sábado, 30 de julio de 2022

Al hilo de la Palabra (31 de Julio)

 EVANGELIO 

En aquel tiempo dijo uno de entre la gente a Jesús: «Maestro, dije a mi hermano que reparta conmigo la herencia». Él le dijo: «Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?». Y les dijo: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes».

Y les propuso una parábola: «Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose: “¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”. Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios. (Lucas12,13-21)

 * * *


“El dinero no da la felicidad, pero ayuda a conseguirla”, dice el refrán. ¿Quién no lo ha escuchado alguna vez? Y es cierto. Pero a menudo también es verdad lo contario; hay situaciones en las que el dinero se pone en medio y rompe la felicidad. Es lo que le ocurrió a ese del que habla el evangelio, que acudió a Jesús con un problema familiar de orden económico: «Maestro, dije a mi hermano que reparta conmigo la herencia»

Estaba triste y enfadado por causas de la ley que otorgaba al hermano mayor el derecho a recibir el total de la herencia paterna a fin de mantener la unidad del clan familiar tras la muerte del padre. Jesús aprovecha para dar una catequesis acerca de la utilidad e inutilidad del dinero. El dinero es útil y bueno si sirve para ser rico ante Dios practicando la misericordia, y es malo e inútil si lo que se quiere es comprar con él la felicidad eterna.

La Biblia no es un libro de economía pero sí un buen manual de humanismo. Una sociedad capitalista como la nuestra debería aprender de ella a conducirse no sólo en las cosas del espíritu sino también en los asuntos económicos. La primera lección que se nos da es la de rebajar la consideración del dinero como bien absoluto. “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 16,13), dice Jesús; que es lo mismo que decir que hay algo -alguien- que debería estar por encima de los intereses económicos. Y ese “alguien” incluye a Dios y a los hermanos. Cuando decimos que “una persona tiene un valor incalculable” muchos lo interpretan como que vale muchísimo dinero, cuando en realidad lo que dice es que no se le puede poner precio, porque no está en venta. Ponerle precio a alguien, mirarlo como mercancía que se puede comprar y vender, es una indignidad y un despropósito. Y no podemos negar que se ha hecho y se sigue cometiendo este delito.

La realidad es cruda, y no podemos negar que el capitalismo pone precio a la persona y lo valora según su productividad o rentabilidad. ¿No os habéis dado cuenta de que todas la noticias que se dan en los medios tienen un trasfondo económico? La subida o bajada del IPC, la caída de ingresos por turismo, el precio de los alimentos, el combustible, etc. Es verdad que todo esto influye en la vida de las personas, pero da la sensación de que lo que preocupa no son las personas sino las consecuencias de la crisis en la economía del estado y la fluctuación del negocio de las grandes compañías.

¿Quién o qué mueve el mundo? La respuesta está cantada: el dinero. Todo parece hacerse por dinero. Ponemos como pantalla el humanismo, pero lo que realmente nos mueve es el capitalismo. Leyes como la dela mal llamada eutanasia o la del aborto esconden el desprecio a la vida humana en favor de intereses crematísticos. Se habla del derecho a la vida, y una vida digna, pero se acepta como inevitable que tengan una vida más digna las personas o países más ricos que quienes son pobres o los países  pobres. 

El problema de la inmigración no deja de ser un síntoma de la primacía de los intereses económicos sobre los valores humanos. ¿Por qué hay miedo a que los inmigrantes del sur accedan al norte? No veo otro miedo que el que se deriva de tener que compartir el pastel entre más comensales. 

¿Qué interés hay por que se mantenga la guerra en Ucrania? La primacía económica de unos pocos a costa de la vida de otros. Es triste saberlo y no hacer nada efectivo para solucionarlo.

Cuando el dinero ocupa el lugar central en la escala de valores, se pervierte lo que  verdaderamente importante: la paz, el amor, la justicia. Lo dijo claramente san Pablo: “Nadie que se da al afán de dinero, que es una idolatría, tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios” (1 Tim 6,10) Hoy la segunda lectura lo ratifica: "Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: ... a la codicia y la avaricia que es una idolatría" (Col 3,5). La codicia es un ídolo que exige muchos sacrificios, mucha sangre con que satisfacer su estómago insaciable. 

* * *


El evangelio de hoy me conduce a una pregunta: ¿qué valor le doy al dinero en mi vida? O expresado de una manera más sencilla. ¿cómo me relaciono con los bienes materiales? No se puede avanzar en la vida espiritual sin cultivar una correcta relación con mis posesiones económicas. La clave para hallar la respuesta más adecuada está en esa palabra: “posesión”, no es malo "poseer bienes"; el mal viene cuando "los bienes me poseen" y ocupan en mi corazón el espacio que corresponde a Dios. Nada de lo que existe es malo, porque Dios creó un mundo bueno; el mal nace del uso inadecuado que se hace de esos bienes.

“¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?” (Mt 16,26). El texto del leccionario actual dice“si pierde su alma”, con lo cual hay quien lee esto como que hay que fastidiarse en este mundo siendo pobre para ganar la vida eterna. ¡Qué parcial  es esa lectura! La vida eterna no es un “más allá” es un “más acá” que se prolonga hasta el infinito. Así, el texto citado, más que una invitación al conformismo es una llamada a la revolución, a poner la vida por encima de intereses de cualquier tipo que no sean al amor y la compasión por todos los seres de la tierra. Quien vende su vida al dinero no puede ser feliz, y cierra su puerta a la vida eterna; la ambición le ciega y la racanería le carcome.

En el buen uso de mis bienes me juego gran parte de mi felicidad. Puedo ponerlos en la cima de mi vida y vivir preocupado por aumentarlos o angustiado por perderlos; cuando esto ocurre es porque mis bienes me poseen, estoy poseído por el demonio de la avaricia. O puedo desapegarme de ellos, usarlos sin permitir que se adueñen de mi corazón. Me es lícito tener bienes, pero si dependo obsesivamente de ellos, si entorpecen mi libertad para vivir en compasión y amor, si me roban la felicidad, debería plantearme si hago bien en aferrarme a ellos; ¿no sería mejor soltarlos? Tienes aquí un campo amplio para trabajar tu vida espiritual de modo realista.

Suelo echar mano de una frase dura pero necesaria para un buen examen de conciencia sobre el tema que nos ocupa: “Dime en qué gastas tu dinero y te diré en qué crees”. Quien vive entregado a la acumulación y no hace uso de sus bienes a fin de que el prójimo tengan mejor calidad de vida, se equivoca si cree que para él lo más importante es Dios. 

El examen final llegará un día, entonces me preguntaré con el evangelio de hoy: “¿de quién será lo que he acumulado?”, ¿habré desperdiciado miserablemente mi vida? Para Dios la riqueza no está en el dinero sino en el corazón compasivo. Quien acumula amor gana vida aquí y en la eternidad.

 Y termino con un aviso para quienes están convencidos de que las relaciones humanas son todas económicas y que lo que prima en ellas es el interés. ¡Despertad! Puede que en muchos casos sea así; pero no tiene por qué serlo siempre.  Son muchos los santos que desde antiguo se han dado cuenta de que es posible un mundo donde el amor compasivo sea la clave para el desarrollo social y el entendimiento entre los hombres. Jesucristo nos enseña que una amistad, un  matrimonio, una iglesia y una sociedad nueva son posibles si ponemos por encima de todo el amor y la compasión que él nos mostró con su ejemplo. Así comenzó la revolución cristiana que estamos llamados a reeditar en el siglo XXI. Basta con poner el evangelio de Jesucristo en primer lugar. "No sólo de pan vive el hombre" (Lc 4,4).

¡Feliz domingo!
Julio 2022
Casto Acedo

sábado, 23 de julio de 2022

Al hilo de la Palabra (24 de Julio)

 EVANGELIO  

"Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».  Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino,  danos cada día nuestro pan cotidiano,  perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación»". (Lc 11,1-4)

A continuación de este texto narra el evangelista san Lucas la parábola del amigo inoportuno (Lc 11,5-12), donde cuenta que a un hombre se le presenta de noche la inesperada visita de un amigo que iba de viaje y no tiene un pan para darle de comer; entonces importuna a otro amigo, un vecino que duerme plácidamente, y que, por comodidad, no le abre a la primera; pero nuestro personaje insiste hasta que le abre y consigue lo que necesita. Jesús alaba la insistencia de este hombre como modelo de lo que tiene que ser la insistencia y perseverancia en la oración: si el amigo que duerme responde a la llamada a fin de no ser molestado más, ¡cuánto más hará vuestro Padre del cielo que nos ama y no se molesta por nuestras peticiones!

* * *

Es importante orar con perseverancia e insistencia. Pero también lo es orar con inteligencia; sobre todo cuando hacemos oración de petición. He aquí una historia que cuenta Toni de Mello y que atribuye al místico musulmán Sa'di de Shiraz:

Cierto amigo mío estaba encantado de que su mujer hubiera quedado embarazada. El deseaba ardientemente tener un hijo varón y así se lo pedía a Dios sin cesar, haciéndole una serie de promesas.  

Sucedió que su mujer dio a luz a un niño, por lo que mi amigo se alegró enormemente e invitó a una fiesta a toda la aldea.

Años más tarde, volviendo yo de La Meca, pasé por la aldea de mi amigo y me enteré de que estaba en la cárcel. «¿Por qué? ¿Qué es lo que ha hecho?», pregunté. Sus vecinos me dijeron: «Su hijo se emborrachó, mató a un hombre y salió huyendo. De manera que arrestaron al padre y lo metieron en la cárcel»”.

