jueves, 26 de enero de 2023

La sabiduría de la felicidad (Domingo 29 de Enero)


EVANGELIO  
Mt 5,1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:

«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.

Bienaventurados los que lloran,  porque ellos serán consolados.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,  porque ellos quedarán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

* * *
“Cada vez que veo tu fotografía descubro algo nuevo que antes no veía, y me hace sentir lo que nunca creí”. 
Así comienza un tema de Luz Casal de bastante éxito no sólo por la música sino por su letra, que expresa con mucho acierto los sentimientos propios del enamoramiento y el deseo de que esa experiencia no tenga fin; el título, Lo eres todo (clickando puedes ir a ella), da a entender que el amor envuelve de tal modo a quien se enamora que colorea todos los aspectos de su vida. 

Dejando aparte alguna expresión inoportuna (“dame tu oculto rencor”) la canción conecta con la experiencia amorosa, sea esta profana o religiosa. Cuando se ama a alguien el pasado se relee con ojos del presente y se aspira a que el futuro complete el éxtasis: “Te lo pido, por favor, que me des tu compañía, de noche y de día. Lo eres todo”.

El amor cambia tu visión de la vida. Cosas que antes no entendías, e incluso te negabas a entender, ahora las comprendes y las aceptas, detalles que detestabas ahora te atraen, lo que era oscuridad se hace luz, lo absurdo pasa a ser razonable. Es lo que ocurre con el texto de las bienaventuranzas.

* * *
El Sermón del monte (Mt 5-7), y especialmente las bienaventuranzas, son una pasada cuando son leídas como un  retrato de Jesús. Digo retrato y no fotografía porque un retrato no se limita a fijar automáticamente en un papel la imagen que enfoca sino que va más allá y apunta a describir las características misteriosamente ocultas del personaje retratado. ¿Qué son las bienaventuranzas sino una descripción de Jesús? Bajo el misterio de su persona hallas el sentido oculto de las bienaventuranzas:  felices los pobres, felices los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los que trabajan por la paz, felices los perseguidos, … ¿No hablan del mismo Jesús estas sentencias? Y ¿quién las puede entender si no se adentra en su misterio?

La trayectoria profética de Jesús, su predicación y su vida resumidas en el mensaje de las bienaventuranzas, pone al descubierto la latente maldad que se esconde bajo el ornato de las riquezas, los placeres efímeros, la risa fácil, el desprecio del justo o la ostentación del poder. Y por otro lado, muestra Jesús la grandeza de lo pequeño (Lc 1,46), lo cercano y lo humilde (Lc 21,1-4); revela la importancia de lo humanamente insignificante (Mt 11,25), la dignidad que posee quien se mantiene fiel a los principios del amor, la paz, el perdón y el amor en y a pesar del rechazo (Lc 21,12-19). Jesús es "signo de contradicción" (Lc 2,34), y esa contradicción se desvela en las bienaventuranzas, proclamadas  "para que muchos en Israel caigan y se levanten; ... y para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones" (Lc 2,34-35). 

El texto de hoy resume la Sabiduría divina, “Cristo crucificado... un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” ( Rm 1,24) … “Misterio escondido desde siglos y generaciones y revelado ahora a sus santos” (Col 1,26; Ef 3,9). La lógica absurda de las bienaventuranzas -¿cómo casar “felicidad” con “pobreza”, “llanto”, “persecución”, “agravios”, etc”.?- sólo se esclarece  contemplando el amor de Dios en Jesucristo. 

La clave interpretativa última del sentido de las bienaventuranzas se da en la Pascua, que reconcilia sorprendentemente la aporía muerte-resurrección, núcleo de su mensaje evangélico (Jn 12,24). Vivir cada una de las bienaventuranzas es morir a todo lo que me destruye (riqueza, violencia, soberbia, etc) y resucitar a la libertad de la pobreza, la paz y la misericordia, etc.  

El final del evangelio de hoy conecta con el final de la vida: “Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en el cielo”. Y aquí, para evitar una lectura exclusivamente escatológica, me permito citar a santa Teresa cuando dice que el cielo es dónde está Dios (Camino 28,2), y por tanto incluye también la interioridad de cada persona. La felicidad que Jesús predica no es sólo para el más allá, también lo es para el más acá. ¿Acaso fue Jesús un infeliz? Ciertamente sufrió con nosotros y a causa de nosotros, pero ya sabemos que quien es sensible al dolor no lo es menos al gozo (Mt 11,25).

Así pues, Jesucristo es la Sabiduría de Dios, la mejor opción para organizar tu vida.

*Ahí donde todos dicen dinero, dinero, dinero, …y venden al pobre por un par de sandalias   (Am 8,4-7) para conseguirlo, Jesús dice “no podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16,13), e invita a gustar la vida en libertad, no atados a nada: “Felices los pobres”.

*Allí donde los poderosos ejercen el dominio devastando y empobreciendo la tierra con la sobreexplotación, Jesús invita a la economía doméstica, a la humildad, a la mansedumbre, al respeto y delicadeza para con las personas y la naturaleza como el camino más apropiado para la armonía social y el cuidado de la tierra. “Felices los mansos porque heredarán la tierra”.

