TEXTOS BÍBLICOS
El día de año nuevo todos nos deseábamos lo mejor. Pero ¿qué es lo mejor? Todos tenemos la impresión de saber muy bien qué es lo que nos conviene, lo más acertado para llevar una vida plena y gratificante. Pero, eso que deseamos ¿es realmente lo mejor? En nuestra lista de deseos para el año suele estar la prosperidad económica, el bienestar material, la salud, el amor correspondido, y toda una lista de aspiraciones personales que parece que cumplidas romperían la rutina del tiempo y nos situarían de golpe en la vida eterna.
No está mal desear, pero es un error poner la esperanza en unos deseos que por experiencia sabemos que no se van a cumplir. Piénsalo bien: ¿qué deseas?, ¿qué condiciones pones a la vida para ser feliz?, ¿crees que alcanzarás esos deseos?, ¿de qué depende su cumplimiento?, ¿no estarás pidiendo imposibles?, ¿de veras crees que va a confluir todo el mundo -economía, salud, circunstancias varias, personas, etc.- para que tus deseos se cumplan? Tus deseos los sueles poner en regalos externos que han de venir a ti. Este es el primer error: poner tu felicidad en tus éxitos cuando sabes que esos triunfos son fugaces; un buen día te abandonan los palmeros, la salud o los amigos te dan la espalda, y te vienes abajo. Aprendes entonces lo frágil que es la felicidad cuando se quiere cimentar en el aplauso ajeno.
La sabiduría verdadera es la que “hace su propia alabanza” (Eclo 24,1), no necesita palmeros que le regalen, porque ella misma es el premio. ¿Tan torpes somos que no vemos que la virtud lleva el premio consigo? ¿Qué mejor premio para un estudiante que lo aprendido con el estudio? ¿Qué mayor regalo para un niño obediente que la adquisición de una disciplina de vida? ¿Qué mejor premio para un artista que la satisfacción y contemplación de su obra de arte? ¿Qué mayor gratificación pueden esperar unos amantes que la satisfacción de su donación mutua? Cualquier regalo o premio que venga del exterior es insignificante para el auténtico sabio.
La tradición cristiana enseña que la sabiduría de la que hablan las Escrituras del Antiguo Testamento es Jesucristo. no es otra que el mismo Jesucristo. “Nosotros -dice san Pablo- predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados — judíos o griegos—, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios”.
“El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre viniendo al mundo” (Jn 1,9). El Verbo es Jesús, Palabra hecha carne, Sabiduría divina. Quien le encuentra y le deja ser el eje de su vida ha encontrado la clave del verdadero éxito: vivirse uno mismo en profundidad, porque “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22)., en Cristo está la clave de la vida humana, la respuesta a todas tus preguntas. “En Cristo están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”. (Col 2,3).
Aprovecha estos primeros días del año
nuevo, cuando los buenos propósitos se multiplican, para hacer un
“despropósito”, algo que no está de moda: adentrarte en el conocimiento de la
ciencia y la sabiduría que se oculta en la persona de Jesús de Nazaret. Es un
propósito contracultural que escandaliza a muchos. Te advierto que la Sabiduría
de Dios no es paliativa no te va a quitar la cruz; es realista, no
idílica. Si de veras estás interesado en ella, pregunta, busca; hay mucha gente
que ha iniciado su camino en grupos de estudio del evangelio, de intercambio de
experiencias espirituales, de revisión de vida, de redescubrimiento de las
celebraciones cristianas (liturgia), de silencio contemplativo, etc. "Buscad
y hallaréis" (Lc 11,9). Seguir la auténtica sabiduría es una
buena decisión para el año recién inaugurado.
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