viernes, 25 de octubre de 2024

Sobre la fe y la conversión (Domingo 27 de Octubre)


EVANGELIO Mc 10,46-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.» Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.» Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»

Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.» Jesús le dijo:  «Anda, tu fe te ha curado.» 

Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Palabra del Señor
*


Cuando en los evangelios se narra un milagro, más allá del hecho físico en sí se nos da una lección espiritual. Los milagros de Jesús apuntan más allá del lo concreto extraordinario. Los milagros son signos que remiten a una realidad trascendente. La curación del ciego Bartimeo (Mc 10,46-52), tal como la cuentas san Marcos, es un ejemplo evidente de ello. Podemos ver en el pasaje la historia de una conversión a Dios.

En el texto contemplamos a Jesús «al salir de Jericó», camino de Jerusalén. El camino es la vida; todos caminamos hacia la ciudad santa de Jerusalén, al encuentro con Dios, al cielo, a la felicidad eterna. Y en ese camino Jesús se cruza con un ciego el ciego que está «sentado al borde del camino pidiendo limosna». 

Yo soy el ciego Bartimeo. Soy esa persona  «sentada», parada «al borde», fuera del camino. Ahí estoy yo, y están todos los que por razones diversas nunca vieron, o dejaron de ver, y se han cansado de caminar. Ahí estoy yo y están los que viven aparcados, estancados, con los ojos oscurecidos por la legaña que se cría al arrimo del pecado, y sobre todo, por la enfermedad de la falta de fe. 

Hoy Jesús pasa a mi lado; como pasó al lado de Bartimeo. «Al oír que era Jesús el Nazareno, empezó a gritar». Más que ciego –con la connotación negativa que tiene la palabra- Bartimeo es invidente –no puede ver-. «¡Hijo de David, ten compasión de mi!». El grito le sale de dentro, del hondón del alma, del lugar donde más le duele su invidencia. Con ese grito comienza la historia de su curación-conversión, con esta oración de petición en la necesidad se inicia el camino de la fe; es una buena oración para hoy: "¡Señor, ten compasión de mi!"

«Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». ¿Quién ha dicho que Jesús no escucha las oraciones? Tal vez el problema está en que no gritamos lo suficientemente alto porque nuestra oración carece de profundidad, no ponemos demasiado empeño en la oración, porque no creemos que gritar sirva de mucho; como el mendigo que rutinariamente repite una y otra vez: “¡una limosna, una limosna!”, pero sin convicción. No era el caso de Bartimeo: «muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más». Su oración obstinada, perseverante, a contracorriente, obtiene respuesta. Jesús se fija en él.

Al saberse llamado por el mismo Jesús el ciego Bartimeo «soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús». No se lo pensó dos veces. Estaba «sentado» y «se pone de pie», se levanta, queda dispuesto para la marcha. Dejó atrás lo único que tenía, su manto; había encontrado algo más importante, una esperanza mayor que la posibilidad de recoger unas monedas sobre el manto extendido en el suelo. 

Se despegó de sus cosas y, desde esa pobreza y desvalimiento total, inicia un diálogo: «Jesús le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti?» O lo que es lo mismo: ¿De veras crees que puedo ayudarte? «El ciego le contestó: maestro, que pueda ver». Una segunda oración para este domingo: ¡Haz Señor que pueda ver!, que se abra ante mis ojos la luz para ver claro y saber por dónde tengo que caminar, cómo tengo que educar a mis hijos, cuál ha de ser mi actitud frente este problema familiar que me aflige, cómo tengo que enfocar mi vida matrimonial o laboral... «¡que pueda ver!».

Jesús le dijo entonces: «Anda, tu fe te ha curado». ¡Qué importante es la fe! Fe, creer, confiar, abismarse en Jesús; esto es la fe. Sin acogida de la Palabra, sin confianza en Jesús no hay milagro.

«Al momento recobró la vista y lo seguía por el camino». El hombre sanado se incorpora al camino, se pone en marcha con Jesús y sus discípulos, con la Iglesia, hacia Jerusalén.

Si tú eres un converso, si se te han abierto los ojos y has visto a Jesús, puedes identificarte con este ciego curado que ahora camina al lado de Jesús .

¡Feliz domingo!

*  * *

Nota: Para una reflexión más detallada, incluso para preparar una charla sobre la curación del ciego, siguiendo paso a paso cada frase del evangelio de hoy: 

https://blogdecastoacedo.blogspot.com/2012/05/el-ciego-bartimeo-charla-reflexion.html

Octubre 2024

Casto Acedo

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