*A la madre que llora a su hijo enfermo o muerto a causa de un misil envenenado por el odio, Jesús le ofrece el consuelo de una iglesia que en Caritas permanece abierta y en acogida a los sufrientes, y una promesa de que la victoria es de Dios (Ap 7,10). “Felices los que lloran porque serán consolados”.

*A quienes se indignan ante la mentira, la corrupción, las manipulaciones, la estafa, la prepotencia o el fariseísmo, Jesús les anima a ser profetas en nuestro siglo, denunciando la injusticia y manteniendo la fidelidad con valentía, honestidad y perseverancia. “Felices los que tienen hambre y sed de justicia porque quedarán saciados”. ¿Quién sacia su sed de vida sino el que se compadece de todos?

*Frente a la locura que proponen los discursos del odio y la venganza como solución a los problemas de la humanidad, Jesús habla de la compasión sin límites (Lc 23,24) como camino para un cambio sostenible de la vida personal, familiar, social, política y económica. “Felices los misericordiosos porque alcanzarán misericordia”.

*Ante quienes se empeñan en no ver a Dios como fuente y dueño de la vida, y justifican su ceguera y su barbarie con eufemismos tales como “muerte digna o eutanasia”, “interrupción voluntaria del embarazo”, “guerra justa”, “enriquecimiento lícito”, “droga legal”, etc., Jesús propone recuperar la mirada inocente, limpia y transparente del niño no pervertido por las sucias miradas egoístas (Mt 18,2). “Felices los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.

*Ante los que se niegan a conversar aferrándose al dominio y la violencia como único modo de resolver los problemas, a los señores de la guerra, Jesús les enseña que el camino para la paz no puede ser otro que el encuentro, el diálogo y el perdón mutuo (Lc 6,27-29). “Felices los que trabajan por la paz”.

*A quienes rehúyen la responsabilidad y los compromisos que se derivan de su condición de ser humano o creyente cristiano, y viven bajo el miedo a represalias si hablan y obran la verdad en el momento oportuno, Jesús les anima a ser valientes, a no traicionarse y a mantenerse firmes en el momento de la prueba (Lc 12,4). “Felices cuando os insulten y os persigan por mi causa”.

Cuando san Pablo habla de la “Sabiduría de Dios escondida antes de los siglos” (Col 1,6) habla de Jesucristo, de su persona inseparable de su enseñanza y su modo de vida (evangelio). Ya ha quedado dicho que el Sermón del monte rebosa sabiduría; su secreto está en que más que referirse a una dogmática o una moral se refiera a Jesús, él es la Sabiduría personificada. Si observas cada una de las bienaventuranzas comprendes que son un retrato bellamente dibujado del su ser divino-humano; una sabiduría que se adquiere y conserva siendo fiel  a Dios, al mundo y a ti mismo. Dos palabras: discipulado y seguimiento. ¿No te parecen realmente sabias estas propuestas?

* * *

Como el enamorado o enamorada del tema musical con que abríamos este comentario, “cada vez que veo tu fotografía -el retrato de Jesús-, cada vez que leo los evangelios, descubro algo nuevo que antes no veía, y que me hace sentir lo que nunca creí”; el rostro de Jesús que veo en las bienaventuranzas  me hace pasar de la contemplación a la fe. 

No dejes de aplicarte a la escucha atenta del evangelio (lectio divina), lee despacio, medita, ora, contempla una y otra vez las palabras del Sermón del monte. Cada vez que lo hagas sabrás algo nuevo de Jesús. Escucha lo que dice san Juan de la Cruz:

Por más misterios y maravillas que han descubierto los santos doctores y entendido las santas almas … les quedó todo lo más por decir, y aun por entender, y así, mucho que ahondar en Cristo; porque es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que, por más que ahonden, nunca les hallan fin ni término; antes van en cada seno hallando nuevas venas de nuevas riquezas acá y allá. Que por eso dijo san Pablo (Col. 2, 3) del mismo Cristo, diciendo: … En Cristo moran todos los tesoros y sabiduría de Dios escondidos” (Cantico 36,3)

Merece la pena excavar en la mina del evangelio a la búsqueda del tesoro: Jesucristo y su propuesta de vida; en Él está la felicidad que buscas. Bucea en su Misterio. Aplícate una y otra vez a la tarea. Aprenderás por experiencia que Cristo es la fuente inagotable de felicidad y amor que andas buscando. 

Feliz Domingo

Enero 2023

Casto Acedo 

sábado, 21 de enero de 2023

Entra en tu vida (Domingo 22 de Enero)

EVANGELIO Mt 4,12-17

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:

«Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí,
camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas
vio una luz grande;
a los que habitaban en tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló».

Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».

¡Palabra de Dios!


