martes, 31 de octubre de 2023

Los nuevos clérigos (5 de Noviembre)

 EVANGELIO Mt 23,1-12.

En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo:

«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros.

 Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

¡Palabra del Señor!

*

El texto de Mateo 23,1-5 pone en boca de Jesús palabras dirigidas en especial a los líderes religiosos (clérigos) de su tiempo. Una lectura actual, por tanto, no puede pasar por alto lo que tiene de crítica a sacerdotes y religiosos de hoy; sin embargo, ¿nos vamos a quedar en ello? 

Además de la sana crítica a los responsables de las instituciones religiosas, que ya tomamos nota de ello, también podemos ver en esta enseñanza de Jesús una serie de exigencias para el pueblo fiel y para los sacerdotes de la religión secular, esa especie de fe que prescinde de la religión para sustituirla por lo que podemos llamar  laicismo o secularización, cuya moral de ocasión no es menos hipócrita que la de los escribas y los fariseos del tiempo de Jesús.

No limitemos pues el concepto de “clérigo” a la autoridad religiosa católica. Hace unos años leí un libro: Los nuevos clérigos (1) y quedé persuadido de que también con propiedad podemos llamar “clérigos” a las personas que ocupan un cargo donde la palabra, el testimonio, el consejo, el discurso, la promesa... tienen un valor social y moral importante. Si antes de la modernidad los referentes principales de la vida moral eran los sacerdotes y religiosos, ahora lo son esos nuevos clérigos.

Los clérigos tradicionales (religiosos)
Clérigo de Iglesia el que suscribe no puede menos que recibir la Palabra del evangelio de san Mateo como un aldabonazo a su conciencia. Ya el profeta Malaquías tuvo mucho de invectiva profética para los que nos dedicamos a instruir religiosamente al pueblo: “Y ahora os toca a vosotros, sacerdotes:... os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley... os fijáis en las personas al aplicar la ley” (Mal 1, 2,1-2.9b); y el Evangelio remacha la actitud de los que ocupan cargos sagrados y no responden escrupulosamente a la ley de Dios; los que “no hacen lo que dicen”. Inevitable mea culpa.

Es un principio moral elemental que no hay derecho a imponer ni a exigir a otros lo que uno no está dispuesto a exigirse a sí mismo. "Con la medida que uséis se os medirá" (Mt 7,2). La coherencia debe ser el requisito ético mínimo exigible“. ¿Cómo puedes fijarte en la mota del ojo de tu hermano sin reparar en la viga que llevas en el tuyo? (cf Lc 6,41). Desgraciadamente esta ceguera del corazón es frecuente; son muchos los que andan entre libros sagrados y ritos solemnes, los que se mueven entre legajos de leyes canónicas y reuniones oficiales, muchos los llamados al oficio de predicar y enseñar, y que acaban viviendo y viviéndose desde la biblioteca, el despacho o el púlpito, sin bajar ni a la calle ni al reclinatorio. Se trata, en lenguaje del Papa Francisco, de pastores sin olor a oveja, con miedo a salir de sí y de su entorno religioso, más preocupados por una Iglesia autorreferencial que por una Iglesia en salida ocupada en las cosas del Reino de Dios.

Jesús dirige hoy su evangelio a todo clérigo religioso que que enturbia sus ojos con el polvo del legalismo y el ritualismo vacíos  y genera “ciegos guías de ciegos” (cf Mt 15,14). Quienes nos dedicamos a la evangelización y los sacramentos, antes de llamar al seguimiento de Jesús y al testimonio de la fe, deberíamos ponernos al frente de la tropa para no caer en la falsedad de los que dicen y no hacen, para no ser capitanes Araña que embarcan a la tropa para luego quedarnos nosotros en tierra.


Los nuevos clérigos (seculares)
La llegada de la modernidad dió lugar al surgimiento de nuevos clérigos, con lo cual este evangelio puede leerse sin miedos  desde una perspectiva más secular.

Podemos contar entre estos nuevos sacerdotes de la religión secular a los políticos de oficio,  a artistas famosos que pontifican sobre cualquier tema filosófico o moral aunque sean ajenos al arte que dominan, a los profetas del sagrado neoliberalismo, del igualitarismo, el feminismo, y a tantos y tantos que se afanan en consagrar su vida a una solidaridad de letra, hueca e indolora. También pertenecen a la cofradía de  nuevos clérigos los ministros, consejeros, directores generales, líderes victimistas de cualquier género con derecho a discriminación positiva, maestros o padres que se limitan a educar desde las alturas, sin tocar tierra. Las palabras de Jesús se dirigen a todas las personas que se sientan en las nuevas cátedras para enseñar y dirigir, y que se creen poseedores de una supremacía moral que les permite dar sin darse y exigir sin exigirse.

No nos dejemos engañar por la inercia mental. Los nuevos clérigos no son curas ni visten de sotana. Son individuos que, siguiendo los mismos pasos de los clérigos judíos que crítica Jesús, buscan ante todo medrar en los nuevos templos del status social, de la política, el espectáculo  o las finanzas.

Estos nuevos clérigos presentadores televisivos de moda, coordinadores de magazine, catequistas de la posverdad, productores y directores de cine con subvención oficial o blogueros con éxito, endiosados influencers de youtube  y otras plataformas mediáticas. En todos esos ámbitos presiden sus solemnes liturgias civiles.

Se les conoce por su hablar ex catedra; sus prédicas se ciñen a la corrección política y gozan del privilegio de la infalibilidad laica, lo que es hace merecedores de cierta  indiscutibilidad social. Sin pudor alguno han elevado a categoría divina la moral progresista (?) y consensuada, moral de obligado cumplimiento para todos menos para ellos. Predican derechos humanos, respeto o tolerancia para los que están en su línea de pensamiento, pero se muestran intransigentes ante quienes se oponen a sus modelos. 

Cuando la realidad se opone a sus intereses los clérigos seculares se adaptan a ella con un simple cambio de opinión so pretexto de necesidad; donde dije "digo" digo "Diego" o, como decía Groucho Marx, "estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros".

Todos estamos viendo con impasibilidad como los nuevos clérigos establecen leyes y principios morales, recortes y sacrificios, de los cuales ellos y los suyos quedan exentos; prometen pero no cumplen, “dicen pero no hacen”, y si algo hacen es para guadardar las apariencias y que los vea la gente. ¡Vaya también para estos nuevos clérigos las palabras de Jesús!

La obsesión por la “imagen”
Crítica también Jesús en su evangelio la obsesión compulsiva por hacerse notar, por ocupar espacios mediáticos, por salir en la tele y ser punto de referencia en las chácharas de la plaza pública.

