EVANGELIO
Mateo 5,38-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
¡Palabra del Señor!
* * *
La ley del talión, o de la venganza, resume el lado negativo de la justicia distributiva; según esa ley se debe dar al criminal un castigo equivalente al crimen cometido; la expresión más conocida de esa ley es lo del “ojo por ojo y diente por diente”; esta práctica aparece como opción en la ley judía del Antiguo Testamento (cf Ex 21:23-25; Lv 24:18-20; Dt 19:21), que se corrige en los textos del Nuevo Testamento desautorizándola (Mt 5, 38-41), y vuelve a tomar su forma judía en el islamismo, que invita a la piedad pero considera justa la venganza (Corán 2, 178-179; 42,40).
Esta ley debió de funcionar de forma no-escrita desde los orígenes de la humanidad. ¿Quién no ha sufrido un deseo compulsivo de venganza como primer impulso ante un atentado terrorista u otros crímenes abominables? ¿No surgen deseos de revancha cuando sabemos de víctimas inocentes? No sólo acudimos entonces al “ojo por ojo y diente por diente” sino que llegamos incluso a reclamar para los asesinos un plus de castigo.
Lo que Dios mismo parece jurar para quien diere muerte a Caín (“El que mate a Caín será castigado siete veces”. Gn 4,15) solemos pedirlo nosotros para los autores de crímenes abominables. Por eso resulta extraña la protección que Dios ofrece al primer asesino de los relatos bíblicos. ¿No se apunta ya aquí al perdón y la misericordia como un camino mejor que la venganza para solucionar los problemas que plantea la construcción de un mundo justo? ¿Se puede crecer en el amor recurriendo al odio? ¿Actúa con justicia quién recurre al miedo y la violencia para imponer un orden justo?
Amar como Dios nos ama.
En el libro del Levítico se pide alejar del corazón el resentimiento contra el hermano, renunciar al rencor y a la venganza y amar al prójimo como a uno mismo (cf 19,17-18). El pueblo judío entendía que el “prójimo” a amar era sólo el cercano en razón de su pertenencia al pueblo elegido. Pero Jesús, en la magistral parábola de El buen samaritano (Lc 10,25-37), aclara que esa no es la lectura apropiada: prójimo es todo hombre que necesita de tu amor aquí y ahora. A la luz de la parábola has de entender lo de "prójimo" referido a ti: mi prójimo es aquel al que me aproximo. La nueva doctrina del amor no es restringida sino católica, universal; una invitación a acercarme a todos los hombres.
El amor que Dios pide es un amor a imagen del suyo, un amor que supera la cólera: “no ejecutaré el ardor de mi cólera, porque soy Dios y no hombre en medio de ti, yo el Santo” (Os 11,9). En el amor está la perfección de Dios, y a amar invita Jesús cuando aconseja: “sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).
Dios es Padre. Caer en la trampa de considerarle sólo Juez es dar marcha atrás en las enseñanzas de Jesús, barriendo de un plumazo páginas esenciales del Evangelio como la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-31), la conversión de Zaqueo (Lc 19,1-10 ) la defensa de la mujer adúltera (Jn 8,3,11) o el hermoso texto donde apelando al amor de Dios se nos dan razones solidas por las que debemos amar a nuestros enemigos y hacer el bien a los que nos odian: “así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos” (Mt 5,45).
Dios es Padre. Caer en la trampa de considerarle sólo Juez es dar marcha atrás en las enseñanzas de Jesús, barriendo de un plumazo páginas esenciales del Evangelio como la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-31), la conversión de Zaqueo (Lc 19,1-10 ) la defensa de la mujer adúltera (Jn 8,3,11) o el hermoso texto donde apelando al amor de Dios se nos dan razones solidas por las que debemos amar a nuestros enemigos y hacer el bien a los que nos odian: “así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos” (Mt 5,45).
Jesucristo, pronunciando desde la cruz la absolución general universal (“Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” Lc 23,34) es el modelo donde sus discípulos se miran. Si él perdona a quienes le crucifican, ¿no te invita también a hacer lo mismo? “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13,34).
La razón del amor extremo que nos propone Jesús no hay que buscarla ni en nuestros sentimientos ni en nuestros esquemas humanos. Los sentimientos suelen traicionarnos, y la sabiduría del mundo no corre a la par con la del evangelio. ¿No es de lo más “natural”, y al parecer gratificante, odiar al que te ha perjudicado? Parece ser que sí. Es muy común oír aquello de “al enemigo ni agua”, “quien lo ha hecho que lo pague”, “¿perdonarle con el daño que me ha hecho? ¡Ni hablar!”, “Quiero perdonar al que me maltrata, pero no puedo”, “cuando pienso en lo que me hizo sufrir esa persona, veo imposible amarla". Es “natural” la impotencia a la hora de querer amar a quien no ha sido amable contigo.
Para alcanzar el amor que Dios propone hay que superar los propios sentimientos y esquemas mentales. A la cima del amor solo se llega contando con la ayuda “sobrenatural”, la fuerza del Espíritu, la gracia de Dios que cura la impotencia de nuestra naturaleza caída y débil para amar (cf Rm 7,14-25).