Los pecados capitales

En nuestros días son muchas las personas las que acuden a los centros de psicología demandando ayuda para llevar adelante su vida. Buscan luz que les ayude a salir de la oscuridad en la que parecen vivir. Antes de existir profesionales y centros de terapia psicológica las personas buscaban consejo recurriendo al confesor o al sacerdote o director espiritual. Hoy parece más común confesar las propias miserias al psicólogo que acercarse al confesionario en un apartado rincón del templo. Habrá que tomar nota de por qué han cambiado las cosas; no nos detenemos aquí a dar explicaciones.

Los desajustes personales que se confiesan al psicoterapeuta siguen siendo los mismos que antes se declaraban en el confesionario: problemas de caracteres fuertes que se resisten a la humildad (soberbia), de seguridad económica (avaricia), desajustes afectivo-sexuales (lujuria),  impaciencia que conduce a impulsos violentos (ira), desorden en la alimentación por exceso o defecto (gula), desgana para el trabajo u otras actividades (pereza), o tristeza por el bien ajeno (envidia).

A los pecados capitales se les describe en la antigüedad patrística como pensamientos o demonios. Y se escribieron tratados sobre ellos, como el Tratado práctico, de Evagrio Póntico (siglo IV), donde se exponen los “ocho pensamientos” (a los siete pecados que nos han llegado se le añade la acedia) y se dan consejos “contra los ocho pensamientos”. Cualquier estudioso que se acerca a este autor queda sorprendido por su finura psicológica.

¿Qué tiene todo esto que ver con el evangelio de hoy? Bastante. En él se dice que “el pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz, a los que habitaban en tierra y sombras, una luz les brilló”. No cabe duda de que Jesús viene a iluminar a quienes viven en la oscuridad a la que le han llevado los pensamientos o pecados capitales que hemos citado y buscan refugio y ayuda para reorganizar su vida. La propuesta de Jesús es muy sencilla: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”, cambiad vuestra visión de las cosas, Dios está cerca de vosotros y quiere ayudaros a recobrar la felicidad.

* * *

Convertíos

Jesús invita a la metanoia, palabra griega que traducimos por conversión o cambio de vida aunque noia se refiere más a la mente-conocimiento (gnosis), y tal vez también podríamos traducir como ir más allá (meta) de la mente (noia) mundana. Solemos decir muy acertadamente que convertirse es cambiar de mentalidad, comenzar a pensar y vivir con los ojos puestos más allá de lo inmediatamente dado, pasar de la superficial a lo profundo.

La conversión tiene mucho que ver con la vida. Tan es así que me atrevería a decir que no es otra cosa sino "entrar en la propia vida". Los pecados capitales te sacan de ti mismo, te alejan de tu esencia, te hacen vivir en la ficción del ego. “Porque dices: «Yo soy rico, me he enriquecido, y no tengo necesidad de nada»; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de lástima, pobre, ciego y desnudo” (Ap 3,17). Convertirte es alejar de ti los pensamientos (mentalidad) soberbios que te corrompen y “volver a ti mismo”, regresar con humildad a lo que eras por naturaleza antes de la caída y recobraste luego por el bautismo. Convertirte es renovar tu bautismo, nacer de nuevo, renacer a tu espíritu por el Espíritu (cf Rm 8,16)

¡Qué importante es tomar conciencia de esto!, reconocer que “el pecado acecha a la puerta y te codicia, aunque tú podrás dominarlo” (Gn 4,7). Puedes vencerlo gracias a que el Reino de los cielos, el mismo Jesús, está cerca de ti revistiéndote con las armas que necesitas (Ef 6,10-18)

Hay un libro de psicología que invita a practicar el autoconocimiento, a conocer la propia mente, sus mecanismos, trampas y autoengaños y a dar pasos hacia la renovación interior: “Sal de tu mente, entra en tu vida. La nueva Terapia de Aceptación y Compromiso”. Salvando las distancias, veo en el título un resumen de la conversión que Jesús predica. Jesús te pide ir más allá (meta) de tu mente o mentalidad (noia), de los pensamientos que perturban tu corazón, del ego que te domina, y regresar a casa,  reencontrarte contigo mismo, vivir aceptando, eligiendo y comprometiéndote con la vida para la que has sido creado y a la que Dios te llama.

El mensaje de Jesús caló en sus oyentes no por ser una nueva filosofía sino por su carácter práctico: ¡entra en tu vida! No basta saber que te conviene dejar atrás la vida oscura, has de dar pasos hacia la Luz, donde está la vida auténtica. "Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante; corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús" (Flp 3,13-14); debes abandonar las prácticas egoístas para que emerja en ti la vida nueva que eres. Como dice el título del libro citado, "salir de la mente (aposento del ego) y entrar en la vida", soltar los pensamientos que te impiden ser tú mismo y vivirte mirándote en el espejo de la Palabra de Dios (Mt 7,24-27; GS 22).


* * *

Al invitarte a la conversión el evangelio de hoy quiere que vuelvas a tu origen, que te despojes de lo viejo, que abandones  los pensamientos ególatras y te dejes iluminar por los pensamientos de Dios (evangelio). No eres feliz a causa de tu enorme soberbia, tu ira impaciente, tu amarga envidia, tu insistente pereza, tu avaricia insaciable, tu lujuria desbordada o tu gula insaciable. Necesitas terapia, sanación. 