Esta obsesión egocéntrica y narcisista es un mal que corroe a la persona y a la sociedad. A la persona porque le lleva a identificarse con la imagen que quiere proyectar alejándole cada vez más de ella misma; y a la sociedad porque promueve valores sociales individualistas, superficiales y ficticios incapaces de dar respuesta a los problemas reales que se han de afrontar para mejorar la vida de la gente.

Así describe Jesús a estos obsesos de la imagen que desperdician su energía espiritual en aparentar lo que no son: “Todo lo hacen para que los vea la gente..,. les gustan los primeros puestos y los asientos de honor..., que la gente les haga reverencias por la calle y que la gente les llamen maestro”(Mt 23,3b-7). Nadie se libra de la tentación de la vanagloria y el poder social o moral que se supone tiene el famoso.

Hay que estar atentos a estos encantadores de serpiente que se mueven con astucia por los entresijos del mundo de la pantalla consiguiendo que se valore más lo que se propaga (realidad virtual) que lo que se vive (realidad pura y dura). En un mundo así aquello que no se publicita en los medios no existe o carece de valor.

Atentos pues primero para evitar caer en la tentación de fabricarnos una personalidad falsa, de pantalla, sustentada por la mentira de mostrarme a los otros no como soy sino como los demás quieren que se sea; y segundo, atentos a mantener los sentidos despiertos y no confundir la realidad con la propaganda, y para no dejarse engañar por las coloristas luces de neón que tan hábilmente dirigen al viajero hacia donde no quiere ir. ¡Líbrenos Dios de hacer las cosas sólo para que nos vea la gente y de fiarnos sólo de lo que la gente hace para que se les vea!

* * *


Para terminar, una pregunta necesaria: con su crítica a la hipocresía de los escribas y fariseos ¿está exigiendo Jesús que sólo prediquen los perfectos? ¿Sólo quien ha alcanzado la santidad más absoluta es digno de hablar de la santidad que Jesús predica? ¡De ninguna manera. La Palabra no puede ser recortada por las limitaciones morales del predicador;  sería privar de la riqueza total del Evangelio a los que le escuchan. La crítica de Jesús no va en contra del mensaje, sino en contra de las actitudes soberbias e hipócritas de los mensajeros; No ataca Jesús la cátedra de Moisés sino a quienes indignamente la ocupan y la usan en beneficio propio, sin dejarse convertir por el mensaje.
La invectiva evangélica termina con una llamada a anunciar, a profetizar, a enseñar las cosas de arriba desde abajo, desde la cátedra del pueblo, desde el reconocimiento de la propia indignidad: “no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis Padre nuestro a nadie en la tierra, porque uno sólo es vuestro padre, el del cielo. No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mt 23,8-12).
La llamada de atención sobre la hipocresía no es para rebajar el Evangelio al nivel del mediador, sino para quedar en claro que, más allá y muy por encima del evangelizador está el Evangelio que anuncia. Por eso al “no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen”, Jesús antepone: “haced y cumplid lo que os digan” (Mt 23,3). Ampararse en la hipocresía de otros para no cumplir con los propios deberes sería signo de que no hemos entendido nada de lo que dice Jesús.
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(1) ENRIQUE DE DIEGO, Ed LibrosLibres, 2004.
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Noviembre 2023
Casto Acedo. 

jueves, 26 de octubre de 2023

Amar a Dios y al prójimo (29 de Octubre)


EVANGELIO
Mateo 22,34-40.

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»
Él le dijo: «"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»

Palabra del Señor

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Cuando la vida se lee en clave de competitividad (o tú o yo) o la envidia envenena el alma, la persona afectada busca cualquier subterfugio para derrotar al enemigo. Desde esa carrera de poder y competencia envidiosa es desgraciadamente habitual que , por ejemplo, un político en campaña electoral incida más en el modo de desacreditar al contrario que en la tarea de poner sobre la mesa el propio crédito. Y es que resulta más fácil y cómodo desfigurar la imagen del vecino que edificar honradamente la propia; lo primero es sólo cuestión de declaraciones puntuales, y lo segundo exige el ejercicio continuo de la virtud.  

Pues bien, sólo desde una postura de competición y celotipia es posible entender la obsesión de los judíos por comprometer la imagen de Jesús. El Nazareno, con su buen hacer y decir, se ha granjeado la simpatía del pueblo, que ahora le sigue en masa. Fariseos y saduceos no soportan que el pueblo, que antes les idolatraba, ahora les de  ostensiblemente la espalda. 

Los saduceos, al plantearle el tema de la resurrección de los muertos (cf Mt 22,23-33) fracasaron estrepitosamente. En esa ocasión Jesús no sólo resultó ser un predicador con éxito sino que además se mostró poseedor de una sagaz inteligencia. Los fariseos, adversarios de los Saduceos, debieron alegrarse del fracaso de éstos, y ahora son ellos, especialistas en temas teológicos y legales, los que tienen la oportunidad de poner en descrédito al profeta. Si pueden con Él conseguirán dos cosas: despojar a Jesús de las simpatías populares y poner en evidencia la ineficacia de los Saduceos.

La postura judía: el hombre al servicio de la ley

En tiempos de Jesús los eruditos judíos andaban embarcados en discusiones meticulosas sobre las prescripciones legales. Habían llegado a cifrar en más de seiscientos -en concreto 623- los preceptos que debería cumplir escrupulosamente cualquier judío que se preciara de tal. En el empeño habían llegado incluso a estipular el número de pasos que se pueden dar en sábado sin dejar de guardar ese día para el Señor. Tanto legalismo tuvo sus consecuencias: el espíritu quedó ahogado por la ley, la libertad aplastada por la “necesidad legal"; y como consecuencia última la ley pasó a ocupar el lugar de la misericordia. 

Jesús denuncia duramente tal estado de cosas: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello” (Mt 23,23). Cuando los estudiosos se centran en la investigación de algo sin tener en cuenta a la persona, como cuando se dedican a jugar con las leyes de la naturaleza sin sopesar las consecuencias para la humanidad, podemos temernos lo peor. Eso  pasaba a los fariseos; analizaban meticulosamente  los preceptos del decálogo prescindiendo del hecho de que la ley es para servicio del hombre y no el hombre para servir a la ley, tal como  lo hizo saber Jesús (cf Mc 2,27; Mt 12,1-13). El resultado no fue otro que la caída en una vida de  esclavitud de bajo la ley, en un legalismo sin amor.

