martes, 28 de marzo de 2023

Una reflexión sobre el sacramento de la Penitencia


Somos muchos los que en los días finales de Cuaresma acudimos al Sacramento de la Penitencia o Reconciliación. El apremio de las fechas, la mentalidad de “cumplimiento pascual” tan arraigada en nuestros pueblos y la consideración del rito sobre todo como “confesión auricular individual”, hacen que el sentido último del sacramento corra el riesgo de diluirse. La consecuencia de esta disolución es obvia: se cumple con lo mandado, hay "confesión" y absolución, pero la misericordia de Dios, por no decir Dios mismo, la esencia del sacramento, sigue en penumbra; y tras el rito  “la vida sigue igual”.

En otro orden de cosas, hay quien dice que “ya nadie o muy pocos se confiesan”, lo cual personalmente no me escandaliza, porque creo que la crisis espiritual no está en el hecho en sí de la confesión sino en la pérdida del sentido del pecado, en la propensión a no reconocerse pecador y en el desprecio de la virtud de la humildad, madre del arrepentimiento. El trasfondo de todo creo puede estar en la expulsión de Dios no sólo del del ámbito público sino también del privado.  Para muchos de los que se dicen creyentes Dios es considerado sólo como un apaño para momentos de bajo ánimo, una pastilla a la que recurro cuando mis caprichosos deseos no son correspondidos y entro en caída libre; Dios "para mí". 

* * *

Una primera pregunta: ¿Qué es el pecado? Si hiciéramos una encuesta entre personas asiduas a la Iglesia hallaríamos respuestas de catecismo tales como que el pecado es  una “desobediencia voluntaria a la ley de Dios”. Pero difícilmente encontramos personas que vayan más allá de la consideración del pecado como transgresión de unas leyes o mandamientos que a veces parecen absurdos. Sea como sea pocos entienden el pecado como un daño que se infringe uno a sí mismo o al prójimo cuando no se es fiel a los designios de Dios. 

La culpa y el pecado parecen haber desaparecido  en el mundo de hoy. Sin embargo, como dice el catecismo de la Iglesia Católica,


“el pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia” (CATIC 386). 

La cursiva es del propio catecismo. ¿Cómo vamos a comprender el pecado si no existe un vínculo, una relación con Dios?

Más que el incumplimiento de una ley el pecado es la ruptura de una relación que tiene consecuencias deplorables. Ahora bien, ¿basta que haya ruptura entre personas para que podamos hablar de pecado? Muchos, a la hora de analizar su conciencia en estos días se limitan a mirar cómo tratan a su esposo o esposa, a su familia, al vecino, al compañero de trabajo, etc., olvidando el enfoque teológico, es decir, la relación con Dios.  Sin conocimiento de Dios no podemos conocer el pecado (lo cual no quiere decir que no exista), y sin la revelación de Dios no  podemos conocer a Dios (que existe aunque lo desconozcamos o ignoremos).  Así explicita esto el mismo catecismo:


“La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad sicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente” (CATIC 387).

Bastan los dos números citados del Catecismo para que nos planteemos en estos días el sentido que ha de tener nuestra celebración del perdón, que no es sino el de un encuentro de Dios, a quien antes reconoces que no prestabas mucha atención y al que ahora, reconociendo tus errores, estás dispuesto a aceptar y a vivir una etapa nueva en tu relación con Él. El pecado en este caso era el obstáculo que impedía la comunicación; y no se trata de actos sino de actitudes, de tomas de posición contrarias a la voluntad de Dios revelada en la Escritura. El pecado es ir contra esa voluntad divina,  unas veces  por ignorancia y otras por desidia.

¿Qué tengo que hacer, entonces, para que la celebración del Sacramento del perdón sea lo más correcta posible?

*Primero poner los medios para salir de la ignorancia. ¿Cómo? Recurriendo al conocimiento de Dios que se revela en la Sagrada Escritura. “Lámpara es tu palabra para mis pasos” (Sal 118,1), por tanto necesito esa Palabra para conocer los designios de Dios y no errar en la vida. Cuando la Palabra va calando en mi corazón ya están siendo sanadas mis heridas. La Palabra cura (Mt 8,8)  y limpia (Jn 15,3), es medicina y fortaleza. Para prepararte a la celebración penitencial te aconsejo que medites detenidamente el salmo 118; habla sobre la Palabra de Dios, y es  muy largo, 176 versículos, pero merece la pena; y más cuando se ha llegado a la certeza de que Jesús de Nazaret es la Palabra de Dios hecha carne. Se entiende entonces que Jesús, por la Palabra, nos abre los ojos y nos sana.

