jueves, 20 de abril de 2023

Emaús, camino hacia la luz (Domingo 23 de Abril)


EVANGELIO
Lucas 24,13-35.

Aquel mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios;
iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

Él les dijo:«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».

Ellos se detuvieron con aire entristecido, Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:«Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».

Él les dijo:«¿Qué?».

Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».

Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».

Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.

Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».

Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.

Pero él desapareció de su vista.

Y se dijeron el uno al otro:«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».

Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».

Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

¡Palabra del Señor!

* * *

El episodio de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35) es un relato eminentemente catequético. Toda experiencia de conversión personal y toda la misión  de la Iglesia están reflejadas en este texto. Emaús es el relato de un camino hacia la luz.

La narración parte de una situación de muerte (desánimo, cansancio, sufrimiento desesperanza) que, por la escucha de la Palabra y la visión del Resucitado en el  Sacramento,  es transformada radicalmente. Los que se han sentido aplastados por los dramáticos acontecimientos de la pasión y muerte de Jesús, hallan en la resurrección el punto de apoyo necesario para liberarse de su cobardías y reiniciar 
un seguimiento sin miedos tras los pasos de Jesús y su Reino . 

Seguir a Jesús antes de la Pascua 

La frustración que muestran los de Emaús al desconocido que les sale al paso es la misma de quien falto de la fe pascual, confrontado con la realidad del fracaso y de la muerte, sufre el ocaso de sus ilusiones, sus proyectos y sus esperanzas; la experiencia de quienes se ilusionan con el Jesús terreno (histórico) y no llegan a completar su percepción del Jesús histórico con el Cristo de la fe (eterno).

Los evangelios dan testimonio de la dispersión de los discípulos que se produce tras la muerte de Jesús. ¿Porqué?  Unos le siguieron “porque han comido de los panes y se han saciado” (Jn 2,26); otros buscaron solo la curación física sin querer profundizar más (cf Jn 6,2); entre sus discípulos había quienes aspiraban a medrar buscando los primeros puestos (cf Mt 20,20-28). Cada uno tenía un motivo más o menos interesado para escuchar y acompañar a Jesús por los caminos de Palestina.

Pero al final las masas, desencantadas, pronto le abandonan; y también  muchos de los discípulos, ante la perspectiva de tener que compartir la cruz con el Maestro, le dan plantón (cf Jn 6,66); algunos incluso le traicionan (cf Mt 26,49) y le niegan (Mt 26,69-75). El seguimiento del Jesús pre-pascual termina en la duda y en la incredulidad; no fue capaz de mantenerse más allá de la prueba. 

Nadie puede negar la buena voluntad con la que los de Emaús (prototipos del discipulado) se embarcaron en el seguimiento de Jesús; pero  tras la tragedia de la cruz les venció el desánimo; ahora “caminan hacia atrás”, vuelven al lugar de donde partieron; “En Egipto comíamos pan hasta hartarnos” (Ex. 16,3). ¿No reconoces en ti esta experiencia? 

Todos los que estamos por la causa de Jesús hemos vivido esa tentación de volver sobre nuestros pasos cuando el futuro ha perdido su horizonte. Lo mejor –decimos- es dejarnos de idealismos, de utopías que solo existen en nuestra imaginación, y conformarnos con lo que hay: relativismo, disfrute de la vida a costa de quien sea, consumo, indiferencia, ir tirando... ¡Todo lo demás está condenado al fracaso! 

Si Jesús de Nazaret, pura bondad y misericordia, capaz de apasionar a las masas con su modo de vida y su palabra, acabó siendo derrotado, ¿para qué seguir intentándolo? ¿Qué vamos a conseguir los que no somos ni sombra de lo que Él fue? Descolocados por el escándalo de la cruz reaccionamos huyendo de nosotros mismos, de nuestros ideales y nuestras esperanzas. ¡Sálvese quien pueda!


El seguimiento del Resucitado.

¿Cómo reacciona Dios cuando vas de vuelta a Egipto? Su respuesta constante es la fidelidad: Dios sigue caminando contigo, “Jesús se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo” (Lc 24,15-16). 

Nunca deja Dios de estar a tu lado, pero en las noches oscuras del sentido y del espíritu, la debilidad y el pecado te impiden una visión clara de su presencia. ¿Cómo curar esta ceguera? La intervención de Jesús resucitado se da de forma escalonada; los de Emaús  no vivieron una conversión súbita, sino progresiva; hay un proceso por el que va aflorando en el corazón la fe pascual.

Primeramente, “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura” (Lc 24,27). Jesús enseña a leer los acontecimientos desde la fe en las Escrituras, a hacer una lectura creyente de la historia personal y comunitaria. Muestra cómo actúa Dios, cómo se manifiesta en la paradoja de la cruz, cómo hay que buscarlo en la madeja enredada de los fracasos, depurando los egoísmos que sutilmente anidan en el seguimiento. Es la luz de la Palabra que te abre una puerta para ver más allá de tus oscuridades.

Pero no basta eso para ver con claridad. La Palabra ilumina la oscuridad y suscita el deseo de cambiar, lo cual mueve a orar pidiendo al Peregrino que no se aleje:  “¡Quédate con nosotros, porque atardece, y el día va de caída!” (Lc 24,29). A menudo la persona siente la emoción de la Palabra en su interior: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las escrituras?” (Lc 24,32); pero cuando el discípulo está demasiado abatido necesita algo más. Lo pide en la oración: "¡Quédate!, no te vayas, no me dejes solo. Necesito que sigas dando luz a mis ojos. Quédate, que atardece en mi vida".