La historia concluye afirmando que es loable hacer oración de petición, pero también es muy peligroso. ¿Por qué? Porque en nuestra ignorancia no sabemos si lo que pedimos es bueno para nosotros y para el mundo. Aun no habiendo mala voluntad por nuestra parte puede que ignoremos las consecuencias últimas de nuestras peticiones. De esa ignorancia quiso sacar Jesús a Santiago y Juan cuando les advierte sobre su empeño en ocupar los primeros puestos en el Reino de Dios cuando éste llegare: “No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?».” (Mt 20,22).

Ignoramos las consecuencias que se puedan derivar de nuestras peticiones a Dios. Pero tenemos suerte, porque el mismo Dios pone los medios para que nuestra oración sea acertada: “El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene" (Rm 8,26). Expresa así san Pablo una enseñanza muy similar a la de Jesús al animar a los que sufran persecución por su nombre: Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros” (Mt 10,19-20).

La oración es un acto esencialmente espiritual; y no sólo en el sentido de que es nuestro espíritu el que se expresa en ella, sino espiritual porque en su grado más alto es el mismo Espíritu el que ora en nosotros y con nosotros y nos hace decir: "Abba, Padre!" (cf Rm 8,14-15). Cuando no nos dejamos llevar por el Espíritu Santo en la oración corremos el peligro de hacer una “oración mundana”, que camina según mis intereses particulares, esperando que Dios se pliegue a mis deseos. Una oración peligrosa que podemos desactivar  invocando al Espíritu Santo,  para que sea Él y no yo quien marque el ritmo de mi oración.

Dada la importancia del Espíritu Santo en la vida espiritual no cabe duda de que  el mejor modo de orar cristianamente sin equivocarse es hacerlo con oraciones inspiradas por Él. Hay muchas en la Sagrada Escritura. De hecho, toda la Escritura es Palabra de Dios revelada bajo la inspiración del Espíritu Santo. Por eso es aconsejable  y merece la pena orar con los Salmos, con el Magnificat de María (Lc 1,46-55)  con el Benedictus de Simeón (Lc 1,68-79), o con cualquier oración o himno del Antiguo o del Nuevo Testamento. Pero, sobre todo, merece la pena orar -al menos tres veces al día- con el Padrenuestro, oración cristiana por excelencia. Orando el Padrenuestro nunca te equivocas. A quien llega a la perfección espiritual le basta esta oración.

* * *

Y ¿qué decimos y pedimos en el Padre nuestro? Tras invocar a Dios como Padre, lo cual supone ya un impulso del Espíritu Santo y un acto de abandono a la providencia divina, y desear de corazón que su nombre sea santificado sobre cualquier otro, pedimos que su Reino de paz, justicia y amor venga a nosotros; es decir, que su Evangelio sea el eje de mi vida y la piedra angular sobre la que se construya el mundo. 

Aunque san Lucas no incluye la petición “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (cf Mt 6,10), al pedir que venga el Reino ya se estoy deseando y pidiendo a Dios que sea el motor de todo. Pido, por tanto, que el mundo y mi vida no sean lo que yo quiero sino lo que Él quiera; me encanta esta expresión: “dejar que Dios sea Dios”, permitir que el despliegue de mi ser y de la historia, el entorno físico, social y espiritual en el que vivo,  lo marque Él y yo lo acepte con fe, y lo vida con esperanza  y amor. Dejo que Dios sea Dios en los acontecimientos de mi vida, lo contemplo y me dejo llevar por lo que me inspira y me sugiere hacer en cada momento. En una palabra: pido que desaparezca de mi vida el ego, mi personaje de ficción  y que Él sea el garante de mi identidad y el eje de todo lo que vivo, la fuente y el referente primero de mis actos.

Seguimos pidiendo: “Danos cada día nuestro pan cotidiano”, dice san Lucas. Al pedir el pan corremos el riesgo de esperar que Dios nos dé abundancia y hartura, pero no es eso; pedimos que nos de “el pan de cada día”; como dice el libro de los Proverbios: “no me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan; no sea que me sacie y reniegue de ti, diciendo: «Quién es el Señor?»; no sea que robe por necesidad y ofenda el nombre de mi Dios” (Prov 30,8-9). En el medio está la virtud. Equilibrio. Confianza en la providencia. El pan de cada día, mañana Dios dirá. Cada día tiene su afán (Mt 6,34).

Sigue la oración del padrenuestro en san Lucas:” perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe”. Y aquí se nos revela la sabiduría del amor y el perdón. San Mateo añade, que “si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 5,14). No es que Dios no quiera perdonar o amar a quien no perdona ni ama, es que no puede hacerlo sin violentar su libertad. La puerta del corazón es una y no dos como pretenden los hipócritas. Es ignorancia pedir el perdón de Dios, abrir la puerta para que entre Él, y no perdonar al hermano, es decir, tener la puerta al mismo tiempo cerrada al prójimo y abierta a Dios. Quien honradamente y sinceramente pide perdón a Dios ha descubierto la riqueza de la misericordia y está dispuesto a perdonar al hermano. Lo contrario es hipocresía. No hay dos puertas en el corazón.