La personalidad de Jesucristo es muy rica en matices. Son muchos los títulos que se le atribuyen: Mesías, Pastor, Maestro, Camino, Luz, Verdad, etc. Los santos padres en sus escritos también destacaron en Él su calidad de Terapeuta. No es ésta faceta de su personalidad un invento de teólogos antiguos, está suficientemente atestiguada en los Evangelios: “Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mt 4,23).

Puedes acudir al psicólogo, y tal vez sea necesario que lo hagas como ayuda para reconocer tus insatisfacciones, pero te aconsejo que no minusvalores la ayuda de Aquel que no sólo aliviará o distraerá con consejos tus sufrimientos sino que sanará la herida que los provoca.  La auténtica sanación y conversión apunta hondo, al núcleo del ser,  allí donde se enraízan las pasiones humanas (cf Mt 15,18-19). 

Jesús comienza su proyecto de evangelización con este eslogan: “Convertíos”. Con ello  invita a volver a Dios, a conocerle como Padre y reconocerte en Él como hijo. A los que acudían a Él, “Jesús los acogía, les hablaba del reino y sanaba a los que tenían necesidad de curación” (Lc 9,11). 

¡Conviértete!, es una llamada a salir de tus pecados (tus pensamientos erróneos) y entrar en tu vida, la vida auténtica que se sostiene en la práctica de las virtudes que proclaman las bienaventuranzas (pobreza, paciencia, misericordia, humildad, etc.). La vocación cristiana no es otra que la llamada a descubrirte a ti mismo en estas virtudes. Tú eres paz, misericordia, perdón, amor, ...,  lo contrario es el pecado que te hace ser lo que no eres. Convertirte es volver a lo que eres desde la creación, a lo que perdiste en la caída, y recuperaste con tu bautismo.

No estás solo en el empeño, Jesús y su  Iglesia te acompañan y te ayudan.  Pídele cita, cuéntale tus penas, confiésale tus errores, escucha su Palabra, déjate abrazar por su perdón y entra en el grupo de los que viven unidos por su Espíritu. Un buen programa para hacer efectiva tu vuelta a casa. 
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Nota: La  liturgia de hoy propone leer Mt 4,12-17, que trata de la invitación a convertirse y la llamada de los primeros discípulos. No obstante permite centrarse sólo en la primera temática, vv. 12-17. Es lo que hago aquí. Pero si alguien desea centrarse en el segundo tema puede ir aquí:

¡Feliz domingo!

Enero 2023
Casto Acedo

sábado, 14 de enero de 2023

Cordero de Dios (Domingo 15 de Enero)

EVANGELIO Jn 1,29-34.

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».

Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».

¡Palabra del Señor!

* * *

La liturgia del segundo Domingo del Tiempo Ordinario enlaza con la fiesta del Bautismo del Señor celebrada el pasado domingo. 

Al presentarse Jesús para ser bautizado, el Bautista toma la Palabra; primero para constatar la personalidad del que se acerca: es el Mesías, dato sobre Jesús que el Bautista recibe por revelación: “Yo no lo conocía … pero he visto que bajaba una paloma del cielo".

A partir de esta experiencia toma la decisión de anunciarlo: “Lo he visto y he dado testimonio” (Jn 1,34). Lo que Juan ve en la teofanía del bautismo es su cumbre espiritual, su iluminación, el encuentro y cercanía del Dios que esperaba y que viene en Jesús; ahora sabe que todo su trabajo preparatorio llega a su fin, y de ahora en adelante toca dar paso al Otro, a Jesús, a quien presenta como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

No es este el lugar para describir con detalle la profundidad de la teología que encierran estas palabras con las que el Bautista describe a Jesús: "Cordero de Dios que quita el pecado". Baste recordar que vienen a significar que el mismo Dios, en un gesto inaudito, carga en la Cruz con tu pecado y el mío (cf Is 53,7.11). 

La misión de Jesús era liberar al hombre de la esclavitud a la que le somete el mal. Lo hace por puro amor, estando dispuesto incluso a morir. Es algo admirable e incomprensible:  “Ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir;  pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,7-8). Decir “Cordero de Dios” es decir “amor y perdón de Dios”.

¡Cuánta teología hay aquí!  ¿Y para qué sirve? Entre otras cosas para entender y disfrutar la Eucaristía. Supongo que si lees este comentario es porque eres asiduo a la misa dominical, y si no acércate este domingo. Desde aquí te invito a que  en ella contemples y tomes conciencia de lo que significa el título  “Cordero de Dios” aplicado a Jesús. 

* * *

Cuando hablamos de “perdón de los pecados” todos pensamos en el sacramento de la Reconciliación o Penitencia. Si tengo pecados voy y me confieso; así lo aprendiste. Pero quiero que hoy descubras que no sólo en el sacramento de la Penitencia se recibe el perdón de Dios. Éste se otorga también en los sacramentos del Bautismo  y de la Eucaristía. ¿En la misa? Sí, en la misa.