Jesús escucha la oración y se queda. “Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos” (Lc 24,30-31). El gesto eucarístico de Jesús remata la faena que inicia la Palabra; el gesto está cargado de una fuerza imparable porque transmite, sin palabras, todo el mensaje de la salvación (kerigma): “mi cuerpo entregado,... mi sangre derramada,... para el perdón-salvación vuestra”. Es Él.  ¡ha resucitado! Es esa certeza, esa seguridad más allá de la razón, la que cambia todo. Aquél que murió en la cruz, está vivo. ¡Lo hemos visto!

Los mismos que le conocieron en sus predicaciones, en sus milagros y luego en su pasión y muerte, ahora “lo habían reconocido al partir el pan" (Lc 24,35). La experiencia del Jesús terreno al que los discípulos habían seguido y del que ahora se alejaban, se completa con la visión de Cristo resucitado. Es el paso del Jesús histórico al Cristo de la fe, la percepción de que la muerte no es el final, sino el principio de algo nuevo.


La Pascua  cambia la mirada sobre el  mundo

Como creyente, sabes que la irrupción nueva de Cristo Resucitado en tu vida es la que ensancha tu corazón. De la contracción temerosa pasas a la expansión, de la dispersión vuelves a la concentración, de la tristeza al gozo, el miedo a la cruz se transforma en alegría de padecer por Cristo. 


Tras la experiencia pascual inicias un nuevo seguimiento animado por la fe en “el que vive” (Ap 1,18) y que conduce inevitablemente al entusiasmo de la misión: “Levantándose al momento, volvieron a Jerusalén” (Lc 24,33). La fe nacida en la superación de la muerte es más pura, más decidida, más activa; misionera.

¿Dónde he de situarme para ser merecedor de él? Hoy como ayer, para ver a Jesús no basta con quedarme en Jerusalén llorando junto al sepulcro. A los discípulos se les pide que vayan “a Galilea, allí me verán” (cf Mt 28,10); Galilea es el lugar donde vivían antes, y donde comenzaron el seguimiento del Nazareno. Tras la experiencia de la cruz vuelven al día a día, pero con una nueva mirada que supera el duelo y crea un modo nuevo de vivir.

Como los de Emaús, tal vez muchos estén de vuelta, flacos de fe, parcos en esperanzas y tímidos en amor. ¿En qué medida estás entre ellos? La dureza de la vida, las experiencias dolorosas hunden a muchos que  creían que estar sólidamente asentados sobre roca. Pero el resucitado sigue presente, aunque tus ojos no sean capaces de reconocerlo. Otros le ven a diario: ¡Cuántos serán los que están viendo a Jesús en estos días viviendo en solidaridad y compasión, dando su vida por los demás!, Cristo Eucaristía partiendo y compartiendo su pan con los enfermos y los pobres, con los marginados, los que viven en soledad y abandono. ¿Quedará sin fruto tanto amor entregado, tanta vida ofrecida con Cristo a Dios en la misa del mundo?

Cuesta ver a Jesús cuando las lágrimas del dolor empañan los ojos, pero basta echar  una mirada positiva al mundo  para descubrirle en Galilea, en el amor que muchos practican, en los pequeños y grandes gestos de solidaridad Cristo sigue regalándonos su presencia resucitada. Tal vez algún día debas decir: "Era necesario que pasara todo esto" (Lc 24,26), que vinieran tiempos de desolación y sufrimiento. Comprenderás entonces que a la vida se llega por la muerte, y que huir en el momento de la noche es quedarse a medio camino.  

Vuelve a Jerusalén (a la oración, a la contemplación de los misterios), donde Jesús se te hará presente en la Comunidad; y luego dirígete a Galilea (a la vida diaria con sus trabajos y sus momentos de descanso) y abre los ojos y los oídos. Ahí lo verás. Porque sigue presente en cada persona que ama y sirve, en el que  lucha por superar su enfermedad, en el niño que comienza a descubrir la luz de la vida, en todo aquel que se pone al servicio de quien le pueda necesitar. También le verás en la luz de la primavera que acaba superando al invierno, en el futuro despejado que creías oscuro para siempre, en cada detalle que te muestra que la vida sigue adelante.

Mirarle ahí, resucitado,  es un poderoso antídoto contra el veneno del derrotismo. Conoces la frase: "si lloras porque no ves el sol, las lágrimas no te permitirán ver las estrellas". Me parece una buena conclusión para este domingo. No te enclaustres en tus dolores, penas y fracasos, y confía en que tu oscuridad es un buen principio para que se manifieste la Luz de Dios. A los que abatidos y tristes iban de regreso a Emaús Jesús les hizo ver que la necedad y escándalo de la Cruz es sabiduría y fuerza de Dios. Misteriosamente, en la Cruz hay incrustadas unas piedras preciosas: fe, esperanza, y amor; mucho amor.

Jesús sigue hoy resucitado y presente. ¡Mira al mundo con  los ojos nuevos de la fe!

* * *

NOTA: Este comentario evangélico tiene como trasfondo textos de  Martínez Díez, F.
                     -“Creer en Jesucristo, vivir en cristiano”, (Navarra,2005), 619-623, y
                      -¿Ser cristiano hoy?, Ed. Verbum Dei, (Navarra, 2007) 276-278.

Abril 2023.
Casto Acedo.

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