Aconsejo para este domingo y el próximo hacer una lectura pausada y completa del capítulo 18 del evangelio de san Mateo, conocido como el “sermón de Jesús sobre el orden y la vida de la Iglesia”. En él se dan consejos acerca de cómo deberían de funcionar las relaciones entre sus miembros.
Se dice que los primeros en nuestra atención han de ser los niños y los que son como ellos, porque para Jesús ocupan el primer lugar en el Reino (Mt 18,1-5); además, recomienda que se evite a toda costa el escándalo de los débiles y pequeños (6-9). Añade el texto que, si es preciso, hay que dejar en el monte al gran rebaño para salir en busca de la oveja perdida (12-14).
Para el buen gobierno, sigue el texto, se debe evitar en lo posible el recurso al “ordeno y mando”, yendo mejor por los caminos de la corrección fraterna (15-17). No obstante, si la actitud cismática del pecador persiste, no debe temblar la mano de la autoridad para excomulgar en nombre de la comunidad; la autoridad para esto es de origen divino, porque donde están los suyos reunidos en su nombre, está el Señor presente (18-20). De esto nos ocupamos hoy en nuestro comentario.
Finaliza san Mateo el capítulo 18 con la parábola de los dos deudores que será el texto del próximo domingo y donde se pone luz sobre el perdón entre hermanos como virtud inexcusable para funcionar como Iglesia; sin perdón mutuo no hay perdón de Dios, o mejor, se hace imposible la vida de Dios en la comunidad (21-35).
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EVANGELIO
Mt18,15-20.
Dijo Jesús a sus discípulos: Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
¡Palabra del Señor!
Corrección fraterna
Un cristiano no puede pasar por alto el cumplimiento de la obra de misericordia que invita a corregir al que yerra; quien conoce el mal camino que lleva un hermano no puede permanecer impasible como si aquello no fuera con él. Y esto es válido no sólo para el orden interno de la Iglesia; también de puertas afuera ha de resonar la voz profética que denuncie las injusticias y anuncie la salvación de Dios.
Es verdad que nuestra cultura y sociedad individualistas parecen invitarnos a que cada cual se las apañe y viva como pueda mientras no moleste; pero un cristiano no puede aceptar esta mentalidad. Jesús vino a implicarse y complicarse la vida, a inmiscuirse en nuestros asuntos; la encarnación de Dios hizo propio el dicho que el comediógrafo Terencio popularizó en el siglo II: “Hombre soy, nada humano me es ajeno”.
Más cerca de nosotros el Vaticano II abre la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual diciendo: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias, de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1). Podemos deducir de aquí que el cristiano no puede vivir de espaldas al mundo porque sus aciertos y errores son también suyos; y como se sabe hermano universal está llamado a ser atalaya que en nombre de Dios llame a los hombres a obrar el bien y les inste a corregir el mal. Desertar de esta misión es abandonar el camino de la vida (cf Ez 33,7-9).

Lo que no se debe hacer
¿Cómo ser atalaya (profeta) de la justicia de Dios? De momento hay que evitar dos errores: tomar el atajo de la denuncia anónima y caer en la tentación de juzgar al hermano por detrás.
Cuando en una sociedad o comunidad surgen problemas lo más habitual es que uno vaya a instancias superiores a reclamar justicia. De este modo, todos hemos observado como en la Iglesia Católica cuando a la gente no le agrada lo que hacen otros feligreses se lo comunica al párroco; cuando no le gusta lo que hace el párroco se lo comunica al obispo; y cuando no le gusta lo que hace el obispo, se lo comunica a Roma. Se dice que todo es por el propio bien de las personas y por la pureza de la religión.