*Y en segundo lugar, conviene tener asumido que el pecado, más que un acto concreto, es un “misterio”, el misterio del mal que se apodera del espacio interior, del alma. Los psicólogos y gurús de la nueva espiritualidad (nueva era) suelen identificar el pecado con el “ego”, una personalidad o personaje ficticio, que sirve a intereses creados y que oscurece y oculta mi ser original (soy criatura de Dios renacida por el bautismo) entorpeciendo la correcta relación conmigo mismo, con los hermanos y con toda la creación; poca o nula importancia dan las nuevas espiritualidades al pecado como ruptura con Dios.

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Como dice uno de los textos del catecismo antes citados, se siente la tentación de explicar el pecado únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad sicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc.”. 

Cuando la propia vida y la historia se miran exclusivamente con las gafas del "yo, mi, me", desde el prisma de la subjetividad autoreferencial, tendemos a considerar al pecado como enfermedad psicológica, una desviación de la mente que puede ser erradicada con una buena terapia. La experiencia demuestra, no obstante, que siguiendo métodos terapéuticos no siempre se resuelven los conflictos y los síntomas vuelven a aparecer de nuevo una y otra vez.  ¿No será  por el olvido de que somos seres en relación no sólo conmigo mismo sino también con el prójimo y con Dios? 

Algunas escuelas de psicología se están planteando ya si no hay que ir más allá de la mente y su dinámica, al espíritu y la espiritualidad subyacente, para lograr determinadas curaciones. Somos mente (psiché, alma) pero también espíritu abierto a la trascendencia.

¿Es el pecado algo más que un desajuste psicológico? ¿Basta trabajar sus afectos y tus aflicciones con un buen psicólogo para sanar la vida? Muchos piensan que sí, que con unas sesiones de mindfullnes y de terapia psicológica que empoderen al paciente es suficiente para que todo lo que está roto en el mundo se recomponga. Sería preferible decir "en su mundo", porque suelen sostener que el mal no es sino una mala visión, un problema visual del pecador. "Deja ir los problemas, suéltalos, no te ates a ellos,  y verás como te encuentras mejor. Tú puedes", dicen los gurús de la autoayuda. ¡Hay que ser ingenuos para creer esto! La táctica del avestruz que esconde la cabeza bajo tierra. Abre los ojos, despierta. No confundas la ingenuidad con la bondad, la primera es miope, la segunda es experta en ver las cruces  propias y las ajenas y en poner soluciones.  

Pienso que la psicología es un magnífico instrumento para observar los devastadores efectos del pecado: incomunicación, soberbia, tristeza, ira, violencia, lujuria,  envidias, etc., pero ¿basta con conocer el mal para que quede sanado? ¿Es el diagnóstico lo único necesario para curar una enfermedad? ¿Basta con ser consciente y empoderarse del propio ser para salir del agujero de la caída? Cierto es que saber lo que no funciona bien en ti es el principio de la conversión (cambio de vida), pero estoy convencido de que sólo un plus de amor mayor que el que yo me tenga puede sacarme del hoyo en el que he caído. 

El misterio del pecado -y digo misterio porque el mal es una realidad incomprensible e inexplicable-,  sólo puede ser vencido adentrándome en el misterio de Dios. Dios es amor; sólo el amor de Dios tiene suficiente poder para disolver las deficiencias y fallos de mis amores.

Sólo un amor más grande me libera de quedar atado a amores pequeños como son el amor a mí mismo, o el amor a mis objetivos o aspiraciones, o el amor a los que o de los que me rodean. Si mi salud espiritual, mi santidad, depende de personas  tan limitadas como yo, es grande el peligro de fracasar. Son amores parciales, limitados, imperfectos.  Pero si mi confianza y fuerza las pongo en Dios, un amor superior, infinito, eterno, puedo aspirar a poner remedio definitivo a mis males.  

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Desde las premisas expuestas quiero advertir que una Celebración Penitencial sólo tiene sentido si se la enmarca en un proceso de fe y de crecimiento espiritual que tiene como referencia primera el amor de Dios. Si haces de ella sólo un "lavado de cara" un simple "maquillaje", un "lifting" espiritual, entonces es mejor que no te confieses, porque lo único que harás será tapar las ronchas que te han salido a causa de la infección que pudre tus entrañas. Si las tripas enfermas de tu alma no se exponen a la misericordia de Dios no podrán curarse para siempre, y las ronchas seguirán apareciendo una y otra vez. 