Finalmente, el Espíritu invita a reconocernos débiles, necesitados de Dios: “no nos dejes caer en tentación”. Importa pedir esto porque la soberbia nos hace creernos poderosos y autosuficientes cuando la verdad es que no podemos nada sin la gracia de Dios. “Sin mi -dice Jesús- no podéis hacer nada” (Jn 15,5). San Pablo lo entendió bien: “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12,16), porque es entonces cuando le doy al Espíritu Santo las riendas de mi vida. Deja, Señor, que sea yo, no hagas por mi nada que yo pueda hacer por mí mismo, pero no me dejes solo, no permitas que me aleje del camino recto.

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Así que ya sabes, cuando ores no pidas al Señor barbaridades tales como que te toque la lotería, que le vaya mal al vecino al que odias o que tu vida sea un lecho de rosas. Tu avaricia, soberbia y comodidad serían tu perdición. No es que no puedas pedir a Dios bienes materiales para ti y los demás. Puedes pedirle, pero termina siempre diciendo: “si me conviene, le conviene a los otros, y si está en línea con tu voluntad concedermelo”.

Y aprende a orar con oraciones inspiradas. La oración litúrgica de la Iglesia (misa, oficio divino) es oración inspirada; en ella no falta la Palabra de Dios y la garantía que da la comunidad eclesial. Es más fácil equivocarse sólo que en comunidad. No sin razón Jesús enseña a orar diciendo “Padre nuestro” y no “oh Padre mío”. El Padrenuestro es la oración de la Iglesia, nuestra oración. Rezarla sin sentir el calor de los hermanos que cada día oran con estas palabras es un despropósito.

Padrenuestro. No dejes de rezar cada día, al menos tres veces, esta oración. Y párate en las palabras y su significado. Una contemplación asidua del Padrenuestro te descubrirá tesoros espirituales que ni siquiera sospechas.

¡Feliz domingo!

Julio 2022

Casto Acedo.  

sábado, 16 de julio de 2022

Al hilo de la Palabra (17 de Julio)


EVANGELIO
Lc 10,38-42
Entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. 
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. 
Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano». 
Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».
* * *
Sorprende la respuesta de Jesús a Marta en el pasaje evangélico de hoy. Suena como a desprecio por la tarea que realiza. Lo más lógico es que le hubiera dicho: “Llevas razón, Marta, tu hermana se está pasando; ahora mismo la mando a ayudarte en el servicio”. Sin embargo, Jesús, lejos de censurar a María la alaba, porque está haciendo algo que no suele ser habitual: hacerle sitio a Dios, darle un tiempo y un lugar en su vida.

Tenemos tantas cosas que hacer que no encontramos el momento para imitar a María, para entrar en silencio con Dios y hacer oración. 

Es una experiencia común: si nos ponemos a orar, a meditar un texto del evangelio, a silenciar el corazón, inmediatamente nos da la sensación de que estamos perdiendo el tiempo, y acuden con urgencia a nuestra mente multitud de cosas pendientes por hacer. Tenemos tiempo para ver televisión, para navegar sin rumbo por internet, para mirar detenidamente los chismorreos de facebook o wasap, para detenernos a comentar el último chisme sobre el vecino o la vecina (¡qué obsesión esa de meternos en la vida del prójimo!), pero cuando se trata de estar a solas con Dios, no hallamos el lugar ni el momento. O tal vez nos asusta porque nos da miedo mirarnos en los ojos de Jesús.
* * *
Podemos vivir la vida desarrollando dos cualidades que pueden ser complementarias u opuestas: SER y HACER. Lo más normal es que nos identifiquemos más con lo que hacemos que con lo que somos. Escucha esta historia de Toni de Mello:
“Una mujer estaba agonizando. De pronto tuvo la sensación que era llevada al cielo y presentada ante el Tribunal.
-¿Quién eres? -dijo una Voz.
-Soy la mujer del alcalde -respondió ella.
-Te he preguntado quién eres, no con quién estás casada.
-Soy la madre de cuatro hijos.
-Te he preguntado quién eres, no cuántos hijos tienes.
-Soy una maestra de escuela.
-Te he preguntado quién eres, no cuál es tu profesión.
Y así sucesivamente. Respondiera lo que respondiera, no aparecía dar una respuesta satisfactoria a la pregunta ¿quién eres?
-Soy una cristiana.
-No he preguntado cuál es tu religión, sino ¿quién eres?
No consiguió pasar el examen y fue enviada nuevamente a la tierra. Cuando se recuperó de su enfermedad, tomó la determinación de averiguar quién era. Y todo fue diferente”.
María, la hermana de Marta, sentada a los pies de Jesús, buscaba la respuesta adecuada a la pregunta acerca de quién era. Porque si es verdad que tenemos una vida “hacia fuera”, unas actividades que nos definen en parte porque muestran algo de nuestros ser; no menos cierto es que tenemos "dentro" otra vida, un mundo interior tan importante o más que el exterior.