Cuando a Jesús le preguntan “para ponerlo a prueba: “Maestro ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?” (Mt 22,35-36) discutían si habría algún precepto que pudiera resumir a todos los demás. Con su pregunta pretenden que Jesús tome partido por un bando u otro de las estériles discusiones del momento. Dada su apuesta por el hombre se podría esperar de Él una respuesta en extremo humanista -más importante que amar a Dios es amar al hombre- con la que poder acusarle de menospreciar a Dios.


Jesús: La ley al servicio de las personas.
 
Pero Jesús, como hizo en otros casos, no cae en la trampa de entrar en polémicas inútiles, ni tampoco en el error de reducir la religión a simple humanismo o humanitarismo. Su respuesta va al grano poniendo en evidencia la vacuidad de las discusiones teológicas desligadas del verdadero amor a Dios y del compromiso por el bien de las personas. Recurriendo a la misma ley mosaica Jesús remite a la más esencial enseñanza del pueblo de Israel, y que lo será también del nuevo pueblo que es la Iglesia; en línea con la más pura tradición judía responde: “Escucha, Israel, el Señor es tu único Dios, “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todo tu ser. (Dt 6,4) Éste mandamiento es el principal y primero”.

Lo primero que manda el precepto del Deuteronomio (6,4-6) que Jesús cita es escuchar (¡escucha, Israel!), porque si se carece de la actitud adecuada de escucha de la palabra y se acude a ella para justificar las propias ideas, de nada sirve el mandato. Sin una escucha atenta, sin la debida atención de la mente y el corazón a la voluntad de Dios,  toda discusión religiosa pierde su sentido. Cuando se abren los oídos del  alma al amor de Dios, y se quiere responder con el mismo amor que Él da,  la lógica lleva a amar a quienes Él ama: “el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas” (Mt 22,37-40).

Dejando a un lado el mandato de escuchar, tenemos tres preceptos en uno: amar a Dios, amar al prójimo y amarse a uno mismo. Ninguno de estos preceptos es veraz sin el otro, y no hay contradicción entre ellos, porque poner en primer lugar a Dios no supone rebajar al hombre, sino, al contrario, traerá consigo el reconocerlo en lo que realmente es y está llamado a ser en plenitud: hijo de Dios. Y amar a Dios en el hombre no sólo es una opción, sino una necesidad, porque el amor a Dios a quien no se ve es imposible sin amar al hermano al que se ve (1 Jn 4,20).

Por otro 
lado, estos dos amores -a Dios y al prójimo- sólo son posibles desde un hombre que se ama a sí mismo al contemplarse  y sentirse agraciado de Dios. Quien se desprecia a sí mismo se incapacita para amar a otros y al Otro. Más allá de los razonamientos legales,  la razón de fondo del compromiso de amar no nace de la institución de una ley que está sobre todas las leyes, sino de un acontecimiento: el amor de Dios que se ha manifestado en Jesucristo y ha alcanzado a la persona. La gratitud del converso al amor de Dios del que estaba tan necesitado se expande sin violencia interior hacia los que a su vez le necesitan: "No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto" (Ex 22,20). Si Dios te ha mostrado su amor, ¿responderás tú rechazando a tu prójimo?


* * *
En los últimos tiempos se ha acusado a la religión cristiana, y a las Iglesias que la predican, de ser alienantes, de alejar a los hombres de su propia realidad, de pasividad ante los problemas de la humanidad, de no hacer frente a las injusticias y crímenes que causan tanto daño y que son a su vez una de las principales causas de ateísmo, blasfemia y defección cristiana para el hombre contemporáneo (cf Gaudium et Spes,19).

¿Cómo respondería la cultura ilustrada de hoy a la pregunta sobre lo “lo más importante del cristianismo”? Me atrevo a sugerir que respondería que lo primordial es el “amor al prójimo”, dando así la vuelta al orden expuesto por Jesús, que no va del hombre a Dios sino de Dios al hombre. ¿Y no es lo mismo? Pues no, porque la primacía del amor a Dios es la garantía del amor al hombre; el cristiano ama al prójimo desde una motivación muy concreta: el descubrimiento de Dios, de su amor, de la convicción de su condición de criatura, del sentimiento de filiación que le hace sentirse “hermano”. 

Contemplemos las guerras que estamos viviendo estos días. A nadie le falta la buena voluntad para poner fin a tanta violencia y destrucción. Soy optimista y quiero pensar que en su más íntima interioridad nadie quiere la guerra. Entonces, ¿por qué está ahí? Puede ser que el motivo sea que miramos el amor desde nosotros, prescindiendo de Dios; y cuando así se hace es fácil engañarse con la convicción farisaica de la propia virtud como superior a los otros en los que solo vemos malicia. 

Construir la paz pide un primer paso esencial: mirar el amor de Dios, "amar a Dios sobre todo y sobre todos", ponerlo como referencia absoluta para la vida. Buscar ante todo el Reino de Dios y su justicia (cf Mt 6,33) y contemplar a Dios. El segundo paso es  mirar al prójimo y mirarme a mí mismo. Dios es amor; yo y mi prójimo somos semejantes a Dios, pero Él es el modelo. Dios es amor misericordioso, capaz de perdonar. Que el segundo mandamiento sea "semejante al primero" dice mucho; está indicando que sólo si ponemos  la mirada en el amor de Dios y nos dejamos seducir por Él puede establecerse la paz entre todos. 

Contemplar a Dios en la cruz empapándome en su fragancia de humildad es lo primero; sólo en Él y con Él puedo amar con generosidad a mi prójimo. El amor de la cruz es el antídoto para la guerra. "Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mi" (Jn 12,32). Cuando elevamos el amor a Dios y el amor de Dios a la categoría de principal, cuando oramos contemplando su amor, cuando nuestro corazón se compadece afectiva y efectivamente del otro, estamos trabajando acertadamente por la paz.

* * *

Para el cristiano el amor no es simple cuestión humana (liberalismo, igualitarismo y solidaridad), sino ante todo divina (libertad, igualdad y fraternidad); no nace el amor en el huerto de las ideas sino en el del corazón, no es fruto de la ley sino de la contemplación (conciencia) del amor de Dios, del Espíritu de apertura y libertad con que la fe reviste al ser humano dándole a conocer que es amado por Cristo Jesús. El motor del amor a uno mismo (autoestima) y del amor al prójimo (bondad y compasión) es el amor a Dios que se nutre de la contemplación del mismo Dios que es amor.
 
Octubre 2023
Casto Acedo.

jueves, 19 de octubre de 2023

Dios y el César. Contemplación y misión (22 de Octubre)



EVANGELIO
Mt 22,15-21

"En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta.

Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es licito pagar impuesto al César o no?»

Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.»

Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta cara y esta inscripción?»
Le respondieron: «Del César.»

Entonces les replicó: «Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.»"