Tengo la impresión de que hemos transformado la misa en una devoción entre otras muchas, una especie de premio para buenos cumplidores de los mandamientos. De pequeño me enseñaron que para comulgar debo pasar antes por el tribunal de la Penitencia y recibir la absolución del sacerdote. Y entonces ¿para qué los gestos penitenciales del Ritual Romano de la misa?:

*Reconozcamos nuestros pecados: “yo confieso ante Dios, … que he pecado”;  

*Kyries: "Señor, ten piedad"... "El Señor perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna";

*Oración secreta del sacerdote antes del evangelio: “Per evangelica dicta deleantur nostra delicta”- Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados”;

*Palabras de la consagración. “Tomad y comed esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros… mi sangre derramada … para el perdón de los pecados”;

*”Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ¡ten piedad de nosotros!, … ¡danos la paz!”

*Abrazo al hermano: “La paz sea contigo”.

*El modo en que el sacerdote presenta la Eucaristía antes de comulgar: “¡Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo!”

*Tu respuesta. “No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.

Si todos estos gestos y palabras de la liturgia son simplemente un “teatro”, una ficción, y no una realidad sacramental (no olvidemos que los sacramentos hacen presente y actualizan  realmente lo que significan), ¿podemos negar el valor sacramental del perdón recibido, por ejemplo, en el momento de la consagración? Cuando el sacerdote repite las palabras de Jesús en la última cena, "mi sangre, derramada ... para el perdón de los pecados", ¿está simplemente relatando la institución de la Eucaristía o se está realizando ahí, y en ese preciso momento, el misterio de la Pascua redentora del Señor? ¿Se está diciendo teórica o didácticamente que Jesús me perdonará o me está perdonando ahí?

¿Hay que acercarse a la misa purificado de todo pecado? Me cuesta creer que sólo puedan disfrutar las riquezas de la misa los que ya son santos, y que seamos excluidos los pecadores. Es más, creo que los santos no necesitan de la misa. Lo decía Jesús: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos” (Mt 9,12);  san Pablo lo dice con otras palabras, denunciando a quienes creen que pueden salvarse a sí mismos cumpliendo los mandamientos; para ellos la misa sería un adorno inútil e innecesario: "Si la justificación es por medio de la ley. Cristo habría muerto en vano" (Gal 2,21).

Digo todo esto no para devaluar el sacramento de la Penitencia, que tiene su momento y su lugar, sino para mirarlo en íntima conexión con la Eucaristía (la Pascua del Señor) y con todo lo que en ella recibimos. 

Suelo decir a quien presume de que lo importante es ser bueno y no ir a misa, que "la misa es para los pecadores, no para los justos". ¿Eres perfecto? Pues no hay necesidad de que vayas a misa. A ella sólo vamos los que sabemos que necesitamos de Dios para llevar la vida adelante con amor.  Entre los que no entran en la Eucaristía (aunque vayan a misa, porque una cosa es ir a misa y otra entrar en ella)  creo que se encuentran éstos, los que ya se saben santos (fariseos) y dicen que no necesitan de rezos. Por otro lado están los que piensan que la misa es para gente muy virtuosa y no se sienten dignos de estar entre ellas. Éstos últimos, si dan un paso hacia el altar, pueden hallar en la Palabra y el Pan eucarístico el consuelo y el perdón que necesitan y que andan buscando. ¡Cómo cambiaría nuestra pastoral sacramental si entendiéramos bien esto! Pero tal vez para esto necesitemos un tiempo de conversión pastoral hacia una Iglesia menos legalista, más consciente de sus debilidades y con agentes de pastoral más misericordiosos (santa).

 * * *

Quede como reflexión lo dicho hasta aquí. Ahora tú, que ya participas asiduamente en el sacramento eucarístico, escucha y mira; abre los oídos y los ojos de tu corazón a Juan Bautista y a la Iglesia que pone ante ti el sacramento eucarístico: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Admírate de lo que se te permite ver y oír en la misa. "¡Dichosos los invitados a la cena del Señor!". El Omnipotente se abaja a estar contigo, te invita a entrar en su Reino; Él  mismo quiere habitar en el aposento de tu alma; estar contigo como deseó estar con Zaqueo: “¡Date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa” (Lc 19,5). Respóndele con confianza y humildad,: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.

Permite que Jesús te abrace; descarga en Él todos tus errores, tus equivocaciones, tus pecados; Él quema tus basuras en la hoguera de su corazón encendido en amor. Donde abunda el pecado sobreabunda la gracia de Dios (Rm 5,20). La basura que arrojas en Él aumenta la llama de la hoguera divina; a más perdón, más amor. Deja que tu corazón arda con el suyo. Y, purificado de tus faltas, descansa en sus brazos y agradece. 

