sábado, 20 de mayo de 2023

Ascensión del Señor (21 de Mayo)


EVANGELIO
Mt 28,16-20 

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.

Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».

¡Palabra del Señor!

*

Las despedidas siempre son tristes, pero necesarias; son la expresión de algo que siendo muy humano nos cuesta aceptar: la independencia y la libertad. El apego a las personas, la dependencia de ellas impiden el crecimiento. Hay que poner distancias para comenzar a ser uno mismo.

Jesús, tras haber caminado con los suyos por los pueblos de Judea, Samaría y Galilea; después de compartir con ellos su vida, su pasión, su muerte y su resurrección ha de volver al Padre. “Es necesario que yo me vaya”, dice a los suyos.

Los últimos domingos lo hemos visto animándolos a no desfallecer, “que no se turbe vuestro corazón” (Jn 14,1)no os inquiete  mi partida; no os abandono, “no os dejaré huérfanos, volveré a vosotros” (14,18). Hoy, día de la Ascensión, Jesús parte definitivamente  a los cielos. Su manifestación histórica llega a su término. Vino del seno de la Trinidad y vuelve al mismo lugar. Este gesto nos da a entender que también nosotros, que “venimos de Dios” estamos destinados a regresar a Él. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo” (14,3). Jesús nos ha mostrado con el ejemplo de su vida el camino espiritual a seguir. De Dios venimos, a Dios vamos.

En el momento mismo de su partida, anima a los suyos seguir la tarea que le trajo al mundo: despertar la conciencia de la humanidad para que se vuelva al mismo Dios del que procede. Para ello les da este mandato: “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar lo que os he mandado”.

Un mandato múltiple: “haced discípulos”, “bautizad”, “enseñar”. La Iglesia sigue cumpliendo ese mandato, pero ¿acertadamente?  Desde luego la Iglesia bautiza, enseña y hace discípulos; sin embargo, creo que hemos perdido el orden. El primer mandato del Señor es “haced discípulos”, y a partir de ahí bautizar y enseñar.

¿Cuál puede ser el principal déficit de la evangelización hoy? Muchos sostienen que es la falta de conexión entre la fe y la vida. Hay prácticas rituales cristianas que realizamos, normas morales cristianas que procuramos cumplir, pero falta espiritualidad cristiana, vida animada desde dentro por el Espíritu, vida discipular. Hemos reducido la Iglesia a una comunidad masiva donde se “bautiza” (bautismos, comuniones, confirmaciones, confesiones, bodas,...), incluso se “enseña” (se dan principios morales), pero ¿cómo andamos en lo de “haced discípulos”? Jesús es lo primero que manda. ¿No da la sensación de que sobran bautizados y faltan discípulos? Sin discipulado, sin seguimiento de la persona de Jesús, sin amor al Maestro, sin dinámica interior cristiana, sin conexión fe-vida, ¿de qué sirven las prácticas rituales?

Discípulo es quien ha conocido a Jesús, se siente enamorado de su persona, ha “visto” sus enseñanzas haciéndolas suyas, y está preparado para seguir sus huellas tras su partida. Con la mirada puesta en Dios en sus mandatos está en espera atento a recibir el bautismo del Espíritu Santo, preparado para recibirse, saberse y decirse “cristiano adulto”.

* * *

El próximo domingo es Pentecostés, la fiesta del Espíritu. Con esa solemnidad culmina la Pascua. En estos domingos nos hemos afianzado en que merece la pena seguir al Resucitado. Nos hemos alegrado por su presencia histórica. Permanecemos en oración atentos a la venida del Espíritu. Sentimos hoy su partida, lamentamos que no siga físicamente con nosotros. Pero si ha tocado nuestra vida, si a pesar de haberse ido a los cielos la ilumina, si nos sentimos unidos a Él en el quehacer de cada día, si nos fascina su modo de ver la realidad y de actuar ante ella, si somos discípulos, no debemos perder la esperanza.

La mayoría hemos sido bautizados cuando éramos unos bebés. No es un inconveniente para ser cristiano, pero si puede serlo si creemos que por habérsenos "echado el agua" ya lo somos de veras. “Cristiano quiere decir discípulo de Cristo”, rezaba el catecismo que aprendí. Hoy entiendo que “ser discípulo” es algo más que ser bautizado. Hay un segundo bautismo, el bautismo del Espíritu, la conversión auténtica a Cristo más allá de los formalismos sacramentales.

Jesús se va. Es necesario. Al marcharse te invita implícitamente a revisar tu identidad de discípulo, a renovar tu bautismo dejándote llevar por su Espíritu y a profundizar cada día más en sus enseñanzas. Y explícitamente te manda que con tu palabra y tu testimonio hagas discípulos a quienes encuentras en tu camino, para que reciban el bautismo (o activen el bautismo recibido abriéndose al Espíritu recibido en él) y conozcan y vivan cada vez más en la espiritualidad del Evangelio de Cristo.

No hay duda alguna de que el evangelio de hoy, al poner como primera obligación del misionero el "haced discípulos", está dando una clara consigna para la renovación pastoral de nuestras parroquias. Sabemos que el giro desde una sacramentalización enquistada hasta un discipulado fluido y evangelizador no es fácil; pero también sabemos que, para superar el neopaganismo ambiental que nos envuelve e incluso penetra en ciertas capas de la institución eclesial, no estamos solos.

“Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”. Su Espíritu sigue haciéndolo presente. ¡Adelante con tu renovación espiritual y con tu misión eclesial!


Mayo 2023
Casto Acedo

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