Palabra del Señor

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NOTA: Para quienes se quejan o simplemente apostillan que los comentarios que escribo son demasiado largos, tengan en cuenta que hoy van como dos comentarios distintos; el primero se centra en el evangelio; el segundo, sin renunciar al evangelio del día, expone unas notas sobre el lema del DOMUND para este año: Corazón ardiente, pies en camino. 

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1. 
A Dios lo que es de Dios 

El capítulo 21 del evangelio de san Mateo comienza narrando la entrada de Jesús en Jerusalén para, acto seguido, entrar en el templo y expulsar de allí a los mercaderes, curar algunos enfermos y provocar con ello la indignación de los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley que ponen en duda su autoridad (cf Mt 21,1-27). El pueblo le aclama y le escucha, y las autoridades conspiran contra Él. 

En este contexto refiere Jesús las parábolas de los dos hijos, los labradores homicidas y las bodas. La conclusión es siempre la misma: ya que los judíos se comportan como hijos obedientes sólo de palabra y no dan los frutos esperados se les quitará el Reino a este pueblo y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos; y se invitará a la boda a todo el que quiera asistir, ya que los primeros invitados han rechazado la invitación (cf Mt, 1,28-22,14).
 
Con estas parábolas y con el gesto de expulsar del templo a los mercaderes Jesús ataca directamente a los principales del judaísmo y al mismo templo, la institución judía más importante, centro del culto y del poder limitado que los romanos permiten a los judíos.

Atacar el templo es atacar los fundamentos de la religiosidad y la autoridad judía; para los sanedritas, reacios a aceptar el cambio revolucionario que Jesús predica, no queda más salida que acabar con este hombre que pone en duda la legitimidad del culto y la ley; hay que buscar la forma de desacreditarlo ante sus seguidores, y hacerlo de manera que los romanos tomen cartas en el asunto y los responsables judíos queden al margen de la trama.

 
Lo divino no excluye lo humano
 
Tal como se escenifica en la entrada triunfal en Jerusalén, el pueblo aclama a Jesús y se pone de su lado (Mt 21,1-11); por su parte los fariseos ven menguar su influencia, y movidos por el miedo a que el Nazareno les quite su autoridad e influencia “se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta” (Mt 22,15). 

Se acercan a Jesús, y preparando el terreno para luego comprometerle, pronuncian una sentencia que a pesar de su intencionalidad malévola resume excelentemente la visión que el pueblo tiene de Jesús: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias” (Mt 22,16). Una vez cebado el pez con el engaño de la alabanza, le dan a morder un anzuelo envenenado: "¿es lícito pagar impuestos al César o no?" (Mt 22,17). 

Tal vez cabría decir aquí aquello de "gracias por la flor pero me cago (con perdón) en el tiesto". Si Jesús dice que sí se declara partidario del imperio romano y contrario al deseo de libertad del pueblo; si dice que no se le acusará de sedicioso y habrá motivos para entregarlo al poder del César. Jesús, contra todo pronóstico, no responde ni que sí ni que no; astutamente, como hizo en el caso de la mujer adúltera que también le presentaron para comprometerle (cf Jn 8,3-11), reenvía la pregunta a la conciencia de sus interlocutores: “Enseñadme la moneda del impuesto. … ¿De quién son esta cara y esta inscripción? Le respondieron: del César. Entonces les replicó: pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,19-21).

Jesús evita responder con un sí o un no; a todos nos gustaría que Jesús nos dijera sí o no cada vez que le dirigimos una propuesta o pregunta; pero Jesús no hace eso; se limita a poner delante del hombre su propia responsabilidad en la toma de decisiones. “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21), unas palabras que muchos malinterpretan al sostener que con ella Jesús separa la religión de la vida política, lo sagrado de lo profano. 

¿Debe el cristiano alejarse de cualquier compromiso político y dedicarse a la contemplación de los misterios divinos hasta que llegue la hora de la muerte? ¡De ninguna manera! ¿Significa la respuesta de Jesús  que todo cristiano en los asuntos temporales tiene que obedecer sin rechistar a la autoridad política de turno? Tampoco. No es ese el sentido en que se deben leer las palabras de Jesús; a los fariseos y al pueblo que le escucha Jesús les dice que hay unos deberes temporales que cumplir, unas tareas políticas y sociales que realizar; hay que darle al César lo suyo cumpliendo con los deberes políticos y fiscales necesarios para el bien común, y eso es inexcusable.

Lo que hace inexcusables los deberes económicos y políticos es la obligación de darle a Dios lo suyo, que es justicia y derecho, protección del pobre, del huérfano y de la viuda (Is 1,17), y en esto no hay elección. Ahora bien, no dice Jesús el cómo concreto para hacerlo; ¿pagando el denario al César? Tal vez. O mejor no pagando y acogiéndose a la objeción fiscal.  Si la autoridad se opone a lo que Dios quiere, entonces el cristiano no está obligado a someterse a ella, ya que "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 4,19).

Creo que queda bien explicado el sentido de las palabras de Jesús sobre lo que corresponde  dar a Dios y al César.

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2.
DOMUND
Corazón ardiente, pies en camino 
 
Hoy celebramos el día del DOMUND (Domingo mundial de la propagación de la fe), día del misionero y las misiones.

Cuando hablamos de compromiso misionero seguimos anclados en tiempos pasados; imaginamos a sacerdotes, religiosos y religiosas que se van a países lejanos a dar a conocer a Jesús. Partimos de un presupuesto que cada día se muestra más falso: nosotros, que tenemos el evangelio, se lo transmitimos a quienes  no lo tienen.  ¿Tan seguros estamos de que ya tenemos el evangelio?

La misión no es transmitir catecismos, usos y costumbres religioso-sociales, es otra cosa. Nuestro mundo, aunque cada vez en menor grado, vive religiosamente, pero eso no significa que viva evangélicamente. Cada cual debería preguntarse a sí mismo hasta qué punto su conversión a Jesús es genuina. Ser misionero supone primeramente gozar de una experiencia de Dios, un encuentro con la persona de Jesús como evangelio vivo, como buena noticia gozada. Esa fue la experiencia de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35) a los que hace referencia el lema del  Domund 2023: Corazón ardiente, pies en camino. 

Corazón ardiente; la experiencia de Dios como llama de amor viva es ya de por sí evangelizadora. No se enciende una lámpara "sino para ponerla en el candelera y que alumbre a todos los de casa" (Mt 5,15); no se estudia y reflexiona la Palabra o se meditan los misterios de Cristo para meterlos bajo el celemín de la propia fruición espiritual. La luz de la Palabra y la experiencia eucarística desligadas de la expansión misionera son un fraude, porque una luz interior que no rompe oscuridades es una mentira. La luz es esencialmente expansiva, misionera, pone los pies en camino. "Brille vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16). 

