los pecadores son personas que se lo pasan guay en la vida, que son felices con su avaricia, su ira, su lujuria, su soberbia, etc. Y el único inconveniente que presenta para estos el pecado es que “mancha el alma”, lo cual, al morir, les impedirá pasar a la felicidad eterna del cielo. ¿No es este el concepto de pecado y pecador que tienen algunos? Ser virtuoso causa de tristeza, el vicioso es feliz; de momento. Es una pena que haya aún quien piense así.
Si los pecadores eran felices, ¿por qué acuden a Jesús? No tiene sentido. Nadie que ha encontrado la felicidad sigue buscándola; y si gente pecadora buscaba a Jesús es porque no eran felices. No nos engañemos, el avaricioso no es feliz por muchos bienes que tenga, nunca estará contento; ni tampoco el violento lo es, su violencia es el fruto evidente de su frustración, ¿conoces alguien que sea feliz y vaya por ahí insultando y avasallando?; tampoco quien pone su felicidad en la sensualidad lujuriosa que no va más allá del disfrute efímero de un momento, ni el soberbio es feliz viviendo en el temor de que alguien le haga sombra, ni, evidentemente, el envidioso, etc.
El pecador es una persona incompleta, que busca y no encuentra lo esencial: el amor. Y no me refiero tanto al amor de Dios y del prójimo hacia ellos, sino del necesario amor de ellos hacia sí mismos, hacia los hermanos y hacia Dios. Porque quien pone su felicidad en poseer bienes o recibir placeres nunca encuentra lo que busca; sin embargo, el que descubre que el amor como un camino no de recibir sino de dar y darse, y se dedica a ello, llena su vida de felicidad.
Jesús, compartiendo palabra y mesa con los pecadores, les muestra que Dios puro amor y misericordia. Dios no es dureza sino ternura; es pastor que si se le pierde una oveja no descansa hasta encontrarla; padre que, a pesar del desprecio de sus hijos mantiene los brazos abiertos para acogerlos una y otra vez. Es lo que hace Jesús, sentarse junto a los pecadores mostrándoles así su amor“.
Los fariseos y los escribas murmuraban” sorprendidos por el amor que mostraba Jesús. ¿Cómo un maestro espiritual puede rodearse de gente tan mala? Para el fariseo el amor de Dios no es un don, es una conquista, algo que se ha de merecer por las buenas obras. Jesús desmonta ese concepto interesado del amor de Dios; a Dios no se le compra, sólo se accede a Él por el camino de la humildad que supone saberse pecador. Dios sólo pide una cosa: ser aceptado, ser reconocido como padre amoroso, fuente de seguridad y felicidad.
Dios es feliz amando. “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. (Lc 15,9)“Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”. “Comamos y celebremos un banquete -dice al regresar el hijo pródigo- porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado” (Lc 15,23-24). Si contemplas la felicidad de Dios puedes comprender una verdad inmensa y que suele pasar desapercibida: se es más feliz perdonando que condenando, dando que recibiendo, amando que odiando. La alegría del corazón o felicidad profunda no viene de fuera, nace de dentro, de la conversión al amor.
Creo que a las parábolas de la misericordia podemos llamarlas con razón parábolas de la alegría de Dios. Dios es feliz, es la felicidad misma. Si en Dios no hay asomo de tristeza, a pesar del desplante de sus hijos, es porque ama sin medida; no hacerlo sería negarse a sí mismo (2 Tm 2,13). Y aquí puedes extraer una gran enseñanza: si quieres una vida de alegría y felicidad sostenible, ¡créeme!, deja de juzgar y condenar, arroja lejos de ti al fariseo, y empieza a llenarte del amor de Dios, a mirar con ternura a todos y a todo lo que te sale al paso, ya sean cosas y personas agradables o desagradables.
Contempla a Dios. ¿Qué ves? Amor. Y si no es amor lo que ves es porque no adoras al Dios verdadero. Dios te perdona; su misericordia es la esencia de su ser. Perdónate a ti mismo tus errores y recomienza con amor renovado aquello en lo que erraste. Estarás imitando a Dios. Perdona las molestias que puedan causarte las personas con las que vives; aquella a la que te cuesta amar más es un regalo para crecer en amor. Cuando veas a alguien que, como Jesús, se muestra amable con quienes tú consideras dignos de reprimenda, no le critiques, como los fariseos; alégrate porque está contemplando la gratuidad del amor de Dios.
Quien busca la felicidad tiene en Dios la respuesta a su búsqueda, y en Jesús el mapa para llegar a ella. Donde abunda el pecado -reconocido y arrepentido- sobreabunda la gracia. Donde florece el perdón, fructifica la alegría. Hay "más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse".
¡Feliz Domingo!
Septiembre 2022
Casto Acedo
sábado, 3 de septiembre de 2022
Al hilo de la Palabra (4 de Septiembre)
EVANGELIO LC 14,25-30.33
* * *
En este texto de san Lucas habla Jesús de posponer “padre, madre, mujer e hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo”. San Mateo añade “tierras” (Mt 19,29) a la lista de necesarios desapegos, san Lucas pide "renuncia a todo sus bienes"; y no sólo dice san Mateo que hay que posponer, sino dejar.
¿Qué significa eso de dejarlo todo? ¿Si deseo ser un auténtico cristiano debería abandonar a mis padres y al resto de mi familia a su suerte, y ser célibe, además de quedarme sin blanca en el bolsillo? En una lectura fundamentalista literal sería así; pero entonces sólo serían discípulos genuinos los eremitas que se retiran al desierto apartándose de todos y de todo; quedarían excluidos del grupo los monjes que viven en comunidad ¿o no son hermanos también los que comparten vida en común entre los muros de un monasterio?
