jueves, 17 de julio de 2025

16º Domingo Ordinario C (20 de Julio)


EVANGELIO
Lc 10,38-42

Entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.

Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.

Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».

Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».

Palabra del Señor. 

* * *

Sorprendente la respuesta de Jesús a Marta en el pasaje evangélico de hoy. Suena como a desprecio por la tarea que realiza. Lo más lógico es que hubiera dicho: “Llevas razón, Marta, tu hermana se está pasando; ahora mismo la mando a ayudarte en el servicio”. Sin embargo, Jesús, lejos de censurar a María la alaba, porque está haciendo algo poco habitual: hacerle sitio a Dios, darle un tiempo y un lugar en su vida.

Tenemos tantas cosas que hacer que no encontramos el momento para imitar a María, para entrar en silencio con Dios y hacer oración. 

Es una experiencia común: si nos ponemos a orar, a meditar un texto del evangelio, o a silenciar el corazón junto a la fuente de la amorosa presencia de Dios, inmediatamente nuestro ego, que vive sólo en y de la apariencia y la productividad,  nos advierte que estamos perdiendo el tiempo; y acuden con urgencia a nuestra mente multitud de cosas pendientes de hacer. Tenemos tiempo para ver televisión, para navegar sin rumbo por internet, para mirar detenidamente los chismorreos de facebook, istagram o whatsapp, para detenernos a comentar el último chisme sobre el vecino, la vecina o el compañero o compañera de trabajo  (¡qué obsesión esa de meternos en la vida del prójimo!), pero cuando se trata de estar a solas con Dios, no hallamos el lugar ni el momento. O tal vez nos asusta porque nos da miedo mirarnos en los ojos de Jesús.
* * *
Podemos vivir la vida desarrollando dos cualidades que pueden ser complementarias u opuestas: SER y HACER. Lo más normal es que nos identifiquemos más con lo que hacemos que con lo que somos. Escucha esta historia de Toni de Mello:

“Una mujer estaba agonizando. De pronto tuvo la sensación que era llevada al cielo y presentada ante el Tribunal.
-¿Quién eres? -dijo una Voz.
-Soy la mujer del alcalde -respondió ella.
-Te he preguntado quién eres, no con quién estás casada.
-Soy la madre de cuatro hijos.
-Te he preguntado quién eres, no cuántos hijos tienes.
-Soy una maestra de escuela.
-Te he preguntado quién eres, no cuál es tu profesión.
Y así sucesivamente. Respondiera lo que respondiera, no aparecía dar una respuesta satisfactoria a la pregunta ¿quién eres?
-Soy una cristiana.
-No he preguntado cuál es tu religión, sino ¿quién eres?
No consiguió pasar el examen y fue enviada nuevamente a la tierra. Cuando se recuperó de su enfermedad, tomó la determinación de averiguar quién era. Y todo fue diferente”.

María, la hermana de Marta, sentada a los pies de Jesús, buscaba la respuesta adecuada a la pregunta acerca de quién era. Porque si es verdad que tenemos una vida “hacia fuera”, unas actividades que nos definen en parte porque muestran algo de nuestros ser; no menos cierto es que tenemos "dentro" otra vida, un mundo interior tan importante o más que el exterior.

Cuidamos lo de fuera: el cuerpo, el alimento, la salud física, la imagen que damos, el estatus, pero ¿cuánto tiempo dedicamos a cuidarnos por dentro? Si una ecología o cuidado exterior es importante, no menos lo es una ecología de interiores. Es lo que hacía María a los pies de Jesús: cuidarse, sanarse, capacitarse para amar.

* * *

El pecado de Marta no es su actividad, su quehacer, sino el modo envenenado de hacerlo. Mírala: afanosa, servicial, eficiente en su tarea de tenerlo todo a punto para la comodidad del huésped. Mientras -pensaba- su hermana no mueve un dedo para ayudarla en algo tan necesario. No pudo evitar el juicio sobre María que delata la falta de amor en su trabajo: “¿No te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano”. Hace algo poco elegante: criticar, rebajar a su hermana ante Jesús. Sus palabras muestran algo que desgraciadamente no es raro en el género humano: hacerse valer  desvalorizando al otro. 

La queja de Marta pone al descubierto que lo que está realizando no lo hace movida por un amor de gratuidad, sino con la intención de llamar la atención, de ganarse el afecto y la consideración de quienes la observan. Se considera el centro de la escena, no le mueve la humildad sino la soberbia. Más que servir a su prójimo sirve a su propio ego. Está insatisfecha, y de su insatisfacción nace la envidia y la crítica hacia su hermana.

María,  por su parte, dedica tiempo a sanar su corazón, a mirarse en los ojos de Jesús, a entrar desde esa mirada  dentro de sí misma y responder a la pregunta acerca de su verdadera identidad. Jesús la alaba, no por su inactividad sino por su inteligencia al valorar el cultivo espiritual. Luego, de su centro iluminado por Jesús, brotarán las obras propias de un corazón enamorado.

Dice santa Teresa que “Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo, y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer”. No se puede decir más claro que oración y acción, contemplación y vida, han de ir unidas. Una vida de oración sin compromiso es una “vida de beato” en el peor sentido de la palabra; una vida separada de su raíz en Cristo, cae fácilmente en un activismo sin sentido y sin reposo, una vida de esclavos. 