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El DOMUND (domingo mundial de la propagación de la fe) no puede reducirse a una celebración puramente pietista, desligada de las realidades que nos toca vivir. Esta jornada quiere que nos concienciemos de la necesidad de seguir impregnándolo todo con el olor del evangelio. La venida de Jesucristo, misionero del Padre, nos da la clave esencial para esa misión: la encarnación. Primero encarnación de la "vida de Jesús en cada uno", entusiasmo por Jesucristo, amor loco por su persona y por la causa del Reino; sin este prefacio no hay nada que hacer. Luego, en segundo lugar, dejar que libremente fluya el evangelio que nos empapa empapando a los que nos rodean. Es fácil, basta con que cada uno procuremos hacer nuestros los valores del Reino para que estos se desborden hacia fuera (cf Mt 6,33). 

Para ser misionero no hacen falta muchas palabras, basta vivir la propia historia desde Dios. No sólo es sagrado el templo, la Biblia, las oraciones, los actos piadosos. Ya no hay una historia sagrada y otra profana; con la encarnación de Jesucristo Dios rompe todas las barreras que separaban lo sagrado de lo profano; lo del César -trabajo por un mundo justo- también es de Dios. La persona de Jesús lo testifica; no hay distinción ni separación entre amor a Dios y el amor al prójimo. Divinidad y humanidad confluyen en Jesucristo.

¿Quiere esto decir que con la venida de Jesucristo ya todo es profano? No, mejor decir que todo es sagrado; toda realidad está preñada de la presencia de Dios, y así la vida religiosa se juega en las relaciones del hombre consigo mismo, con la naturaleza, con el prójimo. Esta fue la misión del Hijo: hacer presente a Dios con su vida y reconciliar al mundo con Dios desde su vida diaria; y esta es también la misión de sus seguidores. 

Podemos decir que la vida misionera, como la moneda que presentan a Jesús en el evangelio de hoy, tiene dos caras, la de la experiencia de Dios (pagadle a Dios lo que es de Dios) y la de su repercusión  en el mundo (y al César lo que es del César). Ora et labora. Reza y trabaja. Res divina contemplare et contemplata alii tradere; contemplar el rostro de Dios y una vez contemplado llevar a otros a su contemplación.  La conjunción copulativa -et e y- verifica la verdad de la vocación y la misión. Deberíamos tomar conciencia de que para ser misionero se requiere en primer lugar ser misioneros de nosotros mismos, dándole a Dios la confianza y el culto que se merece, dejando primeramente que acceda o emerja en nuestra vida. Y también deberíamos considerar la verdad de que al dar al César (mundo) lo suyo, que son la justicia y la paz  propias de su vocación divina, le damos  también a Dios lo que le corresponde. Al fin y al cabo todo es de Dios y para Dios. Para nosotros: desasimiento, anonadamiento, humildad, virtudes básicas para saber estar y para ser misioneros.

Quien mueve las piernas, mueve el corazón. ¿Recuerdas este spot? Cierto es que quien obra la justicia con hechos concretos está alimentando su vida espiritual, pero  no menos cierto es que quien mueve el corazón mueve las piernas; quien cultiva la formación cristiana con el estudio, la oración y la vida sacramental fortalece su ser para una sabia evangelización De un corazón "movido", o mejor "conmovido" por Dios y por los sufrimientos del prójimo, salen misioneros, pies que hacen camino. 

Hoy, domingo misionero, no pongas tus ojos en la lejanía. Acerca tu mirada a tu misma persona (¡aquí estoy!) para luego volverla al mundo (¡envíame!).  Ahí, en los quehaceres diarios,  puedes "pagar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".  Cultiva tu  espíritu y da a todos lo mejor de ti mismo sabiendo que al hacerlo también estás dando a Dios el culto que se merece. Corazón ardiente, pies en camino. Jornada misionera de la Iglesia, DOMUND. 


Octubre 2023
Casto Acedo 

jueves, 12 de octubre de 2023

El banquete del Reino (15 de Octubre)

 


EVANGELIO
Mt 22,1-14

Jesús tomó la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos.

El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales.

Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»

¡Palabra del Señor!

* * *


El evangelio de san Mateo recoge una serie de parábolas con las que va ilustrando cómo el Reino de Dios se adentra en el mundo y en contra de lo previsto es acogido con gozo por aquellos que parecerían indignos de él (publicanos, prostitutas, ciegos, cojos, enfermos, …) y rechazado con vehemencia por los que en teoría deberían ser sus mejores receptores (escribas, sacerdotes, fariseos y saduceos). 

Hoy, con la parábola de el rey que celebra la boda de su hijo e invita a sus principales, el evangelio propone meditar sobre la importancia que damos al misterio del Reino. Los primeros invitados excusan su asistencia; en este caso su pecado es el desprecio y rechazo de la invitación; pero no basta aceptar la invitación, también hay que responder a ella con buena disposición. Entre los que se sientan a la mesa puede haber quienes no sean dignos de ocupar ese lugar.

Banquete: signo de amistad.

Tal vez en una sociedad consumista, habituada a comer y a beber hasta saciarse, comparar el Reino de Dios con un banquete no tenga el mismo empuje que en épocas o lugares de más carencias y austeridades obligadas. En tiempos de excesos culinarios solemos confundir comilonas y banquetes. La comilona es un acto de culto a los placeres del cuerpo, el banquete es una mesa compartida que sobre todo alimenta el espíritu. Aunque a menudo se solapan las realidades y el banquete va acompañado de una comida abundante.  El banquete tiene siempre un motivo espiritual que celebrar: cumpleaños, aniversario, bodas, jubilación, etc. Habitualmente llamamos banquete a cualquier comida que celebra algún acontecimiento personal, familiar o social. Comer juntos, tomar unas copas con los amigos, reunirse en torno a una mesa y compartir el pan, son signos de cercanía e intimidad. ¡Nadie invita a comer en su casa a su enemigo! Y si lo invita es para dar con ello fin a la enemistad; cada vez que se firma una alianza de ayuda, protección o unión entre dos partes, se suele sellar esa alianza con un banquete.

El banquete no lo define la abundancia de manjares; si así fuera ¿qué sentido tiene hablar de el banquete de la Eucaristía donde sólo se toma un poco de pan y de vino?  Al banquete lo define el motivo del encuentro, la satisfacción interior, el gozo de compartir el Reino de Dios, que, como dice san Pablo, "no es comida y bebida, sino justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo" (Rm 14-17).