Cuidamos lo de fuera: el cuerpo, el alimento, la salud física, la imagen que damos, el estatus, pero ¿cuánto tiempo dedicamos a cuidarnos por dentro? Si una ecología o cuidado exterior es importante, no menos lo es una ecología de interiores. Es lo que hacía María a los pies de Jesús: cuidarse, sanarse, capacitarse para amar.

El pecado de Marta no es su actividad, su quehacer, sino el modo envenenado de hacerlo. Mírala: afanosa, servicial, eficiente en su labor de tenerlo todo a punto para la comodidad del huésped. Mientras -pensaba- su hermana no mueve un dedo para ayudarla en algo tan necesario. No pudo evitar el juicio sobre Maria que delata la falta de amor en su trabajo: “¿No te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano”. Hace algo poco elegante: criticar, rebajar a su hermana ante Jesús. Sus palabras muestran algo que desgraciadamente nones raro en el género humano: hacerse valer  desvalorizando al otro. 

La queja de Marta pone al descubierto que lo que hace no lo hace movida por un amor de gratuidad, sino con la intención de llamar la atención, de ganarse el afecto y la consideración de quienes la observan. Se considera el centro de la escena, actúa movida no por humildad sino por soberbia. Más que servir a su prójimo sirve a su propio ego. Está insatisfecha, y de su insatisfacción nace la envidia y la crítica hacia su hermana.

María,  mientras tanto, dedica un tiempo a sanar su corazón, a mirarse en los ojos de Jesús, a entrar desde ellos dentro de sí misma y responder a la pregunta acerca de su verdadera identidad. Jesús la alaba no por su inactividad, sino por su inteligencia al valorar el cultivo espiritual. Luego, de su corazón enamorado brotarán obras de amor.

Dice santa Teresa que “Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo, y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer”. No se puede decir más claro que oración y acción, contemplación y vida, han de ir unidas. Una vida de oración sin compromiso es una “vida de beato” en el peor sentido de la palabra; una vida separada de su raíz en Cristo, cae fácilmente en un activismo sin sentido y sin reposo, una vida de esclavo.

Aprende del evangelio de hoy a valorar los momentos de descanso y oración tanto como los de trabajo y acción.  “¡Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas!” El mal de Marta no es el trabajo sino la inquietud, el estrés con que realiza las tareas; vive el nerviosismo de no ser reconocida, el "nerviosismo del ego" que le desquicia y le lleva a reaccionar violentamente contra su hermana. Lleva dentro el mal, y sólo entrando en sí misma y dejando entrar dentro de sí el amor del Amado,  hallará el remedio. Y la puerta para entrar en su interior es la oración. "María ha escogido la mejor parte".

* * *

Termino haciéndome evo de un texto que me acompaña mentalmente desde hace años y que me ha ayuda a valorar la oración cuando flaquea mi voluntad de dedicarle tiempo. He descubierto en la práctica de la meditación -oración contemplativa- que, si bien son importantes las cosas y las personas que me envuelven, más importante es mirarlas y amarlas desde Dios, con su misma mirada y su mismo amor.

Me levanté temprano una mañana,
y me lancé a aprovechar el día.
Tenía tantas cosas que hacer,
que no tuve tiempo para rezar.
“¿Por qué no me ayuda Dios?”- me preguntaba.
Y Él me respondió: - “No me los has pedido”.

Quería sentir la alegría y la belleza,
pero el día continuó triste y sombrío.
Me preguntaba por qué Dios no me las había dado.
Y El me dijo: “Es que no me lo has pedido”.

Intenté abrirme paso hasta la presencia de Dios,
y probé todas mis llaves en la cerradura pero no pude abrir.
Y Dios me dijo paciente y amorosamente:
-“Hijo, no has llamado a la puerta”

Pero esta mañana me levanté temprano,
y me tomé una pausa antes de meterme de lleno 
en las tareas del día.
Tenía tantas cosas que hacer, 
que tuve que tomarme tiempo para orar.

(Edwig Lewis, S.J. 
En casa con Dios, pg 88)

¡Feliz domingo!

Julio 2022
Casto Acedo

viernes, 8 de julio de 2022

Al hilo de la palabra (10 de Julio)

PARÁBOLA DEL SAMARITANO COMPASIVO


EVANGELIO 
Lc 10,25-37
Un hombre que bajaba de Jerusalén loa Jericó cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. 
* * *

Solemos titular este texto como “la parábola del buen samaritano”, aunque sería mejor llamarlo “la parábola del samaritano compasivo”, porque lo del "buen" samaritano parece un título que lleva implícita la existencia de "malos"; en este caso serían los judíos (el sacerdote y el levita). Y no existen pueblos ni razas, ni colectivos, esencialmente malos o buenos; sólo personas compasivas o ignorantes y acciones meritorias o censurables. 