* * *

Jesús apostilla: si me das a elegir por importancia entre hacer y ser, "sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la mejor parte", déjala en paz,  ¿Cómo salir de una vida esclava del "hacer"? ¿Cómo conseguir que las prisas y el encanto productivista de la modernidad no nos enganche? La respuesta es escucha, oración y contemplación. Es lo que está haciendo María. 

Jesús no desprecia el servicio de Marta, pero sabe que cualquier tarea es esclava cuando no se hace desde el corazón. Es este un aviso a navegantes en un mundo en el que sólo se valora la rentabilidad material, donde sólo se  educa para conseguir beneficios económicos y donde, tristemente, se echa en falta una educación espiritual que conjugue lo que somos y lo que hacemos. Sólo así seremos felices.

Aprovecha el domingo para ponerte a los pies de Jesús. Descansa, ora, contempla, ama. Mantente firme en ello; habrás escogido la mejor parte, la que ve el mundo  con un corazón enamorado. Y amor de Dios nadie te lo podrá quitar. 

* * *


 He descubierto que el abandono de la oración suele llevarme al desorden en mis tareas. Y cuando me desbordan las prisas y el estrés, y mi carácter se agria como el de Marta, sé que sólo poniéndome con María a los pies de Jesús, puedo recobrar la serenidad y la paz.  Porque ahí aprendo quien soy; y sólo cuando sé quien soy cobra sentido lo que hago.

Termino haciéndote participe de un texto que me acompaña mentalmente desde hace años y que me ayuda a valorar la oración cuando flaquea mi voluntad de dedicarle un tiempo regular.

Me levanté temprano una mañana,
y me lancé a aprovechar el día.
Tenía tantas cosas que hacer,
que no tuve tiempo para rezar.
“¿Por qué no me ayuda Dios?”- me preguntaba.
Y Él me respondió: - “No me los has pedido”.

Quería sentir la alegría y la belleza,
pero el día continuó triste y sombrío.
Me preguntaba por qué Dios no me las había dado.
Y El me dijo: “Es que no me lo has pedido”.

Intenté abrirme paso hasta la presencia de Dios,
y probé todas mis llaves en la cerradura pero no pude abrir.
Y Dios me dijo paciente y amorosamente:
-“Hijo, no has llamado a la puerta”

Pero esta mañana me levanté temprano,
y me tomé una pausa antes de meterme de lleno 
en las tareas del día.
Tenía tantas cosas que hacer, 
que tuve que tomarme tiempo para orar.

(Edwig Lewis, S.J. 
En casa con Dios, pg 88)

¡Feliz domingo!

Julio 2025
Casto Acedo

jueves, 10 de julio de 2025

15º Domingo Ordinario C (13 de Julio)

EVANGELIO 
Lc 10,25-37
Un hombre que bajaba de Jerusalén loa Jericó cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. 

¡Palabra del Señor! 

COMENTARIO  

Solemos titular este texto como “parábola del buen samaritano”, aunque sería mejor llamarlo “parábola del samaritano compasivo”, porque lo del "buen" samaritano parece un título que lleva implícita la existencia de "malos"; en este caso serían los judíos (el sacerdote y el levita). Y no existen pueblos ni razas, ni colectivos, esencialmente malos o buenos; sólo personas compasivas o ignorantes y acciones meritorias o censurables. 

La conclusión primera que sacamos de esta parábola es  muy simple: obras son amores y no buenas razones; es decir, no basta decir “¡Señor, Señor!” para entrar en el Reino; se requiere la vida, la ratificación de la palabra con los hechos (cf Mt 17,21).  El mandamiento -dice la primera lectura de hoy- está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas” (Dt 30,14), es decir, está en tu mano. 

Todos conocemos la enseñanza de Jesús,  su “mandamiento del amor”, pero ¿porqué no lo hago efectivo?, ¿qué me lo impide? Si lo importante en esto de amar está en la acción, ¿por qué se paralizan mis miembros cuando se presenta la ocasión?

* * *

Observemos a los personajes de la parábola. Son cinco: un hombre anónimo, un sacerdote, un levita, un samaritano y un posadero.

Al personaje anónimo atracado y malherido podríamos identificarlo con cualquier persona o grupo que es despojado de su dignidad, marginado o directamente descartado. “lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto”. Representa a cualquier ser humano en situación de necesidad y que, “por casualidad”, se cruza en nuestro camino.

En la parábola merecen mención especial el sacerdote y el levita, prototipos de religiosidad en su vertiente moral, ritual o teológica. ¿Por qué no se paran y ayudan al herido? Las razones son tan incomprensibles como evidentes. Tal vez la primera de ellas es que viven tan fuera de sí mismos y de Dios, tan estresados, tan en su mundo, que, “aunque miran no ven”; su obsesión por lo urgente les impide ver lo importante. ¿No te ocurre con frecuencia? Te enfrascas en planes, proyectos, tareas, deberes, … y te olvidas de que ahí, a tu lado, tienes a tu pareja, tus hijos, tus padres, tus vecinos, tus compañeros de trabajo ,… y ni siquiera reparas en ellos.

Una segunda razón para la inacción ante situaciones de injusticia que reclaman la atención es la que expone el pastor y mártir M. Luther King en una homilía orientada a despertar la conciencia de quienes eran remisos al compromiso  en la lucha contra la segregación racial. Comentando esta parábola  señala al miedo como la razón por la que el levita y el sacerdote decidieron pasar de largo. Puede que vivieran el miedo a que los salteadores estuvieran aún al acecho para caer sobre ellos; o incluso puede que el herido no fuera sino un impostor que finge estar herido para a traer incautos caminantes que serían presas fáciles de atrapar.