Cuando Jesús instituye la Eucaristía en el contexto de una cena festiva (la cena de la Pascua judía) sabe muy bien lo que hace; pone ese sacramento en conexión con la experiencia humana universal de celebrar lo importante con una comida, y más en concreto  con la tradición judía que recuerda la liberación de Egipto con una cena ritual que apunta al sentido fraternal de la mesa común a la que aspira el género humano. Donde hay banquete festivo hay futuro, porque la humanidad camina inexorable hacia el punto omega de la historia en el que “el Señor preparará un festín de manjares suculentos y de vinos generosos” para celebrar el triunfo de la vida sobre la muerte (Is 25,6.8). La Eucaristía, con su significado y su compromiso, apunta con esperanza hacia ese día de plenitud en el que Dios “enjugará las lágrimas de todos los rostros y se dirá: aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara” (Is 25,8-9).


El banquete del Reino de Dios

Si meditamos con detenimiento la parábola del banquete del rey que celebra las bodas de su hijo, podemos observar que el soberano se muestra en extremo paciente. Hace un primer llamamiento a sus invitados cuya respuesta resume Mateo con un “no quisieron ir”. Y vuelve a mandar criados apremiándoles porque “todo está a punto. Venid a la boda” (22,3-4); ¿vais a dejar que se estropeen los alimentos y tengan que ser dados a los animales o arrojados a la basura?

Sin embargo, tal argumento de razón humanitaria tampoco animó a los convidados; la respuesta de algunos fue excusarse con otros deberes: “uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios” (Mt 22,5), argumentos que recuerdan las múltiples excusas que solemos poner para justificar nuestra falta de compromiso cristiano, ya sea en lo referente a la participación en la vida litúrgica (misa dominical) o a los deberes morales inexcusables (mandamiento del amor).

La reacción de otros fue más violenta, y recuerda a los que no sólo se muestran indiferentes a Dios, sino además beligerantes contra su presencia: “los demás echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos” (Mt 22,6). Hasta aquí la paciencia de Dios, que condena a la ruina a los que no aceptan su ganancia.

Pero ¿se malogrará el banquete solo porque hay algunos desagradecidos que no acuden a la llamada del rey? De ninguna manera. El proyecto de Dios no se interrumpe por el pecado del hombre; Dios seguirá derramando su amor y su gracia.

De nuevo manda a los criados. Esta vez la invitación es universal, para todos, para gente de toda condición y extracción social, sin distinguir siquiera entre buenos y malos. Quedan abolidas las distinciones y diferencias, tanto que incluso los buenos se van a encontrar codo con codo con personas indignas tal como lo deja ver la parábola. Porque ésta da de repente un giro inesperado: “Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de fiesta” (Mt 25,11); el rey le llama la atención: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?” (Mt 22,12). Hay quien dice que esta segunda parte de la parábola es un añadido de Mateo, que quiere quedar claro a los cristianos del siglo I que no basta acudir a la llamada, el bautismo en sí mismo no salva, se requiere también un cambio de vida. Y así es, el hecho de que los pecadores sean invitados al banquete no les excusa de reformar su vida para hacerse dignos de semejante invitación.

La rutina cristiana tiende a imponerse y el cristiano ha de renovar constantemente su vestido (vida); en línea con san Pablo, diríamos que hay que desprenderse del hombre viejo, de “todo lo que hay de terreno en vosotros: fornicación, impureza, liviandad, malos deseos y codicia, que es una idolatría. … ¡Lejos de vosotros todo lo que signifique ira, indignación, malicia, injurias o palabras groseras! No os engañéis unos a otros; despojaos del hombre viejo y de sus acciones, y revestíos del hombre nuevo, … de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia; soportándoos mutuamente y perdonándoos… Y por encima de todo, revestíos del amor que es el vínculo de la perfección” (Col 3,5.8-10.12-14). Baste esta cita para entender lo que significa tener o no tener el traje adecuado para la fiesta.

Los primeros invitados fueron condenados por su rechazo explícito de la invitación; el que no iba con el vestido adecuado también es condenado, no porque de palabra o ritualmente haya sido declarado ajeno a la invitación, sino porque su vida desdice de su anfitrión. No basta asistir a la boda, no todo se reduce a buenas palabras y oraciones; no todo el que dice “Señor, Señor” es digno del banquete, sino el que hace la voluntad del Padre (cf Mt 7,21).


¿Dónde está el Reino de Dios?

Nunca las parábolas comienzan diciendo “el Reino de los cielos se parece a un convento, o a un seminario, o a un congreso de teología, a una tanda de ejercicios espirituales…”. No.  Cuando el Papa Francisco habla de una Iglesia en salida podemos caer en el error de creer que lo que se pretende es salir afuera a captar adeptos para meterlos en  recintos institucionales. ¡Qué equivocados estamos! Seguimos equiparando dos realidades que a veces parecen pero  no son lo mismo. 

Una Iglesia en salida es la que busca fuera de sus muros el Reino de Dios, la que sale a calles y caminos a hacerse presente y a encontrarse con su Dios. Es un acierto abrir los ojos los ojos y ver a Dios más allá de los altares, despertar la conciencia a la presencia de Dios en las realidades de cada día.

Observa las parábolas. No hablan de lugares cerrados y asfixiantes sino de experiencias de expansión y de gozo. El Reino se parece a un campo en tiempos de siembra o de cosecha, al hallazgo fortuito o trabajado de un tesoro o de una perla de gran valor, al crecimiento de las semillas, a la libertad de los pájaros o la belleza de las flores, a un patrón que pone la misericordia en un lugar más eminente que la justicia conmutativa o distributiva; el Reino se parece a uno que inesperadamente encuentra un tesoro, o al comerciante que encuentra una perla, o a la mujer que haya la moneda perdida, ... o a un banquete de bodas, una fiesta; el Reino de Dios es algo que se mueve en ámbitos de frescura humana, de luz, de gozo y de sana convivencia.

Pregúntate dónde ves signos del Reino, qué parábolas vivas detectas en tu entorno: el niño que sonríe, el obrero que celebra su trabajo bien hecho, el profesor que goza con su tarea de educar, la madre que cuida con cariño de los suyos, el político o sindicalista preocupado de veras por el pan de los que no tienen trabajo, … Y mírate al espejo cada mañana, y sonríe. Si notas que tu sonrisa es forzada, cierra los ojos, déjate mirar por Dios y ábrelos de nuevo para volverte a mirar. Así hasta que, reconciliado con Dios y contigo, te rías con la espontaneidad con que lo hace el niño y todo aquel que se sabe querido y perdonado. Esa sonrisa será el traje adecuado para asistir al banquete de vida que Dios prepara para ti cada día, un banquete existencial de caridad que puedes sellar sacramentalmente con la oración y la eucaristía.