La conclusión primera que sacamos de esta parábola es  muy simple: obras son amores y no buenas razones; es decir, no basta decir “¡Señor, Señor!” para entrar en el Reino, se requiere la vida, la ratificación de la palabra con los hechos (cf Mt 17,21).  El mandamiento -dice la primera lectura de hoy- está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas” (Dt 30,14), es decir, está en tu mano. 

Todos conocemos la enseñanza de Jesús,  su “mandamiento del amor”, pero ¿porqué no lo hago efectivo?, ¿qué me lo impide? Si lo importante en esto de amar está en la acción, ¿por qué se paralizan mis miembros cuando se presenta la ocasión?

* * *

Observemos a los personajes de la parábola. Son cinco: un hombre anónimo, un sacerdote, un levita, un samaritano y un posadero.

Al personaje anónimo atracado y malherido podríamos identificarlo con cualquier persona o grupo que es despojado de su dignidad, marginado o directamente descartado. “lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto”. Representa a cualquier ser humano en situación de necesidad que, “por casualidad”, se cruza en nuestro camino.

En la parábola merecen mención especial el sacerdote y el levita, prototipos de religiosidad en su vertiente moral, ritual o teológica. ¿Por qué no se paran y ayudan al herido? Las razones son tan incomprensibles como evidentes. Tal vez la primera de ellas es que viven tan fuera de sí mismos y de Dios, tan estresados, tan en su mundo, que, “aunque miran no ven”; su obsesión por lo urgente les impide ver lo importante. ¿No te ocurre con frecuencia? Te enfrascas en planes, proyectos, tareas, deberes, … y te olvidas de que ahí, a tu lado, tienes a tu pareja, tus hijos, tus padres, tus vecinos, tus compañeros de trabajo ,… y ni siquiera reparas en ellos.

Una segunda razón para la inacción ante situaciones de injusticia que reclaman la atención es la que expone el pastor y mártir M. Luther King en una homilía orientada a despertar la conciencia de quienes eran remisos al compromiso  en la lucha contra la segregación racial. Comentando esta parábola  señala al miedo como la razón por la que el levita y el sacerdote decidieron pasar de largo. Puede que vivieran el miedo a que los salteadores estuvieran aún al acecho para caer sobre ellos; o incluso puede que el herido no fuera sino un impostor que finge estar herido para a traer incautos  caminantes que serían presas fáciles de atrapar.

“Puedo imaginar entonces que la primera pregunta que se hicieron el sacerdote y el levita fuera: “Si me detengo para ayudar a este hombre, ¿qué me ocurrirá?”

Es importante reparar en la pregunta; se trata de un enfoque egoísta de la situación: “Si me detengo, … ¿qué me ocurrirá?”. Es evidente que quien se hace esta pregunta sólo piensa en sí mismo, lo cual le hace entrar en pánico, un miedo que le impulsa a huir de la responsabilidad de atender al herido.  

Hay quien ha anotado que la causa del pasar de largo estaría las prisas por llegar al templo o la prevención para no caer en impureza legal judía tocando un cadáver; pero  no se dice en la parábola que el sacerdote fuera a celebrar unos oficios, ni que el hombre asaltado estuviera ya muerto. Me inclino a creer que lo que les bloquea es el miedo.

Luego llegó el buen samaritano, y por la naturaleza misma de su preocupación, invirtió la pregunta: “Si no me detengo para ayudar a este hombre, ¿qué le ocurrirá?”. 

Tenemos aquí una pregunta altruista y bondadosa. Este hombre vive en el presente, tiene consciencia de los hechos reales, posee una mente despierta que no se deja atrapar por el miedo de los pensamientos subjetivos. Al no no focalizarse en su ego ve la realidad que hay que hay fuera sí. Es un contemplativo que  vive la presencia y el dolor del herido como  propios; se sabe y experimenta como  parte de su misma humanidad. Despreocuparse de aquel hombre sería hacerlo de sí mismo. 

Viéndose realmente en la situación del otro se despierta en el samaritano un altruismo y  una bondad naturales, que le mueven a la práctica de la misericordia: “lo vio, se compadeció, le vendó las heridas, cargó con él, lo llevó a la posada y lo cuidó”, es decir, se complicó la vida; deja lo urgente que lleva entre manos  y opta por lo importante que le sale al paso. No por eso se despreocupa de sí mismo; al contrario, sabe que sólo ocupándose del herido se ocupa de sí. El samaritano, más que ola solitaria se sabe océano de la humanidad, inexistente sin ella. Tú eres yo, y no puedo ser yo plenamente si no soy tu. Tú eres Cristo, y sin tu compasión no tiene sentido mi vida. ¿No es maravilloso este grado de hermandad? Curar un miembro es sanar el cuerpo.  