Lejos de mí una lectura tan radical de este texto. Sí así fuera no me atrevería a llamarme cristiano, discípulo de Cristo; no reuniría los requisitos. Me inclino más por leer este evangelio viendo en él más un posponer o relativizar que un renunciar totalmente. Porque tener familia o bienes con los que sustentarme y sustentarla no va contra los planes que Dios tiene parea mi.
Ser discípulo de Cristo, decidir seguirle, es optar por un buen proyecto de vida que no se base en los parámetros que hasta entonces hemos considerado mejores. Desde niños se nos han ido inculcando una serie de principios y valores a poner en juego que no siempre coinciden plenamente con aspectos del espíritu cristiano. Si observamos con detenimiento y objetividad descubrimos que nos educaron con un cierto espíritu de clase, de pertenencia a un colectivo limitado, con mentalidad estrecha a la hora de plantearnos grandes retos. Nos miramos desde el apellido, la pertenencia a un pueblo o ciudad, una región o nación, etc. En teoría “todos somos iguales”, pero en la práctica consideramos como más dignos de nuestro amor y cuidados a nuestros familiares y compatriotas, y por supuesto a nosotros mismos.
A causa de la educación tan, digamos, "patriarcal", nuestro amor queda estrecho de miras, sin proyección universal. Y esto es, tal vez, algo que quiere corregir el evangelio de hoy. El discípulo ha de procurar amar a todos por igual, más allá de sus preferencias familiares y sociales. Jesús llama a seguirle en el amor que Él es y manifestó. ¿A quién amó Jesús? A su padre José y su madre María, a sus parientes, a sus vecinos; pero no se quedó ahí. Superó su judaísmo amando y acercándose con la misma ternura a los que no eran judíos y además eran pecadores públicos; y en el colmo del amor, llegó a amar a sus enemigos con la misma intensidad que a su familia más cercana.
Hay un texto de san Pablo a los Romanos que merece la pena meditar, porque nos pone ante la evidencia de que si Jesús nos ama no es porque merezcamos ser amados por nuestros méritos sino por pura gratuidad. “Cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,6-8).
Tú y yo no somos de su familia de sangre; de hecho le traicionamos muy a menudo; sin embargo, él nos ama y nos hace hijos de Dios, familia suya, por pura gratuidad; Jesús relativiza su familia humana y su pertenencia social o religiosa para abrir el abanico de su amor a todo ser humano y a toda la creación.
La compasión universal de Jesús es la que justifica que posponga a su familia, sus amigos y a sí mismo cuando se trata de amar. Él predicaba amor de total entrega hacia todos. Esta virtud es parte esencial de su proyecto de vida y su misión. Muchos consideraron imposible vivir semejante propuesta.
Dicen los evangelios que cuando la pasión los fariseos y uno de los crucificados con él se burlaban porque no se salvaba a sí mismo. Pero Jesús se mantuvo fiel a su palabra que predicaba amor misericordioso: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Estas palabras de perdón pronunciadas en la cruz son una señal de coherencia, honestidad y victoria del amor total sobre quienes lo consideran utópico o ridículo. Jesús "amó hasta el extremo" (Jn 13,1).
Nosotros sabemos ahora que el amor hasta el extremo de dar la vida por los enemigos le estaba honrando, y desde ahí nos estaba salvando. El amor sin fisuras es sanador para quien lo practica y para quien lo recibe.
Es difícil entender esto del amor in límites. Como se afirma en la primera lectura de hoy (Sab 9,13-18) "los pensamientos de los mortales son frágiles e inseguros nuestros razonamientos, porque el cuerpo mortal oprime el alma y esta tienda terrena abruma la mente pensativa". Necesitamos la luz de la sabiduría divina, el conocimiento íntimo de Jesucristo, porque "si apenas vislumbramos lo que hay sobre la tierra,...¿quién rastreará lo que está en el cielo?". Me gusta decir que lo natural es amar a los amigos; para amar a los enemigos necesitamos un plus de gracia de Dios, porque amar así es sobrenatural.
Concluyendo: El evangelio de este domingo no está invitando a adherirnos con decisión a la sabiduría de Cristo. Para hacerlo no se necesita despreciar a la familia de sangre sino a amar a toda persona con el mismo amor con que Jesús me ama, o al menos con la misma premura con que estoy dispuesto a amar a los míos. Ser discípulo no es posible desde el corralito de la familia o del grupo afín. Está bien ser un buen padre-madre, esposo-esposa hijo-hija o hermano-hermano; tampoco desmerece ser un patriota o amante de la nación a la que pertenezco; el pecado es permitir que ese amor sea putrefacto, y lo es cuando se limita a las realidades de corto alcance y no se abre a la universalidad.
Medita: como discípulo de Jesús deberías cultivarte y prepararte, entrenarte en la práctica del amor sin fronteras, al modo de Jesús. Si no lo haces así no te extrañe que quienes no ven en ti el amor que predicas sonrían maliciosamente y te consideren un beato o beata en el peor sentido de la palabra. Ocurre eso cuando por tus rezos y tus devociones presumes de ser un cristiano o cristiana integral cuando en realidad eres sólo un constructor fracasado que proyectó una torre muy alta, comenzó a construirla, pero fue incapaz de terminarla.
¡Feliz Domingo!