Y no olvides que también en tu interior está el Reino. El invitado que no llevaba el traje de fiesta es el que ha menospreciado su vida interior, ha descuidado su vestido de fiesta.  Entrar en el banquete es entrar en uno mismo, conocerse y reconocerse  hijo de Dios y hermano universal. Ahora bien, no se amos puritanos; la mesa eucarística del Reino no es el banquete de los perfectos y los puros, es el de los humildes que se saben indignos de ser invitados y asistir. Su traje de bodas es la humildad. 

Antes de poner en marcha las horas de tu jornada, y antes de acudir al banquete de tu Señor, ponte el traje de la bondad, la esperanza, la compasión, la justicia, la dulzura y la alegría, ...  la humildad;  revístete de Cristo Jesús para participar en el banquete de la vida a la que cada día te invita tu Señor.

Octubre 2023.
Casto Acedo  

miércoles, 4 de octubre de 2023

La decepción de Dios (8 de Octrubre)


EVANGELIO 
Mateo 21,33-43:

"Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: 

«Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia." Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»

Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»

Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?" Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»

¡Palabra del Señor!

* * *


Tanto el profeta Isaías con su alegoría de la viña (Is 5,1-7) como el evangelista san Mateo con su parábola de los labradores homicidas (Mt 21,33-43), nos ofrecen un cuadro que podríamos titular como la decepción de Dios. ¿Cuál sino podría ser el sentimiento de quien trabaja incansablemente mimando una tierra o a unas personas (hijos, amigos, empleados, etc.) y recibe como paga el desprecio más absoluto? La viña trabajada con esmero no fructifica, los labradores arrendatarios no sólo no pagan su renta sino que incluso atentan contra el dueño para apropiarse el terreno.

¿Qué hacer con una propiedad así o con unos hijos, amigos o vecinos que salen respondones, maleducados, holgazanes y traidores? ¿Cómo nos sentiríamos si aquellos en quienes volcamos nuestros desvelos  respondieran con desprecio? La respuesta es: decepcionados. Tal vez por eso podemos hablar también de “la decepción de Dios” 

La viña que es el Pueblo de Israel.

Dios, en su infinita sabiduría, crea el mundo con todas sus riquezas, y lo entrega al hombre y la mujer para que lo cultive. De entre todos los pueblos del mundo, por pura gratuidad, por puro cariño, sin mérito alguno de su parte, se escogió un pueblo, Israel (cf Dt 7,7-8). A este pueblo lo mimó haciéndolo numeroso, bendiciéndolo en los hijos (Abrahán, y su descendencia), estableció con el un pacto de protección (Gn 12,1-3), lo sacó de sus penalidades haciéndoles prosperar en Egipto y liberándolos de la esclavitud a la que después fueron sometidos, les dio una tierra que manaba leche y miel, les dio jueces, reyes y profetas que les gobernaran y orientaran, ... Pero el pueblo no siempre supo responder a tanto amor. La historia de la relación de Dios con su pueblo (historia de la salvación), se vivió y se sigue viviendo como el encuentro o desencuentro entre la misericordia amorosa de Dios y la fidelidad o infidelidad de aquellos a los que ama.
 
La parábola de los labradores homicidas  pone en la muerte del Hijo el punto culminante de la tragedia de la relación de Dios con la humanidad . Dios entrega al pueblo de Israel su ley, su alianza, su amor, su mismo ser; sin embargo ese pueblo orgulloso y de dura cerviz se vuelve una y otra vez contra Dios, cerrando los oídos a sus mandatos, corriendo como idiota tras los dioses extranjeros (extraños, ajenos, alienantes), matando a los profetas, y finalmente, en el colmo del desprecio, conspirando y asesinando al Heredero, pensando así que, prescindiendo de él, pueden apropiarse la herencia.
 
Los labradores asesinos son la imagen fiel de la mayoría del Pueblo de Israel, que rechaza al Dios de sus padres y certifica su rechazo conspirando y matando al Hijo. “¡Ha blasfemado! ¿Qué más pruebas queréis? Es reo de muerte!” (Mt 26,65-66). Aceptar a Jesús hubiera supuesto un cambio de actitud: acoger al Hijo pagándole las rentas que le corresponden para que las devuelva al Padre. Pero la conversión solo se dio en unos pocos, en un resto de Israel: María, José, los Apóstoles, Nicodemo, ... ellos serán el germen del Nuevo Pueblo de Dios, porque Dios “arrendará la viña a otros viñadores que le den el fruto a su tiempo” (Mt 21,41). 
 

La viña que es la Iglesia

Llegados aquí te invito a leer la parábola desde la perspectiva de la viña-Iglesia; veinte siglos de historia de la institución eclesial llevan a sospechar y confirmar en muchos casos que la parábola de la decepción sigue siendo actual.

La Iglesia está llamada a alabar y adorar a Dios con sus palabras, con sus celebraciones, con los dones que ella misma ha recibido de Dios, con su entrega al servicio del mundo. No obstante y con frecuencia se vende a dioses extraños como lo son el éxito temporal, la autosatisfacción, el triunfalismo, el dominio sobre las instancias sociales o la acomodación al sistema imperante. Con sus idolatrías la Iglesia revive hoy la tragedia de volver la espalda a Dios, de no dejarle hueco, de “matar al Hijo” y querer quedarse la viña en propiedad cuando  le ha sido dada sólo para administrarla  (servicio).
 
Mantenemos no obstante la esperanza. También en la Iglesia encontramos un resto santo, un rosario de buenos cristianos  que con su historia de santidad se han hecho merecedores del aplauso de Dios. El mismo Papa Francisco, con su decir y hacer proféticos muestra, junto a tantos y tantos fieles cristianos, que han entendido que no son propietarios de la viña sino labradores, obreros de Dios, administradores de sus misterios; son muchos los que han entendido que en la viña del Señor ha brotado una vid: Jesucristo, y que es posible la regeneración de la viña manteniéndose unidos a él como sarmientos suyos (Jn 15,4-6). 

No cabe duda de que la renovación eclesial que pide nuestro tiempo pasa por acoger al Hijo enviado por el Padre, darle el mando, ponernos a su servicio, abrir las puertas de la Iglesia a toda persona que viva los valores del Reino; a éstos se dará la viña del Señor; y a los que han hecho de la viña su cortijo privado sólo les quedará la conciencia de que al apropiarse de la viña no han hecho sino desperdiciar su vida en negocios de muerte.


La viña que es el mundo.
 