“Puedo imaginar entonces que la primera pregunta que se hicieron el sacerdote y el levita fuera: “Si me detengo para ayudar a este hombre, ¿qué me ocurrirá?”

Es importante reparar en la pregunta; se trata de un enfoque egoísta de la situación: “Si me detengo, … ¿qué me ocurrirá?”. Es evidente que quien se hace esta pregunta sólo piensa en sí mismo, lo cual le hace entrar en pánico, en un miedo que le impulsa a huir de la responsabilidad de atender al herido.  

Hay quien ha anotado que la causa del pasar de largo estaría en las prisas por llegar al templo o la prevención para no incurrir en impureza legal judía tocando un cadáver; pero  no se dice en la parábola que el sacerdote fuera a celebrar unos oficios, ni que el hombre asaltado estuviera ya muerto. Me inclino a creer que lo que les bloquea es el miedo.

Luego llegó el buen samaritano que, por la naturaleza misma de su corazón compasivo, invirtió la pregunta: “Si no me detengo para ayudar a este hombre, ¿qué le ocurrirá?”. 

Tenemos aquí una pregunta altruista y bondadosa. Este hombre vive en el presente, tiene consciencia de los hechos reales, posee una mente despierta que no se deja atrapar por el miedo de los pensamientos subjetivos. Al no focalizarse en su ego ve la realidad que hay fuera sí. Es un contemplativo compasivo que  vive la presencia y el dolor del herido como  propios; se sabe parte del próximo necesitado y lo siente como parte de su misma humanidad. Despreocuparse de aquel hombre sería despreocuparse de sí mismo. 

Viéndose realmente en la persona y situación del otro se despierta en el samaritano un altruismo y  una bondad naturales que le mueven a la práctica de la misericordia: “lo vio, se compadeció, le vendó las heridas, cargó con él, lo llevó a la posada y lo cuidó”, es decir, se complicó la vida; deja lo urgente que lleva entre manos  y opta por lo importante que le sale al paso. Al hacer eso no se despreocupa de sí mismo; al contrario, sabe que sólo ocupándose del herido se ocupa de sí. El samaritano, más que ola solitaria que acaricia la orilla, se sabe parte del inmenso océano de la humanidad; sabe que sin ella él sería inexistente. Tú eres yo, y yo no puedo ser yo plenamente si no soy tu. ¿No es maravilloso este grado de hermandad? Curar un miembro es sanar el cuerpo.  

Luther King, en la homilía que mencionamos, establece un vínculo entre las enseñanzas de la parábola y los costos personales que se exponían a pagar quienes ayudaban a los afroamericanos en su lucha por la justicia. Aplicó la parábola a las circunstancias que estaba viviendo entonces. A cada uno de nosotros nos costará sacar conclusiones prácticas para nuestro aquí y ahora. Hasta qué punto estoy dispuesto a complicarme la vida practicando la virtud de la caridad?

* * *

Nos queda un último personaje: el posadero. Normalmente lo vemos como una persona de confianza, un hombre honrado. Pero la verdad es que en la antigüedad los posaderos no eran miembros muy respetables de la sociedad. Quienes escuchan la parábola en boca de Jesús también debieron sorprenderse de la bondad del posadero del que habla Jesús. En las posadas eran frecuentes peleas, robos, prostitución, y hasta asesinatos. Dejar a un hombre herido en la posada, fiándose del posadero, es un desafío para el auditorio del narrador. La práctica de la justicia requiere dar un voto de confianza a otros; aunque la vox pópuli los considere inadecuados. Amar es también confiar. Y si, como dice Orígenes en su comentario al texto, la posada es la Iglesia, ¿no es también un gran acto de fe confiar al herido al cuidado de ella? La Iglesia, como la posada, no es casa de perfectos, pero no por eso deja de ser lugar de salvación.

En fin, en esta parábola todos actúan de modo contrario a las expectativas de quienes escuchan el relato. El samaritano, el sacerdote, el levita, el posadero, son personas que escapan a los patrones de conducta que se esperaría de ellos. Ahí está la fuerza de la parábola. Y ahí deberíamos incidir esta semana en nuestra oración. Romper los moldes de las falsas urgencias de nuestra vida para ir a lo verdaderamente importante: la compasión y la misericordia como virtudes a vivir en el presente, aquí y ahora, al ritmo del momento. Esto es lo que quiere decir la Palabra que ya hemos citado:  "El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas -lo vivas-". (Dt 30,14).

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PARA MEDITAR-ORAR

Hay un texto de Facundo Cabral que podría servir de oración para este domingo. Quizá ya lo conozcas. Invita a reconocer dónde está lo verdaderamente urgente en la vida, lo único importante. El Evangelio de hoy es una invitación a no huir del momento, a “vivir el presente”, a conectar con Dios en el único lugar e instante posible: aquí y ahora. Vivir el amor y la compasión hoy-aquí es la única urgencia, porque es lo único importante. Vivir el amor en el instante es vivir. El samaritano compasivo no pierde su vida al ayudar al herido, la encuentra (cf Mt 10,39). Las personas que el Señor pone ante nosotros en cada momento son un regalo que Él nos hace, una oportunidad para ser nosotros mismos, para vivir intensamente el amor.  

FACUNDO CABRAL.

