sábado, 4 de marzo de 2023

El simbolismo del agua (3º de Cuaresma, 12 de Marzo)

EVANGELIO. Jn 4,5-42.

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.

Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber.» Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.

La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.

Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.»

La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»

Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.»

La mujer le dice: «Señor, dame de esa agua así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla.»

Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve.»

La mujer le contesta: «No tengo marido».

Jesús le dice: «Tienes razón que no tienes marido; has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»
La mujer le dijo: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.»

Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.»

La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.»
Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo.»

En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.»

Palabra del Señor

* * *

Cuando llegue la Noche Santa, para celebrar nuestra apertura a Cristo Resucitado recurriremos a unos símbolos muy concretos: la luz (Lucernario), el agua (Rito de bendición del agua y renovación del bautismo), y la vida (Eucaristía: “Yo soy el pan de la Vida, el que come de este pan vivirá para siempre”, Jn 6,35).

Los domingos tercero al quinto de Cuaresma, la proclamación evangélica nos dispone de manera inmediata a la Celebración Solemne de la Vigilia Pascual introduciéndonos en el Misterio por la presentación-comprensión-asimilación de los símbolos que nos hablan de Dios y nos acercan a Él.  Jesús dirá de Él mismo que es "agua viva" (Jn 4,14; evangelio de la Samaritana), "luz del mundo” (Jn 9,5; ciego de nacimiento), resurrección y vida" (Jn 11,25; resurrección de Lázaro). Hoy, al hijo del encuentro con la samaritana,  el tema que nos ocupa es el agua como símbolo de Dios y de su gracia. 

* * *


Agua
 
Este domingo nos habla de "agua". El agua es un signo ambivalente. Por una parte, hablar del agua es hablar de vida, porque es un elemento básico para la subsistencia del hombre ya que cubre una necesidad vital y permanente sin la cual no podríamos vivir (¡lástima que solo nos demos cuenta de ello cuando nos falta!). El agua es también elemento de limpieza para el cuerpo, la ropa, la vivienda; es recreo y belleza en los jardines y fuentes; el agua es vitalidad. Donde no hay agua hay sufrimiento y muerte; la imagen paradigmática es el desierto, lugar de vacío, soledad, sequedad y muerte. Al contrario, donde hay agua hay vida, y por eso el paraíso siempre se ha dibujado como un vergel bien regado.
 
Pero el agua contiene también una simbólica negativa: es desgracia en inundaciones, maremotos y todo tipo de desbordamientos. ¿Quién no recuerda las impresionantes imágenes del maremoto (sunami) que hace unos años asoló Japón? 

El agua sana, pero también ahoga y arrasa. Es por tanto signo de vida, pero no lo es menos de muerte. El exceso de agua provoca destrucción y la ausencia o escasez trae consigo la “sed”. El pan (alimento) es necesario para poder subsistir, pero lo es más el agua. La vida cristiana, que es oasis pero también desierto, lleva implícita la experiencia de la sed.
 
La Sagrada Escritura asocia el agua con el Espíritu de Dios, que purifica, da vida, recrea, limpia del mal y ahoga el pecado. Pasajes bíblicos paradigmáticos, como el relato de la creación del mundo, donde se señala que “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gn 1,2), el diluvio (cf Gn 6,5-8,20), el paso -Pascua- del mar rojo (cf Ex 14) o el prodigio del manantial de agua que mana de la roca (Ex. 17,3-7); Dios se sirven del agua como elemento sacramental en los que Él mismo se manifiesta.




El agua que es Dios

Si alguno tiene sed, que venga a mí” -dice Jesús. Nosotros hemos venido a Dios. ¿Qué sed nos ha traído? La mujer samaritana (cf Jn 4), siguiendo la rutina de su tarea diaria, va a buscar agua al pozo de Jacob. Y allí Jesús se acerca a ella. 

Se trata de una mujer insatisfecha; cinco veces había buscado la felicidad, y cinco veces había fracasado (“has tenido cinco maridos y el de ahora no es tu marido”, Jn 4,18). Jesús le hace sentir hondo esos fracasos. Había buscado saciar su sed en aguas que no podían satisfacerle plenamente. 

Cuando ella y Jesús comienzan su diálogo, cada uno habla de un agua distinta, y también se nota en el diálogo que cada cual se refiere a una sed distinta. La samaritana habla del agua material, tangible, perecedera, agua que no sacia plenamente y obliga a volver una y otra vez al pozo. Jesús, sin embargo, habla de un agua espiritual, intangible, eterna; quien la bebe nunca más tendrá sed; habla del agua que es Dios, y que sacia de una vez para siempre: “el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed” (Jn 4,13).