Luther King siguió su homilía estableciendo un vínculo entre las enseñanzas de la parábola y los costos personales que se exponen a pagar quienes ayudan a los afroamericanos en su lucha por la justicia. A casa uno de nosotros no nos costará sacar conclusiones prácticas para nuestra vida. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a complicarnos la vida practicando la virtud de la caridad?

Nos queda un último personaje: el posadero. Normalmente lo vemos como una persona de confianza, un hombre honrado. Pero la verdad es que en la antigüedad los posaderos no eran miembros muy respetables de la sociedad. Quienes escuchan la parábola en boca de Jesús también debieron sorprenderse de la bondad del posadero del que habla Jesús. En las posadas eran frecuentes peleas, robos, prostitución, y hasta asesinatos. Dejar a un hombre herido en la posada, fiándose del posadero, es un desafío para el auditorio del narrador. La práctica de la justicia requiere dar un voto de confianza a otros; aunque la vox pópuli los considere inadecuados. Amar es también confiar. Y si, como dice Orígenes en su comentario al texto, la posada es la Iglesia, ¿no es también un gran acto de fe confiar al herido al cuidado de ella? La Iglesia, como la posada, no es casa de perfectos, pero no por eso deja de ser lugar de salvación.

En fin, en esta parábola todos actúan de modo contrario a las expectativas de quienes escuchan el relato. El samaritano, el sacerdote, el levita, el posadero, son personas que escapan a los patrones de conducta que se esperaría de ellos. Ahí está la fuerza de la parábola. Y ahí deberíamos incidir esta semana en nuestra meditación personal. Romper los moldes de las falsas urgencias de nuestra vida para ir a lo verdaderamente importante: la compasión y la misericordia como virtudes a vivir en el presente, aquí y ahora, al ritmo del momento. Esto es lo que quiere decir la Palabra que ya hemos citado:  "El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas -lo vivas-". (Dt 30,14).

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PARA MEDITAR-ORAR

Hay un texto de Facundo Cabral que podría servir de oración para este domingo. Quizá ya lo conozcas. Invita a reconocer dónde está lo verdaderamente urgente en la vida, lo único importante. El Evangelio de hoy es una invitación a no huir del momento, a “vivir el presente”, a conectar con Dios en el único lugar e instante posible: aquí y ahora. Vivir el amor y la compasión hoy-aquí es la única urgencia, porque es lo único importante. Vivir el amor en el instante es vivir. El samaritano compasivo no pierde su vida al ayudar al herido, la encuentra (cf Mt 10,39). Las personas que el Señor pone ante nosotros en cada momento son un regalo que Él nos hace, una oportunidad para ser nosotros mismos, para vivir intensamente el amor.  

FACUNDO CABRAL.

Urgente 

https://www.youtube.com/watch?v=o_nY1lmWwxo

Texto

Para ti, que siempre vives la vida a un ritmo vertiginoso,  quiero recordarte que los más importante que tienes en la vida, eres tú y todos los que te rodean, y recuerda que ...

"Urgente", es una palabra con la que vivimos, día a día, en nuestra agitada vida, y a la cual, le hemos perdido ya todo significado de premura y prioridad.

"Urgente", es la manera más pobre de vivir en este mundo, porque sabes, el día que nos vamos, dejamos pendientes las cosas, que verdadera mente fueron urgentes.

"Urgente" , es que hagas un alto en tu ajeteadra vida, y te preguntes: ¿Que significado tiene todo esto que yo hago?.

"Urgente", es que seas más amigo, más humano, más hermano.

"Urgente", es que sepas valorar el tiempo que te pide un niño, una niña.

"Urgente", es que cada mañana, cuándo veas salir el sol, te impregnes de su calor, y le des gracias al Señor, por tan maravilloso regalo.

"Urgente", es que mires a tu familia, a tus hijos, a tu esposa, y a todos los que te rodean, y valores ese tan maravilloso tesoro.

"Urgente", es que le digas a las personas que quieres, hoy, no mañana, ¡cuánto los quieres!

"Urgente", es que te sepas hijos de Dios, y te des cuenta que él te ama, y quiere verte sonreír feliz y lleno de vida.


"Urgente", es que no se te vaya la vida en un soplo y que cuando mires atrás, seas ya un anciano que no puede echar tiempo atrás, que todo lo hizo urgente... que fue un gran empresario, un gran artista, un gran profesional, que llenó su agenda de urgencias, citas, proyectos, pero dentro de todo, lo más importante... se te olvidó vivir.

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Un comentario más amplio a la parábola de hoy en:

Feliz domingo

Julio 2022

Casto Acedo 

viernes, 1 de julio de 2022

Al hilo de la Palabra (3 de Julio)

EVANGELIO  Lc 10,5-11 

Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa. Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: “El reino de Dios ha llegado a vosotros”. Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado". Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad.