Detrás de toda teología genuina hay una experiencia. Antes que los evangelios existió Jesús, su mensaje, y su pasión, muerte y resurrección. Buena es la doctrina, porque enseña, pero de poco sirve si esa enseñanza no conecta con la vida. Hoy, en tu oración, puedes repetir una y otra vez: "Cordero de Dios", "Cordero de Dios", "Cordero de Dios", ... dejando que la palabra se deslice desde la mente al corazón y desde corazón a la calle. Cuando salgas de la misa y vuelvas a tu vida familiar, laboral o de ocio, observa cómo tu mirada sobre el mundo es más feliz y misericordiosa. Has descubierto que hay un Dios que te ama y ha apostado por ti. Jesús, Cordero de Dios, en la cruz carga con tu pecado. Cada misa actualiza ese misterio de amor. Como el Bautista hazlo saber a otros:  “yo lo he visto y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios”.

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Otro comentario a la liturgia de hoy en:

https://blogdecastoacedo.blogspot.com/2020/01/he-visto-y-doy-testimonio-19-de-enero.html

¡Feliz Domingo!

Enero 2023

Casto Acedo

jueves, 5 de enero de 2023

Bautismo del Señor (Domingo, 8 de Enero)



EVANGELIO
Mt 3, 13-17.

En aquel tiempo, vino Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.

Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?».
Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia».

Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él.

Y vino una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».

¡Palabra del Señor!

* * *


El bautismo de Jesús 

Hace dos días celebrábamos la Epifanía. Y en el Evangelio contemplábamos a Jesús-niño, en Belén, adorado por unos magos de oriente. Hoy damos en la liturgia un salto en el tiempo y después de treinta años de vida oculta encontramos a Jesús recibiendo el bautismo a manos de Juan.

Contemplamos a Jesús como uno más  entre el grupo de los que acuden al Bautista para recibir el bautismo de conversión que éste predicaba. ¿Tiene sentido que Jesús, que es Dios, que no tiene pecado, se deje bautizar por Juan? La única explicación es que Jesús quiera manifestar de modo real que él ha venido para moverse entre los pecadores, para estar con los que necesitan conversión, y en última instancia para ayudarles a llevar su vida adelante cargando con sus pecados.

Dirá san Pablo que Dios “al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (2 Cor 5,21). Hacia esta misma interpretación nos quiere llevar la lectura del profeta Isaías: “Mirad a mi siervo” (Is 42,1). En el bautismo Jesús se une al movimiento de Juan, que busca la conversión a Dios, el cambio de vida: “Te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos a los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas” (Is 42,6b-7). Jesús será el autor del cambio, del paso de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida gozosa y feliz a la que está llamado todo hombre.

Jesús no salvará a la humanidad por decreto-ley sino por el camino de la encarnación, él mismo se unirá al grupo de los pecadores; no tiene pecado, pero vivirá el sufrimiento y la muerte, consecuencias evidentes del pecado. Asumiendo íntegramente lo humano lo salvará. Una magnifica lección para todos nosotros, un principio que debería regir nuestra vida personal, social y pastoral. No se puede salvar lo que no se asume, lo que no se hace propio. ¿Entendido el mensaje? El Jesús que se acerca a Juan Bautista confundiéndose con los pecadores, aunque no conocía pecado ni necesitaba conversión, es el Cordero de Dios que carga (asume) los pecados de la humanidad entera y con su entrega de amor total (perdón) la redime. A la cruz apunta el bautismo.

Así es. La persona de Jesús, vista desde la perspectiva del Siervo de Yahvé, nos da pie a reconocerle, ya desde el inicio de su vida pública en el Jordán como aquel que será crucificado por nosotros y por nuestros pecados (cf Gal 3,13); el mismo Bautista lo presenta a los suyos diciendo de Él que es "el Cordero de Dios" (Jn 1,29). La imagen que acompaña este texto, La crucifixión, de Matthias Grünewald (foto de arriba) resume esta enseñanza al pintar al Bautista señalando con el dedo al que por nosotros muere en la cruz. Para eso ha venido, para ser siervo de los siervos, para cargar con nuestras injusticias y maldades.


Nuestro bautismo

“Se oyó una voz del cielo: Tu eres mi hijo amado, mi preferido” (Lc 3,22). Una voz que bien podría oírse descendiendo del cielo en el momento en que Jesús muere en la cruz; y también en al momento del bautismo de cada cristiano. Jesús es el Hijo de Dios. También nosotros, por el bautismo, somos hijos de Dios. Y también desde nuestro bautismo resuena una llamada a vivir y morir para los demás, una exigencia de servicio en favor de los hermanos. A la cruz apunta también nuestro bautismo.

Desde la exigencia de entrega y generosidad, en línea con el ser y la misión de Jesús, "que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo" (Hch 10,38), deberíamos de recuperar el significado del bautismo que recibimos. Deberíamos tomar conciencia de que hemos hecho norma de la excepción. Lo normal en la Iglesia primitiva era el bautismo de adultos tras un catecumenado serio y comprometido. Pero cuando se llega a una situación de cristiandad se impone el bautismo de niños, algo que debería ser la excepción pero que se ha transformado e norma.

El bautismo es un sacramento muy devaluado.  Para el bautismo de un niño no se exige a los padres más que el hecho de que lo pidan y, en última instancia, que asistan a una o varias charlas de dudoso valor para un discernimiento cristiano serio. Incluso cuando la vida pública de los padres da señales de poco respeto a las costumbres cristianas -por ejemplo, en el caso de padres que pueden y no quieren casarse en el Señor- bautizamos alegremente a los hijos; y lo hacemos mientras nos prometen transmitirle la fe y las costumbres de la Iglesia que les administra el bautismo. 

