viernes, 1 de julio de 2022

Al hilo de la Palabra (3 de Julio)

EVANGELIO  Lc 10,5-11 

Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa. Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: “El reino de Dios ha llegado a vosotros”. Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado". Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad.

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Del evangelio de hoy selecciono el texto donde se habla de “sacudirse el polvo de los pies”, una expresión que no hace mucho interpretaba como una actitud de desdén rechazo, desdén y maldición de Dios sobre aquellos a los que se dirige el gesto.  Hoy leo el texto con una mirada diferente.

La luz me vino al tratar con personas buenas, que intentan con toda su buena voluntad acercar a otros a Dios, y que cuando no lo consiguen entran en un estado de tristeza y culpabilidad que no tiene justificación.

Son muchas las personas, sobre todo madres muy religiosas, las que suelen acudir al sacerdote con un lamento: “Mire usted, he intentado de todo con mis hijos a fin de que fueran personas de Iglesia: catequesis, colegio religioso, acercamiento a la parroquia, etc. y ninguno de ellos va a misa ni ha entrado en religión; ¿qué hemos hecho mal?”. Y dejan entrever un sentimiento de culpa, como si el fracaso de su misión tuviera su raíz en ellos.

La advertencia final del texto evangélico acerca de Sodoma y Gomorra, ciudades que fueron destruidas a causa de sus pecados, no se dirige a quienes anuncian la Buena Nueva, sino a quienes no la quieren escuchar. Conviene matizar que estas ciudades fueron destruidas como lógica consecuencia de la corrupción personal, familiar, social, económica, y política, no por una personal venganza divina. La advertencia profética no pretende mostrar un Dios implacable y terrible, sino llamar la atención sobre hacia donde se encaminan quienes no aceptan en sus vidas el amor y el perdón de Dios. Nuestro Dios, el Padre de Jesucristo,  desde siempre es  compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia” (Sal 103,8). Seguir su Palabra edifica, darle la espalda destruye. 

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Aclarada esta premisa, ¿qué lectura hacer del gesto de “sacudirse el polvo de los pies"? Me atrevería a decir que ese polvo no es otro que el falso sentimiento de culpabilidad que pueda quedar en el corazón del apóstol cuando no ve el fruto esperado. ¿Estaré evangelizando correctamente? ¿En qué me habré equivocado a la hora de educar a mis hijos? ¿No será que no valgo para esto? … Si has puesto todo tu empeño y tu buena voluntad en la tarea misionera, ¡suelta esos pensamientos!, arroja fuera ese polvo que se ha pegado a los pies de tu conciencia; es obra del diablo que siembra cizaña en tu campo y te hace creer que no sólo eres el responsable de la siembra sino también el que  hace crecer; y esto último es cosa de sólo Dios.

Muchos desánimos en sacerdotes, catequistas y demás agentes de pastoral nacen del sentimiento de fracaso ante la supuesta esterilidad de la tarea. Tras años de brega acaban enfadados con el campo que les ha tocado sembrar, demonizan la tierra, ¡con esta gente no se puede hacer nada!, o lo que es peor, se flagelan a sí mismos acusándose a sí mismos por  lo mal que ha salido todo. 

Sigo invitando este domingo, como el pasado, a soltar, en este caso a soltar la creencia de que esto del crecimiento del Reino depende de nosotros cuando es cosa del Señor. Tal vez aquí está una de las claves de la tan actualmente reiterada conversión pastoral: trabajar en gratuidad. A ti sólo te corresponde sembrar, el crecimiento y los frutos son cosa del Señor. Pensar de otro modo es soberbia.

Es el Señor el que da la cosecha mientras duerme el sembrador. El fruto de la siembra seguramente no será el que esperas: misas llenas, mejor consideración social de la Iglesia, jóvenes domesticados según tus propios criterios, vuelta del pueblo a viejas tradiciones, etc. Cuando siembres compasión de Dios no esperes ver crecer espectáculos. Mira y observa; como hacía Jesús. Fue el único que se dio cuenta de que aquella pobre viuda que echó  la moneda en el cepillo del templo (cf Lc 21,1-4) era un signo evidente de que el Reino da frutos inesperados.

Tal vez aquellos a quienes te diriges en tu apostolado no respondan a tus expectativas, pero las expectativas de Dios son de otro orden: amor y misericordia; practicar esto es la mejor catequesis que puedes dar; y contemplarla en otros el mejor modo de verificar que Dios sigue estando presente en nuestra historia.

Un consejo: no sacudas el polvo de tus pies (tus enfados y frustraciones, tus complejos de culpa) sobre nadie. Sólo hazles saber cuánto se pierden al darle la espalda al Dios de la misericordia y la vida. Y no esperes recompensa alguna por tu trabajo de apostolado; "cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: ´Somos unos pobres siervoshemos hecho lo que teníamos que hacer´." (Lc 17,10).

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Otro comentario a las lecturas de este domingo:

https://blogdecastoacedo.blogspot.com/2022/06/claves-para-anunciar-el-evangelio-3-de.html.

Julio 022

Casto Acedo 

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