El legalismo es la enfermedad del fariseo, la convicción de que se pueden hacer apaños con Dios, engañarle, mostrarle los eccemas de la piel mientras se le oculta el cáncer que corroe el espíritu. Cuando se hace una confesión sin el debido examen a la luz de la Palabra y el necesario arrepentimiento y dolor de los pecados, lo que se está haciendo en realidad es un ejercicio de soberbia e hipocresía; un pecado multiplicado. Corruptio optimi pessima, la corrupción de los mejores es la peor, dice el dicho latino. "Si estuvierais ciegos -dice Jesús a los fariseos-, no tendríais pecado; pero como decís "vemos", vuestro pecado permanece" (Jn 9,41), y se hace cada vez más grande, añado.

* * *

Si te estás preparando para celebrar la Penitencia estos días, ya sea en comunidad o individualmente, no pienses que el sacramento se juega entre tú y la psicología, tú y las leyes morales, tú y tu relación con el prójimo, tú y tu aceptación de ti mismo. El sacramento es un misterio de encuentro entre tú y Dios, tu ser limitado y pecador y el Ser misericordioso e infinito que es Dios. Dejarte abrazar por Dios no va a producir en ti un simple cambio legal, un paso de pecador a justificado, sino un cambio tremendamente vital,  paso de siervo a hijo de Dios, de ajeno a amigo de Jesús, de sufrirte vacío a sentirte habitado por el Espíritu, pasas de ser admirador de Dios a ser un enamorado. La Penitencia, el perdón de Dios, no te sube a un pedestal, te baja a ras de tierra, donde puedes  encontrarte con Jesús, Dios encarnado y crucificado, Dios amante.

Al preparar tu Penitencia no te fijes en tus actos pecaminosos: violencia, juicios injustos, envidias, apropiación indebida de cosas o personas, crímenes verbales, etc. Los actos externos son la punta del iceberg, lo que más se ve, pero no lo son todo en el “misterio del mal”. Si es verdad que no nos justifican las obras sino el amor que ponemos en las obras, también es verdad que no nos hacen pecadores las malas acciones sino el impulso maléfico que las provoca. Por eso, ahonda y busca las causas que te llevan a obrar incorrectamente. La psicología te puede ayudar. Es importante conocer el mal que padece tu alma,  como es importante también conocer a Dios y tenerlo en cuenta.

Cuando te limitas a confesar los actos cometidos, y  te desinteresas sobre la causa interior  que los provoca, las mismas faltas vuelven a ser materia de la próxima confesión. Deberías preguntarte ¿por qué? Y posiblemente descubras que en realidad no estás convertido a Dios, no vives de cara a Él sino a otras cosas, esas “otras cosas” que no quieres soltar y que hace años que pactaste contigo mismo -o con el diablo- hasta dónde estás dispuesto a llegar en tu renuncia. Tu corazón está atado a otros dioses que no son el Dios de Jesucristo. Tu tesoro no está en Dios, y “donde está tu tesoro está tu corazón”.

Termino recomendándote que medites sin prisas todo lo que he dicho acerca de la ley, la confesión, el misterio del mal, Dios, la renuncia, etc... Y que te replantees seriamente por qué te confiesas estos días. ¿Por ley o por compunción amorosa? ¿Haces una confesión de tus pecados  interesada para alejar de ti el miedo a perderte el cielo, o es una confesión del amor de Dios que consideras que no mereces y sin embargo recibes? Si tu respuesta es la primera, compadécete de ti mismo, porque al creer que tienes que ser siempre perfecto te estás perdiendo la alegría de la vida; si es la segunda, alégrate, porque estás en el buen camino, la senda de los pecadores que se saben amados.

Leyendo los evangelios, pregúntate: ¿Quiénes eran los amigos que se escogió Jesús? ¿Fariseos que ponían su fe en el cumplimiento de las leyes, o pecadores como Pedro, Mª Magdalena, Zaqueo, Pablo de Tarso, etc? Es claro que lo que sanó a éstos últimos fue el misterio del amor de Dios en Jesús; se dieron cuenta de que ganar el cielo no es un juego de habilidades y cumplimientos legales sino un modo de existencia donde el amor de Dios es lo primero. Fue el amor de Dios en Jesús lo que les sedujo, no un acceso al cielo a plazos y con rebajas.

Cuando te acerques a "confesar" uno de estos días, no absolutices tus pecados; confiesa el amor de Dios, el único que puede sanar tu corazón enfermo. Y aprovecha para replantearte si tu espiritualidad es farisaica (alcanzar el cielo por tus méritos) o cristiana (vivir el cielo como un don de la misericordia divina que recibes  con humildad),  y ¿por qué no plantearte un reinicio de tu vida a partir del Evangelio de la misericordia?

¡Feliz encuentro con el Señor en el Sacramento del Perdón! 

Marzo 2023

Casto Acedo 

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