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Del evangelio de hoy selecciono el texto donde se habla de “sacudirse el polvo de los pies”, una expresión que no hace mucho interpretaba como una actitud de desdén rechazo, desdén y maldición de Dios sobre aquellos a los que se dirige el gesto.  Hoy leo el texto con una mirada diferente.

La luz me vino al tratar con personas buenas, que intentan con toda su buena voluntad acercar a otros a Dios, y que cuando no lo consiguen entran en un estado de tristeza y culpabilidad que no tiene justificación.

Son muchas las personas, sobre todo madres muy religiosas, las que suelen acudir al sacerdote con un lamento: “Mire usted, he intentado de todo con mis hijos a fin de que fueran personas de Iglesia: catequesis, colegio religioso, acercamiento a la parroquia, etc. y ninguno de ellos va a misa ni ha entrado en religión; ¿qué hemos hecho mal?”. Y dejan entrever un sentimiento de culpa, como si el fracaso de su misión tuviera su raíz en ellos.

La advertencia final del texto evangélico acerca de Sodoma y Gomorra, ciudades que fueron destruidas a causa de sus pecados, no se dirige a quienes anuncian la Buena Nueva, sino a quienes no la quieren escuchar. Conviene matizar que estas ciudades fueron destruidas como lógica consecuencia de la corrupción personal, familiar, social, económica, y política, no por una personal venganza divina. La advertencia profética no pretende mostrar un Dios implacable y terrible, sino llamar la atención sobre hacia donde se encaminan quienes no aceptan en sus vidas el amor y el perdón de Dios. Nuestro Dios, el Padre de Jesucristo,  desde siempre es  compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia” (Sal 103,8). Seguir su Palabra edifica, darle la espalda destruye. 

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Aclarada esta premisa, ¿qué lectura hacer del gesto de “sacudirse el polvo de los pies"? Me atrevería a decir que ese polvo no es otro que el falso sentimiento de culpabilidad que pueda quedar en el corazón del apóstol cuando no ve el fruto esperado. ¿Estaré evangelizando correctamente? ¿En qué me habré equivocado a la hora de educar a mis hijos? ¿No será que no valgo para esto? … Si has puesto todo tu empeño y tu buena voluntad en la tarea misionera, ¡suelta esos pensamientos!, arroja fuera ese polvo que se ha pegado a los pies de tu conciencia; es obra del diablo que siembra cizaña en tu campo y te hace creer que no sólo eres el responsable de la siembra sino también el que  hace crecer; y esto último es cosa de sólo Dios.

Muchos desánimos en sacerdotes, catequistas y demás agentes de pastoral nacen del sentimiento de fracaso ante la supuesta esterilidad de la tarea. Tras años de brega acaban enfadados con el campo que les ha tocado sembrar, demonizan la tierra, ¡con esta gente no se puede hacer nada!, o lo que es peor, se flagelan a sí mismos acusándose a sí mismos por  lo mal que ha salido todo. 

Sigo invitando este domingo, como el pasado, a soltar, en este caso a soltar la creencia de que esto del crecimiento del Reino depende de nosotros cuando es cosa del Señor. Tal vez aquí está una de las claves de la tan actualmente reiterada conversión pastoral: trabajar en gratuidad. A ti sólo te corresponde sembrar, el crecimiento y los frutos son cosa del Señor. Pensar de otro modo es soberbia.

Es el Señor el que da la cosecha mientras duerme el sembrador. El fruto de la siembra seguramente no será el que esperas: misas llenas, mejor consideración social de la Iglesia, jóvenes domesticados según tus propios criterios, vuelta del pueblo a viejas tradiciones, etc. Cuando siembres compasión de Dios no esperes ver crecer espectáculos. Mira y observa; como hacía Jesús. Fue el único que se dio cuenta de que aquella pobre viuda que echó  la moneda en el cepillo del templo (cf Lc 21,1-4) era un signo evidente de que el Reino da frutos inesperados.

Tal vez aquellos a quienes te diriges en tu apostolado no respondan a tus expectativas, pero las expectativas de Dios son de otro orden: amor y misericordia; practicar esto es la mejor catequesis que puedes dar; y contemplarla en otros el mejor modo de verificar que Dios sigue estando presente en nuestra historia.

Un consejo: no sacudas el polvo de tus pies (tus enfados y frustraciones, tus complejos de culpa) sobre nadie. Sólo hazles saber cuánto se pierden al darle la espalda al Dios de la misericordia y la vida. Y no esperes recompensa alguna por tu trabajo de apostolado; "cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: ´Somos unos pobres siervoshemos hecho lo que teníamos que hacer´." (Lc 17,10).

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Otro comentario a las lecturas de este domingo:

https://blogdecastoacedo.blogspot.com/2022/06/claves-para-anunciar-el-evangelio-3-de.html.

Julio 022

Casto Acedo