jueves, 5 de enero de 2023

Bautismo del Señor (Domingo, 8 de Enero)



EVANGELIO
Mt 3, 13-17.

En aquel tiempo, vino Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.

Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?».
Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia».

Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él.

Y vino una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».

¡Palabra del Señor!

* * *


El bautismo de Jesús 

Hace dos días celebrábamos la Epifanía. Y en el Evangelio contemplábamos a Jesús-niño, en Belén, adorado por unos magos de oriente. Hoy damos en la liturgia un salto en el tiempo y después de treinta años de vida oculta encontramos a Jesús recibiendo el bautismo a manos de Juan.

Contemplamos a Jesús como uno más  entre el grupo de los que acuden al Bautista para recibir el bautismo de conversión que éste predicaba. ¿Tiene sentido que Jesús, que es Dios, que no tiene pecado, se deje bautizar por Juan? La única explicación es que Jesús quiera manifestar de modo real que él ha venido para moverse entre los pecadores, para estar con los que necesitan conversión, y en última instancia para ayudarles a llevar su vida adelante cargando con sus pecados.

Dirá san Pablo que Dios “al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (2 Cor 5,21). Hacia esta misma interpretación nos quiere llevar la lectura del profeta Isaías: “Mirad a mi siervo” (Is 42,1). En el bautismo Jesús se une al movimiento de Juan, que busca la conversión a Dios, el cambio de vida: “Te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos a los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas” (Is 42,6b-7). Jesús será el autor del cambio, del paso de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida gozosa y feliz a la que está llamado todo hombre.

Jesús no salvará a la humanidad por decreto-ley sino por el camino de la encarnación, él mismo se unirá al grupo de los pecadores; no tiene pecado, pero vivirá el sufrimiento y la muerte, consecuencias evidentes del pecado. Asumiendo íntegramente lo humano lo salvará. Una magnifica lección para todos nosotros, un principio que debería regir nuestra vida personal, social y pastoral. No se puede salvar lo que no se asume, lo que no se hace propio. ¿Entendido el mensaje? El Jesús que se acerca a Juan Bautista confundiéndose con los pecadores, aunque no conocía pecado ni necesitaba conversión, es el Cordero de Dios que carga (asume) los pecados de la humanidad entera y con su entrega de amor total (perdón) la redime. A la cruz apunta el bautismo.

Así es. La persona de Jesús, vista desde la perspectiva del Siervo de Yahvé, nos da pie a reconocerle, ya desde el inicio de su vida pública en el Jordán como aquel que será crucificado por nosotros y por nuestros pecados (cf Gal 3,13); el mismo Bautista lo presenta a los suyos diciendo de Él que es "el Cordero de Dios" (Jn 1,29). La imagen que acompaña este texto, La crucifixión, de Matthias Grünewald (foto de arriba) resume esta enseñanza al pintar al Bautista señalando con el dedo al que por nosotros muere en la cruz. Para eso ha venido, para ser siervo de los siervos, para cargar con nuestras injusticias y maldades.


Nuestro bautismo

“Se oyó una voz del cielo: Tu eres mi hijo amado, mi preferido” (Lc 3,22). Una voz que bien podría oírse descendiendo del cielo en el momento en que Jesús muere en la cruz; y también en al momento del bautismo de cada cristiano. Jesús es el Hijo de Dios. También nosotros, por el bautismo, somos hijos de Dios. Y también desde nuestro bautismo resuena una llamada a vivir y morir para los demás, una exigencia de servicio en favor de los hermanos. A la cruz apunta también nuestro bautismo.

Desde la exigencia de entrega y generosidad, en línea con el ser y la misión de Jesús, "que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo" (Hch 10,38), deberíamos de recuperar el significado del bautismo que recibimos. Deberíamos tomar conciencia de que hemos hecho norma de la excepción. Lo normal en la Iglesia primitiva era el bautismo de adultos tras un catecumenado serio y comprometido. Pero cuando se llega a una situación de cristiandad se impone el bautismo de niños, algo que debería ser la excepción pero que se ha transformado e norma.