El agua que Jesús ofrece a la samaritana y te ofrece a ti hoy es la gracia de Dios, su Espíritu. “El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie, gritó: ´Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí; como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva´. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él". (Jn 7,37-39). “El agua que yo le daré se convertirá dentro de Él en un surtidor que salta hasta la vida eterna” (Jn 4,14).

La sed.

Pregúntate: ¿Qué sed te ha traído a vivir el desierto de la cuaresma? ¿Qué insatisfacción? La samaritana representa a la humanidad que tiene sed, aunque no sabe qué agua le conviene para alcanzar la verdadera felicidad.

Jesús sí lo sabe. Jesús también tiene sed, una sed distinta: “Dame de beber” (Jn 4,7). Jesús tiene sed de diálogo, de comunicación, sed de ayudar a los que tienen sed. En la cruz gritó: “Tengo sed” (Jn 19,28), sed de salvación, sed de ti; en su sed de amor quiere suscitar el acercamiento, provocar el encuentro. “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva” (Jn 4,10). Poco a poco, Jesús va adoctrinando a la mujer invitándola al conocimiento del Espíritu Santo (“si conocieras el don de Dios…”) y el reconocimiento de Él mismo como  Hijo (Mesías) enviado  (“..y quién es el que te pide de beber”).

Porque tiene sed -¡admirable misterio!-, el mismo Jesús se acerca hoy al pozo de tu vida, ese pozo al que acudes cada día a sacar agua: el pozo del trabajo, las amistades, los negocios, la familia… Jesús te sale al encuentro allí donde tienes puesta tu esperanza, donde crees que vas a encontrar la felicidad plena. Dios te sale al encuentro  ahí donde estás.
 
¿En qué agua bebes? Hay aguas que sacian sólo momentáneamente, pozos exteriores que te exigen caminar diariamente hacia ellos para satisfacerte. Jesús te ofrece el agua viva de su costado (cf Jn 19,34;1 Jn 5,6) “que se convertirá dentro de tí en un surtidor que salta hasta la vida eterna”; el agua interior del Espíritu Santo, la Gracia de Dios, que habitará en ti, y dará consistencia eterna a las aguas de la amistad, la familia, el trabajo,… que brotarán de tu interior.

En Cuaresma  contempla la sed de Jesús: la sed de misericordia que en él muestra nuestro Dios, y acompásala con la sed de la humanidad: sed de paz, de justicia, de comunicación, de armonía... Cuando la sed del hombre se cruza con la sed de Dios se produce el milagro de la Pascua.

Cristo pasó por la vida de la samaritana; ésta, aunque no entendía muy bien lo que le decía Jesús, mantuvo el diálogo, se mantuvo abierta a Él, y se produjo el encuentro.
 
Y a partir del encuentro el anuncio. El agua de Dios no se queda estancada en quien la recibe, sino que salta hacia fuera, transforma al discípulo en en apóstol, como la samaritana:  “dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será este el Mesías?” (Jn 4,29). Y “Jesús se quedó allí dos días” (Jn 4,40), hasta que la fe de los samaritanos maduró un poco: “nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo” (4,42).
 
* * *

 

A menudo nos cansamos del camino de cuaresma, nos cansa la vida. Nos preguntamos entonces por qué Dios nos ha traído a este desierto. El sentimiento de fracaso nos lleva con frecuencia a preguntarnos si Dios estará o no estará con nosotros (cf Ex 17,3.7). La mujer samaritana nos dice que sí, que le ha conocido y ha sentido su amor. También san Pablo nos hace saber que el amor de Dios ha sido derramado como agua viva en nuestros corazones, y hay esperanza (Rm 5,5).

Deja que este domingo te refresque el agua que es Cristo. Déjate lavar por Él como Pedro en el cenáculo (cf Jn 13,8-10). Recuerda el bautismo en el que fue sepultado tu pecado por el poder del agua. Déjate encontrar de nuevo por Jesús. Bebe del agua de su Palabra, de su presencia eucarística, de su estancia entre los pobres. Dile: -Señor, ¡tengo sed de tantas cosas buenas y nobles!... ; enuméralas y confía que el Agua de Dios no te ha de faltar para poner fin a tus insatisfacciones.

Marzo 2023
Casto Acedo. 

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