¿No estamos ante una contradicción inexplicable? ¿No hay por parte de la Iglesia y sus ministros una dejación de funciones ? Ni siquiera la exigencia de unos padrinos confirmados nos sirve de garantía, dado que haber recibido  el sacramento de la confirmación tampoco asegura una fe madura. El ritual del bautismo pide la fe y el compromiso de los padres; a los padrinos sólo se les exige ser una ayuda para educar en la fe.

Habría que preguntarse si el descenso del número de bautismos en nuestra iglesia puede  deberse al bajo discernimiento que se aplica al bautizar. La rutina y la costumbre de bautizar por sistema ¿no supone una pérdida de significatividad del sacramento? Mientras  reducimos el bautismo y otros sacramentos como la "primera comunión", o "las bodas" a un acto meramente social, desligado de su conexión vital con la Palabra que alimenta la fe y la caridad (comunión con el amor de Jesucristo) ¿no es un tanto hipócrita preguntarse por qué la Iglesia vive horas tan bajas? 

* * *

Aunque el bautismo de Juan no es propiamente el bautismo cristiano, la Fiesta del Bautismo del Señor es un buen motivo para redescubrir el valor y el significado del sacramento del bautismo y dignificarlo tanto en su fondo (repensar la relación fe-bautismo) como en su forma (bautismo de adultos, o de niños que tengan verdaderamente garantías de que recibirán la formación cristiana adecuada).

¿De qué sirve el sacramento del bautismo si no le acompaña una toma de conciencia progresiva de que somos hijos de Dios? Un catecumenado adecuado, antes del bautismo en los casos de bautismo de adultos, o con la mayoría de edad en los casos que fueron bautizados en su infancia, es algo irrenunciable si queremos ser fieles a la misión de Jesús. Se trata de conectar el signo bautismal, la fe, con la vida.

Se está dando hoy un fenómeno alarmante: cada vez son menos los niños que reciben el bautismo, y menos también los bautizados que consideran la fe en Jesucristo como algo importante para sus vidas; la vida matrimonial y familiar, la vida económica, laboral, o de relaciones sociales, se va desligando alegremente de la norma cristiana. Cuando para la mayoría de quienes solicitan el bautismo para sus hijos éste es visto como un mero rito, como una excusa para la celebración simplemente humana del nacimiento, ¿tiene sentido seguir bautizando? La desafección hacia la Iglesia y la moral cristiana, tan evidente en nuestra cultura, ¿no supone una llamada apremiante a reestructurar la pastoral del bautismo como medio para redescubrir la fe antes del bautismo? Responder a este reto es un camino largo donde está en juego la identidad cristiana en un mundo de pluralismo cultural y religioso. 

Simplemente añadir que el primer paso para una renovación de nuestra espiritualidad cristiana bautismal es seguir los pasos de Juan Bautista: dirigir hacia Jesús de Nazaret, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, a quienes buscan una renovación auténtica de sus vidas.  Conocer y amar a Jesús, y mirar la propia vida y el mundo con sus ojos,  debería ser un deseo de todo aquel que aspira al bautismo, o en su caso de aquellos padres que piden bautizar a sus hijos.

Sirva esta reflexión para entender que el bautismo de Juan (bautismo de conversión de lo pecados) debería ser un paso previo para recibir el bautismo propiamente cristiano (inmersión en la vida trinitaria: bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo). 

¡Feliz fiesta del bautismo del Señor!

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Enero 2023
Casto Acedo. 

lunes, 2 de enero de 2023

Epifanía del Señor (6 de Enero)

EVANGELIO
Mt 2,9-12

Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo». 
* * *
Después de oír al rey Herodes, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.

Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.

Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.

¡Palabra del Señor!

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"Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarle"(Mt 2,3). Así resume san Mateo la vocación que recibieron los Magos de Oriente. Con el relato de su viaje a Belén su Evangelio nos muestra que en Jesús se cumplen las escrituras que anunciaban que el Mesías sería “el Príncipe de los reyes de la tierra” (Ap 1,5), Señor de todos los pueblos; y “su reino no tendrá fin” (Lc 1,32). 
 
Buscadores de Dios
 
La historia de los magos es nuestra propia historia. Porque también nosotros un día vimos salir la estrella y hoy venimos a adorarle; esa estrella (la Palabra de Dios, el testimonio de un hermano, la iluminación recibida en el rato de oración, un acontecimiento de nuestra vida, …) no era aún la Luz, sino “testigo de la luz” (Jn 1,8), pero nos lanzó a dejar atrás nuestra situación acomodada y a ponernos en camino.
 
Los Magos de Oriente son la humanidad que busca; en ellos están todos los que han hecho la experiencia de Abrahán dejando la casa paterna y poniendo ritmo a su vida fiados en una promesa; y también están en los Magos todos los que han escuchado la voz del nuevo Moisés y que, dejando atrás los reinos de este mundo, se  arriesgan a vivir la travesía del desierto de la fe. 
 