El bautismo es un sacramento muy devaluado.  Para el bautismo de un niño no se exige a los padres más que el hecho de que lo pidan y, en última instancia, que asistan a una o varias charlas de dudoso valor para un discernimiento cristiano serio. Incluso cuando la vida pública de los padres da señales de poco respeto a las costumbres cristianas -por ejemplo, en el caso de padres que pueden y no quieren casarse en el Señor- bautizamos alegremente a los hijos; y lo hacemos mientras nos prometen transmitirle la fe y las costumbres de la Iglesia que les administra el bautismo. 

¿No estamos ante una contradicción inexplicable? ¿No hay por parte de la Iglesia y sus ministros una dejación de funciones ? Ni siquiera la exigencia de unos padrinos confirmados nos sirve de garantía, dado que haber recibido  el sacramento de la confirmación tampoco asegura una fe madura. El ritual del bautismo pide la fe y el compromiso de los padres; a los padrinos sólo se les exige ser una ayuda para educar en la fe.

Habría que preguntarse si el descenso del número de bautismos en nuestra iglesia puede  deberse al bajo discernimiento que se aplica al bautizar. La rutina y la costumbre de bautizar por sistema ¿no supone una pérdida de significatividad del sacramento? Mientras  reducimos el bautismo y otros sacramentos como la "primera comunión", o "las bodas" a un acto meramente social, desligado de su conexión vital con la Palabra que alimenta la fe y la caridad (comunión con el amor de Jesucristo) ¿no es un tanto hipócrita preguntarse por qué la Iglesia vive horas tan bajas? 

* * *

Aunque el bautismo de Juan no es propiamente el bautismo cristiano, la Fiesta del Bautismo del Señor es un buen motivo para redescubrir el valor y el significado del sacramento del bautismo y dignificarlo tanto en su fondo (repensar la relación fe-bautismo) como en su forma (bautismo de adultos, o de niños que tengan verdaderamente garantías de que recibirán la formación cristiana adecuada).

¿De qué sirve el sacramento del bautismo si no le acompaña una toma de conciencia progresiva de que somos hijos de Dios? Un catecumenado adecuado, antes del bautismo en los casos de bautismo de adultos, o con la mayoría de edad en los casos que fueron bautizados en su infancia, es algo irrenunciable si queremos ser fieles a la misión de Jesús. Se trata de conectar el signo bautismal, la fe, con la vida.

Se está dando hoy un fenómeno alarmante: cada vez son menos los niños que reciben el bautismo, y menos también los bautizados que consideran la fe en Jesucristo como algo importante para sus vidas; la vida matrimonial y familiar, la vida económica, laboral, o de relaciones sociales, se va desligando alegremente de la norma cristiana. Cuando para la mayoría de quienes solicitan el bautismo para sus hijos éste es visto como un mero rito, como una excusa para la celebración simplemente humana del nacimiento, ¿tiene sentido seguir bautizando? La desafección hacia la Iglesia y la moral cristiana, tan evidente en nuestra cultura, ¿no supone una llamada apremiante a reestructurar la pastoral del bautismo como medio para redescubrir la fe antes del bautismo? Responder a este reto es un camino largo donde está en juego la identidad cristiana en un mundo de pluralismo cultural y religioso. 

Simplemente añadir que el primer paso para una renovación de nuestra espiritualidad cristiana bautismal es seguir los pasos de Juan Bautista: dirigir hacia Jesús de Nazaret, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, a quienes buscan una renovación auténtica de sus vidas.  Conocer y amar a Jesús, y mirar la propia vida y el mundo con sus ojos,  debería ser un deseo de todo aquel que aspira al bautismo, o en su caso de aquellos padres que piden bautizar a sus hijos.

Sirva esta reflexión para entender que el bautismo de Juan (bautismo de conversión de lo pecados) debería ser un paso previo para recibir el bautismo propiamente cristiano (inmersión en la vida trinitaria: bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo). 

¡Feliz fiesta del bautismo del Señor!

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Enero 2023
Casto Acedo. 

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