Urgente 

https://www.youtube.com/watch?v=o_nY1lmWwxo

Texto

Para ti, que siempre vives la vida a un ritmo vertiginoso,  quiero recordarte que los más importante que tienes en la vida, eres tú y todos los que te rodean, y recuerda que ...

"Urgente", es una palabra con la que vivimos, día a día, en nuestra agitada vida, y a la cual, le hemos perdido ya todo significado de premura y prioridad.

"Urgente", es la manera más pobre de vivir en este mundo, porque sabes, el día que nos vamos, dejamos pendientes las cosas, que verdadera mente fueron urgentes.

"Urgente" , es que hagas un alto en tu ajeteadra vida, y te preguntes: ¿Que significado tiene todo esto que yo hago?.

"Urgente", es que seas más amigo, más humano, más hermano.

"Urgente", es que sepas valorar el tiempo que te pide un niño, una niña.

"Urgente", es que cada mañana, cuándo veas salir el sol, te impregnes de su calor, y le des gracias al Señor, por tan maravilloso regalo.

"Urgente", es que mires a tu familia, a tus hijos, a tu esposa, y a todos los que te rodean, y valores ese tan maravilloso tesoro.

"Urgente", es que le digas a las personas que quieres, hoy, no mañana, ¡cuánto los quieres!

"Urgente", es que te sepas hijos de Dios, y te des cuenta que él te ama, y quiere verte sonreír feliz y lleno de vida.


"Urgente", es que no se te vaya la vida en un soplo y que cuando mires atrás, seas ya un anciano que no puede echar tiempo atrás, que todo lo hizo urgente... que fue un gran empresario, un gran artista, un gran profesional, que llenó su agenda de urgencias, citas, proyectos, pero dentro de todo, lo más importante... se te olvidó vivir.

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Otro comentario  a la parábola de hoy en:

lunes, 30 de junio de 2025

Domingo 14º Ordinario C (6 de Julio)

 

EVANGELIO  Lc 10,5-11 

"... Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa. Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: “El reino de Dios ha llegado a vosotros”. Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado". Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad.

 * * *

Del evangelio de hoy nos fijamos en la expresión “sacudirse el polvo de los pies”, expresión que muchos interpretan como actitud de desdén y rechazo, o de desdén y maldición de Dios sobre aquellos a los que se dirige el gesto.  Pero he aprendido a ver el el gesto con una mirada diferente.

La luz me vino al tratar con personas buenas, que intentan con toda su buena voluntad acercar a otros a Dios, y que cuando no lo consiguen entran en un estado de tristeza y culpabilidad que no tiene justificación.

Son muchas las personas, sobre todo madres muy religiosas, las que suelen lamentarse ante sus confesores con estas o parecidas palabras: “Mire usted, he intentado de todo con mis hijos a fin de que fueran personas de Iglesia: catequesis, colegio religioso, acercamiento a la parroquia, etc. y ninguno de ellos va a misa ni ha entrado en religión; ¿qué hemos hecho mal?”. Y dejan entrever estas personas un sentimiento de culpa, como si el fracaso de su misión tuviera su casusa en las deficiencias de ellos.

La advertencia final del texto evangélico acerca de Sodoma y Gomorra, ciudades que fueron destruidas a causa de sus pecados, no se dirige a quienes anuncian la Buena Nueva, sino a quienes no la quieren escuchar. Conviene matizar que estas ciudades fueron destruidas como lógica consecuencia de la corrupción personal, familiar, social, económica, y política, no por una personal venganza divina. La advertencia profética no pretende mostrar un Dios implacable y terrible, sino llamar la atención sobre hacia donde se encaminan quienes no aceptan en sus vidas el amor y el perdón de Dios. Nuestro Dios, el Padre de Jesucristo,  desde siempre es  compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia” (Sal 103,8). Seguir su Palabra edifica, darle la espalda destruye. 

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Aclarada esta premisa, ¿qué lectura hacer del gesto de “sacudirse el polvo de los pies"? Me atrevería a decir que ese polvo no es otro que el falso sentimiento de culpabilidad que pueda quedar en el corazón del apóstol cuando no ve el fruto esperado. ¿Estaré evangelizando correctamente? ¿En qué me habré equivocado a la hora de educar a mis hijos? ¿No será que no valgo para esto? … Si has puesto todo tu empeño y tu buena voluntad en la tarea misionera, ¡suelta esos pensamientos!, arroja fuera ese polvo que se ha pegado a los pies de tu conciencia; es obra del diablo que siembra cizaña en tu campo y te hace creer que no sólo eres el responsable de la siembra sino también el que  hace crecer; y esto último es cosa de sólo Dios.

Muchos desánimos en sacerdotes, catequistas y demás agentes de pastoral nacen del sentimiento de fracaso ante la supuesta esterilidad de la tarea. Tras años de brega acaban enfadados con el campo que les ha tocado sembrar, demonizan la tierra, ¡con esta gente no se puede hacer nada!, o lo que es peor, se flagelan a sí mismos acusándose de lo mal que ha salido todo. 

Es necesario soltar la creencia de que esto del crecimiento del Reino de Dios depende de nosotros cuando es cosa del Señor. A ti sólo te corresponde sembrar, el crecimiento y los frutos son cosa del Señor. Pensar de otro modo es soberbia. Tal vez aquí esté una de las claves de la deseada conversión pastoral de la Iglesiatrabajar en gratuidad. 