Y esto de denunciar el hecho en las instancias superiores ocurre sólo en algunos casos, porque la práctica más habitual suele ser la de procurar directamente el descrédito del hermano que yerra; lenguas envenenadas trazan alrededor del presunto disidente un muro infranqueable que le hace desaparecer como hermano, pasando a ser un marginal, un don nadie, un demonio del que hay que huir. Y esto se consigue a base de críticas falsamente piadosas adobadas de regusto malsano. ¡Ah!, y normalmente el interesado es el último en enterarse de lo que se trama contra él, con lo cual el derecho a la defensa queda mermado o simplemente anulado.
Se trata del exterminio social o eclesial del individuo. Se tolera su pertenencia al grupo, pero no se le quiere en él. ¿No es esto lo que vemos en el mundo de la política rastrera, donde los contrincantes se dedican más a minar la credibilidad del oponente sacando a la luz sus defectos, dejando de lado la posibilidad de trabajar juntos desde el entendimiento? A eso se le llama cínicamente crear un "cordón sanitario" que me separe de los que me pueden contaminar. La verdad es que el que el mayor contaminador es quien establece el cordón.
Se trata del exterminio social o eclesial del individuo. Se tolera su pertenencia al grupo, pero no se le quiere en él. ¿No es esto lo que vemos en el mundo de la política rastrera, donde los contrincantes se dedican más a minar la credibilidad del oponente sacando a la luz sus defectos, dejando de lado la posibilidad de trabajar juntos desde el entendimiento? A eso se le llama cínicamente crear un "cordón sanitario" que me separe de los que me pueden contaminar. La verdad es que el que el mayor contaminador es quien establece el cordón.
¡Lástima dan los que sólo son capaces de afirmar su identidad sobre una montaña de cadáveres ajenos! Aquellos que sólo saben ponerse en valor desvalorizando al hermano.
Ejercer la autoridad como servicio de amor
También es frecuente entre nosotros el abuso de la autoridad. Hay personas a las que le ponen un uniforme y se cree el dueño del mundo; usa la autoridad como látigo, no como debería de ser ejercida: como servicio. La forma en que Jesús actuó no tiene nada que ver con la imposición. Para Él es una cualidad resistirse al uso de la fuerza mientras no se hayan agotado todos los recursos de la pacífica corrección fraterna.
Dios no es amigo de gobernar con la disuasión violenta; ya conocemos la respuesta de Jesús cuando le pidieron un severo castigo para los habitantes de una aldea que no le acogió por ser judío: “Señor, ¿quieres que mandemos que baje fuego del cielo y los consuma?”; son palabras de Santiago y Juan, y de todos los que añoran una comunidad (Iglesia, sociedad) donde no haya disidentes. “Jesús, volviéndose hacia ellos los reprimió severamente” (Lc 9,54-55).
Dios no es amigo de gobernar con la disuasión violenta; ya conocemos la respuesta de Jesús cuando le pidieron un severo castigo para los habitantes de una aldea que no le acogió por ser judío: “Señor, ¿quieres que mandemos que baje fuego del cielo y los consuma?”; son palabras de Santiago y Juan, y de todos los que añoran una comunidad (Iglesia, sociedad) donde no haya disidentes. “Jesús, volviéndose hacia ellos los reprimió severamente” (Lc 9,54-55).
La autoridad en la Iglesia no se debe desligar del amor. Dios no es un jefe o un patrón que impone sus leyes y razones a golpe de decreto inapelable. Dios es Padre, y su forma de ejercer su autoridad no puede desligarse de la dinámica del amor paterno-fraterno. Como oí en cierta ocasión un compañero sacerdote: “lo nuestro - dijorefiriéndose a la Iglesia-, aunque algunos no lo crean, no es una empresa ni una asociación sindical o política, lo nuestro es otra cosa"; es una familia, y en una familia las relaciones se fundamentan sobre el amor.