Pero no solo a la Iglesia podemos aplicar la parábola. También podemos ver en ella una parábola del mundo; éste es creación de Dios, donación amorosa a los hombres. Somos administradores de los bienes que Dios ha creado y  entregado a todos para nuestro beneficio (cf. Gn 1,27-31; Salmo 8). Meditando la parábola de los viñadores homicidas podemos preguntarnos sobre nuestra actitud ante los bienes de la tierra: cómo los percibimos: ¿conquista o don?, cómo los usamos: ¿uso sostenible o abuso destructivo?, ¿cuidado o destrucción?, cómo los integramos ¿bienes para “mi” disfrute individual o para el disfrute de todos en solidaridad y fraternidad?

Desde hace más de un siglo se viene hablando de la muerte de Dios; del olvido y marginación de Dios. No queremos que intervenga en la viña de nuestra historia contemporánea. Y sin Dios la persona y su quehacer en el mundo acaban por torcerse y perderse. ¿No son las guerras la consecuencia del olvido del amor de Dios? ¿No es la tremenda desigualdad entre los pueblos el fruto amargo de unos labradores que se niegan a pagar a Dios la renta de sus tierras? ¿No es la crisis de valores humanos consecuencia del rechazo de los valores divinos? La crisis económica ¿no es la consecuencia lógica de la ambición descontrolada de unos pocos que han idolatrado el dinero y matan al hermano para apropiárselo todo? ¿No están muchos de nuestros males en la no aceptación de Dios como dueño y señor? 

El mundo ha sido creado en clave de amor; interpretarlo en clave de odio, ambiciones y egoísmo es un latrocinio, un crimen que acarrea su desgracia, un pecado que crea su propio infierno. Los labradores homicidas matando al Hijo pretendieron quedarse con la viña; y lo único que consiguieron fue su propia ruina. 

La parábola de los viñadores homicidas se sigue actualizando, porque los hombres siguen despreciando la sabiduría de Dios y se creen dueños cuando solo son administradores de los bienes de la creación; la historia no deja de repetirse: “los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: "Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia. Y agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron.” (Mt 21:38-39). 

¡Matemos a Dios! Las consecuencias de la muerte de Dios han sido trágicas y sus efectos llegan hasta nuestros días: dos guerras mundiales de una brutalidad desconocida hasta ahora, innumerables conflictos armados (Corea, Vietnam, Balcanes, Golfo Pérsico, Siria, Afganistán, Irak... y ahora Ucrania y grandes zonas de África), ascenso del comunismo y el capitalismo salvaje, genocidios sistemáticos, pérdida de valores esenciales para la convivencia y el progreso, desorientación moral y vital, etc.

 Ya nadie puede echar la culpa de estos males a instancias religiosas o eclesiales; los últimos grandes conflictos mundiales han surgido a la sombra de un mundo ateo y secularizado que ha ninguneado a su Creador y Redentor. Son muchos los que reconocen abiertamente que la muerte de Dios en nuestra cultura va conduciendo poco a poco a la muerte del hombre: “Esperando que diese el fruto dulce de las uvas, dio el fruto amargo de los agrazones” (Is 5,2), en vez del paraíso comunista la cárcel inhumana del Archipiélago Gulag, en lugar del superman  de raza aria el monstruo genocida de Auschwitz; en lugar de mecanismos de protección a la vida humana la maquinaria genocida del aborto a
gran escala; en lugar de un mundo abierto y sin fronteras, una suma de nacionalismos excluyentes; en lugar del hombre (espíritu), el capital (la materia); en lugar de un mundo sin fronteras, emergencia de nacionalismos excluyentes; en lugar de acogida al pobre, rechazo del inmigrante. En la tierra donde debería crecer la generosidad, la cordura, la confianza y el amor entre los hombres, han crecido la avaricia, la locura, la sospecha, la conspiración, el robo y el crimen.


¿Qué hacer con unos labradores improductivos?
 
¿Qué hacer con unos labradores así? ¿Qué queda cuando se les ha mimado hasta la saciedad, se han esperado frutos hasta la última hora y no hay respuesta?: “Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? Le dijeron: `A esos miserables les dará una muerte miserable arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo´.” (Mt 21,40-41). La decepción de Dios parece dar lugar a su venganza, pero de hecho no es así; la viña sigue siendo para los labradores, aunque serán unos arrendatarios nuevos (renovados, convertidos) ya que los viejos se han buscado su propia ruina.  

El olvido de Dios se convierte en un cáncer para quienes lo permiten. Hay un efecto bumerán cuando se rechaza a Dios; quien le da la espalda, él mismo se hace víctima de su pecado y se acarrea la ruina; le sucede  como a la viña que no da fruto: “Haré de mi viña un erial que ni se pode ni se escarde. Crecerá la zarza y el espino, y a las nubes prohibiré llover sobre ella” (Is.5-6). No es que Dios se olvide de hecho de sus hijos, algo que sería incompatible con su ser padre  y madre (cf Is 49,15); son los hijos los que libremente al repudiarle,  al negarse a aceptar el proyecto (plan) de vida que tiene para ellos, rechazan su futuro, su realización plena. 

El Hijo murió en la cruz. Y, ¡oh paradoja divina!: “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular; es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente” (Mt 21,42). El rechazado, el condenado, el crucificado, es ahora la fuente de la vida. “Vosotros le matasteis colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó y lo exaltó a su derecha como Príncipe y Salvador, para dar a Israel la ocasión de arrepentirse y de alcanzar el perdón de los pecados” (Hch 5,30-31). Por sus buenas obras, por su vida hecha amor, Jesucristo es la vid, el vino bueno, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Su muerte a manos de los labradores pone en evidencia tu vida de pecado, pero su paciencia y misericordia te salvan si crees y te acoges a Él. 

La parábola de los viñadores homicidas, como imagen de la pasión y muerte de Jesús, no viene a condenarte sino a pedirte que te conviertas por la contemplación del amor de Dios. Pregúntate hoy por tu propia vida y la del mundo que habitas: 

*como persona ¿doy buenos o malos frutos?; por mis frutos me conoceré (cf Mt 7,16)

*como criatura: ¿cuidas la naturaleza o la explotas y esquilmas sin escrúpulos?; 

*como Iglesia ¿das amor o amargura, esperanza o desesperanza?; 

*como ciudadano ¿trabajas con conciencia de que la viña es del Señor y los frutos de todos sus hijos, o te crees con derecho a todo tipo de abusos y privilegios, derrochando mientras otros no tienen nada, explotando y manipulando al pobre? 

Una última pregunta: ¿vives de cara a Dios o te has olvidado de Él? ¿Eres de los que se sienten decepcionados por Dios o de los que sienten que le decepcionan? Toda una reflexión que te puede llevar de vuelta a la casa del Padre.

Octubre 2023
Casto Acedo