Es el Señor el que da la cosecha mientras duerme el sembrador. El fruto de la siembra seguramente no será el que esperas: misas llenas, mejor consideración social de la Iglesia, jóvenes domesticados según los propios criterios, vuelta del pueblo a viejas tradiciones, etc. Cuando siembres compasión de Dios no esperes ver crecer espectáculos. Mira y observa; como hacía Jesús. Fue el único que se dio cuenta de que aquella pobre viuda que echó  la moneda en el cepillo del templo (cf Lc 21,1-4) era un signo evidente de que el Reino da frutos inesperados.

Tal vez aquellos a quienes te diriges en tu apostolado no respondan a tus expectativas, pero las expectativas de Dios son de otro orden: amor y misericordia; practicar esto es la mejor catequesis que puedes dar; y contemplarla en otros el mejor modo de verificar que Dios sigue estando presente en nuestra historia.

Un consejo: no sacudas el polvo de tus pies (tus enfados y frustraciones, tus complejos de culpa) sobre nada ni nadie. Sólo hazles saber cuánto se pierden al darle la espalda al Dios de la misericordia y la vida. Y no esperes recompensa alguna por tu trabajo de apostolado; "cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: ´Somos unos pobres siervoshemos hecho lo que teníamos que hacer´.(Lc 17,10).

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Otro comentario al evangelio de hoy en:

https://parroquiasanantoniodemerida.blogspot.com/2019/07/comunnicar-anunciar-el-evangelio-7-de.html

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Julio 2025

Casto Acedo 

sábado, 28 de junio de 2025

San Pedro y san Pablo (29 de Junio)


EVANGELIO
Mt 16,13-19 

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» 

Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» 

Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» 

Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.» 

Palabra del Señor. 
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Celebramos en una sola fiesta a dos grandes de la Iglesia, incluso podríamos decir que “los dos más grandes” si no fuera porque hace solo unos días hacíamos fiesta con san Juan Bautista, del cual dijo Jesús que “no ha nacido de mujer uno más grande” (Mt 11,11). Sea como fuere, celebrar a Pedro y a Pablo es celebrar a dos santos que, debilidades aparte, dieron testimonio de fidelidad al Evangelio sufriendo por su causa persecuciones, cárcel y la misma muerte.

Pedro, Pablo, ... y el Espíritu Santo

De san Pedro sabemos bastante por los santos Evangelios; ahí se nos cuenta su vocación, sus dudas, su traición y su constante conversión a Jesús. Luego el libro de los Hechos, en su primera mitad, nos narra los principios de su ministerio como cabeza visible de la Iglesia. A partir del capítulo 13 este libro, que cuenta los inicios de la Iglesia, cede el protagonismo a Pablo, el apóstol misionero por excelencia, que sin dejar de aceptar la primacía de Pedro, y siempre fiel a su primado, a pesar de los disensos (cf Hch 15), extendió la fe de la Iglesia Cristiana por todo el Mediterráneo.

Pero, no nos engañemos, el verdadero protagonista de la expansión misionera no fue Pedro, tampoco Pablo, sino el Espíritu Santo; la comunión eclesial y su empuje misionero sólo se pueden explicar desde Dios: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra” (Hch, 1-8). La clave de la evangelización no está en el enviado (apóstol) sino en quien lo envía.  

A Pedro se le profetizó su entrega generosa a la tarea del evangelio y la que sería su muerte testimonial: “Cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios” (Jn 21,18-19). Pablo no dudó en decir que “llevamos este tesoro –el Evangelio que predicamos- en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros” (2 Cor 4,7). 

Con claridad vio San Lucas, autor del libro de Hechos de los apóstoles,  que Pedro y Pablo sólo fueron instrumentos en manos del Espíritu, por eso se percibe en su lectura que el verdadero protagonista de la expansión misionera es el Espíritu que los va llevando (cf Hch 10,19;11,12; 16,7;21,4); de hecho, ni siquiera se narran los martirios de Pedro y Pablo; simplemente desaparecen de la escena; el protagonismo del Espíritu en la vida de estos santos y en la de las comunidades del comienzo parece decirnos que la Iglesia sigue siendo una tarea inconclusa y ha de vivir siempre entregada a la tarea de construir su unidad y completar su misión dejándose llevar por el soplo de Dios.

En el Evangelio que nos ofrece la liturgia en este día Pedro es proclamado por el Señor “mayordomo” de su Iglesia, poseedor de las llaves; el que tendrá el deber de administrar, de mantener la fe y la unidad en la casa de los cristianos. Pablo, por su parte, es elegido con miras a anunciar el Evangelio: “Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio” (1 Cor. 1,17; cf 9,16.23; Rm 1,9.14; 15,19; etc.). Unidad interna y testimonio externo de cara a la expansión del Reino de Dios y su Iglesia. Detengámonos en estos dos puntos:


Una Iglesia unida en la misma  fe (Pedro).

Cuando escuchamos eso de “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”(Mt 16,18) solemos referir la palabra "piedra" a Pedro; y no andamos desencaminados; pero no olvidemos que poco antes de ese reconocimiento Pedro ha hecho una trascendental afirmación de fe: “Tú (Jesús de Nazaret) eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo (Cristo, Dios Vivo)” (Mt 16,15). La piedra que edifica la unidad en la Iglesia no es la fe en Pedro sino en la fe que acaba de confesar. "Jesús es el Mesías, el esperado". La Iglesia tiene su cimiento en Jesucristo, Hijo de Dios vivo. No es posible  llegar a esto por medio de especulaciones ni  experiencias místicas subjetivas; aquí solo se llega por revelación de Dios: “Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso (el credo con que confiesas que yo soy Hijo de Dios) no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo” (Mt 16,17). 