Como creyentes somos buscadores de Dios, y no ignoramos que encontrarle significa buscarle siempre. Quien cree haberlo hallado ya, posiblemente lo ha perdido. El camino de la búsqueda terminará cuando Dios nos quiera recoger en su luz al final de nuestro tiempo. Mientras tanto, en nuestras noches, pone pistas, toques de amor, luces que nos abren a la esperanza. El relato de los magos nos da a entender que “el que busca encuentra” (Mt 7,8), que Dios no queda en suspenso la esperanza de los que perseveran.
 
En el encuentro con Dios (o habría que decir, mejor, en el encuentro de Dios-con-nosotros, puesto que la iniciativa es suya) se da un “admirable intercambio”, que el prefacio de Epifanía resume diciendo que Dios Padre ha “revelado en Cristo, para luz de los pueblos, el verdadero misterio de nuestra salvación; pues al manifestarse Cristo en nuestra carne mortal nos hiciste partícipes de la gloria de su inmortalidad”. Es el “maravilloso intercambio que nos salva: pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición no solo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos” (Prefacio III de Navidad). 


 
Ofrecernos, regalarnos, con Cristo.
 
Dios hace participes de su gracia (divinidad) a los hombres sin que lo merezcan. ¿Qué méritos podemos alegar? ¿Qué podemos darle a Dios? ¿Acaso Él necesita de nuestros dones? Dios se hace hombre para que los hombres participemos de su divinidad, por pura gratuidad. ¿Hay alguna forma humana de pagar eso? Tal vez alguien sugiera: sí, podemos pagar con nuestras ofrendas, como los Magos. ¿Se puede obtener la salvación con un poco de oro, incienso y mirra? Pues no. 
 
Un canto de ofertorio dice: "¿Qué te puedo dar que no me hayas dado Tú?". Nada. La salvación sólo la puede dar el mismo Jesús, al que las ofrendas de los magos representan: “Mira, Señor, los dones de tu Iglesia, que no son oro, incienso y mirra, sino Jesucristo, tu Hijo, al que aquellos dones representaban y que ahora se inmola y se nos da en comida” (Oración sobre las ofrendas). En la misa no ofrecemos nada que Dios necesite; en virtud del admirable intercambio que nos salva, es el mismo Dios el que se ofrece en Jesucristo por nosotros.
 
Da pena ver que hay quienes piensan que le hacen un favor a Dios por cumplir los mandamientos (¿hay alguien que los cumpla?), o que Dios les debe algo porque cada semana acuden a la misa dominical o realizan puntualmente sus oraciones y obras de caridad. Olvidan que nuestras ofrendas no nos salvan.
 
El niño-Dios no necesita de nuestras riquezas, porque él mismo es la riqueza.“Conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza" (2 Cor 8,9). Somos nosotros mismos los enriquecidos cuando damos lo que somos y tenemos;  nuestra ofrenda adquiere un genuino valor y significado sólo cuando expresan con humildad nuestra donación con Cristo al Padre.
 
* * *
 
Es positivo que en el día de Epifanía nuestra tradición española se adorne con la práctica del intercambio de regalos; es mejor regalar que ser regalado, aunque en una sociedad consumista como la nuestra haya que prevenirse de la tentación de reducir los regalos a su valor material, haciendo de ellos un signo de poderío más que de humildad.

Los Magos de oriente ofrecieron cosas, pero ante todo se ofrecieron a sí mismo, sus personas, su propio ser. Su estela nos dice que hacer regalos es algo hermoso, pero sólo cuando nos ofrecemos también nosotros con la ofrenda, sólo cuando el regalo es un acto de despojo y anonadamiento personal, de kénosis. 
 
 Los hombres solemos andar más necesitados de cariño que de cosas. A los hijos, a los padres, a los parientes, a los amigos, no basta con que le demos "lo que tenemos”; necesitan más "lo que somos”. Cada año me viene a la mente una frase muy ilustrativa de lo que deberíamos hacer: "¡Papá, mamá, no me regales juguetes, juega conmigo!". Usar los regalos como excusa para justificar la falta de compromiso real con la persona a la que se regala no deja de ser una refinada hipocresía. Amar no es dar cosas, es darse.

El mundo necesita más de nuestro amor  que de nuestras cosas. Nuestros regalos materiales han de ser imagen del regalo que es Cristo: pura gratuidad. Cuando nos regalamos (entregamos) al prójimo, hemos de hacerlo al modo de Jesús: con total generosidad.  Cuando se hace así se beneficia más el que da que el que recibe. De este modo se hace realidad la dinámica de la Pascua (muerte y resurrección): muriendo, dando, ofreciendo,… se vive, se recibe, se enriquece el hombre.

¡Qué admirable intercambio! El oferente obtiene la salvación por la ofrenda de sí con Cristo: “quien pierda su vida por mí, ése la salvará!" (Lc 9,24). 

¡Feliz día de Epifanía!, 
la fiesta del Regalo que es Cristo.

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Enero 2023
Casto Acedo