Esa gracia de Dios se recibe por la fe, la escucha de la Palabra, la oración, y los sacramentos; recibirla te supone una ayuda “sobrenatural” y eficaz, que sin anular tu naturaleza, sin dejar de ser tú mismo (hay quien piensa que confiar en Dios es vender tu libertad, ¡cuánta ignorancia!) perfecciona tu vida y te hace capaz de amar como Cristo ama, si eso es lo que deseas de corazón.
Dos razones y un consejo para vivir el ideal del amor a los enemigos.
Mirando desde Jesús y aplicando la lógica quisiera darte unas razones (¿sabios consejos?) para amar incluso a quienes te odian:
1. Primeramente, para tu conocimiento, te digo que es mejor amar que odiar, porque el amor conduce a la felicidad y el odio a la tristeza (cf Gn 4,1-7). ¿Acaso el que odia es más feliz que el que ama?
Quien es poseído por el odio tiene el corazón envenenado; mientras que el odiado puede que ni siquiera se vea afectado por no ser consciente o no tener muy en cuenta la mala consideración en que se le tiene o los malos augurios que se le desean. Esta es ya una razón para no odiar: siempre perderás; el odio siempre se vuelve contra ti.
Quien es poseído por el odio tiene el corazón envenenado; mientras que el odiado puede que ni siquiera se vea afectado por no ser consciente o no tener muy en cuenta la mala consideración en que se le tiene o los malos augurios que se le desean. Esta es ya una razón para no odiar: siempre perderás; el odio siempre se vuelve contra ti.
2. En segundo lugar, mirando a la persona que te odia a ti u odia a otros, ¿no es ella misma víctima de su odio? Cuando alguien muestra agresividad verbal o física hacia su prójimo ¿no te das cuenta de que él es la primera víctima de su irritación? Observa la frustración que le hace ser agresivo.
¿Puede decirse que es feliz alguien que se muestra de continuo enfurecido y violento? Por supuesto que no. Por eso la persona rencorosa y agresiva es más digna de compasión (misericordia) que de rechazo. Necesita cariño, perdón, ayuda. Así miró Jesús a Zaqueo, a quien todos odiaban por su avaricia, pero al que Jesús amó porque vio en él un hombre frustrado.
Toda persona que muestra una vida de envidia, avaricia, agresividad y odio seguramente guarda en la trastienda de su vida una historia que de ser conocida nos movería más a compasión que a desprecio. Con la mirada de Dios, “que no mira las apariencias sino el corazón” (1 Sam 16,7), te es más fácil amar a quien, mirado con ojos mundanos, consideras tu enemigo.
¿Puede decirse que es feliz alguien que se muestra de continuo enfurecido y violento? Por supuesto que no. Por eso la persona rencorosa y agresiva es más digna de compasión (misericordia) que de rechazo. Necesita cariño, perdón, ayuda. Así miró Jesús a Zaqueo, a quien todos odiaban por su avaricia, pero al que Jesús amó porque vio en él un hombre frustrado.
Toda persona que muestra una vida de envidia, avaricia, agresividad y odio seguramente guarda en la trastienda de su vida una historia que de ser conocida nos movería más a compasión que a desprecio. Con la mirada de Dios, “que no mira las apariencias sino el corazón” (1 Sam 16,7), te es más fácil amar a quien, mirado con ojos mundanos, consideras tu enemigo.
3. Y por último, no olvides el consejo del Señor: “rezad por los que os persiguen y calumnian” (Mt 5,38-48). Prueba a hacerlo. Confieso que yo mismo he practicado esa oración en muchas ocasiones. “Señor, te pido por N., al que me cuesta aceptar por el mal que creo que me ha hecho; que no le odie y pueda yo estar cerca de Ti, y a N. acércalo también a Ti y que en Ti nos encontremos; que algún día podamos estar reunidos en tu casa y comer en la misma mesa”.
Es verdad que de principio parece contradictorio pedir y desear el bien para quien creemos que no lo desea para nosotros, pero con la mirada puesta en Jesucristo, y sintiendo que Él te ama incluso cuando tú no le respondes como debieras, es posible hacerlo. Haz la prueba y descubrirás que poco a poco se derriban tus prejuicios y tensiones, desaparecen el sufrimientos de verte acechado o perseguido, y recobras la paz que es fruto del amor.
Es verdad que de principio parece contradictorio pedir y desear el bien para quien creemos que no lo desea para nosotros, pero con la mirada puesta en Jesucristo, y sintiendo que Él te ama incluso cuando tú no le respondes como debieras, es posible hacerlo. Haz la prueba y descubrirás que poco a poco se derriban tus prejuicios y tensiones, desaparecen el sufrimientos de verte acechado o perseguido, y recobras la paz que es fruto del amor.
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Concluyendo: si amas a tus enemigos, haces el bien a los que te aborrecen y rezas por los que te persiguen y calumnian (Mt 5,43) estás amando como Dios ama. Y amando así serás dichoso y podrás ser llamado con verdad “Hijo de Dios” (Mt 5,9).
Febrero 2023
Casto Acedo.
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