Así, pues, la persona de Pedro como cabeza de la Iglesia nos remite a la fe en Jesucristo como Dios. Y ahí debe ir nuestra primera reflexión: Mirar a Pedro es someter a crítica mi fe, preguntarme si es una fe soberbia que se quiere afirmar al margen o en contra de la comunidad que Pedro preside.

No puedo considerar a Pedro separado de Jesús; y teniendo en cuenta que el mérito de ser el primer Papa no se debe a sus cualidades físicas, intelectuales o espirituales (de las cuales parece ser que Pedro no hace gala en lo que de él sabemos por los evangelios), el valor de Pedro está en la elección de Dios; pura y simplemente en eso. Lo que da valor a la figura de Pedro no son sus obras sino la fe, las llaves de la casa que se le encomiendan como mayordomo. La unidad de la Iglesia se sostiene sobre esa fe; a Pedro se le da el poder de atar y desatar (cf Mt 16,19), es decir, de considerar si la fe y las correspondientes obras de quien se dice seguidor de Cristo, son las genuinas o no.

Quien cree que Jesús es el Mesías acepta también que Pedro ha sido el elegido para mantener viva la unidad del grupo de los Doce. A pesar de sus debilidad Pedro tiene el deber de no defraudar en esa misión de cultivar el entendimiento y la unidad en la Iglesia. ¿Se hubiera mantenido unida la Iglesia sin una cabeza visible que aglutinara a los apóstoles como antes hizo Jesús? ¿Habría llegado a nosotros la Palabra de Dios si no hubiera sido por la Iglesia presidida por Pedro?

Cale, pues, en nuestro corazón la figura de Pedro como símbolo de la unidad de la Iglesia en la misma fe. El mismo Pablo, más culto y preparado que Pedro, no dejó de acudir a Él y de someterse a sus orientaciones. Pablo tuvo claro que el ministerio de Pedro trascendía la persona misma del pescador y le acercaba a la verdad de Dios, oculta a los sabios de este mundo y manifestada a los pobres y sencillos (cf Mt 11,25). En el colegio apostólico, presidido por Pedro, veía Pablo la garantía de la fe y la de la unidad de la Iglesia: “Un Señor, una fe, un bautismo” (Ef 4,5). 



Una Iglesia misionera (Pablo)

Pablo ha pasado a la historia como el gran misionero, aquel que logró sacar al cristianismo de los estrechos lazos del judaísmo. Y no hay duda de que su aparición en escena, llevado por san Bernabé a presencia de Pedro, fue providencial. Proveniente del judaísmo fariseo más recalcitrante, tras su conversión Pablo se volvió un defensor acérrimo de la nueva doctrina. Si a Pedro le hemos mirado como garante de la fe, a Pablo lo miramos como misionero o mensajero de la misma para todo el mundo.

A Pablo le tocó inculturar el Evangelio en un ambiente ajeno al mundo judío en el que se había gestado; pero supo hacerlo bien, y acercó la Palabra echando mano a los recursos que la cultura griega dominante le ofrecía. ¡Cuánto tendríamos que aprender de él! En estos tiempos en los que Europa parece culminar el proceso secularizador iniciado con la Ilustración ¿no es hora de aprovechar todo lo que modernidad y posmodernidad tienen de evangélico para acercar el mensaje del Reino a los hombres de hoy?

Tal vez la clave de la evangelización sea, como siempre ha sido, poner a Cristo y su Evangelio en el centro; todo lo demás queda supeditado a ello (cf Mt 6,33); obrando desde este presupuesto Pablo relativizó las estructuras judías (no sin las consecuentes disputas con Pedro y los judaizantes) y abrió las puertas de Cristo a los paganos. Con Pablo la Iglesia se hace universal (católica), como Cristo fue universal.

Convendría en nuestro tiempo seguir los pasos del apóstol de los gentiles, dejar a un lado la espiritualidad legalista y hermética que los siglos han ido incrustando en la barca de la Iglesia, y lanzarse a predicar un cristianismo de rostro nuevo, el mismo rostro de Cristo que predicó san Pablo: “Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados —judíos o griegos—, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Cor 1,22-25). 

Se trata de pasar de una Iglesia acomodada a una Iglesia en diáspora, siempre en camino, resuelta a hacer presente la soberanía de Dios y del hombre en cualquier ámbito cultural eliminando cualquier cosa que pudiera oprimir a las personas. Pablo precia el evangelio de la liberación de todo ídolo que disminuya o despoje a la persona de su dignidad:  "Para la libertad nos ha liberado Cristo" (Gal 5,1). Él es el único garante te la dignidad humana.


El Papa León XIV, sucesor de Pedro

Me da la impresión de que el papa León XIV recoge muy bien el espíritu petrino y paulino. Los que le trataron en su etapa anterior, ya sea como sacerdote y obispo misionero o como  general de la orden de los agustinos coinciden en que siempre ha sido un pastor muy cercano y al servicio de la gente. En su etapa misionera en Perú se preocupó de conocer a fondo la cultura de aquellos a los que se dirigía; aprendió su lengua, vestía sus ropas, y no se negaba a compartir las comidas tradicionales con el pueblo; todo un Pablo de Tarso en sus viajes misioneros.