Sin la virtud del amor ningún consejo, ninguna opinión, ningún juicio, ninguna ley, están justificados. “De hecho, el ´no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás´, y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: ´Amarás a tu prójimo como a ti mismo´ … Amar es cumplir la ley entera” (Rom 13,9-10). La ética cristiana se atiene a este principio, que san Agustín resume con el clásico “ama y haz lo que quieras”. Y esto vale también para el mundo. Sólo desde unas relaciones fraternas -de amor, que es más que solidaridad- es posible un diálogo entre hombres y mujeres, ricos y pobres, izquierdas y derechas, creyentes y no creyentes, etc. en orden a edificar una ciudad más justa sin renunciar a la riqueza de la diversidad.
¿Excomunión?
Pero, ¿qué hacer cuando alguien se opone insistentemente a los planes de Dios? ¿Qué medidas tomar con el hermano que se niega a aceptar las premisas de la familia y se niega a cambiar? Igual que decimos que con el matrimonio mal avenido la solución es la separación como mal menor, así también en este caso el mal menor es la excomunión.
¿Tiene autoridad la Iglesia para excomulgar? “Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, la obtendrán de mi Padre celestial. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18.19-20). Con estas palabras san Mateo explica porqué la comunidad eclesial tiene autoridad y es el tribunal de resolución final que puede, en último término, separar o excomulgar a los pecadores recalcitrantes. Sencillamente porque la comunidad, cuando se reúne en nombre de Jesús, disfruta de su presencia; la autoridad para atar y desatar no se ejerce con independencia de Jesús al que le ha sido otorgada toda autoridad en el cielo y en la tierra (Mt 28,18).
Una excomunión no es un “procedimiento burocrático”, sino “un acto de iglesia” que actúa con Jesús y a la sombra de su Espíritu. Más que "echar de casa a un hermano" es una manera de decirle que ya se ha puesto él mismo en la calle con sus actitudes. Al excomulgarlo no se pretende la muerte espiritual del hermano sino que recapacite sobre la gravedad de su error y vuelva al redil. No se trata de crear a su alrededor un "cordón sanitario" de odio, sino de -es duro de decir y de entender- de amor. Se condena púbicamente el pecado para hacer recapacitar al pecador fin de que se vuelva a casa y se salve. La corrección fraterna que no se hace desde un corazón amante no es cristiana y hace un daño tremendo.
¿Tiene autoridad la Iglesia para excomulgar? “Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, la obtendrán de mi Padre celestial. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18.19-20). Con estas palabras san Mateo explica porqué la comunidad eclesial tiene autoridad y es el tribunal de resolución final que puede, en último término, separar o excomulgar a los pecadores recalcitrantes. Sencillamente porque la comunidad, cuando se reúne en nombre de Jesús, disfruta de su presencia; la autoridad para atar y desatar no se ejerce con independencia de Jesús al que le ha sido otorgada toda autoridad en el cielo y en la tierra (Mt 28,18).
Una excomunión no es un “procedimiento burocrático”, sino “un acto de iglesia” que actúa con Jesús y a la sombra de su Espíritu. Más que "echar de casa a un hermano" es una manera de decirle que ya se ha puesto él mismo en la calle con sus actitudes. Al excomulgarlo no se pretende la muerte espiritual del hermano sino que recapacite sobre la gravedad de su error y vuelva al redil. No se trata de crear a su alrededor un "cordón sanitario" de odio, sino de -es duro de decir y de entender- de amor. Se condena púbicamente el pecado para hacer recapacitar al pecador fin de que se vuelva a casa y se salve. La corrección fraterna que no se hace desde un corazón amante no es cristiana y hace un daño tremendo.
La "excomunión" cristiana (es una palabra muy fuerte) no condena a la persona (¡qué gran error la hoguera inquisitorial!) sino que desea sacarla de su error. La Iglesia, como madre, espera siempre expectante el regreso del hijo pródigo para salir a su encuentro, abrazarlo, vestirle el traje de fiesta y reintegrarlo a la vida comunitaria (cf Lc 15,20-24). Es lo menos que se espera de quien cree en el amor como cimiento fundamental de la convivencia fraterna.
Septiembre 2023
Casto Acedo
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