viernes, 16 de mayo de 2025

Sobre el amor de Dios (18 de Mayo. V de Pascua)




EVANGELIO
Juan 13, 31-33a. 34-35

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:

—«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.

Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros.

Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros».

Palabra del Señor.

*



“Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 15,12). El amor de Dios es el punto de referencia tanto para la contemplación como para la acción cristiana, que ha de ser siempre caritativa, tal como lo vemos en la parábola de El buen samaritano (cf Lc 10,25-37) y El juicio final (Mt 25,31-46).  El punto de referencia lo tenemos en el amor de Jesús tal como él mismo lo enseña: "Como yo os he amado, amaos también unos a otros”.

¿Cómo fue el amor de Jesús?

* Humilde (encarnado). Un amor no paternalista y desde arriba sino fraterno y desde abajo.  Dios se abajó a nosotros y “envió a su Hijo” (Gal 4,4). Por tanto, si el camino de Dios-Amor es el de encarnarse en los problemas-situaciones humanas para dar vida, así ha de ser nuestro amor. El amor de Dios se hace disponibilidad para amar al hermano como ama Dios, que “mandó su hijo al mundo para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4,9).

Esencial. Amar es una condición sin la cual no se puede ser auténtico cristiano. “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15,12). El amor no es una opción. La “opción preferencial por los pobres”, expresión nacida en Latinoamérica y muy repetida en todo el orbe cristiano, hay que entenderla como una llamada a todos los cristianos para que retomen el camino que nunca debieron dejar, es decir, el camino del amor, que no es optativo sino obligado para ser cristiano de hecho. El Señor no da un consejo: “si os parece bien, amaos”, sino un mandato inexcusable. Quién no ama no es de Dios.

*Excesivo. El “exceso” del mal pide “exceso de amor”, porque sólo el amor extremo derrota el extremismo del mal. Amar como Jesús supone aspirar a imitarle en su misericordia infinita: “No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos” (Mt 5,39-41).  En Palabras de la  primera Carta de san Pedro: “Tened un corazón compasivo y sed humildes. No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto, sino al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados, para heredar una bendición” (3,8-9).

Universal. Un amor compasivo y misericordioso con todos, porque en Dios “no hay acepción de personas” (Rm 2,11; cf Job 34,19), “pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? ...  Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. (Lc 6,32.35-36). El amor excesivo de Cristo en la Cruz provoca la conversión de la humanidad. Un amor testimonial que hace exclamar a quien lo contempla: "Verdaderamente este era hijo de Dios" ( Mc 15,39). 

* Concreto. El amor de Jesús se concreta en las obras de misericordia: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme" (Mt 25,35-35)

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Vivamos de modo inseparable el amor a Dios y el amor al prójimo. El primero es alimento fundamental para la vida interior: "Quien no ama no ha conocido a Dios" (Jn 4,8). Y conocido el amor de Dios no se puede evitar vivir el segundo: "Quien dice que conoce a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso", (1 Jn 2,4). El primero motiva y conduce al segundo, y el segundo verifica el primero.

En el centro (equilibrio) está la virtud. No exageremos el valor de las obras que realizamos en favor de nuestros hermanos porque nos pueden llevar a la soberbia de creer que las hacemos por nuestras propias fuerzas y sin necesidad de Dios. Tampoco caigamos en la trampa de medir nuestra vida y progreso espiritual por el tiempo dedicado al discurso teológico,  la oración y el retiro espiritual. Seamos sensatos y valoremos en su justa medida todo el tiempo que dedicamos a los demás y el que dedicamos a Dios. Ni uno ni otro deben ser motivo de soberbia sino de acción de gracias y alabanza a Dios que nos da la gracia de conocer su amor, de amarlo y de ser capaces de amar a los hermanos. 

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Mayo 2025
Casto Acedo

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