Por otra parte hay quien dice que cuando toma una decisión importante y meditada se muestra inflexible en llevarla a cabo, mostrando así la seriedad de la tradición que no sólo no debe ser adulterada sino que debe ser a su vez enriquecida con las nuevas experiencias de fe. En este sentido es buen sucesor del primer papa, que recibió la misión de conservar y promover el credo de la Iglesia.

La barca de la Iglesia la lleva el Espíritu de Cristo; esto no lo debemos olvidar nunca. Pero tampoco debemos minimizar el papel del Papa como "sacramento" (signo, misterio) de comunión. No es buena la "papolatría", pero tampoco es buena la "anarquía espiritual" de quienes confunden al Espíritu Santo con los pajaritos que todos tenemos en la cabeza. Cuando la fe personal o comunitaria zozobra tenemos la suerte y el deber de acudir a Pedro. 

Cuando se pregunta sobre el Papa León XIV es común la respuesta: "me gusta, parece un hombre bueno, sencillo, de profundas convicciones de fe, experimentado y encarnado de veras en su compromiso misionero "; no hay duda de que es un regalo del Señor. Merece la pena estar con él en su tarea. ¡Que Dios le bendiga y le de acierto para responder santamente a las inquietudes y problemas de quienes acudan a él!

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Han sido muchísimas las publicaciones documentales escritas y visuales que se han realizado tras la elección del Papa León XIV.  A mi pareció un buen resumen de su humanidad este video:


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Y de más larga duración  el documental "León de Perú"


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¡Feliz día de san Pedro y san Pablo!
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Junio 2025
Casto Acedo

viernes, 20 de junio de 2025

Corpus Christi


TEXTO BÍBLICO
1 Cor 11,23-26
Hermanos:

Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:
Que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».

Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».

Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Palabra de Dios.




Misterio y presencia

De Misterio en Misterio. Seguimos celebrando lo “increíble”: Resurrección, Ascensión, Trinidad y ahora Corpus Christi, fiesta en la que se invita a afirmarnos en otro Misterio, el de la Eucaristía: ¡Este es el Misterio de nuestra fe!

He dicho que celebramos lo “increíble” no en el sentido de que no se pueda o deba creer sino en el hecho evidente de que facultades humanas como la mente y los análisis empíricos de la realidad no darán crédito a lo que decimos creer sobre el Pan Eucarístico. Que Jesús está real y verdaderamente presente en su humanidad y divinidad en el pan y el vino consagrados en la celebración Eucarística, es humanamente increíble. Es necesaria la revelación de Dios y la percepción de su inmenso amor para intuir desde el amor humano este Misterio; como cuando Felipe le preguntó a Jesús: “Muestranos al Padre”, y le respondió: "¡Tanto tiempo conmigo Felipe y aún no me conoces!. Quien me ve a mi ve al Padre" (Jn 14,8)

Tan presente como estuvo el Jesús histórico, y de manera histórica también, Jesús se hace y permanece presente en la Eucaristía. No es “como si fuera Jesús”; Él mismo dice “yo soy el Pan de vida”, y en la última cena no dice “Tomad y comed ...Tomad y bebed... como si este pan y este vino fueran mi cuerpo y mi sangre”, dice “Esto es mi cuerpo... Esta es mi sangre”. Ciertamente es este un gran Misterio que requiere crucificar la razón científica y echar mano de la razón amorosa.

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En el sacramento de la Eucaristía Jesús sigue entrando en la historia. Dicho de un modo más cercano: Jesús sale al encuentro de la humanidad y entra hoy en la vida de las personas como lo hizo hace dos mil años.

El había dicho: “yo estaré con vosotros hasta le fin de los tiempos”, y aquí cumple su promesa. No es el único lugar de encuentro con Él; también sigue estando presente en su Palabra, en los reunidos en su nombre (Iglesia) y en los pobres ("lo que hacéis a uno de estos pequeños a mí me lo hacéis"). Todos estos modos de presencia se concentran en la Eucaristía, porque en ellas la Palabra revela y hace posible el Sacramento, éste convoca y alimenta a la Iglesia y ésta bendice a quienes reconocen a Dios en la debilidad humana (Cáritas).

Acción de gracias, memorial

Como signo de presencia y salvación instituyó Jesús el Sacramento de la Eucaristía. Cada día, especialmente cada domingo, la Misa es el eje en el que el cristiano hace profesión de fe participando en el rito y comiendo del  pan de Dios. 

La Misa es llamada, convocatoria; las campanas llaman a poner en escena el ser Comunidad en torno a una misma mesa; también la Misa es ocasión para deleitar al alma en el encuentro con el Señor y los hermanos; y también la Misa es la oportunidad de sellar el compromiso con la causa de Jesús; “haced esto en memoria mía".  ¿Qué es lo que hay que hacer? Ciertamente debemos repetir el rito, pero la memoria de una persona no se hace simplemente recordándole con la mente o con gesto que le recuerden; la Eucaristía no es simple memoria sino “memorial” (en griego "anamnesis"),término que implica hacer presente un acontecimiento pasado de forma viva y real. Jesús invita:  comed de mi carne, transformaos en mí, participad de mi vida, imitad mi entrega, haceos Eucaristía, como yo; que vuestra vida sea una acción de gracias como lo fue la mía.

A la participación plena y consciente del misterio eucarístico sólo se accede comulgando por la gracia con una vida eucarística, es decir, una vida desapegada del mundo y entregada a Dios en  acción de gracias; esto significa Eucaristía "Eu" (bueno) y "charis" (gracia, favor). La palabra griega original eukaristía significa "acción de gracias", "agradecimiento" o "expresión de gratitud".


Sagrario y procesión

Es evidente que Jesús, en la última cena, dijo “tomad y comed, ... Tomad y bebed”; no añadió expresamente que su presencia seguiría estando en el pan y el vino más allá del momento de la Cena. Sin embargo, hay testimonios de que los primeros cristianos llevaban a los enfermos y encarcelados parte del pan consagrado a fin de hacerles también partícipes  de la riqueza del Sacramento.

Con el tiempo se llega a plantear si Jesús está presente en las especies eucarísticas en virtud de la reunión de la Iglesia (donde dos o más se reúnen en nombre del Señor, como destaca san Agustín) o si la presencia permanece más allá de la celebración (postura que parece defender san Anselmo). Las discusiones se hicieron famosas en la Edad Media, y fruto de ello es la aparición de los sagrarios y el culto de adoración en torno a él, y las primeras procesiones con el Santísimo Sacramento.

Siglos después, y como respuesta a la herejía luterana que negaba la presencia real y permanente de Jesús en las especies, el concilio de Trento define como verdad de fe que “después de la consagración del pan y del vino, se contiene verdadera, real y sustancialmente nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre... que acabada la comunión sigue presente en las hostias o partículas consagradas,... que es lícito reservar la Sagrada Eucaristía en el Sagrario, .... qué también es lícito llevarla honoríficamente a los enfermos... y que se le puede celebrar en fiesta llevándole solemnemente en procesión y ser públicamente expuesta para ser adorada”.

A partir de este Concilio la fiesta del Corpus Christi adquiere relevancia. No se puede negar que en ella tuvo parte la reacción contra los protestantes que negaban la presencia de Cristo en las especies eucarísticas más allá de la Cena. No es de recibo que en Toledo, la entonces capital del imperio español garante y defensor de la doctrina católica frente a Lutero, tenga lugar la más sonada procesión del Corpus; también son relevantes las de Sevilla y Granada, lugares donde se quería dar por superado cualquier renacer islámico o judío. Este origen reactivo del culto eucarístico no quita riqueza a la verdad de la fe, aunque sí debe prevenirnos del peligro de fanatismo eucarístico. Jesús no nos da el sacramento para lanzarlo contra los que lo niegan sino para el encuentro de todos en Él.

Deberíamos recuperar la procesión del Corpus Christi, el rito eucarístico diferencial de este día, como momento importante para hacer profesión de nuestra fe en Jesucristo, Dios humanado, que pasó y sigue pasando entre nosotros haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo (Cf Hch 10,38). Pero recuperar ese sentido místico de la procesión sólo es posible deconstruyendo la parafernalia turística que envuelve la fiesta y redescubriendo su núcleo: el reconocimiento de la Presencia de Dios entre nosotros y la adoración de Dios en las calles.

La procesión del Corpus debe ser un acto de fe y oración, no una expresión de poder y autoridad de la Iglesia. Tampoco debe entenderse como un espectáculo público donde la Custodia se exhibe y se pasea entre gentes que no saben bien qué es lo que hacen y para qué están allí. Que Jesús dijera en su pasión “perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,33) no justifica que podamos seguir tratando su Misterio sin el debido respeto.

La procesión del Corpus no es una procesión cualquiera. No sacamos la imagen de un santo para dedicarle un culto de veneración; es el mismo Dios presente en la Eucaristía quién pasa por nuestras calles, y merece reconocimiento y culto de adoración. Pregunto: ¿están nuestras comunidades y nuestro pueblo suficientemente catequizado al respecto? Pregunto. Y animo a descubrir en fe la riqueza que se abre en nuestras calles el día del Corpus: “¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche" -dice san Juan de la Cruz-. Es el mismo Dios el que pasa ante nosotros cuando pasa la Custodia; aunque nuestro entendimiento esté limitado a la vez por la oscuridad y la certeza de la fe: 

Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida
aunque es de noche. 

Aquesta viva fuente que deseo
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche.

"Aunque es de noche", es decir, aunque sea sólo con los ojos de la fe, podemos ver cómo Jesús pasa  por nuestras calles en el Corpus. Tal vez los versos del santo Carmelita parezcan más apropiados para un tiempo de oración ante el sagrario en la intimidad de un templo; pero no podemos renunciar al ejercicio de la fe durante la procesión de este día, aunque el ambiente secularizado que nos envuelve haga que la fe se ejerza en mayor oscuridad. 


El Corpus Christi invita a la conversión, a abrir los ojos del alma para ver la Presencia de Dios en la Custodia; alto honor es saberte en Presencia de Dios-Eucaristía; y más alto honor es percibirte de ello y digno de custodiar (cuidar, proteger) al mismo Señor que pasa a tu lado, no sólo en el Sacramento del Pan, sino también en los empobrecidos y descartados del mundo. 

Hoy, día de Caritas,  Jesús te dice: estoy  contigo, ánimo, mantén vida la esperanza. Como Iglesia, Sacramento y Cuerpo de Cristo, estamos llamados a decir al mundo: "Allí donde nos necesitas, abrimos camino a la esperanza". Contemplar la Eucaristía ha de llevar a ser eucaristía, entrega generosa,  para el  mundo.

¡Feliz día del Corpus!
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Junio 2025
Casto Acedo